3. ALTERACIÓN Y AJUSTE

Un ser humano puede no tener alteraciones; es decir, no sentir dolor.

Luego se puede causar dolor en el ser humano, lo que significa crear una alteración. Debemos entender que la alteración es una combinación de dos factores: el ser humano y aquello que le causa dolor. Luego de que el dolor crea el motivo, éste se resuelve en una intención, y ésta a su vez en una lucha con dificultades que se oponen. Después de que la intención ha ganado la batalla se obtiene un estado de ajuste.

Esto nos permite reconocer cuatro estadios:

1. El estadio inalterado.

2. La alteración o perturbación.

3. La lucha.

4. El ajuste.

EL ESTADIO INALTERADO

No puede resultar ninguna intención y en consecuencia ninguna acción de una situación sin alteraciones. No hay dolor causado a nadie. De modo que no hay nadie con motivos para la acción. Antes de que tenga lugar la alteración, el relato no puede ser una serie de incidentes sino que se limita a una descripción de circunstancias.

No es posible una situación completamente libre de alteraciones. Nacemos con alteraciones continuas como el hambre, la sed y el frío. Estos motivos dan como resultado las acciones más comunes de nuestras vidas. Sin embargo a un relato no le conciernen las acciones comunes y frecuentes sino las intenciones y alteraciones específicas. Esto no significa que sólo debemos hablar de la gente sobresaliente y sus acciones sobresalientes, sino que sólo debemos contar las alteraciones e intenciones especificas, aun si corresponden a gente común.

El relato puede comenzar en el estadio inalterado, en la alteración o a veces durante la lucha. A menudo resulta conveniente comenzar en el estadio inalterado para mostrar el contraste entre este momento y la alteración. Si uno comienza durante el estadio inalterado se hace mucho más fácil exponer la alteración. Por ejemplo: se muestra la vida feliz de una familia antes de la llegada de visitantes del espacio exterior. Pero si uno quiere empezar en la alteración, debe dejar implícito un estadio inalterado: empieza con el accidente de un marido, e implica que antes vivía feliz con su esposa.

LA ALTERACIÓN

El ser humano se debe sentir molesto (alterado) para entrar en acción.

Una persona está alterada cuando algo o alguien le causa dolor. Queda claro entonces que una alteración es una combinación de dos partes: una parte es capaz de «amar» u «odiar» y en consecuencia puede sentir dolor y la otra parte es algo o alguien que despierta tal amor o tal odio.

Para crear una alteración por combinación de esas dos partes, sus características se deben rechazar o atraer. Se deben cumplir dos requisitos previos para satisfacer esta condición: en primer lugar, las dos partes componentes deben tener características distintivas, porque las características inexistentes o indefinidas no se rechazarían ni se atraerían. Esto no es aún suficiente. Puede haber combinaciones de caracterizaciones distintas que, pese a todo, resultan indiferentes entre ellas. De modo que el segundo requisito previo para crear una alteración es combinar las características de las dos partes componentes de tal modo que produzcan afinidad o repulsión. Por eso el escritor crea la base para una alteración y las batallas resultantes. Pero aún no ha creado la alteración en sí. Tómese por ejemplo la combinación de un hombre y una mujer que se aman. Las partes componentes se atraen. Si están felizmente casados no hay alteración. O un hombre en Nueva York y otro en Chicago que se desprecian.

Tenemos características que se rechazan. Pero si no existe relación entre ellos, no se sentirán alterados.

El paso final para crear una alteración es separar las partes afines o forzarlas a estar juntas si se repelen.

Es fácil, en comparación, separar las partes afines. Por ejemplo: a un hombre le gusta el dinero pero no lo posee. O a un hombre le gusta una mujer que no puede conseguir. Pero no hay alteración si el hombre que ama el dinero es rico, o si el hombre al que le gusta la mujer está casado con ella.

Es más difícil provocar una alteración mediante repulsión, porque hay que forzar a estar juntas a las partes que se repelen. Si no lo están, cualquier acción resultante se puede comparar con pelear con la propia sombra.

En tanto los dos contrincantes permanezcan en sus rincones, no podrán más que mirarse amenazadoramente. Sólo cuando se enfrenten en el cuadrilátero podrán comenzar a pelear.

Todos conocemos ejemplos de miembros de una misma familia que se aman mientras viven en distintas ciudades. Pero si se ven obligados a vivir en la misma casa comienzan a pelear de la forma más violenta. Muchos maridos aman profundamente a sus esposas mientras están de viaje, pero al regresar, los problemas vuelven a comenzar.

Hay distintas clases de fuerzas o relaciones que mantienen unidas a las partes que se repelen. Todos los seres humanos, por su nacimiento, tienen relación con el mundo exterior, es decir, con las circunstancias que los rodean.

Si las circunstancias y el carácter están en concordancia, no habrá alteración.

Pero si no lo están, se crea una alteración. Por ejemplo: un profesor de biología trabaja en una botica. Un hombre inocente está en la cárcel. Un ladrón es gerente de una joyería. Un hombre pacífico va a la guerra o uno ambicioso proviene de bajos orígenes. Puede haber una mujer celosa en un harén o una cortesana en un convento. En todos casos hay una discordancia entre la caracterización y las circunstancias, y el resultado es una alteración.

