Los realizadores jóvenes han llegado para quedarse, para crecer y obtener experiencia y, con el tiempo, dejar su lugar a una nueva ola de agitadores inspirados.
Si la experimentación libre y exuberante de la actualidad no permite otras predicciones, lo recién dicho se puede anticipar por lo menos con tanta seguridad como que habrá una continua demanda de realizadores en el futuro predecible, aunque el progreso tecnológico pueda cambiar sus nombres. En realidad, para estar del lado seguro, anotemos aquí la cláusula que se inserta en los contratos de los guionistas, que abarca todos los recursos técnicos conocidos hasta ahora y los que aún están por inventarse.
Es seguro que persistirá el interés por el relato; la curiosidad no se acabó cuando los oyentes se reunían en una caverna para oír las últimas noticias del cazador de mamuts; es probable que sea igualmente cautivadora cuando los astronautas que regresen relaten sus exploraciones de un lejano universo por medio de transmisión de pensamiento, para lo cual habrá que inventar una nueva y asombrosa forma de protección de la propiedad intelectual.
Sin duda alguna las innovaciones técnicas seguirán avanzando a mayor velocidad que los cambios en la capacidad y las respuestas sensoriales, mentales y emotivas del público. En tanto los avances mecánicos no dejen de alterar la forma del relato, seguirá estando al otro extremo el receptor más o menos inmutable al que se dirige el contenido.
Durante muchos años las estructuras firmes de los grandes estudios preservaron el statu quo técnico de la realización cinematográfica. Pero cuando la caída de los sistemas estáticos de estudio permitió nueva libertad y alcanzó un mayor ingenio, se inventaron y emplearon mejores equipos. Cámaras portátiles, películas de alta velocidad, luces más pequeñas, micrófonos direccionales y equipos de sonido más flexibles abrieron nuevas perspectivas de producción, posibilidades impensadas en los rodajes en exteriores y costos reducidos.
Y esta revolución tecnológica no ha recorrido todo su camino hasta ahora; se siguen presentando continuamente instrumentos perfeccionados.
Por suerte y coincidencia han aparecido muchos realizadores jóvenes que exploran con entusiasmo las facilidades sin precedentes. En colegios y universidades una generación de estudiantes muy motivados está trabajando con los nuevos materiales a mano, investigando los efectos originales por lograr mientras aprenden (as técnicas establecidas.
A su tiempo, la agitación de la innovación pasará de lo mecánico a lo dramático, a la presentación creativa de relaciones humanas, la visión fresca de situaciones básicas. Gran parte de lo que se ha hecho trillado y vulgar será descartado por los ímpetus creativos y reemplazado por la percepción artística que ve al mundo día tras día como si nunca antes lo hubiera observado.
Pero la novedad en sí tiene tan poco poder de persistencia como cualquier capricho y moda.
En tanto la última técnica atrae la atención fugaz, es en un sentido el reverso del productor de los viejos tiempos que quería estar al corriente de la moda diciéndole al escritor: «lo que en realidad estoy buscando es… un nuevo lugar común».
Es casi innegable que gran parte de los guiones del pasado eran eclécticos: se «canibalizaban» elementos de películas de éxito y se los instalaba en nuevos vehículos. He estado en muchas conversaciones sobre relatos en los que se mencionaban películas pasadas: «¿Te acuerdas cómo se reía la gente en esa escena?». O alguien decía: «Ponle una persecución policial. Siempre queda bien». Pero cosas que han probado su valor en otros filmes pueden fracasar en la nueva combinación. Es mejor empezar a partir de la nada que saquear los archivos.
Sin embargo, tan necesaria como resulta la experiencia, en el pasado era difícil, si no imposible, obtenerla para el realizador joven. Casi todas las industrias mayores destinan grandes montos a la investigación y el desarrollo; los estudios sentían un terror mortal por la experimentación. Las grandes corporaciones tienen programas de entrenamiento intensivo y dedican un esfuerzo considerable a la atracción y selección de los candidatos más promisorios; los estudios no buscaban realizadores jóvenes sino nuevos talentos solo para reemplazar a los actores y actrices cuyo aspecto juvenil no podía resistir para siempre los estragos del tiempo.
Por fortuna esto ha cambiado en los últimos años. En muchas universidades y colegios se ofrecen excelentes cursos de cinematografía. En los Ángeles, California, el American Film Institute’s Center For Advanced Film Studies proporciona un contexto único en el que los realizadores jóvenes pueden hacer películas y trabajar en una relación tutelar estrecha con los mejores artistas y artesanos de la práctica cinematográfica. El programa del Centro está abierto a los realizadores y eruditos profesionales en los primeros pasos de sus carreras y a los promisorios graduados universitarios. Se otorgan equipos, película y otros recursos según los requerimientos de cada proyecto. El Programa Interno del Instituto de Filmación ha posibilitado a ciertos realizadores jóvenes trabajar con grandes directores como Marty Ritt, Peter Yates, Mike Nichols, Elia Kazan, Robert Wise, Robert Munigan, John Frankenheimer y Arthur Penn.
Un nuevo hecho significativo es la decreciente especialización entre los realizadores jóvenes, en contraste con su veloz crecimiento entre, por ejemplo, físicos o químicos. En oposición a la descentralización del ser humano, el artista reafirma su individualidad. Contra el concepto de un gran estudio acerca del trabajo en equipo, los creadores jóvenes defienden el concepto del realizador total. Pocos disentirán de la idea de que es una afirmación saludable con respecto al principio de la creación en «comisión», porque con demasiada frecuencia es cierto que «un camello es un caballo diseñado por una comisión».
