¿QUÉ ES UNA MADRE?

Mi madre me dio la vida:

mi madre arrulló mis sueños

cuando en mi infancia querida

soñaba el alma dormida

con horizontes risueños.

Alzóme su amor altares,

sembró mi vida de flores

y un templo fueron mis lares

al rumor de sus cantares

y al calor de sus amores.

¡Cómo poderlo olvidar

si ella me enseñó a marchar

por la senda del deber,

y ella me enseñó a rezar,

y ella me enseñó a creer!

¡Qué dulzura tan ardiente,

me daba su labio amante,

cuando besaba mi frente

con ese amor delirante

que sólo una madre siente!

Ella me supo infundir

esta santa fe crisitiana

que me ha ayudado a vivir,

y ha de ser quizá mañana

la que me enseñe a morir.

Sus labios me la enseñaron

y en mi mente la infundieron,

sus virtudes la cantaron,

sus ejemplos me la dieron,

sus besos me la grabaron.

¡Aunque sólo le debiera

esta fe que me infundió,

diérale mi vida entera,

y aun pagarle no pudiera

el tesoro que me dio!

¡Cuántas lágrimas me evita,

cuántos dolores me calma,

cuántos pesares me quita

la fe querida y bendita

que infundieran en mi alma!

Del mundo en el ancho mar

bogando tras el saber,

es muy fácil naufragar

y es muy difícil vencer

queriendo sin fe luchar;

Acaso tú no comprendas

lo que diciéndote estoy

de estas mis luchas tremendas…

Mas, si no lo entiendes hoy,

mañana quizá lo entiendas.

Siempre, siempre que he invocado

de esa fe la santa ayuda,

con más valor he luchado

y mi espíritu ha triunfado

en sus luchas con la duda.

¿Y a quién debo tal victoria

sino a mi madre querida,

que en el alma y la memoria

dejóme esta fe esculpida

como un título de gloria?

¿Y a quién, si a tu madre no,

vas a deber tú mañana,

cual debo a mi madre yo

esta santa fe cristiana

que en el alma me infundió?

¡Bendito el ser que en mi mente

consiguió grabarla un día

con besos de amor ardiente

cuyo calor todavía

me está abrasando la frente!

¡Cuántas noches de desvelo,

cuánta lágrima vertida,

cuánto incierto desconsuelo

costé a la madre querida

que en mí cifraba su anhelo!

¡Cuántas tristes aflicciones,

cuántas hondas emociones,

su corazón sufriría!

¡Cuántas dulces oraciones

junto a mi cama alzaría!

¡Cuándo podré concebir

dolor tan hondo y tan fuerte

como ella debió sentir,

viéndome a mí combatir

entre la vida y la muerte!

Di: ¿tu mente ha concebido

lo que ella sufrió por mí?

¡Pues ya tienes comprendido

lo mucho que habrá sufrido

tu amante madre por ti!

¡ámala, pues! Y si eres

un hijo bueno que quieres

su amor, en parte, pagar,

cumple todos los deberes

que ahora te voy a enseñar.

TU MADRE

Si en los humanos seres del mundo moradores

hay un amor purísimo de celestial sabor,

es el amor de madre, de todos los amores,

el celestial, el puro y el verdadero amor.

Por eso ante los ojos del Dios omnipotente,

no debe haber pecado ni ingratitud mayor

que la del hijo ingrato que con amor ferviente

no paga amor tan grande de que es filial deudor.

En el amor materno todo es pureza,

todo es afecto tierno, todo grandeza.

Bien ajeno a los vicios del egoísmo,

todo él es sacrificios, todo heroísmo.

Si tú de ese amor santo ser digno quieres,

ama a tu madre tanto como pudieres,

porque su amor es puro, grande y sincero,

y es noble, y es seguro, y es verdadero.

Por la santa memoria

de tu buen padre

ama a tus hermanitos

y ama a tu madre;

que al buen hermano

y al buen hijo, Dios mismo

les da la mano.

LOS AMIGOS

Te encontrarás mañana, si dejas de ser niño,

amigos que protesten de su amistad leal;

tendrás acaso muchos que fingirán cariño

y hasta daránte pruebas de afecto fraternal;

pero si tú te inspiras en mi consejo sano,

tendrás para tratarlos una prudencia tal,

que su amistad dañina te ofrecerán en vano,

cuando arrastrarte quieran con su amistad al mal.

Huye del falso amigo que se enmascara,

más que del enemigo que da la cara;

y no uses de violencia para alejarlos,

pero sí de prudencia para tratarlos.

Son muchos los venales y los arteros

y pocos los leales y los sinceros.

¡Yo no quiero contarte los que he encontrado

porque ibas a quedarte maravillado!

Si tú encuentras alguno

fiel y sincero,

has de quererle tanto

como te quiero,

porque ese amigo

será siempre tu hermano

para contigo.

LA HONRADEZ

Jamás el puro espejo de tu conciencia sana

empañes con la mancha de deshonrosa acción;

jamás con las miserias de la maldad liviana

desmientas tu cristiana y honrada educación.

Jamás en el combate del bien y la impureza

sucumba deshonrado tu noble corazón,

ni al tentador halago de terrenal riqueza,

ni al miserable impulso de material pasión.

La honradez es tesoro tan verdadero,

que no lo compra el oro del mundo entero,

pues la mayor riqueza de la existencia

es la santa pureza de la conciencia.

El que la haya manchado de lodo inmundo,

un hombre despreciado será en el mundo,

y el que la haya perdido, será ante el Cielo

réprobo maldecido más que en el suelo.

No extrañes que no premien

en la existencia

los sentimientos puros

de tu conciencia.

¡El hombre honrado

por el Juez de los jueces

será premiado!

EL TRABAJO

Cuando de Dios la mano sabia y omnipotente,

puso en el mundo al hombre luego que lo creó,

el hombre ingrato y débil fuele desobediente

y el Creador al trabajo su vida encadenó.

Siendo, pues, el trabajo ley soberana y santa

que el Hacedor del mundo con su poder dictó,

debemos acatarla con reverencia tanta

como el poder merece de quien la promulgó.

Es el trabajo fuente de la riqueza

y aguijón diligente de la pereza;

la ruina y los pecados más lastimosos

son frutos obligados de los ociosos.

Si en el trabajo honrado tus miras pones,

vivirás alejado de tentaciones,

labrarás con tus manos tu bien futuro

y el pan de tus hermanos harás seguro.

Honrado patrimonio

te dio tu padre

consérvalo y ayuda

siempre a tu madre,

y Dios un día,

te dará a manos llenas

pan y alegría.

DIOS

¿Quién es el hombre ingrato que de la mano santa

del Dios pródigo y grande la vida recibió,

y ante su Dios postrado los ojos no levanta

reconociendo humilde cuanto el Señor le dio?

¿Quién es el hombre ingrato que con placer no canta

las eternales glorias del Dios que le creó,

y no agradece humilde misericordia tanta

y bienes tan inmensos como él le dispensó?

Dios les da a los que lloran dulce consuelo

cuando su auxilio imploran con fe y anhelo:

Y ¡ay de los descreídos que no le llaman!

Y ¡ay de los pervertidos que no le aman!

Ante Dios de rodillas alza tus preces,

que cuanto más te humilles, más te ennobleces;

y ten siempre presente que el mal cristiano

no puede ser buen hijo ni buen hermano.

Alza al cielo los ojos

constantemente,

sé cristiano sincero,

sé buen creyente,

que al buen cristiano

Dios, que es Padre de todos,

le da la mano.

¡POR TU PADRE!

¡Cuanta sublime belleza

hay en la hermosa plegaria

santa y pura,

del huerfanito que reza

del padre en la solitaria

sepultura!

¡Con qué divina armonía

sonarán sus oraciones

en el cielo

como eco de una alegría

que busca a las aflicciones

un consuelo!

Los ángeles al oírlas,

con voces mil ideales

le harán coro,

para ante Dios repetirlas

al son de sus celestiales

arpas de oro.

Y el Dios Grande y Soberano,

coronado por millares

de luceros;

el que con su sabia mano

trazó a los revueltos mares

sus linderos;

el que desgaja los montes

e incendia con las centellas

el espacio,

y pinta los horizontes

con tibias auroras bellas

de topacio;

el que, con mano potente,

va los ejes gobernando

de la tierra;

el que despeña el torrente

que desciende rebramando

de la sierra;

el que riza suavemente

las ondas del claro río

bullicioso,

o le ordena de repente

que se desborde bravío

y espumoso;

el que bañó de colores

las alas de las bullentes

mariposas,

y dio a la brisa rumores

y aguas puras a las fuentes

bulliciosas;

el que corona de nieve

las más altivas montañas

de la tierra,

y cuida el átomo leve

perdido entre las entrañas

de la sierra;

el que encierra en las semillas

gérmenes fecundadores

diminutos,

incógnitas maravillas

de donde surgen las flores

y los frutos;

el que dispone del freno

del rayo de la tormenta

destructor,

y apaga la voz del trueno

que en el espacio revienta

con fragor;

el que selvas y jardines

pobló de divinos coros

trinadores,

de pintados colorines

y de pardos y canoros

ruiseñores;

el Dios que lo mismo cuida

del insecto que en la tierra

yace hundido,

que del águila atrevida

que en el peñón de la sierra

cuelga el nido;

el que a las flores dio aromas,

y a los arroyos corrientes

placenteras,

y dio arrullo a las palomas

y rugidos estridentes

a las fieras;

el que cuajó de topacios

las tibias auroras bellas

purpurinas,

y salpicó los espacios

con una lluvia de estrellas

diamantinas;

el Dios de existencia eterna

que, con gran sabiduría

providente,

rige, conserva y gobierna

la universal armonía

sorprendente;

el que es la Suma Belleza

y es la Razón Soberana

de la vida;

el que es la Suma Grandeza

jamás por la mente humana

concebida…

¡Ese gran Dios soberano

bendice las oraciones,

siempre puras,

del huerfanito cristiano

que llora sus aflicciones

prematuras!

¿Ves qué sublime grandeza

hay en el ruego inspirado

y afligido

del huerfanito que reza

por el padre idolatrado

que ha perdido?

¿Soñaste mayor grandeza

que la de ser bendecido

por la mano

que en la gran naturaleza

de su poder ha vertido

sólo un grano?

¿Soñaste mayor consuelo

para calmar aflicciones

y agonías

que el de saber que en el cielo

se escuchan las oraciones

que a él envías?

Reza, pues, querido amigo,

y de tu padre venera

la memoria;

que yo rezaré contigo

por la paz dulce y eterna

de su gloria.

¡Reza, reza con tu madre

y de su alma solitaria

sé el consuelo!

¡Reza, que tu pobre padre

bendicirá tu plegaria

desde el cielo!

RECUERDO DE TU PRIMERA COMUNIÓN

¿Cómo podré yo pintarte

prueba tan grande de amor?

¡Cómo podré yo expresarte

la gran bondad del Señor

que ha venido a visitarte?

¿Dónde podré yo encontrar

acentos para un cantar

de celestial armonía,

si el son de la lira mía

no puede hasta Dios llegar?

¿Cómo he de poder cantar

lo que no sé comprender?

¿Cómo he de poder pintar

lo que me puede cegar

con la luz de su poder?

El Dios que quiso crearte

ha querido a él acercarte,

y quiere junto a él tenerte,

y quiere santificarte,

y quiere hijo suyo hacerte.

¿Qué lira puede cantar,

qué pincel puede pintar

ni qué corazón medir

la prueba de amor sin par

que acabas de recibir?

Ni la puedes comprender,

ni la puedes merecer,

mas di humillado «¡Señor!,

¡eres grande en tu poder,

pero más grande es tu amor!

No te ha bastado lavarme

de mi culpa en el Calvario,

y ahora vuelves a llamarme

desde un humilde Sagrario

sólo por santificarme.

Si causa de tu Pasión

fue mi redención primera,

sea esta santa comunión

mi segunda redención

y mi redención postrera.

¡Hazme bueno; hazme cristiano;

no apartes de mí tu amor,

no apartes de mí tu mano,

que yo prometo, Señor,

ser buen hijo y buen hermano!»

A CÁNDIDA

I

¿Quieres, Cándida saber

cuál es la niña mejor?

Pues medita con amor

lo que ahora vas a leer.

La que es dócil y obediente,

la que reza con fe ciega,

con abandono inocente.

la que canta, la que juega.

La que de necias se aparta,

la que aprende con anhelo

cómo se borda un pañuelo,

cómo se escribe una carta.

La que no sabe bailar

y sí rezar el rosario

y lleva un escapulario

al cuello, en vez de un collar.

La que desprecia o ignora

los desvaríos mundanos;

la que quiere a sus hermanos;

y a su madrecita adora.

La que llena de candor

canta y ríe con nobleza;

trabaja, obedece y reza…

¡esa es la niña mejor!

II

¿Quieres saber, Candidita,

tú, que aspirarás al cielo,

cuál es perfecto modelo

de cristiana jovencita?

La que a Dios se va acercando,

la que, al dejar de ser niña,

con su casa se encariña

y la calle va olvidando.