Luego encontramos que hay relaciones entre varias personas. Hay relaciones familiares como padres e hijos, o de matrimonio, amistad, relaciones entre jefe y empleado, entre personas que trabajan en la misma oficina o que viajan en el mismo tren.

Estas relaciones pueden tener alteración o no, según la concordancia o discordancia que haya entre la gente que forma la relación. Un marido y una mujer leales forman un matrimonio sin alteración. Un hombre flirteando y una mujer fiel representan una alteración si están casados. Si no lo están, no hay alteración porque no hay relación entre las caracterizaciones que se repelen. O un hijo trabajador y un padre holgazán conforman una alteración. Del mismo modo un jefe ahorrativo y un empleado derrochador. O gente que vive en una misma casa con un inquilino que toca el trombón. Pero no les molestará si una persona en otra ciudad toca el trombón.

Finalmente, se puede crear una relación mediante la intención de alguien.

En ese caso es su intención obligarse a sí mismo a hacer algo. Puede que la intención de la otra persona le resulte agradable a uno y entonces no hay alteración. Pero si hace algo que a uno no le gusta habrá una alteración. Existe una relación si un hombre quiere robarle mil dólares a otro. La relación continúa mientras el otro teme que le robe, o en el caso de que ya se los hubieran robado, si deseara recuperarlos.

Queda claro ahora que debemos mantener la alteración mientras necesitemos acción, es decir, durante el relato dramático. Pero la naturaleza misma de las fuerzas de la afinidad y la repulsión es tal que desean que se elimine la alteración; esto no impide el hecho de que son requisitos previos para causar una perturbación. En otras palabras, las fuerzas de la afinidad desean formar una relación entre las partes que se atraen y las que están separadas; y las fuerzas de la repulsión desean romper una relación que une a las partes que se «odian». De modo que debemos cuidar que no obtengan su objetivo en tanto necesitemos la alteración para los propósitos dramáticos del relato.

Ya entendemos la naturaleza de la alteración. Sin embargo el asunto se complica más aun porque la afinidad y la repulsión pueden existir en la misma combinación. Un muchacho puede amar a una joven sin que ella le retribuya su amor. O puede que ambos se amen, pero pertenezcan a distintas facciones: «West Side Story» (West Side Story). Hay afinidad entre los caracteres pero repulsión entre sus circunstancias. También puede haber afinidad entre algunas características y repulsión entre otras. Muchos matrimonios son así: marido y mujer se aman en lo físico y se detestan en lo intelectual.

El hecho de que existan en la misma combinación afinidad y repulsión puede provocar una alteración sin la influencia de fuerzas exteriores. La repulsión impide que la afinidad termine con la alteración formando una relación y la afinidad impide que la repulsión termine con la alteración rompiendo la relación. Sólo se puede eliminar la alteración si eliminamos la afinidad o la repulsión.

Ésta es la base de casi todas las historias de amor. El autor se pregunta:

¿Por qué quieren estar juntos? ¿Y por qué no pueden estar juntos? En este círculo yace la historia. Considérese Romeo y Julieta. La afinidad a través de la juventud y la belleza de los amantes; la repulsión a través de la enemistad de sus familias. Ni la afinidad ni la repulsión triunfan, por eso el final trágico de la narración, destruyendo a los exponentes de la afinidad y la repulsión.

Los únicos dos modos en que se puede contar en forma dramática un relato de amor son: mostrar cómo los amantes se dan cuenta de su amor, lo que es simplemente un proceso de afinidad que se va haciendo efectiva, o que los amantes son conscientes de la afinidad pero la repulsión les impide estar unidos. La historia de amor típica del cine comienza con la lenta comprensión de la afinidad y luego expone alguna clase de repulsión.

Hasta ahora sólo hemos hablado de caracteres muy simples con deseos claros y distintos. Por supuesto, los caracteres jamás son tan simples; no son del todo decentes o malvados, ni hermosos u horribles. Un hombre puede ser violento e indeciso, lascivo y puritano. El carácter puede contener cualidades que se contradicen o que contrastan.

Distintas características tienen distintos gustos o disgustos, distintos amores y odios. Si estas características contrastan, pueden dar como resultado una persona que quiere algo y no lo quiere a la vez. La afinidad y la repulsión están dentro de una persona. El choque se produce dentro del mismo ser humano. Sólo se puede eliminar si se termina el poder de una característica o de la otra.

Dos personas con afinidades distintas, a menos que las una un vínculo como el del matrimonio, sencillamente se separarán. Pero una persona no puede separarse, de modo que si afinidades que se oponen se encuentran en un mismo carácter, la persona estará dividida. Este puede ser el caso con un hombre lascivo y puritano: puede estar casado con una mujer decente y amarla tanto como a sus hijos. A la vez puede tener una amante que corresponde a las cualidades sensuales de su carácter. Entre las dos mujeres, el hombre puede estar dividido. Tales personas son a menudo un misterio para sus amigos. La explicación es que tienen características y afinidades que se oponen.

Los ejemplos de tales alteraciones son tan frecuentes en la literatura como en la vida real. Goethe dice en Fausto: «Ay, dos almas tengo en mí».

Robert Louis Stevenson va más lejos aun al dramatizar el conflicto de una persona en «El hombre y la bestia» (Dr. Jekyll and Mr. Hyde). Crea la misma persona en dos caracterizaciones distintas que miran y actúan de manera distinta.

