La pregunta que siempre inquieta a la industria es: ¿Por qué una película en particular se convierte en un éxito aunque pueda ser defectuosa? ¿Y por qué la que están exhibiendo en la sala de al lado es un fracaso aunque tiene intenciones igualmente buenas y a veces está incluso mejor realizada?
Costosas experiencias han enseñado que un montaje lujoso y atractivo agrega poco a la diversión del espectador. Estrellas caras han dejado de asegurar grandes entradas de caja. Por cierto, una película bien hecha atraerá más gente que el mismo tema mal filmado; pero en el análisis final es el contenido del relato lo que pesa más que todos los otros atributos. O, como convendría decir en este contexto, la sustancia del relato.
Un hombre va a un restaurante porque quiere comer. Una persona entra a un bar para beber algo. Y cuando la gente va a ver una película es para satisfacer alguna necesidad mental.
Esta necesidad básica a menudo se ve oscurecida por motivaciones superficiales. El espectador de cine dice que quiere salir de la casa, matar el tiempo o distraerse para escapar de las preocupaciones. Pero junto con el propósito evidente hay una expectativa concurrente de que la película pueda saciar un hambre psicológica que se siente de modo inconsciente o que apenas se percibe. La película que mejor responda a esa necesidad «atraerá». Por supuesto que es crucial entender o sentir lo que anhela el espectador. Pero allí surge la dificultad: una película se dirige a públicos que distan de ser homogéneos. Y aun el mismo espectador puede tener distintos deseos en distintos momentos.
Cuando uno abre un periódico en la página de los cinematógrafos puede elegir un título como elegiría un plato en el menú de un restaurante. Una noche puede estar de humor para ver una comedia y otra para ver una policial o una de amor, aunque en general uno prefiere una clase u otra.
Ya que las películas deben satisfacer apetitos variables, sería erróneo servir continuamente la misma clase de alimentos. El exceso saturaría al espectador hasta el punto de enfermarlo, como si hubiera comido de más; por otra parte, dejaría insatisfecho a todos los que quisieran otras cosas. Por eso es necesario tener siempre una amplia variedad de relatos aunque a veces, y temporalmente, una clase sea más requerida que otras. Por fortuna se exhiben a la vez distintas clases de películas en una misma ciudad, de modo que el espectador puede elegir la que quiere ver.
Los psicólogos y sociólogos podrían aprender mucho estudiando y comparando las recaudaciones de las películas. Porque el espectador, mediante su respuesta (es decir: mostrando interés), denuncia sus deseos latentes, sus problemas y dificultades. Y estos no sólo fluctúan de año en año sino que varían dentro de los distintos países e incluso ciudades, en los distintos estratos sociales o según los niveles de educación. Así, el mismo relato puede tener éxito una vez y no tenerlo otra, como lo han probado películas de éxito que han sido refilmadas. Algunas películas hechas durante la Segunda Guerra Mundial llegaron a cumbres de emoción; vistas otra vez hoy, lo dejan a uno preguntándose cómo pudieron haberlo impresionado tanto. Por otra parte, «Enséñame a vivir» (Harold y Maude) obtuvo al comienzo un éxito limitado pero fue ganando renombre en años posteriores.
Anticiparse al público es por lo menos difícil. Un realizador perceptivo me dijo una vez que cualquiera que proclame conocer por adelantado «lo que el público quiere» es un estúpido o un multimillonario. El público no es consciente de deseos expresables con claridad. A veces una película, por un acaso fortuito, acumulará importantes ganancias. Pero la misma película puede tener éxito en el extranjero y no en su país de origen, donde puede ser «irregular». O puede triunfar en grandes ciudades como Nueva York, San Francisco y Chicago y fracasar en los suburbios.
Ya que las encuestas internas del público son poco claras para el análisis y ya que tanto depende de una selección correcta, no es sorprendente que los estudios recurran a imitar los éxitos más recientes. Apenas un nuevo film ha mostrado su atractivo, los productores y agentes se lanzan a una búsqueda frenética de «otro»: otra fiesta en la playa, otro relato de una pandilla de motociclistas, otra «La guerra de las galaxias» (Star Wars).
Sin embargo, la mayoría de las imitaciones no han ganado el aplauso del original. Dado que el tiempo que va desde la concepción hasta la terminación y lanzamiento de una película es de entre 6 y 18 meses, los intereses del público pueden cambiar sustancialmente. Además otras imitaciones, completadas antes, pueden haber deslucido un relato que una vez fue vital.
Si hay alguna relación entre el éxito de taquilla y el clima del momento, ésta por cierto no es evidente. Por ejemplo: vale la pena notar que durante el peor período de la Gran Depresión se filmaron algunas de las mejores (y de más éxito) comedias americanas,' incluyendo aquellas con el ligero «toque Lubitsch», que no contenía trazas de sátira mordaz o de amargura. Inversamente, en la próspera década de 1960 se filmaron una sucesión de pesados dramas de desesperación que acentuaban lo sórdido o feo y no le daban alivio o respiro al público.
También el personaje idolatrado está sujeto a la moda. Por ejemplo: los antiguos griegos admiraban a los hombres bravos y astutos; exaltaban todos los ardides a los que recurría Odiseo. Hoy tendemos a menospreciar a un héroe astuto. En algunas épocas se admiraba la mediocridad y en otras el espíritu aventurero. Más tarde, el líder valiente y de éxito fue vencido por el perdedor, por el golpeado, por el antihéroe.