La que borda escapularios

en lugar de escarapelas;

la que lee pocas novelas

y muchos devocionarios.

La que es sencilla y es buena

y sabe que no es desdoro,

después de bordar en oro

ponerse a guisar la cena.

La que es pura y recogida,

la que estima su decoro

como un preciado tesoro

que vale más que su vida.

Esa humilde jovencita,

noble imagen del pudor,

es el modelo mejor

que has de imitar, Candidita.

III

¿Y quieres, por fin, saber

cuál es el tipo acabado,

el modelo y el dechado

de la perfecta mujer?

La que sabe conservar

su honor puro y recogido:

la que es honor del marido

y alegría del hogar.

La noble mujer cristiana

de alma fuerte y generosa,

a quien da su fe piadosa

fortaleza soberana.

La de sus hijos fiel prenda

y amorosa educadora;

la sabia administradora

de su casa y de su hacienda.

La que delante marchando,

lleva la cruz más pesada

y camina resignada

dando ejemplo y valor dando.

La que sabe padecer,

la que a todos sabe amar

y sabe a todos llevar

por la senda del deber.

La que el hogar santifica,

la que a Dios en él invoca,

la que todo cuanto toca

lo ennoblece y dignifica.

La que mártir sabe ser

y fe a todos sabe dar,

y los enseña a rezar

y los enseña a crecer.

La que de esa fe a la luz

y al impulso de su ejemplo

erige en su casa un templo

al trabajo y la virtud…

La que eso de Dios consiga

es la perfecta mujer,

¡y así tienes tú que ser

para que Dios te bendiga!

DOS CARTAS

I

¡Hijito del alma mía!

Anoche un sueño terrible

me hizo asistir al horrible

martirio de tu agonía.

¡Tremendas cosas soñé!

Soñé que el hijo querido

diome sin pena al olvido

y apostató de su fe.

Y presa de horrible espanto

te vi despertar, hijito,

de ese colegio bendito

donde se aprende a ser santo.

Y loca, al verte manchado,

bajé a buscarte al abismo,

al fangal, al antro mismo,

donde se encueva el pecado.

Sin Dios, sin madre y sin fe,

¡qué solo estabas allí!

Muerta de miedo te vi,

loca de amor te llamé.

Y la manada maldita

de aquellas bestias salvajes

llenó de injurias y ultrajes

a la infeliz viejecita.

Después, en mi desvarío,

soñé que un sayón de aquellos

me arrastró por los cabellos,

¡que son blancos, hijo mío!

Y tú, de la turba en pos,

ibas riendo… ¡Te vi!…

¡Te oí maldecirme a mí!

¡Te oí blasfemar de Dios!

…………………………

Y al despertarme exclamé:

«¡Que muera el hijo, gran Dios;

pero llevádmelo Vos,

que para Vos lo crié!…»

………………………….

Perdona a tu madrecita

si ha soñado el desatino

de que eras el asesino

de tu pobre viejecita.

¡Delirios!… Sabe tu amor

que tengo en el alma frío

y sólo vivo, hijo mío

de tu cariño al calor.

Muerta el alma de tristeza,

seca de llanto la fuente,

llena de arrugas la frente,

blanca la débil cabeza,

trémula la pobre mano

que estos renglones escribe,

soy una muerta que vive

al sol de un amor lejano.

Tú eres mi sol, hijo mío,

y mientra él me caliente

podrá haber frío en mi frente,

¡en mis entrañas no hay frío!

II

Besando estoy madre mía,

tu carta de angustia lleno.

Si por Dios no fuera bueno,

sólo por ti lo sería.

Jamás amarguen tu amor

esas quimeras extrañas;

el hijo de tus entrañas

vive en la fe del Señor;

y de ella y con ella lleno,

ni aun en sueños ha salido

de ese colegio querido

donde se aprende a ser bueno

………………………….

Por eso en esta mansión

toda frase es caridad,

todo suspiro es piedad,

todo arrullo es oración.

¿Y tú quizá lo dudaste?

¡Ni en sueños de calentura

no se puede fingir locura

mayor que la que soñaste!

Labios que tú has de besar

no podrán nunca verter

blasfemias de Lucifer,

palabras de lupanar.

Yo, que ante Dios lo he jurado,

hoy lo juro ante mí mismo:

¡No bajarás tu al abismo

buscando al hijo manchado!

………………………….

¿Soñaste que el mundo vano

hízome impío? ¡Quimera!

Si yo en tus brazos muriera,

¡vieras morir a un cristiano!

¿Soñaste verme de fijo

romper de tu amor los lazos?

Si yo muriera en tus brazos,

¡vieras morir un buen hijo!

Perdono a mi madrecita

si ha soñado el desatino

de que yo era el asesino

de mi amada viejecita.

Y dejaréla decir,

ya que es ese su placer,

que el calor de mi querer

la está ayudando a vivir.

¡Así vivimos los dos!

Por eso el día tremendo

en que mi ruego no oyendo

me deje sin madre Dios,

Dios ha de ver cómo escribo

sobre la tumba sombría:

«Cuando esta madre vivía,

no estaba muerto este vivo».

No sospeches, madrecita,

que mi espíritu atormentas

cuando en tus cartas me cuentas

lo que te aflige y te agita.

Yo olvidaré de una vez

esas tus locas visiones,

que no son más que aprensiones,

ternuras de tu vejez…

Pero, en cambio, yo te exijo

que tú también las olvides,

que te alegres, que te cuides,

¡que no llores por tu hijo!

Porque ¡ay de él si de tristeza

se le muere, estando ausente,

la de la blanca cabeza,

la de la arrugada frente!

¡ADIÓS!

A la memoria de mi querido discípulo Nicomedes Martín.

¡Discípulo inolvidable,

alma hermana de la mía,

bendito sea adorable

por quien mi pecho sentía

cariño tan entrañable!…

ángel que al mundo bajaste

dentro de un cuerpo de niño,

¿por qué tan pronto dejaste

la vida donde encontraste

para ti tanto cariño?

¿Por qué a tus padres queridos

dejaste tan afligidos

con tu muerte prematura,

que los tienes sumergidos

en tan tremenda amargura?

¿Por qué me dejaste a mí

si sabías que tenía

yo tanto amor para ti

que el alma herida sentí

cuando vi que te perdía?

Yo te enseñaba a querer,

yo te enseñaba a marchar

por la senda del deber,

yo te enseñaba a rezar,

yo te enseñaba a creer.

Y en tu alma pura y sencilla,

dócil como una paloma,

brotó tan santa semilla

como de una florecilla

brota el purísimo aroma.

Tal vez extrañe, el que ignore

lo mucho que me querías,

que tanto tu muerte llore

y que por ella hoy devore

secretas melancolías.

Mas si el testimonio invoco

de aquel cariño tan santo

cuyo recuerdo hoy evoco,

¿qué extraño es que llore un poco

quien supo quererte tanto?

¡Pobre mártir inocente!

¡Con qué dolor tan profundo,

con qué ansiedad tan ardiente

besé tu serena frente

cuando dejaste este mundo!

¡Con qué dolor te veía

sufriendo el atroz tormento

de tu bárbara agonía

sin poder el alma mía

darte vida con su aliento!

¡Y qué consuelo he sentido

pensando en que he recogido

cuando estabas ya expirante

el leve postrer latido

de tu corazón amante!

¡Y al acabar con la muerte

de tu dolor el calvario,

qué consuelo fue ponerte

mi bendito escapulario

sobre tu pecho ya inerte!

¡Tristes momentos aquellos!

Como recuerdo de ellos

conservo, cual rica alhaja,

una cinta de tu caja

y un mechón de tus cabellos.

Y así podré de esta suerte

tener, cual prenda querida

de lo que supe quererte,

un recuerdo de tu vida

y un símbolo de tu muerte.

En estos pobres renglones

para tus padres escribo

mis secretas impresiones,

que acaso en sus aflicciones

les sirvan de lenitivo;

porque el recuerdo incesante

de que tú fuiste en el mundo

un ángel y un hijo amante,

será un consuelo constante

para su dolor profundo.

¡Dios hizo bien al llevarte!

¡Bien hago yo si a tu muerte

quiero esta deuda pagarte!

¡Si vivo supe quererte,

muerto, debo de llorarte!

¡Dios hizo bien!… Sólo escoria

y miseria es lo que encierra

esta vida transitoria.

¡Los ángeles de la tierra

deben marcharse a la gloria!

LAS HERMANAS DE LA CARIDAD EN LA GUERRA

Ángeles que a la tierra

Dios os envía;

la patria os divinice,

ella os bendiga

yo no soy digno

ni de cantar siquiera

vuestro heroísmo.

Pero yo lo calculo,

yo lo comprendo,

y en el fondo del alma

yo lo venero.

¡Oh, cuántas veces

me hacéis llorar a solas,

santas mujeres!

¡Qué pequeño es el hombre

cuando contempla

desde el mundo egoísta

vuestra grandeza

¡Oh, qué pequeño,

cuando os miro a vosotras,

yo me parezco!

El héroe enardecido

que por la patria

derrama en el combate

su sangre honrada,

es noble, es grande;

mas la patria lo ordena,

¡y él da su sangre!

Pero ¿quién a vosotras

os ha pedido

vuestro largo calvario

de sacrificio?

¿Quién os obliga

a inmolar por la ajena

la propia vida?

¿Quién os lleva arrastradas

adondequiera

que haya abiertas heridas

que nadie cierra,

y haya amarguras,

y haya lágrimas tristes

que nadie enjuga?

¿Quién os lleva a vosotras,

mujeres santas,

a endulzar agonías

desesperadas,

y a dar consuelos,

y a rezar por los vivos

y por los muertos?

¿Quién es que os ha lanzado,

humanos ángeles,

en medio del estruendo

de los combates,

donde los hombres

luchan y se destrozan

como leones?

¿Quién os manda a vosotras,

pobres mujeres,

ir a cerrar los ojos

de los que mueren,

y a ser las madres

de los que lejos de ellas

viertes su sangre?

¿Quién os lleva a la cumbre

del heroísmo?

¿Quién os da fortaleza

para el martirio?

¿Quién os obliga

a inmolar por la ajena

la propia vida?

Lo sé, santas mujeres:

vuestro heroísmo

es el de los amantes

hijos de Cristo,

¡No hay quien lo niegue!

¡La caridad cristiana

todo lo puede!

EL DESTINO DE LAS FLORES

I

La mano de un caballero,

de un caballero mundano,

cortó una orquídea preciada,

que en el tibio invernadero

del gran parque cortesano

creció cual niña mimada.

Y la llevó a los salones

donde, entre danzas y gritos,

la fiesta mundana hervía

con todas las tentaciones

y todos los apetitos

que Satanás encendía.

«¡A la reina del placer!»,

dijo el gentil caballero,

y ufano la flor le dio

a una elegante mujer

que con talante altanero

sobre el seno la prendió.

La ardiente atmósfera henchían

brillantes luces que herían

y aromas embriagadores,

y pláticas seductoras,

y cascadas de colores,

y músicas tentadoras…

Y aquella flor delicada

sólo por brisas mecida

que ella de aroma empapó,

ahora danzaba asfixiada

por la atmósfera encendida

que su perfume sorbió.

Su muerte, ¡qué triste fue!

Ciega de rabia y despecho

por celos de no sé qué,

su altiva dueña, irritada,

se la arrancó de su pecho

y al suelo arrojóla airada.

Y dos o tres caballeros

distraídos y altaneros

que platicando pasaron,

con sus pies la mancillaron,

y se alejaron ligeros

¡y muerta allí la dejaron!

II

La mano de un caballero,

de un caballero cristiano,

cortó en el huerto una rosa

y al templo fuese ligero,

llevando alegre en la mano

la flor fragante y hermosa.

«¡A la Reina de los cielos!»,

dijo el hidalgo cristiano,

dechado de fe sencilla;

y ardiendo en santos anhelos,

la puso a los pies, ufano,

de la Reina sin mancilla.

El tibio ambiente llenaban

efluvios que a campo olían,

cantos que de amor hablaban,

suspiros que el aire hendían,

bendiciones que bajaban

y plegarias que subían…

Y la flor encantadora

que el ambiente transparente

del huerto esenciara tanto,

de esencia llenaba ahora

otro purísimo ambiente

que, a más de puro, era santo.

Su muerte, ¡qué deliciosa!

de humo de incienso un jirón

llevó a la mansión gloriosa

el rumor de una canción

con la última exhalación

el perfume de la rosa.

…………………….

Caballero distraído

que trasplantar tu hija quieres

del jardín de tus amores,

no des jamás al olvido

que es como el de las mujeres

el destino de las flores.

PLEGARIA

Bajo tu amparo, Señor,

pongo mis hijos queridos.

Tú serás el protector

de estos ángeles dormidos

que ídolos son de mi amor.

Entrego a tu Providencia

los hijos de mis entrañas.

¡Cuídame de su existencia

Tú que me los acompañas

en su sueño de inocencia!

Y si consientes que un día

queden sin padre y sin madre,

en tu amor mi fe confía;

¡dales por Madre a María

y sé Tú su amante Padre!