La institución de la oposición Dios y diablo es una dramatización del conflicto en el alma humana. Es difícil entender que una alteración mediante características opuestas como bien y mal pueda en realidad tener lugar dentro del mismo carácter. Por eso existe la tendencia a extender el conflicto a dos personalidades distintas tales como Dios y el diablo.

El conflicto entre características que se oponen dentro de una misma persona es uno de los efectos dramáticos más valiosos. Conduce á la prueba del carácter. Después de haberse establecido las características que se oponen, la persona se deber ver forzada a realizar una elección. Invariablemente esto trae una escena culminante de real fuerza dramática.

La conclusión de este examen teórico es que no es posible la acción sin caracterización. Cuando más fuerte queramos que sea una acción, más cuidado debemos poner en la caracterización que deseemos crear. No hay alternativa: caracterización o acción. Ambas están inseparablemente ligadas. Además, aunque en un guión pueda haber distintas caracterizaciones, pueden no producir alteraciones si las combinaciones no están bien ajustadas entre sí. Si cada uno no quiere algo del otro o encuentra algo que no quiere, no tiene posibilidad de obtenerlo o no obtenerlo. No puede resultar acción alguna de caracterizaciones desinteresadas, aunque cada una de ellas pueda ser interesante en sí. Con frecuencia el escritor simplemente «creará» acción. El resultado es penoso y falso. La falsedad se hace evidente en muchas escenas porque la gente hace cosas sin motivo. Este error es común en los novelistas y en los escritores épicos que se prueban en la técnica dramática. A menudo no comprenden que el drama no sólo requiere caracteres interesantes sino también combinaciones de caracteres que produzcan alteraciones.

Al dirigir nuestra atención a la aplicación práctica de nuestros hallazgos, entendemos que debemos comenzar a crear la narración inventando caracterizaciones que produzcan afinidad o repulsión. Se puede reconocer este esfuerzo primario en todas las obras o películas de éxito.

Después de ajustar estas combinaciones de caracterizaciones debemos discriminar con precisión las fuerzas de la afinidad y las de la repulsión. Porque para ponerlas en funcionamiento debemos mantener separadas las partes que son afines y unidas las que se repelen. No es posible hacer correr a una persona detrás de algo que ya posee, ni que un hombre intente eliminar algo que aun no tiene. Para mantener separadas las partes afines debemos tener razones para que lo estén, y para mantener unidas las partes que se repelen debemos tener las fuerzas que impidan que se separen.

Los frecuentes errores con respecto a la afinidad son resultado de que el escritor no ofrece buenos motivos para que los amantes estén separados. Esos escritores deberían ver sus películas en las pequeñas salas de barrio, donde podrían oír expresiones como: «¿y por qué no la besa?» o «¿por qué no se casan?». Esas expresiones suelen estar basadas en un real sentido dramático de afinidad que no es obstruido.

De manera semejante, es un error frecuente que la fuerza que mantiene unidas a las partes que se repelen sea más débil que las fuerzas de la repulsión.

En este caso la relación simplemente se rompería. Pero ésta puede no ser la intención del escritor: puede necesitar la acción por enemistad. Eso lleva a situaciones absurdas que se observan otra vez, en las salas de barrio. Allí, la gente pregunta: «¿y por qué no deja el trabajo?», si presencian una violenta discusión entre un jefe y un empleado, y este último puede conseguir otro empleo y el jefe otro empleado. La fuerza que mantiene unidas a las partes contrastantes es más débil que la lucha entre ellos.

LA LUCHA

Un relato sin lucha nunca puede ser dramático. Es un relato puramente descriptivo. Esto no significa necesariamente que sea un relato sobre una situación inalterada, un relato idílico; aun si cuenta acerca de gente que está resignada a la permanente aceptación de una alteración, sigue siendo un relato descriptivo. Porque el corazón de la narración dramática es la lucha, el deseo de eliminar el dolor mediante la adquisición o la repulsión.

Hay millones de clases distintas de luchas, pero en toda esta variedad la lucha dramática tiene sus requerimientos definidos. Es una lucha para eliminar la alteración. Las aventuras de un borracho pendenciero no representan lucha, pero aquellos a quienes él causó dolor lucharán para recuperar un estado inalterado.

Como tal, la lucha aparece como la transición desde el motivo a la intención y al objetivo y subyace a todas las reglas que encontramos para esta transición.

Un ser humano reaccionará de distinto modo ante los distintos tipos de motivos y el mismo motivo tendrá distintos efectos sobre distintos seres humanos. En consecuencia la calidad de la lucha es producto de la naturaleza del motivo y la caracterización del ser humano.

Considérese un bandido de un carácter dado. Reaccionará de distinto modo, es decir, tendrá distintas intenciones si uno lo pisa, le rehúsa alimento, lo amenaza con una pistola o mata a su hija. El mismo hombre con distintas causas para el dolor tendrá distintas intenciones. En el primer caso la intención del bandido puede ser abofetearlo, en el segundo robar la comida, en el tercero eliminar la pistola y en el último una terrible venganza.

