Cuando el artista se compenetra con el asunto, le caldea y vivifica en sus entrañas, comunicándole algo de su esencia, sale la obra llena de vida y realidad, como generoso fruto de legítimos amores.
Tal espontaneidad tienen los versos del maestro, que la divulgación de «El Ama» no tiene ejemplo en la historia poética. En cambio, como él confiesa en sus cartas, le era extraño el artificio teatral, y tuvo que desistir de la obra comenzada.
Como Mistral en la Provenza, cantó costumbres patriarcales bebiendo en ricos y naturales veneros el caudal de su inspiración; por eso cuando en el certamen de Buenos Aires se presentó su canto al trabajo, en lucha con 400 poesías, obtuvo el premio entregado por un noble español, presidente de aquel certamen[80].
Al revés que algunos poetas salmantinos, como Meléndez, que, disfrazados de pastores, fingen una poesía bucólica, escrita en la ciudad por quien no vivió más que entre pleitos y libros, él nació, vivió entre labradores, en el campo aguantó las inclemencias y no fue sólo el enamorado que se deleita con el paisaje, sino que con él tuvo que convivir e interpretarle como buen compañero.
Poco antes de su muerte, cuando recibía los homenajes de allende los mares, fue cuando verdaderamente comenzó a difundirse en el pueblo[81] su poesía, obra social como pocas, por predicar amor al trabajo y resignación ante las tribulaciones; es más humana que la de Tolstoi, aquel pensador, también amigo y compañero, de los humildes.
Mi querido amigo[82]: Gracias sinceras por todo; por su felicitación, por sus excelentes deseos y por su cariñosísimo y hermoso artículo del «Adelanto».
El triunfo en sí mismo, me ha complacido mucho, que fuera mentir negarlo; pero no miento si digo que ha habido cosas que me han complacido, todavía más que el triunfo literario; el cariñoso antes que encomiástico artículo de usted o la alegría de los de mi casa; el sincerísimo regocijo de tantos queridos paisanos, la unanimidad en la concesión del premio por los señores del Jurado, ninguno de los cuales me conocía personalmente, lo contentísimo que todos ellos se me mostraron y las inmerecidas atenciones y deferencias de que me han hecho objeto estos días en Salamanca dichos señores; la misma facilidad con que pudieron cumplir su delicada misión, según han dicho ellos mismos en público, cosa que a ellos y a mí creo que nos habrá evitado esa serie de… cosas tristes que suelen venir detrás de este género de asuntos… todo esto me ha alegrado más que nada. Si el teatro que tan lleno estaba de espectadores, no hubiera estado tan horriblemente vacío para mí, créame usted, hubiese saboreado con verdadero deleite mi triunfo ¡pobre porque llegó ya muy tarde; cuando no podía verlo quien más lo hubiera gozado!…[83]
Pues sí, amigo mío: ha gustado mucho en nuestra tierra la poesía. Se conoce que acerté; lo digo como lo siento, porque de todas partes estoy recibiendo todavía afectuosas enhorabuenas, después del infinito número que recibí en Salamanca, y muchas de personas verdaderamente peritas en la materia. Es claro que ser yo de aquella tierra, el contar en aquellos versos afectos y sentimientos que allí encuentran fácil eco el sabor de la tierra que al leerlos se percibe y otras causas semejantes, habrán suplido la falta de otras buenas cualidades literarias. Pero aun con eso yo me he atrevido a sospechar que debe quedarles algo que es capaz de agradar a los que no han nacido en nuestra tierra, pues tengo pruebas inequívocas de ello.
Me hubiera alegrado muchísimo verle a usted por allá en aquellos días, porque hemos charlado mucho de estas cosas y de otras que agradan a usted seguramente.
Unos cuantos amigos me hicieron prometer que hiciera un tomito de versos. Hoy me escribe Zeda, volviendo sobre lo mismo y a la vez me envía números de «La época» con la composición premiada y un artículo suyo donde dice, nada menos que una cosa como esta: «Dudo que después del Idilio de Núñez de Arce, se haya escrito en castellano una composición tan sentida, tan sincera y tan poéticamente campesina…» Esto es muy fuerte… creo que Villegas dice lo que siente, porque de antiguo tengo pensado de él que es un escritor honrado y además, porque no hay más vínculo entre los dos que una amistad de ocho días; pero para creer, he necesitado pensar en todo eso…
De usted no quiero decir nada, o quizá no sepa decirlo como quisiera y debiera. Me quiero limitar a agradecer…
Y nada más, amigo mío, que hoy tengo que escribir muchas cartas, aunque no han de ser, ni mucho menos, tan extensas como esta que he querido dedicarle.