EL AMO

El monte era feraz, hermoso y grande;

la casa, alegre y blanca;

la gente, vividora;

sanos los cuerpos, vírgenes las almas,

cadencioso el vivir, sereno el tiempo,

honda la paz y la existencia larga.

El mejor de los mundos se veía

desde las puertas de la alegre casa

y el pedazo más puro de los cielos

sobre el dulce rincón se dilataba.

¡Quién el alma de un ángel,

quién me diera un pincel, quién unas alas

para del cielo en el divino lienzo

pintar el campo que debajo estaba,

que hay pedazos del mundo que podrían

servir al cielo de divina entrada!

¡Qué hermosa, qué tranquila

la alquería feliz de Casablanca!

No quiso Dios que con salvajes gritos

los mares la arrullaran,

ni que aquellas riberas del silencio

lamiesen bravas aguas;

que es la lengua del mar lengua de fiera

que lame torva, al domador las plantas;

que el arrullo del mar es resoplido

de león que descansa

y de allí donde Dios vierte quietudes

aleja las borrascas,

porque ellas siempre nublarán los cielos,

y enturbiarán las aguas,

y troncharán las flores,

y afligirán las almas.

Ni puso en la alquería

las tremendas grandezas soberanas

de las cerradas tenebrosas selvas,

los tajos sin hondón de las montañas,

los ríos caudalosos de aguas turbias;

las monstruosas cordilleras pardas,

la muerte gris de los desiertos grandes,

la vida sorda de las sierras bravas.

¡Señor, cuán otra hiciste

la alquería feliz de Casablanca!

¿Para qué más arrullos que el suave

del aire aquel que por los montes pasa,

o del ronco pichón enamorado

con un amor que su pechuelo inflama?…

¿Y cuáles como aquellas

frescas y puras, saludables aguas

del manso regatuelo

que cruza la pradera solitaria

con música de paz, ritmo asonante

que parece celeste canto de almas?

¿Y qué mayor grandeza

que la que humildes guardan

una del soto madreselva virgen

o una del prado margarita blanca,

una canción de pájaro en amores,

un germen microscópico que estalla…?

¡Qué feliz es la vida de los buenos,

y viviéndola allí, cuán sosegada!

El tiempo venidero se aproxima

cantando la canción de la esperanza

y recita al pasar sobre nosotros

el himno lleno de la vida honrada…

¡Qué bello es el ayer que atrás murmura

sólo memorias gratas!

¡Qué sabroso es el hoy en Dios vivido,

y qué consolador es el mañana!…

PATRIA

I

Vieja España, gloriosa madre santa,

¿para qué requerir tu hermosa historia,

si hasta el hijo más rudo que hoy te canta

la conserva esculpida en su memoria?

¿Y cómo tanta gloria

cómo grandeza tanta,

sin profanarlas celebrar podría

la voz de mi garganta

y el sordo acento de la lira mía?

La madre de los grandes heroísmos,

la que descubre los ignotos mundos

que el Señor escondió tras los abismos

de los mares profundos;

la que de aquellos mundo ignorados

fue con Dios cual segunda creadora,

y, dándoles después con sangre escrita

la ejecutoria de su fe bendita,

fue con Cristo segunda redentora…

La que al ver profanado

por razas delirantes de ambiciones

este viejo solar inmaculado,

pujantes engendró generaciones

de hijos como leones,

y siete siglos de guerrero empeño

costóle una victoria,

que esculpió en las entrañas de la Historia

una epopeya que parece un sueño;

la que a la mar bajo la cruz se hiciera

cuando la armada muchedumbre fiera

de la barbarie y la impiedad rugiendo,

fuerte sintióse y avanzó guerrera

las turbias olas de la mar hendiendo,

y en lucha horrible, admiración y espanto

del amagado mundo estremecido,

le dio la sepultura del vencido

en las aguas sagradas de Lepanto;

la noble madre que engendró admirables

legiones incontables

de reyes, caballeros,

sabios gobernadores,

intrépidos guerreros,

santísimos varones que han poblado

los altares divinos,

portentosos ingenios peregrinos

que la vida inmortal nos han robado…;

la nación que tuviera

del mundo en el rincón más apartado

sobre cada ciudad una bandera;

la que a la Historia hiciera

grabar en cada página una hazaña,

la que ayer soberana y grande era,

la que ahora está caída…, ¡esa es España!

II

¿Qué dolientes gemidos

llegan a mis oídos?

Varón inconsolable, ¿por qué lloras?

¿Lloras, di, porque el hado,

porque los vientos de contraria suerte

trajeron a la Patria a tal estado?

Pues el hijo amoroso, el hijo fuerte,

que a la madre adorable ve caída,

no con gemido vano

la contemple afrentada y dolorida:

¡tiéndale pronto la robusta mano

y derrámele bálsamo en la herida!

Tú puedes, ciudadano,

prestarle nueva vigorosa vida,

si esas míseras lágrimas que viertes

en gotas de sudor, cual yo, conviertes

por la doliente Patria empobrecida.

¿No la ves otra vez ir resurgiendo

del fondo del abismo,

donde la hundiera el trepidar horrendo,

del fiero cataclismo?

¡Arriba el corazón! ¡Lucha y espera!

Mira cuál su recinto van poblando,

de frontera a frontera,

formidables ejércitos izando

la gloriosa bandera.

Mira cómo a sus mares

las gentes de sus puertos van lanzando,

repletos de pertrechos militares,

monstruos de guerra henchidos

de innúmeros soldados aguerridos,

gigantescos castillos animados,

donde cada guerrero es una roca,

cada mástil cien fuertes almenados,

y el cráter de un volcán cada ancha boca

de sus férreos costados…

Mira qué apresuradas,

qué llenas de vitales energías

las naves de la paz, abarrotadas

de ricas mercancías,

navegan por estelas no borradas.

¿No ves flotar debajo

del ancho cielo puro

de ciudades, de pueblos y de aldeas,

el hálito solemne del trabajo,

que surge denso, nublador y oscuro,

de bosques de gallardas chimeneas?

Escucha el vigoroso

robusto trepidar de los talleres;

mira a Mercurio rico y laborioso

moviendo las ciudades afanoso;

mira en el campo, coronada, a Ceres.

¿No ves cómo la sierra

van los hombres a palmo conquistando?

¿Cómo le van robando

mantas de abrojos, túrdigas de tierra,

y en ella escalonando

por sabias sucesivas regulares

precoces huertecillos siempre frescos,

azules olivares,

fructíferos viñedos pintorescos

y pomposos oscuros castañares?

Mira cómo coronan las alturas

de los antes escuetos horizontes,

grandes masas oscuras

de hoscos, feraces y apretados montes.

Mira cómo aprisionan en sus vías

aquel río que riega

por miles de minúsculas sangrías

lo que era estéril arenosa vega…;

mira cómo descansa

y un momento parece que dormita

delante de la presa en que remansa,

y cómo desde allí se precipita,

moviendo con su fuerza prodigiosa

los miembros de la vida laboriosa,

molinos y lagares,

batanes y telares,

y fábricas de luz maravillosa…;

cuenta, cuenta, si puedes, los millares

de hijos que la enriquecen

del rudor trabajar con las conquistas;

mira cómo la ilustran y embellecen

sus legiones de sabios y de artistas,

y cómo sus valientes capitanes,

émulos de las glorias

de Pelayos, Rodrigos y Guzmanes,

van logrando que en tierras extranjeras,

al vernos bravos sacudir la muerte,

saluden con respeto las banderas

del pueblo del honor, otra vez fuerte.

¿Dices que sueño? ¡Y mientras tenga vida

soñando seguiré mi hermoso empeño!

Pues di, pobre suicida:

la historia de esta Patria, hoy afligida,

¿No te parece, por sublime, un sueño?

Si no quieres traer a la memoria

las viejas epopeyas de esa historia,

deja que duerman en el tiempo hundidas

el sueño de la gloria;

pero dile a tu padre que te cuente

cosas vistas y oídas

en su plácida edad de adolescente.

¿Tú no sabes que ayer atravesaron

las sagradas fronteras

y el solar del honor locas hollaron

enemigas legiones extranjeras?

¡Oh, qué lucha tan épica! ¡Oh qué brava!

Y el padre de tu padre, ¡qué valiente!,

qué delirante de furor luchaba,

cual todos sus hermanos,

descubierta la frente a los tiranos,

los pechos sin escudos,

sin armas casi en las honradas manos;

¡los leones también luchan desnudos!

Escarba el patrio suelo dondequiera,

y verás que es inmensa tumba fría

de la gente extranjera,

que ciega osara profanarle un día.

¿Y dudas todavía

del honor español? ¡Desventurado!

¿Ignoras que la España que ha llenado

con Sagunto y Numancia

la historia de pretéritas edades,

cuyo recuerdo engríe y alboroza,

es la misma que hoy cuenta con ciudades

que se llaman Gerona y Zaragoza?

¡Zaragoza y Gerona!… ¿No palpita

tu corazón a la esperanza abierto?

Si el frío no te agita

de lo sublime, ¡oh desdichado!, has muerto.

¿Por ventura en la Patria no has nacido

donde siempre luchando se ha vivido

y en el puesto de honor de los deberes

los hombres a cejar no han aprendido,

ni a llorar las mujeres?

¿Y ante tanta patriótica nobleza,

no te sientes de orgullo estremecido,

ni aspiras del martirio a la grandeza?

¿Y al suelo inclinas la cobarde frente?

¿Y aún la duda te mueve la cabeza?

¿Y sigues pusilánime, impotente,

llorando todavía?

¡Tú no eres hijo de la Patria mía!

LOS DICHOS DEL TÍO FABIÁN

Pues, señor, el otro día

vino un tío a visitarme

y sigue con la manía

de venir a marearme.

Con su charla singular

la sangre misma me enciende;

charla y charla sin cesar,

¡pero cualquiera lo entiende!…

Tiene él un prado inmediato

a una linda huerta mía,

y ayer fui a su casa un rato

a ver si me lo vendía.

«Tío Fabián, vamos a ver

—le dije con claridad—:

¿usted me quiere vender

el prado de la hermandad?»

«Si lo vende, hago una puerta

para mi huerta lindante,

mas si usted quiere mi huerta,

yo se la vendo al instante».

El tío Fabián sonrió,

con aire ufano y sencillo;

después tosió, se rascó

y escupió por el colmillo.

Y echando al fuego unos palos,

me contestó el tío Fabián:

«que los tiempos andan malos…;

que patatín…, que patatán…».

«Deje esa palabrería

y piense bien la cuestión:

¿quiere usted la huerta mía?

La vendo sin dilación.

«Las dos fincas valen poco,

más pudiéndolas juntar,

resulta, o yo me equivoco,

una finca regular».

Y con palabra calmosa

el tío Fabián se resuelve

a decir: «Que esa es la cosa,

que torna…, que vuelve…»

«Dígame usted sin rodeos

cuáles son sus intenciones

y cuáles son sus deseos,

proyectos y aspiraciones.

«Claridad pretendo yo

y usted en divagar se empeña;

¡pero dígame sí o no

como Cristo nos enseña?»

Y el tío Fabián sin piedad,

de mis casillas me saca

diciendo que es la verdad…,

«que torna…, que daca…»

«¡Ay tío Fabián, concretemos,

y entendámonos, por Dios,

o locos nos volveremos

de esta manera los dos!»

«En forma clara y abierta

la cuestión le he planteado:

o me vende usted el prado

o me compra usted la huerta».

«Y si nada ha de querer,

dígame sin vacilar

que no quiere usted vender

y no quiere usted comprar».

Pues tras estos alegatos

diciéndome el hombre sale,

que donde hay hombres, hay tratos…,

«que tumba… que dale».

«Si eso está bien, tío Fabián;

mas es charlar tontamente,

y yo no sé a qué ese afán

de salir por la tangente.

«Yo me traigo mis cuartitos

si es que el prado he de comprar,

y nombrando dos peritos

que lo vayan a tasar».

Pero el tío Fabián me ataja

diciendo con gran trabajo

que su prado es una alhaja…,

«que arriba… que abajo…».

«Yo pagaré lo que valga

si el prado tan bueno es;

pero, por Dios, no me salga

con otra tecla después.

«Eso del valor del prado

los peritos lo dirán

y es asunto terminado;

¿comprende usted, tío Fabián?»

Y el tío Fabián no comprende

y dice que velaí…

que la gente así se entiende…

«que por aquí… que por allí…».

«¡Cuidado que es pesadez!;

tío Fabián, tengo que irme;

dígame usted de una vez

lo que tenga que decirme.

«Usted está en las Batuecas,

pero a ver si ahora me entiende;

contésteme usted a secas:

¿vende el prado o no lo vende?»

Y contesta el muy pesado

que hogaño ha criao en el prado

la miaja e ganao y el potro…,

«que por este lado…, que por el otro…»

Pero ¿usted no puede hablar

de forma más apropiada?

¡si eso es charlar por charlar,

y charlar sin decir nada!…

«No hay más tiempo que perder:

el prado lo compro yo.

¿Me lo quiere usted vender?

¿Qué dice usted: sí o no?»