Consideremos ahora la reacción de distintas personas con respecto al mismo motivo. Alguien mata a la hija de un bandido, de un simple ciudadano, de un detective, de un fanático religioso. Es probable que el bandido pretenda matar al asesino, que el ciudadano común recurra a la policía, que el detective intente hallar al asesino no para matarlo sino para entregarlo a la justicia y que el fanático religioso maldiga al asesino. Cada ser humano tiene distintas reacciones ante el mismo motivo y distintos métodos para eliminar el dolor según su naturaleza y los medios de que dispone.

Pero el poder de la intención está determinado por la fuerza del dolor que origina el motivo y por la fuerza con que el ser humano es capaz de reaccionar.

De modo que la proporción entre la fuerza del motivo por un lado y la fuerza de la intención por el otro es de importancia vital. En ningún caso un motivo débil puede originar una intención fuerte.

A veces, sin embargo, la fuerza de la causa puede agregarse a la fuerza del ser humano. Un hombre puede crecer por sobre si mismo si la causa lo justifica.

Ahora estamos listos para investigar la transición de la intención al objetivo.

El establecimiento del objetivo surge de la misma necesidad con que la intención resulta del motivo. En cualquiera y en todos los casos el objetivo es la eliminación del motivo. El objetivo es recuperar un estado inalterado. Como tal, el objetivo queda bien definido en el motivo. No es posible luchar ciegamente en todas las direcciones. Si es la necesidad de dinero la que nos causa dolor, nuestro objetivo, en tanto es causado por esta alteración específica, no puede ser ir a nadar o a tocar el piano sino adquirir dinero. Tocar el piano, en este caso, sólo podría ser una forma de adquirir dinero, y no un objetivo en sí.

Cada intención tiene obstáculos que superar para lograr el objetivo. La lucha es resultado de la intención y la dificultad.

Debe ser evidente que sin una intención, es decir, sin querer algo, no podemos tener dificultades. Por otra parte, una dificultad no existe de por sí sino sólo debido al deseo de alguien de obtener algo. Una montaña no es en sí un obstáculo pero sí lo es si alguien quiere pasar al otro lado. La narración dramática, de la que la lucha es la parte esencial, no puede existir si intenciones y dificultades. Hallamos tres tipos de dificultades esenciales: el obstáculo, la complicación y la contraintención.

El obstáculo es una dificultad de naturaleza circunstancial: en física puede ser la ley de la fricción contra la ley del movimiento continuo. Con respecto a la intención humana, puede ser una montaña que se debe escalar, la falta de dinero o la imposibilidad de comprender una lengua extranjera.

La complicación es de naturaleza accidental. Por ejemplo: un avión se ve obligado a aterrizar por el mal tiempo, un mensajero que quiere llevar un informe se fractura una pierna, un ladrón que quiere robar en una casa no lo logra por la llegada accidental de unos borrachos que se acercan por la calle.

La contraintención es la intención definida de otra persona de evitar el cumplimiento de la intención de la primera persona. También se la llama contratrama. La diferencia con respecto a la complicación está en el hecho de que la complicación radica en que la contraintención se dirige hacia el mismo objetivo y requiere por eso la frustración de la primera intención, en tanto que la complicación puede ser el resultado de la llegada accidental de un obstáculo o de la interferencia no intencional con la primera intención, de otra intención que de todos modos se dirige a otro objetivo. Para usar los ejemplos antes mencionados: la tormenta es sólo una alteración meteorológica que no tiene el propósito definido de forzar al avión a aterrizar. Pero si el aeroplano desciende a causa de un ataque enemigo o del trabajo de unos saboteadores, allí sí hay contraintención dirigida al objetivo negativo en tanto la intención busca el objetivo positivo. La pierna rota del mensajero no es una contraintención sino un accidente. La llegada accidental de un borracho que evita que el ladrón entre en la casa no representa una intención para evitar que el ladrón lleve a cabo sus planes. Pero si la policía llega luego de que el ladrón ha activado una alarma contra robos, eso sí representa una contraindicación.

Dado que se dirige al mismo objetivo y representa un deseo consciente de obstruir la primera intención, la contraintención es la dificultad dramática más efectiva. La ventaja radica en que la lucha gana continuamente nuevos aspectos y que las posibilidades de triunfo o derrota cambian con rapidez.

En comparación, la complicación es menos efectiva; debido a su naturaleza accidental, despierta resentimiento en el espectador: no la planea ni la desea nadie, el actor no la podría prever ni evitar, y en consecuencia no es una prueba real del poder del ser humano para ejecutar su voluntad. Además, por ser accidental, no puede persistir; es una dificultad temporaria, ya que la tormenta desaparecerá con el buen tiempo, la pierna va a sanar y el borracho pasará por la calle. Pero la contraintención sólo dejará de existir cuando la primera intención se haya cumplido o frustrado.

La desventaja del obstáculo es causada por su tendencia a permanecer estático; su naturaleza circunstancial no puede soportar cambios repentinos. La montaña será una montaña durante todo el relato. De modo que en tanto el obstáculo y la complicación son dificultades temporarias satisfactorias, no se los debe emplear como dificultades principales para un relato entero. Sin embargo, bien pueden ser usados para reforzar la contraintención.

Al igual que la intención, la dificultad se caracteriza por la calidad y la fuerza. No cualquiera o cualquier cosa es una dificultad para cierta intención.