Las clasificaciones simples como comedia, tragedia, drama de suspenso, película de terror o de espías, no revelan con claridad el contenido. Por ejemplo: una comedia puede hacer reír a la gente porque está hecha para hacerles ver qué absurdo es su sentido de la importancia. O si se perturba la dignidad de alguien, la gente puede reír por un deseo inconsciente de vengarse de la dominación. Además pueden reír al ver que los engaña algo en lo que creen.
Es obvio que hay poca conexión entre estas causas; la comedia que provoca la risa puede satisfacer muchos tipos distintos de apetito mental.
La película en apariencia trivial y escapista puede ocultar mucho sadismo bajo su serena laguna azul. Y el drama que envuelve al espectador en distintas clases de conflictos lo afecta de muchas formas. Aristóteles dijo que el propósito de la tragedia es la catarsis de la pena y el temor. Para un público moderno este concepto bien se podría incrementar hablando del depuramiento psicológico de agresiones, fantasías eróticas, frustraciones, de la reducción de las humillaciones y las iras reprimidas provocadas por «los golpes y dardos de la mortificante fortuna, el dolor de corazón y los mil impactos naturales que la carne puede recibir».
La identificación con el protagonista hace posible esta catarsis. En dos horas el espectador vive acontecimientos que le tomarían años en la vida real. En principio representa, junto con el actor, intenciones que en la realidad no puede ejecutar. Presenciando la película tiene la posibilidad de actuar estos hechos como lo hizo Walter Mitty[2] en sus sueños diurnos. Así obtiene alivio en una dimensión que supera los obstáculos de la realidad.
Esta identificación también puede clarificar los problemas internos y externos del espectador. Si el tema de la película ubica al protagonista en situaciones comparables a las que tiene que enfrentar el espectador, éste ve sus dificultades e indecisiones dilucidadas por una tercera persona. Puede bastar que el relato establezca el problema de una forma clara y definida sin proporcionar una solución oportuna. Enredado en los hechos de su propia vida, es posible que el espectador ni siquiera reconozca el problema; pero si se los presenta en la forma más inteligible del relato cinematográfico, será más fácil para él resolver sus propios conflictos. Y por esa misma razón muchos escritores han descubierto que al elaborar los destinos de sus personajes en el papel, han obtenido introspecciones propias mucho más útiles.
Por ser «de su tiempo», el cine se ha convertido en una fuente de educación para grandes cantidades de gente. Los constantes cambios de las últimas décadas han hecho añicos gran parte de la superestructura erigida en el curso de milenios por el pensamiento filosófico y religioso. Privada del refugio cultural que ofrecen el arte y la literatura, la gente sigue buscando a tientas respuestas para las perturbadoras preguntas sobre la condición humana. Los proverbios y adagios en los almanaques y calendarios ya no parecen aplicables o sólo lo parecen en algún aspecto. Inexorablemente impulsada por los nuevos desarrollos, la persona común se enfrenta a una avalancha de problemas sin precedentes para los que no encuentra preceptos o reglas en las enseñanzas recibidas, que ya resultan antiguas. Para mejor o para peor, la «literatura acelerada de la pantalla» es capaz de seguir el ritmo de los tiempos, que cambia con tanta rapidez.
Ninguna encuesta puede determinar de una forma que resulte confiable qué es lo que molesta, preocupa, conmueve o confunde a un público en un período específico. Para conocer las corrientes subterráneas, las tendencias o necesidades latentes habría que abrir todas las casas y departamentos cerrados para observar y escuchar los pensamientos inaudibles y los sentimientos amorfos. El hecho de que no existan reglas o estadísticas es lo que convierte a la creación en una exploración tan emocionante. Con el tiempo, es más probable que el escritor honesto esté más a tono con el público que el ingenioso proveedor de fórmulas de éxito seguro. Si expresa lo que se agita en su propio corazón es probable que dé voz al silencio de miles de corazones. En este sentido tienen razón los jóvenes realizadores al buscar la autoexpresión aun en un mercado masivo, siempre que su experiencia personal profunda no sea tan individual como para estar separada de lo que es universalmente importante.
Aunque los productores tienden a buscar relatos con un atractivo que sea lo más general posible, una película dirigida a un público específico, aunque limitado, puede llegar con mayor éxito a ese público. Esto se ha hecho más evidente en años recientes, en los que la brecha generacional ha comenzado a hacer astillas a los públicos. Ya no hay una masa monolítica a la que llegar, sino grupos limitados con gustos específicos, ya sean artísticos o de cualquier otra clase. Como resultado, las previsiones financieras de los grandes estudios han caído en la confusión.
Desde el punto de vista comercial una película tiene éxito cuando la gente paga más dinero por verla de lo que el productor pagó por hacerla. Por eso, aunque la Película A pueda tener menos espectadores que la Película B, puede ser un éxito si sólo costó 3.000.000 de dólares mientras que la otra lleva a una posición perdedora si costó 20.000.000. Por eso el libro de balances del estudio no es un reflejo verdadero de los gustos del público.
Las consideraciones monetarias no exigen que todas las películas recauden tanto como «Sonrisas y lágrimas» (The Sound of Music) o «En busca del arca perdida» (Raiders of the Lost Ark), sino sólo que el costo y la atracción mantengan una proporción razonable. El guionista que desea dirigirse a un público limitado deberá tener eso en cuenta: no será conveniente contar su relato en escenas que requieran una producción costosa. Por el contrario, no se deben filmar algunos temas a menos que el costo de la producción esté en proporción a los alcances del contenido.