Y el hombre dice que el prao

se lo compró él a un sobrino…;

que fue medio regalao…,

que si fue…, que si vino…»

«Tío Fabián, me voy a ir,

y perdone si le ofendo,

pero no puedo sufrir

esa charla que no entiendo».

«Quedamos en eso, ¿eh?

¿Me venderá usted el prado?

¿No es eso?

¿Qué dice usted?»

Y al verse el hombre acosado,

me dice con mucha flema

que se lo dirá a la tía…

y que esa es la su sistema…,

«que ya vería…, que ya vería…»

VIEJOS SOLES

El sol que nos alumbra ya es muy viejo.

Las primeras auroras

que pintó su purísimo reflejo

fueron del tiempo las primeras horas,

del universo el inicial bosquejo.

En el centro del mundo planetario,

uno en sus leyes y en grandeza vario,

la Eterna Voluntad que lo creara

encendió la del sol rica lumbrera

y le dijo a su fuego que radiara,

y le dijo a su luz que presidiera.

¡Soberano nació! Su vasto imperio

las fronteras hundía

más allá de la ignota lejanía

que toca las riberas del misterio.

El ámbito vacío,

que abismo fuera de negrura y frío,

brillaba, rutilante,

sus senos al sentir de vida llenos,

desde que aquella atravesó sus senos

luz meridiana que vibró radiante.

Mundo sin luz en derredor girando

del mundo de la luz lo circuían,

y en su luz se bañaban, volteando,

y el calor del vivir en él bebían.

Y en esta tierra que ayer llamé gigante,

y hoy un ruin átomo errante,

ayer edén riente,

y hoy pobre cárcel de la humana gente,

también por las de Dios leyes secretas

reducida a perpetua servidumbre,

rodó con el cortejo de planetas

en derredor de la encendida lumbre.

Rey era el sol de inmenso poderío,

y los mundos que pueblan el vacío

le siguieron, humildes servidores…

¿Y quién iba a robarle el señorío

que le diera el Señor de los señores?

¡Humanas criaturas!

Si en el silencio de las noches puras

visteis el cielo atravesar ligeras,

rasgando sus negruras,

y vuestros ojos con su luz cegando,

estrellas de encendidas cabelleras

que torrentes de luz van arrastrando…

Globos incandescentes,

que llevan en sus nimbos y en sus senos

fulgores de relámpagos ardientes

y estrépitos de truenos…

Puntos de luz ignotos

que el cielo rayan con violácea estela

cuando hienden los ámbitos remotos

por donde solo el pensamiento vuela…

Bengalas siderales

que parodian del sol los resplandores,

bellísimas auroras boreales

que los cielos inundan de colores…

¡No os deslumbréis, humanas criaturas!

¡No las estelas persigáis impuras

de fantasmas que pasan velozmente

sin órbitas seguras!…

Que no son ellos pedestal ingente

de los muchos que pueblan las alturas,

que no son ellos de la luz la fuente,

que no son fuego incubador de vida,

ni naves son con salvador oriente

y hospitalaria playa conocida…

¡Son efímeros mundos sin cimiento,

fuegos fatuos que abrasan,

fulgores que deslumbran un momento,

visiones brillantísimas que pasan!…

El rey del firmamento,

el que perenne en los espacios arde,

es aquel que esta tarde,

tras una apoteosis de oro y grana,

se fue por el Poniente…

¡El mismo que mañana

veréis venir por el dorado Oriente!…

Nuestro sol del saber también es viejo.

Dios lo puso en el cielo de la vida,

y alumbró su vivísimo reflejo

la del saber región oscurecida.

Su luz bañó la hondura

de los grandes abismos de la ciencia,

y supimos, Señor, a cuánta altura

deja volar la rica inteligencia,

de una por ti vidente criatura.

Del mundo del saber las secundarias

brillantes luminarias

por él fecundas y brillantes fueron,

que todas en su torno se agruparon

y fecundo calor en él tomaron

y luz radiante de su luz bebieron.

Iluminado por aquella hoguera,

el cielo del saber ¡qué bello era!

Grande y majestuoso,

giraba en concertado movimiento

en derredor del foco luminoso,

que subía, subía…

Y en alas de la gran sabiduría

lo llevaba orientado hacia el tesoro

por órbitas de luz, del bien emblema,

para ponerlo ante las puertas de oro

de la Verdad Suprema…

¡Humanas criaturas!

Si en las noches del mundo, tan oscuras,

vierais errar veloces y encendidas,

sin órbitas seguras,

locas inteligencias atrevidas,

exhalaciones de la luz impuras

que el cielo del saber cruzan perdidas,

¡no os deslumbréis ante esas luminarias

dislocadas, efímeras, precarias…;

no admiréis la mentira sorprendente

de sus pobres grandezas ilusorias,

ni sigáis con la mente

sus excéntricas locas trayectorias!…

Son vagos desvaríos,

visiones que en el tiempo se disuelven,

míseros extravíos,

fuegos que pasan y a lucir no vuelven…

El magnífico, el sólido, el ingente

sol de sabiduría,

cuya luz, cuyo fuego incandescente

ni el mal enturbiará ni el tiempo enfría…

La cúspide, la fábrica, el asiento

del mundo del humano pensamiento,

el de la ciencia faro peregrino,

el astro diamantino

que rueda con solemne movimiento

en derechura al eternal destino,

es el mismo de ayer. ¡Tomás de Aquino!

CITA

¿Dónde a rodar nos llevará mañana

esta fuerza invisible del destino

que en el desierto de la vida humana

señalándonos va nuestro camino?

¿Dónde estará esperándome el pedazo

de tierra, para mí desconocida,

donde termine el misterioso plazo

que haya Dios puesto en mi tranquila vida?

¿Dónde el lugar incógnito y sombrío,

triste rincón que para mí será

lecho de muerte, solitario y frío,

donde mi cuerpo a descansar irá?

¿Quién podrá asegurarnos que mañana

no puede separarnos el destino,

con esa misma fuerza sobrehumana

con que ayer nos lanzó por un camino?

Para ese triste e inesperado día

dejo escrita esta página sincera

que un capricho tal vez del alma mía

para ti me mandó que la escribiera.

En sentido y cariñoso aviso,

una cita ideal que darte intento,

un capricho pueril que de improviso

me ha venido a asaltar el pensamiento.

¿Por qué negarlo si lo estoy sintiendo?

¿Por qué ocultarlo si al hablarte así

alguien parece que me está diciendo

que tú también te olvidarás de mí?

Bien sé yo que en el mundo donde vivo

se ríen de estas íntimas ternuras,

que el instinto grosero y positivo

seguramente llamará locuras.

¿Qué grandezas va a haber, ni qué ideales

en un mundo grosero y sin decoro,

hambriento de apetitos materiales

y sediento de goces y de oro?

¿Quién va a hablar de sus íntimos pensares

en este mundo escéptico y grosero,

que hasta a Dios arrojó de los altares

para poner en ellos el dinero?

¡El oro es el que reina, sólo el oro!

El amor, la virtud más noble y alta,

la amistad, el honor, la fe, el decoro,

¿valen dinero? No. ¡Pues no hacen falta!

Por dondequiera que se mire el mundo,

¡el mismo tono gris, triste y sombrío!

¡El mismo aspecto de desdén profundo!

¡El mismo ambiente de egoísmo frío!…

En esta sociedad frívola y necia,

es un hombre ridículo y extraño

el que ve el interés y lo desprecia

cuando viene de manos del engaño.

¿Quién que un soplo de fe tenga en el alma

y un resto de pudor en la conciencia

puede ir viviendo con serena calma

entre esta criminal indiferencia?

¡Yo vivo solo! Y aunque el alma siento

que se asfixia en el aire que respiras,

aparento vivir en mi elemento

en medio de esta universal mentira.

Por ese mar de corazones fríos

voy bogando con fe y sin desalientos,

entregado al cariño de los míos

y embargado en mis propios pensamientos.

Perdóname si distraídamente

dejé correr la pluma demasiado.

¡Ha sido un desahogo conveniente

de que muy raras veces he gozado!

¿Verdad que siempre, cuando tú seas hombre

aunque te veas de mi lado lejos,

te acordarás siquiera de mi nombre,

que escrito dejo aquí con mis consejos?

¡Dios te lo premiará si así lo hicieres,

y yo jamás tu nombre borraré

de la lista querida de los seres

que más he amado, y amo, y amaré.

LA MUJER

Cuando pueda arrancar de los infiernos

legiones de cariátides humanas;

cuando pueda traer de los edenes

almas de luz con luz apacentadas;

cuando sepa sondear el de los réprobos

infame corazón, lleno de llagas;

cuando sepa sentir el de los ángeles

sentir divino de purezas diáfanas…

Cuando aprenda un idioma no creado

para la grey humana,

que tiene, para hablar, artificiosos

idiomas de paupérrimas palabras,

y no percibe músicas mejores

que el resbalar de las corrientes aguas,

el rebullir de mañaneras brisas,

el arrullar de las palomas cándidas,

y el dulce son de los canoros pájaros,

y el hojear de la alameda gárrula,

ni músicas más hórridas describe

que el fiero aullido de la loba escuálida,

la carcajada del siniestro cárabo,

los alaridos de la hiena flaca,

el silbo horrible de falaz serpiente

y el grito ronco de feroz borrasca…

Cuando aprenda a vibrar todos los rayos

de la tremenda maldición que mata

los gérmenes maléficos

que anidan en las llagas,

y a dar aprenda en bendiciones puras

del alto Edén anticipadas ráfagas,

¡entonces te diré, curioso amigo,

lo que son las mujeres!…

¡Qué!… ¿Te extrañas?

Decir que son demonios,

que son flores con alma,

que son blancos arcángeles…

me parece decir cosas muy pálidas.

Y si en decires del humano idioma

yo pretendiera bosquejar sus almas,

tal voz oyeras con atento oído

rumor de abismos y batir de alas;

pero la vida de los dos es corta

para que yo, con ruidos de palabras,

cantar pudiese el colosal poema,

maridaje de luz y sombras trágicas,

y tú sentirlo en sus negruras hondas,

y tú sentirlo en sus altezas diáfanas.

Mientras aprendo a contestar, ¡oh amigo!,

tu pregunta abismática,

sigue a la letra mi consejo sano,

regla prudente de conducta sabia;

golpear en la puerta del misterio

es brega estéril de curiosas almas;

cierra los ojos para ver más claro,

vuela y no escarbes, sintetiza y ama,

y canta a la mujer cuando la veas

en el trono de reina de su casa,

o ante la cuna acariciando al hijo,

o ante el sepulcro derramando lágrimas,

o en las sombras de un claustro recluida,

o esperando al esposo desvelada,

o en el templo cantándole a la Virgen

dudas, temores, inquietudes, ansias…

¡Cántala dondequiera que la veas,

ángel o mártir, heroína o santa!

Y si tienes un día

la pena de encontrarla

caída en los infames pudrideros

donde a los suyos el infierno enfanga,

y no puedes hacer el bien supremo

de redimir un alma…

en vez de una canción fustigadora,

dedícale en silencio un plegaria…

Mejor que ver la llaga al microscopio

es cubrirla de bálsamo y curarla.

LA FUENTE VAQUERA
BALADA

Lejos, bastante lejos,

del pueblo mío,

encerrado en un monte

triste y sombrío,

hay un valle tan lindo

que no hay quien halle

un valle tan ameno

como aquel valle.

Entre sus arboledas,

por la espesura

solitaria y tranquila,

corre y murmura

una fuente tranquilina

y bullanguera,

a que dieron por nombre

Fuente Vaquera.

Está tan escondida

bajo el follaje,

guarda tanto sus aguas

entre el ramaje,

que cuando por el valle

va murmurando

toda clase de hierbas

va salpicando.

Unas veces sonríe

dulce y sonora,

y otras veces parece

que gime y llora,

y siempre de sus aguas

el dulce juego

arrullando, produce

grato sosiego.

Allí pasan las horas

en dulce calma,

allí meditar puede

tranquila el alma,

y todo son consuelos

para el que llora

al pie de aquella fuente

fresca y sonora.

¡Todo es allí sosiego,

calma, tristeza!

Las auras, que suspiran

en la maleza…

Los pájaros, que cantan

en la espesura…

El agua, que en el valle

corre y murmura…

Los arrullos del viento,

gratos y mansos…

Los juncos que vegetan,

en los remansos…

Los claros resplandores

del sol naciente,

que asoma entre vapores

por el Oriente…

Las tórtolas que arrullan

con armonía,

convidando a una dulce

melancolía…

………………………

¡Todo, en fin, allí aleja

presentimientos,

trayendo a la memoria

mil pensamientos,

y adormeciendo el alma

con impresiones

que convidan a dulces

meditaciones!…

………………………

Tal es Fuente Vaquera,

la hermosa fuente

que murmura en el valle

tan sonriente,

que en su margen tranquila

cantan amores

tórtolas, colorines

y ruiseñores.

* * *

Una hermosa mañana

de junio ardiente

salió el sol como nunca

de refulgente,

y pájaros y flores

con alegría

la bienvenida daban

al nuevo día.