La calidad de la persona o cosa en relación con la calidad de la intención puede causar oposición. Sólo una persona o cosa que se opone al camino de la intención puede ser una dificultad.

Además, vemos que todas las dificultades tienen cierta fuerza. Aparecen como el poder para resistir. De modo que sólo se pueden manifestar mediante el choque con la intención.

Si uno quiere romper una ventana, la dificultad tiene poca fuerza porque el vidrio tiene poco poder para resistir. Si uno quiere romper un cerrojo la dificultad es más fuerte porque el acero ofrece más resistencia. Aunque existe siempre, la fuerza de la dificultad se manifiesta sólo si alguien intenta quebrar la resistencia. Del mismo modo, el poder de la intención permanece latente; es decir que no puede ejercer su fuerza si el objetivo se obtiene con facilidad. Esto no significa que la intención es menos fuerte si no tiene dificultades que superar. Sólo significa que su poder se puede hacer manifiesto únicamente en virtud del poder de las dificultades que supera o busca superar. Tanto el hombre que vence las grandes dificultades como el que fracasa revelan grandes intenciones. No es el éxito o el fracaso en el deseo de superar las dificultades lo que revela la fuerza de la intención, porque el éxito o el fracaso dependen del hado, la competencia, la buena o mala fortuna. La fuerza de una intención ya se revela por la fuerza de la dificultad que ataca. Si un hombre ama a una mujer, su deseo de estar unido a ella es muy fuerte. Si él vive en el centro de Nueva York y ella en las afueras de la ciudad, las dificultades para ir de un lugar al otro son muy débiles. Pero si el hombre está en China y la mujer en Nueva York, las dificultades son considerables. En ambos casos la intención del hombre de unirse a la mujer es igualmente fuerte. Pero en el primer caso la fuerza de la intención no puede hacerse manifiesta porque las dificultades que tiene que superar son pequeñas, en tanto que en el segundo caso la fuerza de la intención del hombre se hace manifiesta. Si llega o no a Nueva York no tiene nada que ver con la fuerza de la intención, que ya queda revelada por el simple hecho de intentar tamaña tarea.

Por estas razones no es posible «hablar» de la fuerza de las intenciones en el relato dramático; en su lugar, su poder se debe hacer manifiesto mediante el choque con fuertes dificultades. Muchos autores están tan convencidos acerca de la fuerza de las intenciones de su protagonista, en particular si el relato es verídico, que no las hacen manifiestas. Pero el espectador no tiene pruebas de la fuerza de las emociones o de las intenciones; se resiste a creer tanto en las palabras del actor como en las del autor. Sólo le creerá cuando la fuerza se haga evidente por el choque con las dificultades. Aun el teatro permitió al héroe proclamar detalladamente cuánto amaba a la heroína, pero el teatro está limitado en la cantidad y variedad de las intenciones. El cine, con sus posibilidades de mostrar muchas intenciones, tiene el deber de hacerlas manifiestas mediante el choque.

Como tal, la lucha es una pelea entre fuerzas que se oponen, ya sean ataque y resistencia o ataque y contraataque. Cualquier pelea entre fuerzas que se oponen debe terminar en victoria y derrota a menos que se interrumpa o que termine en un empate. Tal interrupción no está permitida en el relato dramático. La victoria y la derrota son idénticas al cumplimiento y la frustración de la intención, respectivamente. La decisión final se emite en el clímax. Después del clímax no hay cambio posible. Pero el clímax no es igual al objetivo.

El clímax decide la derrota de un lado, después de la cual el lado victorioso puede proceder a lograr el objetivo, lo cual sucederá de inmediato o en alguna fecha posterior.

De modo que encontramos una cantidad de factores con relaciones concluyentes y proporciones entre ellas. Encontramos un sistema de leyes entretejido e interconectado que se viola con facilidad. No es fácil reconocer los errores resultantes.

Del motivo podemos deducir una intención, de la intención el objetivo; de modo que también podemos deducir el objetivo a partir del motivo. De la intención sola podemos deducir retrospectivamente un motivo y hacia adelante un objetivo. Del objetivo podemos deducir una intención precedente y de allí un motivo. El único factor que queda fuera de este círculo de conclusiones lógicas es el cumplimiento o frustración de la intención.

La dificultad del material a menudo tienta al escritor de guiones a pasar por alto o violar estas relaciones. A veces puede mostrar un motivo sin seguirlo de una intención. A veces puede mostrar intenciones sin motivos. Esto es en especial tentador cuando necesita una intención para el desarrollo de una narración para la que no tiene motivo. Nuevamente, sucede que a través de los desarrollos de su relato se crean motivos que él no desea. A él no le interesan las intenciones que resultan de estas alteraciones y por eso tiene la tentación de no considerarlas. Pero esto no es posible: ya sean indeseadas o pasadas por alto, las violaciones de estas relaciones concluyentes son erróneas. El escritor debe aprender a respetar estas leyes. Para encontrar el motivo puede preguntar: ¿por qué actuaría así un hombre? Para encontrar la intención puede preguntar: ¿cómo actuaría un hombre si le sucediera esto? La no comprensión de los motivos latentes se podría expresar mediante el ejemplo algo exagerado de un hombre que se queda en la cama aunque su habitación está en llamas, lo cual sería suficiente motivo para hacerlo huir.