Pero aunque la lucha por la individualidad artística puede ser muy elogiable, en la práctica la realización cinematográfica es una Hidra de muchas cabezas que parece necesitar un surtido de entrenadores hábiles.
El concepto de «autor» (un hombre, como Charles Chaplin u Orson Wells, que escribe, dirige, produce y a veces actúa) es cada vez más atractivo para muchos realizadores. Pero no es probable que se perpetúe con tanta facilidad en el cine como en las novelas, tradicionalmente escritas por un autor.
Incluso personalidades tan fuertes como Fellini o Hitchcock, no importa cuán inequívocamente impriman su individualidad en su cine, tienen que trabajar con escritores, compositores y directores de fotografía, para no mencionar la colaboración esencial de sus elencos. En suma, el autor en cine es más admirable como conductor brillante, dotado para extraer la mejor orquestación de su equipo, que por sus logros como lobo solitario.
Además, el más individualista de los realizadores totales deberá comprender tarde o temprano que no puede ignorar, y mucho menos ahuyentar, a su participante silencioso y hasta ausente: el público. Necesita que su «afirmación personal» tenga un grado de universalidad. Hacer películas sólo para complacerse a sí mismo, quizá para agrandar su propio ego inseguro, es una afición demasiado cara; no será consentida por mucho tiempo. Los poetas modernos pueden buscar la autoexpresión en símbolos esotéricos que nadie más entiende. Pero al realizador le cuesta mucho desembarazarse de la interrelación con su público.
Tampoco se debe considerar a ésta una causa para el arrepentimiento. Se ha refutado más veces de las que se ha probado que el espectador común de cine tiene la mentalidad de un niño de doce años. No es buena idea la de insultar la inteligencia del público; otros mercaderes, no importa cómo evalúen los gustos e intelectos de sus propios semejantes, prefieren adular a sus clientes.
Al ser un arte democrático, el cine tiene los beneficios y los defectos de las democracias, sus ventajas y sus desventajas. Entre los peligros están la tendencia a la vulgaridad, la perogrullada, la trivialidad y el lugar común. Ya que se dirige a la psicología de las masas, puede ser un vehículo para su seducción, y éste es un fenómeno que hemos experimentado con excesiva frecuencia en las últimas décadas. Entre los aspectos beneficiosos está el juicio sano y saludable que otorga la multitud en contraste con los veredictos de unos pocos árbitros autodesignados que pueden estar dados a los excesos, las creencias erróneas, los sentimientos artificiales, las emociones falsas y las mentiras propias de un esnob. El gran jurado formado por los compradores de entradas de cine, aunque no es infalible, asegura una sana medida de justicia en las cortes.
La mayoría de los realizadores jóvenes, sean o no idealistas, están preocupados por el estado del mundo y las deficiencias de la sociedad. El trabajo de los otros, aunque puedan rechazar su inclusión, influye sobre sus contemporáneos por igual. Porque la verdad es que no todas las narraciones pueden ayudar, pero si instruir, interesar, entretener. No importa cuán egoísta u oportunista pueda ser un realizador, no puede escapar al hecho de ser también un educador.
Por su selección dé hechos de la multitud de la vida y por su actitud hacia ellos, el creador de cine proyecta inevitablemente una visión del mundo.
Consciente o inconscientemente enseña lo que cree. Y aunque hoy esa educación indirecta se pueda ver oscurecida por la gran salida de hojarasca, por las pilas de filmes sensacionalistas o insípidos, el escritor fundamentalmente desciende de una larga línea de ancestros ilustres, de ios antiguos profetas, de los poetas inspirados que guiaban a su pueblo, de los visionarios, los videntes y los maestros.
No importa cuánto lo intente, no puede rehuir esta responsabilidad básica, hoy menos que nunca, porque los medios de comunicación masiva multiplican los efectos de sus palabras. Osear Wilde dijo que la vida imita al arte mucho más que el arte a la vida. Y eso es más cierto que nunca en la actualidad, porque un nuevo peinado lucido por una estrella de cine de inmediato se ve en millones de cabezas aniñadas desde China hasta Zanzíbar.
De modo que el creador cinematográfico afecta a la civilización entretejiendo sus opiniones en el contexto cultural. Para mejor o para peor, altera, forma, daña o nutre el ambiente en el que vive. Aunque puede resistirse con tesón a este lazo y buscar el aislamiento, de todos modos está inextricablemente implicado con sus semejantes, con el destino del mundo, en un interjuego mutuo en el que no sólo absorbe y expresa, sino que también influye.
Aunque no quiera hacerlo, el realizador joven puede estar sugiriendo cómo deberían ser las cosas, revelando con honestidad «en dónde está» o «cómo es». Y la gran necesidad de una visión clara está expresa en mi novela «El decimotercer apóstol»: «Es deber del artista explorar un mundo siempre cambiante, redescubrirlo y recrearlo para cada generación. Su función en el una nación es experimentar la vida tal como es y comunicarla a sus contemporáneos como los ojos, oídos y sentidos, tanto como las emociones comunican al individuo. Nunca antes había sido tan grande la necesidad de un redescubrimiento constante de nuestras vidas porque nunca antes el ambiente había cambiado con tanta rapidez. El mundo tiende a ser algo extraño para nosotros a cada hora por la forma en que está creciendo, día a día, en un millón de lugares separados. Se aleja cada vez más de nosotros con pasos tan pequeños que no los percibimos. Y sin embargo, si de a ratos no lo recapturamos, habremos de terminar, en poco tiempo, sin un sentido real del ser, atrapados por nociones petrificadas y marchitas de climas de un mundo anterior, viviendo como fantasmas en ambientes imaginarios que una vez fueron reales pero ya no existen».