Elevábase el astro

con gran sosiego,

esparciendo sus rayos

de luz de fuego

sobre el fresco rocío

de la mañana,

que formaba en los valles

mantos de grana.

Sacuden las ovejas

sus cencerrillos,

y en el prado retozan

los corderillos,

que del rústico valle

sobre la hierba

forman jugueteando

linda caterva.

Al cielo sube el humo

de los hogares,

los gallos ya despiertan

con sus cantares,

y sacude la hermosa

Naturaleza

el tranquilo letargo

de su pereza.

* * *

Dejé el mullido lecho

con alegría,

cuando apenas rayaba

la luz del día;

carguéme diligente

con la escopeta,

y como siempre ha sido

medio poeta,

Ocultéme en la margen

con el follaje,

y viendo las delicias

de aquel paisaje,

esperé silencioso

bajo la fronda,

viendo correr las aguas

onda tras onda…

* * *

Siguió el sol elevándose

resplandeciente,

y era ya tan molesta

su luz ardiente,

que, a medida que el astro

más se elevaba,

todo se iba durmiendo,

todo callaba.

Se inclinan en su tallo

todas las flores,

rendidas por los rayos

abrasadores,

y las aves se esconden

en las encinas

que a la tranquila fuente

crecen vecinas.

Sólo se escucha a veces,

del fresco viento,

las ráfagas que lanza,

sonoro y lento…

El agua, que su curso

nunca suspende…

El rumor de una hoja…

que se desprende…

El piar apagado

de alguna alondra,

que entre las verdes matas

busca una sombra…,

y los ecos lejanos

de los zumbidos

de insectos, que en los aires

vagan perdidos…

* * *

Lejos de la apacible

Fuente Vaquera,

que corre por el valle

tan placentera,

existe un solitario

y oscuro monte,

que encierra los confines

del horizonte.

Al compás de las auras,

lenta se inclina

altiva, corpulenta

y añosa encina,

y entre sus verdes ramas

aprisionado

tiene una tortolilla

su nido amado.

En él está arrullando,

dulce y sonora,

a los amantes hijos

a quien adora,

gozando en su coloquio

de las delicias

que sus hijos le endulzan

con sus caricias.

El calor la atormenta,

la sed la abrasa,

y dejando con pena

su pobre casa,

les dio con un arrullo

la despedida

a los hijos queridos

que eran su vida;

batió sus puras alas

tendió su vuelo

cruzó por los espacios

del ancho cielo,

y pensando en sus hijos,

se fue ligera

a beber a la clara

Fuente Vaquera.

* * *

¡Ay! ¡Dónde irá esa madre

tierna y sencilla!…

¡Dónde irá tan ligera

la tortolilla,

mirando a todas partes,

amedrentada,

al verse sola y lejos

de su morada!…

¿Por qué deja sus hijos

abandonados,

y ella, cruzando espacios

tan dilatados,

va surcando los aires

rápidamente

a beber en las aguas

de aquella fuente?…

¡Pobre madre, si, ansiosa,

vuelve a su nido

y sus amantes hijos

ya se han perdido!…

¡Pobres hijos, si, a causa

de abandonarlos,

no volviera su madre

nunca a arrullarlos!…

* * *

Por el verde follaje

casi cubierto,

yo, casi más que un vivo,

parezco un muerto,

y mudo y silencioso

presto mi oído

al eco que produce

cualquiera ruido.

Al columpiar las hojas

el viento blando,

pájaros me parecen

que van volando,

y con mi diestra mano

nerviosa, inquieta,

alzo la curva llave

de la escopeta.

* * *

Sobre la verde copa

de vieja encina,

que cubre aquella fuente

tan cristalina,

una tórtola hermosa

paró su vuelo,

mirando la corriente

del arroyuelo.

Lanza su blando pecho

tiernos arrullos,

que no imita la fuente

con sus murmullos,

y a los lados humilde

mira asustada,

débil, inquieta, esquiva

y amedrentada.

Tendió después su vuelo

pausadamente,

y al llegar a la orilla

de la corriente,

sobre la verde alfombra

lenta se posa,

débil y acobardada,

triste y medrosa.

Dirige luego el paso

tímidamente

hasta tocar la margen

de la corriente,

donde, el agua fingiendo

cuadros de plata,

le recoge su imagen

y la retrata.

Yo, silencioso, en tanto

que la espiaba,

mi artística escopeta

ya preparaba,

y ocasión esperando,

cual diestro espía,

afiné cuanto quise

la puntería.

Disparé… ¡Sonó el tiro

ronco, tremendo!…

El arroyuelo manso

siguió corriendo.

El viento entre las hojas

siguió sonando

con un eco apacible,

sonoro y blando…

¡Y vi la tortolilla,

que ya sufría

las tristes convulsiones

de la agonía!…

Cogí tan apreciado

tierno despojo;

su hermoso pecho estaba

de sangre rojo,

rojas las aguas puras

del arroyuelo,

que corrían llorando

con triste duelo,

y mis ardientes manos

también manchadas

de sangre, enrojecidas

y salpicadas.

Con ellas oprimía

su pecho blando:

sus latidos se iban

amortiguando,

y cerraba sus ojos

pausadamente,

su cabeza inclinando

lánguidamente…

………………………….

Yo vi en sus turbios ojos

el sentimiento

y las fieras angustias

de su tormento,

porque del nido lejos

agonizaba

y a sus pobres hijuelos

solos dejaba.

Conocí en sus miradas

bien claramente

esa inquieta agonía

del inocente,

que sufre los rigores

de su destino

muriendo por las manos

de un asesino.

Aquella pobre madre

casi expirante

era la madre tierna,

la madre amante,

que a sus hijos no pudo

darles en vida

una lágrima dulce

de despedida.

Y aquella tierna madre,

cuando sufría

la convulsión postrera

de la agonía,

me dijo con sus ojos

casi nublados

que dejaba dos hijos

abandonados.

Yo comprendí lo injusto

de aquella muerte;

mas la víctima estaba

fría e inerte…

y una lágrima amarga

por mi mejilla

rodó, cuando vi muerta

la tortolilla.

………………………….

* * *

Desde entonces no quiero

que un inocente

de alguna injusta muerte

se me lamente,

y diga con sus ojos

casi nublados

que deja sus hijuelos

abandonados.

Y en vez de estar cazando

la tarde entera

junto a la cristalina

Fuente Vaquera,

voy a ver cómo en ella

cantan amores

tórtolas, colorines

y ruiseñores,

y cómo de aquel monte

sobre las lomas

arrullan solitarias

blancas palomas.

San Saturnino, julio de 1889

LAS HAZAÑAS DE «CORAL»

A mi compañero de caza don J. de la F. A.

Con la canana llena

de municiones,

y el morral atestado

de provisiones,

la escopeta brillante

como unas ascuas,

el Coral tan alegre

como unas Pascuas,

la petaca bien llena

de cigarrillos

y las manos metidas

en los bolsillos,

salíme ayer al coto

muy de mañana,

dispuesto a no dejarme

tórtola sana,

ni perdiz, ni conejo

que no matase,

ni codorniz, ni liebre

que lo contase.

* * *

¡Qué mañanita hacía

tan deliciosa!

¡Qué brisa la del monte

tan olorosa!

¡Qué aurora tan radiante!,

¡qué algarabía

de pájaros cantores

la que se oía!

Henchía los pulmones

un airecillo

con aromas de espliegos

y de tomillo;

flotaban las neblinas

en la hondonada,

bramaban los becerros

en la majada,

las alondras corrían

por los caminos,

las urracas chillaban

en los espinos,

silbaban los vaqueros,

cantaba el cuco

y graznaba el imbécil

abejaruco.

Al salir el sol claro

del nuevo día,

todo resucitaba,

todo reía.

Esponjaban sus plumas

las tortolillas,

desplegaban el moño

las abubillas,

saltaban los pardillos

junto a la fuente,

se bañaban los tordos

en la corriente,

dormitaba el milano

sobre el peñasco,

el lagarto bullía

bajo el carrasco,

y metiendo el piquito

bajo las alas,

se espulgaban las firras

y las zorzalas.

* * *

¡Vaya una mañanita

la tal mañana!

¡Vaya un olor a heno

y a mejorana!

Mi perro retozaba

como un ternero.

¡Es el perro más bruto

del mundo entero!

«Vamos, Coral —le dije—,

basta de bromas

y echemos una mano

por estas lomas.

Si tienes buenos vientos

y me obedeces

yo te he de dar el premio

que te mereces;

pero si eres muy loco,

si eres muy malo,

te daré pocos mimos

y mucho palo.

Cuando caiga una pieza,

vas a buscarla,

y la traes en la boca

sin destrozarla.

No hagas barbaridades

sin ton ni fruto,

mira que tienes pinta

de ser muy bruto,

y si me armas alguna

por ser violento,

te pego una paliza

que te reviento».

El perro me miraba

como un idiota,

sin menear siquiera

la cabezota;

yo seguí mis sermones,

mas de repente

levantó una pataza

tranquilamente,

y ante mis propias barbas

hizo una cosa

poco limpia y muy poco

respetuosa.

Al empezar la mano,

junto al camino,

vi posada una alondra

sobre un espino;

la tiré; cayó muerta

y a escape el perro

la apresó en sus enormes

dientes de hierro.

¡No le duró en la boca

medio minuto!

¡Yo no he visto en mi vida

perro más bruto!

Se tragó el pajarillo

más fácilmente

que se traga una píldora

de la Fuente.

Y mientras yo, furioso,

le reprendía,

me miraba el imbécil

y se lamía.

«¡Tragaldabas, idiota,

—le dije al punto—:

si la hazaña repites,

te descoyunto!

¡Si vuelves a las mismas

hoy mismo mueres!

¡Tragaldabas, idiota!

¡Qué bruto eres!»

* * *

En el mismo momento

de estar hablando

una tórtola cerca

pasó volando.

La tiré como quise,

rompíla un ala

y cayó redondita

como una bala.

Lanzóse encima el perro

medio aturdido,

le llamé quince veces

a grito herido

y no le dio la gana

de respetarme,

ni de dejar la tórtola,

ni de escucharme.

Cuando yo fui corriendo

donde él estaba,

de la tórtola herida

sólo quedaba

una pluma de un ala,

la cabecita,

y dos o tres dedillos

de una patita.

Y el bárbaro del perro

vuelta a mirarme,

y hasta alzó las manazas

para halagarme.

Quise ahogarle allí mismo,

mas tuve calma

y le dije muy serio:

«Coral del alma,

como eres tan brutazo,

tú habrás creído

que has hecho ya dos gracias;

¡pues no, querido!

Has hecho dos gansadas

de las peores

que pueden hacer perros

de cazadores.

¡U obedeces a ciegas

si yo te miro,

o antes de diez minutos

te pego un tiro!»

* * *

Y seguimos cazando

tranquilamente

por la falda suave

de la pendiente.

De pronto, salen juntas

cuatro perdices,

que a poco no se posan

en mis narices;

apunté a la primera,

llamé la llave

y cayó como un trapo

la pobre ave.

El Coral, más ligero

que una centella,

de cuatro o cinco saltos

se echó sobre ella.

Yo ya no me entretuve

con más llamadas

y llegué donde el perro

de tres zancadas.

¡Yo no he visto en mi vida

perro más bruto!

Si llego a entretenerme

medio minuto,

no tengo ni el consuelo

de ver la huella

del cuerpo de la hermosa

perdiz aquella.

¡Gracias a que el muy bruto

se la quería

tragar de un par de golpes

y no podía!

Lo cogí, lleno de ira,

de una orejaza,

le metí la escopeta

por la bocaza,

y así pude arrancarle

de los dientazos

la perdiz destrozada

casi en pedazos.

Pareciéndome aquello

castigo chico,

le pegué diez cachetes

en el hocico,

le puse a las narices

la perdiz muerta

y le dije indignado:

«¡Boca de espuerta!

El buen perro no come

pieza que cobra.

Di: ¿no tienes en casa

pan que te sobra?

Traga-buches, infame,

mal educado,

¿sabes que mis sermones

te han reformado?

No te mato ahora mismo

de un estacazo

porque soy menos bruto

que tú, brutazo;

mas como mi consejo

no te aproveche,

yo le diré al tío Pincos

que te escabeche.

Si vivir siempre a gusto

conmigo quieres,

medita, Coralito,

lo bruto que eres,

y si es que tu torpeza

no tiene cura

le encargaré al tío Pincos

la sepultura.

Vámonos hoy a casa.

Yo te perdono

y no quiero guardarte

rencor ni encono.

Solamente hoy te impongo

como castigo,

contarle tus hazañas

a un buen amigo

que también tiene un perro

tocayo tuyo,

solo que tú no llegas

a donde el suyo.

¿Quieres saber la causa?

Pues te la digo:

¡Es… que tú eres más bruto

que el de mi amigo!»

* * *

Mal educado estaba el gran Coral,

pero ya no está mal; está muy mal.

Ya no come las piezas que levanta,

pero hace algo peor: me las espanta.

¡A este perro cerril no hay quien lo dome!

La caza que le mates, se la come,

y si piezas de caza no le matas,

se dedica a cazar grillos y ratas.