Otro error frecuente se da cuando el escritor ha presentado, quizás, un motivo, pero quiere que el actor logré un objetivo que es más realizable para los propósitos de un relato. Entonces tiene un motivo sin intención y objetivo resultante y tiene un objetivo al que le falta intención y motivo.

Además las fuerzas del motivo y de la intención se mantienen en proporción. Deben tener la misma fuerza. A menudo el choque con las dificultades revela una intención más fuerte de lo que el motivo justifica. Consideremos este ejemplo: el jefe de una empresa de ingeniería envía a uno de sus empleados a una fábrica que está perdiendo dinero. El ingeniero va. Su motivo es simple: es su trabajo, le pagan para eso. Al llegar comprueba que incendiarios de una fábrica de la competencia están tratando de arruinar la maquinaria. En el curso del conflicto ambos lados están en gran peligro: arriesgan sus vidas.

Revisemos ahora los motivos: gana trescientos dólares semanales. Por eso tiene que arriesgar su vida. No tiene sentido. Intentemos ahora mejorar la fuerza del motivo para que sea igual a la fuerza de la intención. El ingeniero ha intentado conseguir empleo en todas partes y ha fracasado; está al borde de la desesperación cuando le ofrecen este empleo. Este motivo tiene sentido. Si no acepta el empleo puede morir de hambre. Si lo acepta lo pueden matar. O probemos de otro modo: los saboteadores vienen del espacio exterior. Si el ingeniero arriesga su vida no lo hace por trescientos dólares semanales sino por el planeta Tierra. Eso basta para equipararla a una intención fuerte.

Éstos son los peligros que resultan de la interconexión de estas leyes. Pero también hay ventajas.

Si estas relaciones y proporciones son tan firmes y estrictas que podemos deducir una a partir de la otra, podemos dejar de mostrar y exponer cada una y todas ellas; será suficiente exponer una para conocer las demás. Esto es de valor inestimable al hacer el relato de la película.

Por otra parte, si el escritor no tiene en cuenta esta exposición automática de los factores entre sí y espera evitar contradicciones simplemente mostrando uno o dos factores, se lo podría comparar con un avestruz que mete su cabeza en la arena.

Llegamos ahora a un punto muy importante: la única excepción con respecto a estas deducciones automáticas es el cumplimiento o frustración de la intención. Pero en esta posible inseguridad subyacen del mismo modo las reglas firmes. Sabemos que la intención busca alcanzar el objetivo. Deducimos entonces que lo logrará. El único caso en el que tiene efecto la inseguridad es cuando a la intención se le oponen dificultades. Para estar inseguros sobre el cumplimiento o frustración de la intención necesitamos conocer la existencia de dificultades que se le oponen.

Esto ha preparado nuestra comprensión para uno de los hechos más importantes en la escritura de una película. Ahora somos capaces de transformar nuestro conocimiento teórico en reglas para aplicación práctica.

En realidad, la transición de motivo a intención y a objetivo toma tiempo.

Si queremos ir caminando de Washington a Nueva York nuestra empresa requerirá un largo tiempo. Si queremos un cigarrillo, el tiempo requerido es breve.

Es nuestro deseo representar aquellas intenciones que requieren un largo tiempo tanto como aquellas que requieren escaso tiempo. Pero la película sólo tiene dos horas a su disposición, en tanto que la intención de caminar de Washington a Nueva York probablemente requiera dos semanas. Pero el cine puede contener acciones que insumen tanto tiempo debido a las interrupciones entre escenas. Recordemos que durante el cambio de una escena a otra transcurre un lapso indefinido. En consecuencia la transición de motivo a intención y a objetivo puede haber tenido lugar en ese lapso.

Ésta es una ventaja singular del cine, porque el teatro, que sólo tiene unas pocas escenas y por lo tanto pocos lapsos entre ellas, debe casi siempre ejecutar toda la transición; debe mostrar todo el desarrollo exceptuando las raras intromisiones o salidas y entradas de actores. La desventaja es doble: primero, hace que el movimiento del relato sea más lento; y segundo, el escenario tiene que descartar muchos desarrollos que llevaría demasiado tiempo ejecutar.

Pero el cine puede hacer uso de nuestra capacidad de deducción con respecto a la transición de un factor al otro, empujando la transición real y el tiempo entre escenas.

De este modo podemos decidir qué hechos deben ocurrir en el lapso y cuáles deben estar presentes en una escena. Toda acción, todo acontecimiento o evento, o todo desarrollo que podamos deducir debe ser empujado al lapso entre escenas. Esto no interesa. Si se nos muestra algo que podemos deducir tiene el mismo efecto que si se nos vuelve a contar lo que ya sabemos. Es como si nos lo contaran dos veces y por lo tanto nos aburre y retrasa el progreso de la película.

Sólo se deben mostrar aquellos desarrollos y acontecimientos que no podemos deducir con certeza y que son interesantes para nosotros. Encontramos aquí que el único factor que está fuera del alcance de nuestra deducción es el logro del objetivo, si sabemos las dificultades que se le oponen. La ejecución de una intención sólo se hace interesante si hay una posibilidad de que se frustre. A la inversa, esto significa que para que esté permitido mostrar la ejecución de una intención debemos crear una dificultad que se le oponga. No bien desaparece esta posible oposición deducimos el cumplimientos de la intención y la película debe llevarnos de inmediato al objetivo.