* * *

Por ver si muda de conducta y traza

llevélo ayer a Peñalniño a caza.

Peñalniño es un cerro alto, gigante,

al cerro de la Cruz muy semejante:

pero está más tendido, es más bajito,

más abundante en caza y más bonito.

¡Hasta estos pedacitos de la sierra

son aquí más bonitos que en tu tierra!

Pues, como iba diciendo, fuime al cerro

y me llevé los galgos con el perro

a ver si este gandul se enmienda algo

yendo a mi lado y entre galgo y galgo.

¡Como no lo reviente o lo deslome,

a este perro cerril no hay quien lo dome!

¡Y menos mal que ha demostrado, al menos,

que tiene vientos, pero vientos buenos!

Mas es un bruto que, en oliendo caza,

pierde el juicio, el respeto y la cachaza.

Cuando entramos ayer en cazadero,

cazaba con tal calma y tal salero

que me obligó a pensar subiendo al cerro:

¿Si habré sido yo ingrato con el perro?

¿Si al juzgarle me habré yo equivocado

y le habré injustamente calumniado?

Ese modo de andar, esa cachaza,

esas posturas de excelente traza,

esa dilatación de las narices

que acaso ya ventean las perdices,

ese cuello tendido hacia adelante,

esa mirada vaga, chispeante,

y ese modo de alzar su gran cabeza

buscando el viento de la oculta pieza,

son indicios, al menos, de que el perro

sabe que está cazando en este cerro.

Si echa una pieza y se la tiro, y cae,

y sabe obedecerme, y me la trae,

—¡me acabé de lucir, Coral querido!—

tendré que confesar que te he ofendido

y que tienes un amo muy ligero,

calumniador, injusto y embustero.

Así iba yo pensando tristemente

cuando el perro se para y, de repente,

cerro arriba arrancó como un venablo,

¡como alma de ladrón que lleva el diablo!

¿Serán conejos o serán perdices

lo que van venteando sus narices?

—¡Coralito —le dije—, espera un poco!

¡Espérame, Coral, y no seas loco!

¡¡Ven aquí, Coralón, no me impacientes!!

¡¡Coralazo, gandul, así revientes!!

Y gritando y corriendo tras el perro,

por la cuesta más áspera del cerro

se me fueron los pies por un peñasco,

y de cara caí sobre un carrasco.

Sin respirar me levanté ligero,

recogí la escopeta y el sombrero

y rascándome un poco las narices,

de nuevo eché a correr tras las perdices.

¡Todo fue inútil! El gandul del perro,

las echó hacia la cúspide del cerro,

y viéndolas volar quedé parado

con la boca entreabierta y atontado.

Además de quedarme sin perdices,

pude también quedarme sin narices.

Se redujo la cosa a un arañazo,

un pequeño chichón y un buen zarpazo;

pero, aun librando bien, aquel que quiera

saber lo que es caer de esa manera,

¡que se deje rodar por un peñasco

y se caiga de cara en un carrasco!

* * *

El perro regresó triste y arisco

y sentóse a la sombra de un torvisco;

yo no quise ni hablarle de perdices,

ni siquiera enseñarle mis narices,

¡Al que no se hace bueno con sermones,

se le obliga a ser bueno a pescozones!

Le di media docena de primera,

mimé a los galgos para que él lo viera,

fumé un cigarrillo, descansé un poquito

¡y adelante otra vez, que es tardecito!

* * *

Del prado Verdinal, junto a la esquina,

en una carrasquera chiquitina,

de nuevo el perro se quedó parado

y púseme en seguida yo a su lado,

dispuesto a fusilar lo que saliera

de aquella miserable carrasquera.

Yo, por más que miré nada veía,

pero el perro la muestra no rompía;

y ante fijeza tal y tal postura,

me dije para mí: ¡liebre segura!

—¡Entra, Coral! —le dije al verle inerte.

—¡Entra, Coral! —le repetí más fuerte.

—¡Entra, Coral! —grité por vez tercera;

y el perro se lanzó a la carrasquera.

¡Oh vergüenza! ¡Oh dolor! ¡Oh triste chasco!

En lugar de salir de entre el carrasco

una liebre a saltar de mata en mata,

salió un lagarto de cabeza chata,

lomo verdoso, vivarachos ojos

y blanca panza con puntitos rojos.

Lo mismo que un ratón que ha visto al gato,

salió azarado el bicharraco chato,

y el perro se lanzó tras él más listo

que el gato hambriento que al ratón ha visto.

A cambio de un mordisco en una mano,

diole el perro un zarpazo soberano,

echóle el diente y el reptil arisco

le atizó en el hocico el gran mordisco.

Debió ser un mordisco sandunguero

porque el perro gruñó muy lastimero,

flojó los dientes, escurrióse el bicho

y cojo y todo se metió en su nicho.

A casita, Coral, que el sol se pone

y es posible que el morro se te encone.

Te doy mi enhorabuena más cumplida

por la dulce caricia recibida,

y me alegra en el alma, buen amigo,

de ver, tras tu pecado, tu castigo.

¿Confunden todavía tus narices

los lagartos con liebres y perdices?

Pues aprende, gandul, que esa es tu ciencia;

aprende a distinguir; y en penitencia,

mientras los dientes del lagarto alabo,

¡te rascas el hocico con el rabo!

A LA MUERTE DE MI HURÓN
(ELEGÍA IMPROVISADA…, Y ASÍ SALDRÁ ELLA)

A mi muy querido amigo Ignacio Toledano, compañero de excursiones «Ciquielunas».

Lágrimas tristes que corréis a ríos

por estos ojos míos

que son testigo de mi infausta suerte,

¡corred hasta el sepulcro abandonado

del amigo adorado

que sin piedad me arrebató la muerte!

¡Depositad sobre su tumba fría

la fúnebre elegía

que le dedica un corazón sensible!

¡Verted por él inconsolable llanto,

y que este humilde canto

le sirva de corona inmarcesible!

¡Pobre Ciquiel!, de tu olvidada fosa,

yo grabaré en la losa

un cantar que dirá de esta manera:

«Aquí yace un hurón noble y honrado,

que era el Sultán llamado

por los conejos de la sierra entera.

Músico, pobre, gárrulo y sencillo,

mi pobre Ciquielillo

tocaba el cascabel con cierto arte;

mas le hicieron dejar el instrumento,

y a lo mejor del cuento

se nos fue con la música a otra parte.

De mi pueblo en la sierra solitaria,

en vez de una plegaria,

resuenan mil canciones a lo lejos,

y es porque, del vivar en el encierro,

te cantan el entierro,

con cruel regocijo los conejos.

En su morada subterránea y fría

celebran una orgía

en honor de tu muerte, Ciquielillo.

¡Ay de todos si tú resucitaras

y el cascabel sonaras

de repente a la puerta del pasillo!

¿Oyes qué ruido en el vivar retumba?

¡álzate de esa tumba

porque están de tu honor haciendo trizas!

Preséntate en la sala de sesiones

y empieza a pescozones

porque están injuriando tus cenizas».

* * *

En más de cuatro vivares,

cuando tu muerte supieron,

los conejos se reunieron

en conclave fraternal,

para celebrar la muerte

de aquel que cuando vivía

clavaba… donde podía

sus colmillos de chacal.

De un vivar sobre la puerta,

cuando tu muerte supieron,

con las uñas escribieron

este infamante cartel:

«Durante dos o tres meses

en todos estos bibales

se cantarán funerales

por el tísico Ciquiel».

En otro vivar del monte

celebraron una orgía,

y al rayar la luz del día

se reunieron en sesión;

y unánimes acordaron

salir de su oscuro encierro

para cantarte el entierro

en solemne procesión.

¡Qué canallas! ¡Qué guasones!

Todos ser curas querían

y méritos aducían,

de su pretensión en pro:

—¡Yo he escapado cuatro veces!

—Pues de poco usted se queja:

¡A mí me rasgó una oreja!

—Y a mí también me atentó.

—¿Qué vale eso que tú dices?

Yo, al salir por el pasillo,

me lo encontré de narices

y nos liamos los dos;

y, si me descuido un poco

y no encuentro a la carrera

la puerta de la escalera,

¡me divierto, como hay Dios!

—¿Y yo, que estaba en el patio

arrancando una retama?…

—¿Y yo, que estaba en la cama

cuando en casa se coló?…

—Pues eso no es nada, hermanos.

¡Yo tengo un ojo vacío

y tengo un labio partío

de dos besos que me dio!

En fin, allí se increparon

en forma insolente y dura,

y al cabo el cargo de cura

se sometió a votación;

votaron alborotados,

y aquel del ojo vacío,

aquel del labio partío

fue cura en la procesión.

¡Pobre Ciquiel! ¡Si supieras

cuánto de ti se rieron!

Todos del vivar salieron

ansiosos de retozar;

y al brillar del alba pura

los resplandores rosados,

ya estaban todos formados

a la puerta del vivar.

Todos en los pies traseros

encabritados andaban,

y con las manos llevaban

insignias de procesión.

Uno con la manga fúnebre,

que era un trozo de retama,

y otro con una gran rama

de tomillo por pendón.

De una agalla perforada

hicieron un calderete,

y un conejillo vejete

¡qué disparate hizo en él!

Y dos muy tiesos llevaban,

en los hombros sostenido,

un palo seco y tendido

que simulaba Ciquiel.

El cura, aquel cura tuerto

que era más feo que Tito,

sólo llevaba un palito

que en hisopo convirtió;

y el libro de los latines,

que llevaba un monaguillo

era un forro de un librillo

que algún cazador perdió.

En dos hileras muy largas

se fueron acomodando

y el gori-gori cantando,

tendióse el cortejo aquel

hacia un barranco relleno

de estiércol amontonado…

¡Era el sitio destinado

para enterrarte, Ciquiel!

Dos conejos con las uñas

abrieron tu sepultura

en el montón de basura,

chirriando de dolor;

mas luego que estuvo abierta

y en ella tu efigie echaron,

como locos empezaron

a bailar alrededor.

¡Qué escándalo!, el cura tuerto

te dio tales hisopazos,

que sobre ti en dos pedazos

roto el hisopo quedó;

y aquel que llevaba… aquello

metido en la caldereta,

hizo al aire una pirueta

y encima de ti lo echó.

El monaguillo del libro,

que era el de la oreja rota,

hasta hizo horrible chacota

de los latines también;

pues cantaba dando saltos:

«¡Non haberis mas mordiscum!

¡Ciquiélibus moriuni tísiqum!

¡Requiescant in pace, amén!»

Cansado por fin el cura

de aquella danza maldita,

con alegría inaudita

tierra al palitroque echó;

holló y echó más de nuevo,

para hacer mayor la carga,

y con la uña más larga

este epitafio escribió:

«Aquí yacen los restos asquerosos

del tísico Ciquiel.

Por mí, que se lo lleven los demonios,

si es que pueden con él.

Murió este bicho repugnante y feo

de tisis pulmonar;

si lo hubieran ahogado al nacedero,

no hubiesen hecho mal.

De dos mordiscos me rasgó este labio

y un ojo me sacó:

¡que muerdan los gusanos en los ojos

del que tanto mordió!

«¡Que se lo lleven todos los demonios

que viven con Luzbel!,

y que no quede casta en esta tierra

del tísico Ciquiel!

¡Y caiga un rayo en el sepulcro negro

de este ladrón sin par,

no haga el diablo que un día este asesino

vuelva a resucitar!»

MAÑANAS Y TARDES
SUEÑOS

¡Gloria al Señor que puso

mi pobre cuna

donde hay estas estrellas,

y hay esta luna,

y hay estas flores,

y hay estas dulces auras,

y hay estas noches!

(Antonio de Trueba)

I

La tarde está serena, la calma es tanta,

que ni llora el arroyo, ni el ave canta;

la ráfaga de viento, que a veces pasa,

llanuras y sembrados, todo lo abrasa.

El astro bochornoso que reverbera

convierte las llanuras en una hoguera;

crujen unas con otras las cañas huecas;

las doradas espigas estallan secas,

y en el fondo pardusco de la barranca,

el agua del arroyo su curso estanca.

* * *

Tan pesada es la calma, tal el bochorno,

que la abrasada tierra parece un horno.

Las alondras reposan en sus solaces,

las codornices duermen bajo sus haces,

los lagartos, que salen de su agujero,

cruzan algunas veces por el sendero;

la perdiz a sus hijos, cauta, reclama

bajo la tibia sombra de la retama,

y uniendo sus cabezas abochornadas

dormitan las ovejas en las cañadas.

* * *

Llega el sol a la cumbre de su apogeo;

duermen algunos bueyes en el rodeo,

y otros van a la oscura charca verdosa

para ahuyentar la mosca que los acosa.

Trabajan en las eras lentas las reses,

en derredor girando sobre las mieses;

bajo el trillo, que arrastran con lento empuje,

la seca paja estalla, se rompe y cruje;

el ruido de la marcha casi ensordece,

el choque de las mieses casi adormece.

Al son con que el cambizo lento rechina

responde el de la parva que está vecina;

desparrama el labriego los secos haces,

y en el trillo se duermen ya los rapaces.

* * *

El perro perezoso se entrega al sueño

a la sombra del viejo carro del dueño,

y sacude la mosca que le molesta

turbando impertinente su dulce siesta.

Forma el trigo tendido redondas fajas

y cantan las chicharras entre las pajas.

Los pájaros se ahogan en el espacio

y hacen de las encinas fresco palacio;

ni canta la culebra, ni rana alguna

asoma la cabeza por la laguna;

en su casa escondidos callan los grillos,

y quedan en los prados secos tronquillos

del pasto saludable, fresco y lozano

que con rudos calores quemó el verano.

* * *

De la Peña del Niño por las laderas

quedan piedras, tomillos y carrasqueras.

Por evitar de Febo la ardiente lumbre,

las perdices se suben hacia la cumbre,

y armado de escopeta recorre el cerro

el cazador constante detrás del perro.

De las húmedas piedras por las rendijas

se ven salir a veces las lagartijas;

el sol despide fuego, fuego la tierra

fuego los pedregales de aquella sierra.

Sólo se ven en torno zarzas y espinos;

no transita un viviente por los caminos.

El viento con sus ráfagas lleva ligero

una nube de polvo por el sendero.

Siegan, unos tras otros los segadores

del sol bajo los rayos abrasadores;

entre espigas y cardos van encorvados,

bajo tantos calores casi agobiados,

y el dueño los vigila bajo una encina

que al árido sembrado crece vecina.

* * *

El caballo corriendo por el atajo,

va a humedecer su boca con el regajo;

el carro con las mieses lento camina

y al lento balanceo cruje y rechina,

y el buey, uncido al yugo, la cola enrosca

ahuyentando indefenso la inquieta mosca.

* * *

¡Largas tardes de agosto!… ¡Tardes de calma!…

¡en vuestras largas horas se duerme el alma!…

* * *

Si quisierais tristezas y soledades,

buscadlas en los tristes campos de Frades.

No busquéis en él nunca tiernos planteles

ni busquéis en sus campos lindos vergeles;

no busquéis en sus lomas los olivares;

buscad en sus laderas los tomillares.

No busquéis en sus pobres alrededores

jardines esmaltados de lindas flores;

ni hallaréis en sus cerros los naranjales,

ni veréis en su sierra lindos rosales.

No hallaréis en sus campos un paraíso,

que la Naturaleza darle no quiso.

Son sus áridos valles pobres plantíos;

son sus pobres cañadas vegas sin ríos.

Si visitáis sus montes y sus marjales,

veréis viejas encinas y matorrales,

y en vez de frescas bandas de azules violas

veréis entre los trigos las amapolas.

* * *

¡Buscad secos barbechos siempre agostados!…

¡Buscad la rubia espiga de los sembrados!…

¡Buscad cuando el gran astro lumbre fulgura,

una encina, una piedra y una llanura!…

* * *

En sus tristes y humildes alrededores

jamás cantar se oyeron los ruiseñores.

De sus montes de encinas por los confines,

saltan lindos chivones y colorines.

Gorjeadores alondras y golondrinas,

de sus pobres casitas son las vecinas,

y habitan sus laderas, montes y lomas,

las dulces tortolillas y las palomas.

* * *

No busquéis en sus sierras fieros torrentes;

buscad sus solitarias y ocultas fuentes;

no busquéis en el monte la catarata

que al bajar al abismo se desbarata;

buscad, en vez del río que se despeña,

el manantial, que fluye de negra peña;

y en vez de la cascada de las alturas,

buscad los arroyuelos de las llanuras.

* * *

¡Buscad secos barbechos, siempre agostados!…

¡Buscad la rubia espiga de los sembrados!…

¡Buscad, cuando el gran astro lumbre fulgura

una encina, una piedra y una llanura!…

II

Hay en medio de Frades rústico huerto,

que parece el oasis de aquel desierto.

Entoldan sus paseos los emparrados,

con sus brazos frondosos entrelazados;

despliegan las acacias sus anchas copas,

donde los gorriones cantan en tropas.

Son las tapias del huerto de vieja piedra,

que cubre cuidadosa la verde yedra;

las auras vespertinas y matinales

juegan con los cerezos y los perales;

tapizan sus paseos yerbas silvestres,

y en los rincones crecen flores campestres.

Los alegres manzanos cuando florecen

dan sombra a las verduras que abajo crecen.

Si un aroma se aspira dulce y ligero,

es el aroma dulce de algún romero.

Junto a la vieja tapia crece y vegeta

el junco del pantano con la violeta,

y unen abrazos tiernos y fraternales

las verdes zarzamoras con los rosales.

El viento se embalsama con los olores

de aquellas coloradas y lindas flores,

y junto a la violeta crece amarilla

exhalando su aroma la manzanilla.

Hay entre las verduras una fontana,

do el agua para ellas tan clara mana,

que a la vez se reflejan en sus cristales

dos manzanos, tres guindos y tres rosales.

Y al pie de esta fontana, tan pura y bella

vive el amargo ajenjo con la grosella,

y de igual modo vive, crece y se hermana

la colorida fresa con la romana.

* * *

En esas mañanitas del mes de mayo,

antes que el sol nos mande su ardiente rayo,

de aromas y armonías hay un concierto

dentro de aquel silvestre y alegre huerto.

Cuando la luz asoma por las colinas,

ya cantan en los guindos las golondrinas,

y antes que el sol derrame luz sobre el suelo,

ya las pardas alondras suben al cielo.

Hay cerca de aquel huerto viejos cercados

y viejas encinitas y viejos prados,

y entre estas encinitas, casi cubierta,

canta la tortolilla cuando despierta.

En los rojos tejados de aquella aldea

el tordo se despluma, silba y gorjea,

y chillando a su lado sobre el alero

el gorrión inquieto salta ligero.

Se revuelcan y charlan en los corrales

las alegres gallinas con los pardales;

despierta la paloma madrugadora

cuando el astro naciente las lomas dora,

y dejando en parejas los palomares,

por el cielo del huerto cruzan a pares.

Los cargados manzanos abren sus flores;

la humilde manzanilla despide olores,

y olores dan la rosa y la romana,

que vegeta en la orilla de la fontana.

En las ramas nudosas de los manzanos

depositan sus larvas pardos gusanos;

las constantes arañas tejen sus redes

en las húmedas grietas de las paredes,

y trepan las hormigas por su sendero

que suele ser el tronco de un limonero.

Previsora, constante, madrugadora,

inteligente, sabia, trabajadora,

en busca de sus flores sola se aleja

y su oscura colmena deja la abeja.

* * *

Insectos, flores y aves en dulce salva

saludan con sus ruidos la luz del alba,

que asoma sonrosada, bella y riente,

recostada en las lomas del Claro Oriente.

III

Mes de agosto ardoroso, serena tarde;

arde el sol en el cielo; la tierra arde.

Todo, todo, en la aldea reposa inerme…

el hombre, el ave, el bruto, todo se duerme…

y cuando el mundo vivo parece muerto

yo, que soy el que velo, me voy al huerto.

Allí, bajo la sombra de un emparrado,

de marillentas hojas entrelazado,

hago lecho mullido del verde suelo

y mis cansados ojos fijo en el cielo.

Mis párpados se entornan pausadamente;

confuso mar de ideas turba mi mente…

mi pensamiento flota, vago…, perdido…,

y, cerrando mis ojos, ¡quedo dormido!…

………………………………………………

En las tardes de agosto, tardes de calma,

en cuyas largas horas se duerme el alma,

después que me embriaga dulce beleño

y me quedo dormido…, ¿sabes qué sueño?

………………………………………………

Sueño que voy cruzando por un desierto,

un mar sin fin de arenas, un mar sin puerto.

Lágrimas de agonía vierten mis ojos

porque mis pies heridos pisan abrojos.

En medio del desierto sueño que existe

un albergue que sirve de alivio al triste;

un oasis bendito, do el peregrino

alivia las fatigas de su camino.

Es el rey del oasis un niño alado,

que aquel edén hermoso vigila armado.

En una aguda flecha guarda amoroso

un licor sonrosado, dulce y sabroso.

Cuando a algún peregrino la sed abrasa

y cerca del oasis llorando pasa,

a recibirle sale solo y armado,

con una de su flechas el niño alado.

Y el arma punzadora lanza certero

al corazón marchito de aquel viajero

que, entrando del oasis bajo el ramaje

refresca los ardores de su viaje.

Y mientras a la sombra duerme y descansa

a sus pies una fuente resuena mansa.

El niño de las alas su sueño vela;

su espíritu cansado soñando vuela,

y el licor de la flecha del niño alado

su corazón ardiente tiene embriagado.

Y, mientras a la sombra yace dormido,

viene con sus acordes a herir su oído

un coro de angelitos que, en derredor

del lecho del viajero, dicen: «¡Amor!…»

………………………………………………

Y yo sigo soñando…, sigo soñando

con otros peregrinos que van llegando

al oasis bendito de aquel paraje,

mitad de su penoso, largo viaje.

En medio del desierto, solo, afligido,

fatigado, lloroso, triste, perdido,

el último de todos voy caminando,

¡siempre pisando abrojos!…, ¡siempre llorando!…

Lanzado en el desierto por mi destino

no llego al fin querido de mi camino,

y el corazón se ahoga casi abrasado

sin el licor sabroso del niño alado.

* * *

En medio del oasis y en él gozando

a ti, Casto querido, te vi cantando.

De un árbol oloroso bajo la sombra

y apoyado a tu lado sobre la alfombra,

vi un ser, que dulcemente te sonreía

y oí distintamente que te decía:

«Tú cruzaste un desierto para buscarme

y entraste en este oasis para adorarme.

Si el resto del desierto juntos cruzamos

y al fin de la jornada juntos llegamos,

viviremos felices, sin duras penas,

¡aun yendo del desierto por las arenas!»

Y tú, que lo escuchabas, de allí saliste

y aceptando el apoyo que le ofreciste,

os vi llenos de gozo, cruzando luego

aquel desierto inmenso lleno de fuego…

* * *

Rendido de cansancio, lleno de pena,

y con mis pies hollando la ardiente arena,

os perdieron mis ojos…, ¡que se cerraban

sin llegar al oasis que divisaban!

Y tendido entre espinas, sin esperanza

de hallar jamás el puerto de mi bonanza,

exclamaba llorando: «¡Dios mío!… ¡No puedo!…

Estoy aquí tan solo, que… ¡¡tengo miedo!!…»

* * *

Quemaba con sus rayos el sol de estío

y el corazón sentía yerto de frío.

Cubrió mis turbios ojos un negro velo,

alcéme amedrentado del duro suelo,

y al extender mi vista por el desierto…

………………………………………………

¡desperté en mi silvestre y alegre huerto!

IV

En las dulces mañanas del mes de mayo,

cuando el sol nos envía su primer rayo,

voy al huerto a sentarme, porque en el huerto

hay de aromas y ruidos dulce concierto.

* * *

Recostado en la alfombra del verde suelo

y siempre con mi vista fija en el cielo,

percibo en torno mío ricos aromas

que me manda el tomillo desde sus lomas.

Mis párpados se entornan… ¡Estoy despierto

y sueño nuevamente con el desierto!

Sueño que voy andando…, que voy andando

y que al hermoso oasis estoy llegando,

y lo veo tan cerca, que me convida

a vivir una dulce y alegre vida…

Y tanto me aproximo que te diviso

vagando entre el follaje del paraíso.

Al ser que te acompaña le ofreces flores,

flores que en vez de aromas vierten amores.

Al tender tu mirada por el desierto,

me viste caminando con paso incierto,

y no lloraste viendo mi gran quebranto,

porque en aquel oasis no existe el llanto.

………………………………………………

Antes de la dorada y hermosa puerta

de la mansión aquella, que estaba abierta,

había un gran abismo, profundo, hondo…,

sin medida, sin término, sin luz, sin fondo.

Al ponerme a la orilla tímidamente,

un vértigo espantoso turbó mi mente;

y casi loco, débil y suspendido

sobre aquel precipicio, perdí el sentido…

………………………………………………

Al recobrarlos luego, te vi a mi lado

dentro ya del oasis del niño alado,

y supe que, alargando tu diestra mano,

me salvaste la vida como a un hermano.

Al verme ya en aquella mansión querida,

sentí mi pobre alma de amor herida,

y el licor misterioso del niño alado

mi corazón tenía casi embriagado.

Y vi, en el paraíso de las delicias,

un ser que me halagaba con su caricias,

y al pronunciar mi nombre sus labios rojos,

desperté de mi sueño… y abrí los ojos.

V

En las tardes de agosto, tardes de calma,

en cuyas largas horas se duerme el alma,

mis penas y mis ansias doy al olvido

y a la sombra de un árbol sueño dormido.

Sueño con el desierto y el paraíso,

que en las tardes de agosto nunca diviso,

y, aunque esparce sus rayos el sol de estío,

el corazón me queda yerto de frío.

VI

Pero ¡ay!, en las mañanas del mes de mayo,

cuando el sol nos envía su claro rayo,

solo y meditabundo me voy al huerto

y a la sombra de un árbol sueño despierto.