Consideremos un ejemplo: un hombre quiere ir a Florida. Tiene el dinero, tiene tiempo y no hay ninguna duda relacionada con el logro del objetivo de esta intención.

La película estaría forzada a mostrarlo de inmediato en Florida. No sería para nada interesante mostrarlo comprando los pasajes, yendo al aeropuerto, tomando el avión y luego llegando a Florida. Para que fuera posible mostrar todas estas cosas tendríamos que establecer que algo o alguien deseaba evitar que él fuera allí, porque no podríamos deducir con certeza que la intención del hombre cumpliría su objetivo.

Esto se aplica también a las historias de amor. Si un hombre y una mujer con una perfecta afinidad y sin dificultades obvias se encuentran, no hay duda de que lograrán su objetivo. La película debería mostrar su boda en la siguiente toma, ya que no tenemos dudas sobre el cumplimiento de su intención. Todas las escenas de amor intermedias no resultarían interesantes. Para mostrar estas escenas de amor deberíamos poner al espectador en conocimiento de algunas dificultades que le pudieran impedir deducir el objetivo. El caso opuesto es igualmente erróneo. Si conociéramos algunas dificultades que se opusieran, sería falso que la película nos llevara de inmediato al objetivo porque no podríamos deducir su logro. Hay una duda sobre el cumplimiento de la intención, por lo tanto se debe mostrar la ejecución de la intención. Por ejemplo: un hombre quiere ir manejando de una ciudad a otra. Sabemos que unos criminales han tendido una trampa en la carretera. Sería erróneo mostrar la llegada del hombre en la escena siguiente. Éste es un ejemplo muy obvio, pero hay casos en los que la intención se enfrenta a dificultades que el escritor no desea en particular. Si uno cruza la sala hacia el dormitorio, no hay dificultades aparentes que se enfrenten a la intención. Pero si un hombre cruza la selva amazónica se enfrenta a grandes dificultades. Sería imposible deducir el cumplimiento satisfactorio de su intención. El escritor de guiones está forzado a mostrar instancias donde la intención supere con éxito a la dificultad que se le opone (escapar de tribus hostiles o de la muerte por la mordedura de una serpiente) o debe preparar con antelación formas seguras de ejecutar la intención, de modo que podamos deducir el logro satisfactorio del objetivo. O puede contarnos luego cómo logró superar las dificultades. Pero de ningún modo el escritor ha de ignorar las dificultades que se oponen a una intención.

Con esto hemos investigado todas las reglas con respecto a la lucha y su aplicación práctica en el cine.

EL AJUSTE

El ajuste tiene lugar cuando se logra el objetivo. Significa que se ha cumplido el propósito de la lucha: la alteración ha dejado de existir.

La alteración es el punto de partida y el ajuste el punto de llegada. La transformación de uno en el otro puede ser gradual o repentina, lo cual quiere decir que en el primer caso el proceso de ajuste es lento y se distribuye a lo largo del relato y en el segundo caso el ajuste es rápido y lo posibilita un hecho repentino. En ambos casos la lucha es continua.

Sólo encontramos tres modos posibles para lograr el ajuste: destruimos las fuerzas de afinidad o repulsión, creamos una relación entre los objetos afines o interrumpimos una relación entre los objetos que se rechazan.

Una relación se puede crear o interrumpir de forma repentina y momentánea. Podemos contraer matrimonio poco después de superar las dificultades que había en el camino y podemos sentir un rápido y repentino alivio al enterarnos de que nuestro enemigo ha muerto. Pero para anular las fuerzas de afinidad o repulsión debemos cambiar la caracterización o las circunstancias. Las circunstancias pueden variar rápida o lentamente; por ejemplo, podernos adquirir dinero en un juego de naipes o perderlo en una crisis bancaria, o podemos conseguir otro empleo; por otra parte, podemos ahorrar dinero lentamente. Pero la caracterización sólo se puede cambiar en un proceso lento. Un carácter se puede deteriorar con el correr de los años o mejorar en el curso de los meses, una persona vivaz puede volverse depresiva y una triste volverse optimista, un estúpido puede aprender y una persona descuidada hacerse ordenada. Pero no es posible que una persona completamente mala se haga buena en un instante ni que una persona brutal se serene o que un mentiroso se vuelva sincero. Por estos motivos puede tener lugar con rapidez un ajuste en donde haya creación o interrupción de una relación o donde se necesite una anulación de la afinidad o la repulsión mediante un cambio de circunstancias. Pero donde se haga necesario un cambio de carácter el ajuste debe ser gradual y lento.

Es frecuente que al escritor le importe poco el ajuste hasta la última parte de su relato. Esto es posible si el ajuste ha de tener lugar con rapidez, pero si se lo ha de lograr mediante un cambio de carácter debe estar preparado desde mucho antes. No reconocer esto da como resultado situaciones muy tontas: el escritor busca algo que cambiará inmediatamente a un individuo malvado en una buena persona. Buscará en vano, porque nada hay lo suficientemente fuerte como para cambiar repentinamente el carácter de una persona. Pero aquí recordamos que un carácter puede consistir de dos lados contrastantes. Si este es el caso, un cierto hecho puede causar la victoria del lado bueno o del malo; pero esto no es igual a un cambio de carácter sino que es una victoria de una característica sobre la otra. Por esta razón se debe establecer por anticipado que en un carácter existen ambos aspectos.