Sueño con el desierto y el paraíso,

que en estas mañanitas cerca diviso,

y aunque a mi lado fría la brisa pasa,

mi corazón sensible…, ¡ay!…, ¡se me abrasa!

SUSPIROS

Solo, triste, perdido sin sosiego

del mar del mundo en las inquietas olas,

sin apagar de mi dolor el fuego

vuelvo de nuevo a lamentarme a solas.

Ha tiempo ya que entre celajes de oro

hermoso edén en mi ilusión soñé.

¿Quién mi ilusión arrebató?… Lo ignoro.

¿Quién goza en mi martirio?… No lo sé.

Yo sólo sé que mitigar deseo

este pesar que arrebató mi calma;

la causa de mi pena no la veo,

y, sin embargo, me desgarra el alma

Tal vez será que el alma se lamente

en fuerza de sufrir, ya sin motivo;

pero mi pobre corazón no miente

y me hace ver las penas en que vivo.

Nadie comprende porque a nadie importa,

las tristes penas de mi vida amarga;

vida que en dicha y en placer es corta

y en desventuras y en sufrir, muy larga.

¿Quién causó mi placer? Un sueño necio.

¿Con quién soñó mi alma? Con un bien.

¿Quién causó mis angustias? Su desprecio.

¿Quién mató mis ensueños? Su desdén.

En medio de mi pena y desconcierto

no tengo nunca un cariñoso amigo

que me enjugue las lágrimas que vierto

y se venga a llorar también conmigo.

Aunque lo quiera y aunque así lo anhele,

no ha podido encontrar el alma mía

ningún amigo fiel que me consuele

cuando yo le contase mi agonía.

Siempre sufriendo mi crüel martirio

turbado veo mi soñado edén,

y la niña que amaba con delirio

ha pagado mi amor con un desdén.

Su mirada de angélico candor

no quiso mi pesar calmar jamás.

¿Y con qué le he pagado?… ¡Con mi amor!

¿Y cuál es mi venganza?… ¡Amarla más!…

¡PATRIA MÍA!

… porque has de saber, amigo mío, que todos los años, en el verano, hago un cantar para mi pueblo.

Y te mando este —el cantar— porque algo te corresponde de él.

Si te extraña de que en el siglo que corre haya todavía hombres que se ocupen en cosas tan inocentes, satisfaré y haré desaparecer tu extrañeza, natural en un chico fin de siècle, contestándote que aún quedan en el mundo hombres honrados.

(J. M.ª G. y G).

15 septiembre 1892

I

Rodando en la corriente del mundo vano

como rueda una arena sola y perdida

me encontré con un hombre, llamélo hermano

y te lo di por hijo, patria querida.

Pasado luengo tiempo, te abandonaba,

y en unión de aquel hombre yo visitaba

la tierra en que se asientan sus pobres lares…

¡y canté aquella patria que se me daba!…

¡Maldita sea la lira con que cantaba,

y malditos los ecos de sus cantares!

Yo no tengo más patria que esta aldeíta,

donde está todo el fuego de mi cariño;

el corazón sin ella se me marchita,

pero pensando en ella se vuelve niño.

¡Patria mía querida, que con tu aliento

haces quejar de nuevo con voz vibrante

la fibra más doliente del sentimiento

que se oculta en el pecho de un hijo amante!…,

no llores, si aquel hombre de quien te hablaba

no ha venido a abrazarte y a conocerte;

no admitas aquel hijo que yo te daba,

si en un lejano día viniese a verte.

No amargues con tu llanto mi pobre vida,

porque aquí estoy yo solo para adorarte;

duérmete y no me llores, porque, dormida,

me tendrás a tu lado para cantarte,

¡patria querida!

Porque tú me adoraste con ardimiento,

porque tú me has amado con fe constante,

porque tú bendeciste mi nacimiento,

y no puedo olvidarme que, siempre amante,

de tu brisa amorosa con el aliento

tú me arrullabas,

cuando dormía

sobre mi cuna,

y me besabas

cuando reía

sin pena alguna,

con la alegría

de la ignorancia,

que el alma mía

ya no ha gozado

desde la infancia

ni un solo día…

II

Mi patria es la aldeíta donde he nacido,

donde tengo los padres que me criaron,

donde existen aún caliente mi pobre nido,

donde alientan los seres que me mimaron,

donde viven las almas que me han querido,

donde vuelan las auras que me arrullaron.

Si no fueron ingratos ni olvidadizos

los hijos que a tus pechos se amamantaron,

no llores tú desprecios de advenedizos,

que de pisar tu suelo se desdeñaron,

porque no eres la cuna de los hechizos

donde ellos se mecieron y se criaron.

Pero tú eres la virgen ruda y bravía

que escondes el tesoro de tu pureza,

más clara que los rayos del mediodía,

que tuestan tu morena gentil cabeza.

Eres la campesina que sólo ansía

ver sin hambre a tus hijos y sin tristeza;

por eso les regalas pan y alegría;

y si algún hijo indigno de tu terneza

por buscar más placeres se te extravía,

le dices: «Come, canta, trabaja y reza,

y no busques la senda que te hundiría

de ignorados abismos por la aspereza».

No llores, pues, si un hombre te quiso un día

menospreciar acaso por tu rudeza,

¡no, patria mía!,

que si no eres del mundo la maravilla

ni eres de la hermosura supremo exceso,

eres la madre tierna, ruda y sencilla,

que a tus hijos veneras con embeleso;

y yo, sólo por eso, te quiero tanto,

que hasta llamarte madre mi amor me lleva,

y sólo tu recuerdo bendito y santo

me hace bueno, me arrastra, y hasta me eleva

desde el pantano

sucio y liviano

de las pasiones,

donde revuelcan

encenagados

los corazones

desesperados

sus ilusiones…,

hasta la cumbre

de paz y calma

de las virtudes,

en cuya lumbre

se inunda el alma

de resplandores,

se dignifica

con la agonía de los dolores;

se purifica

con la alegría de los amores.

III

¡Verdes lomas cubiertas de matorrales,

laderas guarnecidas de robledales,

nidal de negros cuervos y ruiseñores,

praderas salpicadas de manantiales,

archivo de recuerdos encantadores!…

¡Patria mía, que enciendes mis ideales,

que conservas la historia de mis mayores!…,

tú siempre has sido y eres la dulce idea

que ilumina mis sueños de resplandores,

que a mi espíritu enfermo cura y recrea,

que endulza de mi vida los amargores.

Porque haya habido un hombre que ingrato sea,

no quiero que te aflijas, ni que lo llores,

¡plácida aldea!,

que si a ese hombre le ha dado cuna ostentosa

aquella tierra hermosa, cuya presea

borda de rubias perlas la mar furiosa

que con salvaje arrullo la galantea,

tú, más casta que ella, más candorosa,

la sencillez severa que te hermosea

guardas, como la virgen más pudorosa,

en el arco de montes que te rodea.

No llores el desprecio del hijo ingrato

de la altiva sultana, rica y liviana,

que es la más lujuriosa de las mujeres;

porque si él es el hijo de la sultana

que emborracha sus hijos con los placeres,

yo soy el hijo amante de la aldeana

que alimenta sus hijos con pan moreno,

y les dice, cual madre pobre y cristiana:

«Come, canta, trabaja, reza y sé bueno.

Tus desventuras

sufre con calma

noble y sincera;

¡y ama, si el alma

te lo pidiera!

Que el alma buena

se purifica

con la crudeza de los dolores;

se dignifica

con la pureza de los amores».

IV

Tú, patria mía, no tienes de azahar un velo,

ni mares que te arrullen enamorados,

ni montañas que escalen el mismo cielo,

ni bosques con vergeles entrelazados.

Lucir tampoco puedes en tu garganta

de nácares y perlas rica presea;

y aunque tú estás guardada de gente tanta

como a la gran sultana siempre babea,

ni la brisa marina tu frente orea

ni puede, aunque quisieras, gozar tu planta

las frescas humedades de la marea.

En tu suelo al viajero tampoco encanta

la luz de inmenso faro que cabrillea,

alumbrando al navío que se adelanta

y en noche borrascosa se balancea

sobre un mar encrespado que al hombre espanta,

y que a la luz siniestra que lo platea,

y a impulsos de la fuerza que lo levanta,

se agita, fosforece y amarillea,

duerme, ruge, suspira, murmura y canta.

Tú no eres la sultana que se recrea

en la misma belleza que la agiganta,

¡rústica aldea!…

Pero eres la aldeana trabajadora

que, al trabajo rendido y a las fatigas,

reclinas tu cabeza de labradora

sobre un haz de maduras, rubias espigas,

que este sol de Castilla calcina y dora.

Tú eres la esposa rústica, la madre sana

más casta, más salvaje que la sultana.

Si para ti no arrastran del mar las olas

aderezos de nácar, de maleagrina,

ni gárrulos concentos de barcarolas,

tienes, en cambio, campos de mies cetrina,

donde tú te abrillantas y te arrebolas

bajo esta meridiana luz argentina

que, al vibrar de mil flores en las corolas,

tiñe a trozos tu manto de purpurina,

que Dios ha recamado con orla fina

de claveles azules y de amapolas…

Y todo ser que bulle, murmura o trina,

ruge, canta o se mueve sobre tu suelo,

es la voz de un concierto que sube al cielo;

la esencia inmaculada de aquella idea

que siempre de ti ausente canto y evoco,

¡gárrula aldea,

nido de un loco!…

Si son en ti dichosos tus moradores,

no te aflijas por nada, por nada llores,

que yo te adoro;

¡pero guarda la vida de mis mayores,

como un tesoro

constantemente!…,

porque, si yo te quiero como un demente

y te llamo en mi ausencia con hondos gritos

desgarradores,

¡es porque están contigo seres benditos

que son el amor santo de mis amores!…

V

Tu sol arde en el cielo como una hoguera;

sacude, patria mía, la cabellera

de tus viejas encinas y tus sembrados,

y mándame por ellos la brisa lenta

que agite mis pulmones congestionados

y humedezca mi boca que arde sedienta;

que sacuda mis miembros aletargados

y refresque mi frente calenturienta…

Ha mediado la tarde y el sol abrasa;

la espiga suelta el grano, chasca y se tuesta;

si corre el aura, escalda por donde pasa;

todo ser animado duerme la siesta…

¡Cántame alguna estrofa pesada y larga,

como las que cantabas cuando era niño…;

arrúllame este sueño, que me aletarga,

con un cuento de amores, en que el cariño

me transporte a otra vida menos amarga!…

¡Oh cuéntame una historia!…, mas no una historia

de esas que el alma queman al escucharlas;

que labran hondos huecos en la memoria,

y que espantan y hieren al recordarlas.

Cuéntame historias largas de trovadores,

de bardos, de poetas y de mujeres…,

inyecta en mi cerebro sueños de amores,

y que, siquiera en sueños, tenga placeres…

¡Pero no! Si lo hicieras, ¡me matarías!

Haz que ningún recuerdo mi alma taladre.

Cuéntame lo que quieras de aquellos días

en que sólo soñaba yo con mi madre.

Emborráchame el alma con regodeos

y apariciones místicas de la pureza…,

y déjame este cuerpo sin los deseos

del ensueño letárgico de la pereza…

Duérmete tú conmigo desde esta loma

donde ni un ser se mueve ni el aura bulle,

y tráeme de tus montes una paloma

que, oculta en esta encina, mi siesta arrulle.

Cántame los idilios con que regalas

al hijo extraviado que te visita,

y haz de tu amor de madre, con ambas alas,

un dosel en que apoye mi sien marchita…

…………………………………………………….

¡Gracias, patria amorosa, gracias mil veces!

¡Dios conserve y bendiga tus moradores!

¡Dios de tus pobres hijos oiga las preces!

¡Dios les dé pan, virtudes, glorias y amores!

¡Dios aleje la muerte de tu morada!

¡Dios te dé a manos llenas dichas benditas!

¡Dios alegre tu cielo con su mirada!

¡Dios bendiga tus campos y tus casitas!

* * *

Tú has combatido siempre mis agonías

con fuerzas misteriosas y celestiales;

por eso hoy, gastado, como otros días,

vengo a buscar de nuevo fuerzas vitales…

¡Que se van extinguiendo mis energías!

¡Que se van apagando mis ideales!…

Úngeme de esa esencia tan misteriosa

que sacude la anemia de mi impotencia,

y a mi ser da una fuerza bien poderosa

para esta lucha horrible de la existencia.

Satura tú mi sangre con esa esencia,

y no llores por nada, patria amorosa;

canta y reposa,

¡gárrula aldea!,

duerme la siesta

sobre esta cuesta

que el sol caldea,

la luz platea

y el aura tuesta…

Y si es que, mientras lenta la tarde pasa,

no puedes regalarme brisa más fría,

¡bésame en esta frente, que se me abrasa,

y ampara esta cabeza, que se extravía!…

Pero si tú me quieres,

si tú me llamas,

¡nuestro cariño bendito sea!

Pero si no me adoras,

si no me amas,

¡¡¡dame a mi padre!!! y ¡¡adiós, aldea!!