Un buen ejemplo del cambio de carácter es La fierecilla domada, de Shakespeare. Kate comienza siendo una niña salvaje y lentamente se va transformando en una mujer suave y sometida. Pero aun ahí debemos suponer que en todo su salvajismo original había un deseo de ser sometida, lo cual es otra vez equivalente a dos lados distintos de un mismo carácter. Las desventajas de un ajuste tan lento radican en el hecho de que no hay clímax posible, y que la intención de Petruchio de someterla va haciéndose cada vez más segura, porque lentamente se va haciendo evidente que ella se someterá mientras su carácter se vaya suavizando. Este cambio gradual hacia la certeza del resultado reduce poco a poco nuestro interés.

El ajuste significa que se ha recobrado un estado inalterado, que puede ser igual o distinto al del punto de partida. Es muy peligroso volver al mismo estado original porque entonces, aunque hayan sucedido cosas, nada habrá cambiado. El espectador se sentirá insatisfecho si se lo lleva de regreso al punto de partida, como el hombre en el desierto que regresa siguiendo sus propios pasos. Si nada ha cambiado a pesar de todas las fuerzas que se despertaron, el espectador puede preguntar: ¿y para qué contar este relato? Si el ajuste se logra mediante la boda de una pareja que no estaba casada, hay un cambio. O si es resultado de un divorcio, también hay un cambio. Pero si el relato se refiere a un matrimonio y a una tercera persona que llega y amenaza con hacer fracasar ese matrimonio y ese relato termina con el alejamiento de esa tercera persona y el matrimonio sigue viviendo feliz, no hay cambio. Para hacer factible este relato sería necesario mostrar por lo menos que el matrimonio pelea por pequeñeces. De repente el problema real llega con una tercera persona. Después de que esta persona es eliminada, el amor de la pareja se hace más fuerte y sublime. Algún cambio hay.

Es interesante observar que al terminar la película «Sospecha» (Suspicion), de Alfred Hitchcock, la mayoría de los espectadores sentían una gran insatisfacción. No parece haber un motivo obvio, porque el final es feliz. La explicación es que no hay cambio tras la lucha. Cary Grant y Joan Fontaine se encuentran felizmente casados antes y después. Esto se ve más acentuado porque la lucha se desprende de una causa ficticia y no de una real. El público toma a mal el haber participado de la sospecha y el suspenso sin razón real y sin resultado real.

Esto explica la naturaleza del ajuste con respecto a la alteración y la lucha.

Se debe comprender que no todas las intenciones en el relato pueden lograr el ajuste. Al contrario, en un relato con intención y contraintención se debe evitar que una logre su ajuste para permitir que la otra lo alcance. Aunque no todas las intenciones se ajusten, todas deben ser llevadas a un final, que puede significar frustración, en tanto el ajuste significa que la intención logra su objetivo cumpliéndolo.

Si el escritor del guión ha llevado a término todas las intenciones, tiene derecho a esperar que el espectador esté satisfecho, pero pronto descubrirá que el espectador no aceptará la frustración definitiva de una buena intención ni creerá en el ajuste final de una mala intención. Es probable que su veredicto sea que el relato no ha terminado porque sólo podría terminar después de que los buenos hubieran ganado.

De modo que un final infeliz originado en el fracaso del ajuste que se podría lograr más tarde es un falso final infeliz. Mientras un hombre esté vivo seguirá luchando, esperando, deseando un ajuste. Esperamos que las personas cuyas intenciones se han frustrado traten tarde o temprano de obtener el ajuste.

Podemos tomar tal final infeliz sólo como algo temporario. Sabemos que la mente de la persona infeliz no está en paz porque aun siente dolor; y una persona que siente dolor actuará para eliminar las causas de ese dolor. El espectador no está satisfecho porque quiere saber cómo resultará el próximo intento de lograr el ajuste.

La aceptación de un equilibrio constantemente alterado se llama resignación. Hasta cierto punto puede constituir un punto de descanso y en consecuencia un final apropiado para un relato. La única dificultad es que ningún ser humano se resigna jamás por entero, en tanto sí puede sentirse por completo satisfecho. La alteración está latente y puede surgir en cualquier momento. De modo que el espectador se niega a aceptar este final como definitivo.

Hay verdadero final infeliz cuando el exponente del bien, o uno de los amantes, muere. Así se hace imposible lograr un ajuste más tarde. El efecto trágico causado por tal final infeliz no es resultado de una construcción dramática defectuosa sino del contenido del relato. Los verdaderos finales infelices se hallan en películas como «La dama de las camelias» (Camille).

Si ambos amantes mueren no hay final infeliz real porque quedan unidos en la muerte. Es interesante observar que el auditorio no toma a mal ese final infeliz porque siente que los amantes no están separados. No hay insatisfacción al final de Romeo y Julieta o de «Cumbres borrascosas» (Wuthering Heights). En esas historias los amantes están unidos en la muerte. La explicación de que no quedemos insatisfechos desde el punto de vista estructural es que no hay alteración, como la que existe en los casos en que un amante permanece vivo.