Ya sabe usted que es afectísimo amigo suyo
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
23 Enero 1901.
A los Sres. D. Martín Dedeu y D. Ramón Esteve, presidente y secretario del «Centre Català».
Muy distinguidos señores míos: Una desgracia de familia me ha impedido contestar antes de ahora la afectuosísima carta en que se han dignado ustedes enviarme sus felicitaciones con la buena compañía de los señores socios de ese «Centre», por el honor otorgado en los Juegos Florales de esa ciudad a mi modesta composición, intitulada «Canto al Trabajo».
Bondades de un respetable Jurado, que no por ser muy benévolo con mi pobre poesía, deja de ser digno y culto, han querido concederme esa honra abrumadora, de cuyo peso me aligero haciendo caer una buena parte de él sobre el «Centre Català», noble padre de la idea nobilísima de dedicar al trabajo una canción española en su decir.
Nadie, al proponer ese tema, podría justificarlo con mayor autoridad que los hijos de Cataluña, primogénitos hijos del trabajo en esta Patria querida que les debe tanto honor y tanto pan.
Yo les debo también un pedazo de ambas cosas, porque con una culta fiesta en mi obsequio celebrada me han honrado, y con oro del que fluye gota a gota del manantial del trabajo, han premiado generosos una sencilla canción que me quiso inspirar precisamente la musa de mis amores con el Trabajo, que son grandes como los horizontes de éste y serán tan duraderos como mi vida en la tierra.
Este humilde compatriota, que los ama y los admira, les envía en estas líneas todo un sencillo homenaje, en cuya hondura palpita el cariño patriota junto a la honda gratitud y la admiración del poeta.
Yo deseo que en el «Centre Català» suene este débil eco de su voz agradecida que lleva un trozo de alma de quien la tiene muy grande para amar y agradecer.
Ruego a ustedes que con sus palabras elocuentes suplan ante los muy dignos socios del «Centre Català» lo que dejo decirles de mi gratitud sincera, por pobreza de expresión.
Y con un entusiasta saludo para todos y muy señaladamente para ustedes, se les ofrece sin condiciones su amigo afectísimo seguro servidor y compatriota, q. l. b. l. m.,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
7 de Mayo de 1903.
Querido Mariano: Llegó tu última del 30 de Abril. ¿Que no te contesté la anterior? No lo creas así porque no es verdad. Qué te dije, no lo recuerdo ahora, pero sé que no tengo deudas epistolares contigo.
El mes pasado he estado lleno de ocupaciones, y por si ellas eran pocas, me cayeron encima dos pequeñas desgracias: un catarro de los ojos y el nombramiento de hijo adoptivo de este pueblo. La fiesta con que esto último se celebró terminó con un banquete, y como me habían rogado de antemano que predicase, preparé un sermón (que el Ayuntamiento imprimió en folleto para regalar a los de acá) y tuve que recitar desde uno de los balcones del Ayuntamiento, pues estos pueblos próximos se nos vinieron a oír y había que llenar la plaza con la voz. Y de charlar cerca de dos horas a toda voz y de beber agua fría en los descansos que me tomé, me puse ronco y tuve que andar luego con parchecitos de tapsia a la garganta hasta recobrar nuevamente la voz perdida.
Ando atareadísimo. De ahí, de Madrid, me apuran hoy mismo precisamente con la zarzuela, y también traigo entre manos un libro, que llevo a medias escasamente.
¿Por qué me preguntas que qué tengo con «Kasabal»? Pues no tengo nada; ni siquiera sé de él otra cosa sino que es un revistero de salones. Por ignorar, hasta su nombre ignoro. Lo que me han dicho de él recientemente, y luego he visto reproducido en periódicos de por aquí, es que al hacer la reseña de la fiesta con que obsequió doña Emilia a Brunetière, hablaba de que una señorita —la de Longoria— recitó muy bien una poesía de Zorrilla, otra de Víctor Hugo y otra mía; ¡que ya es un salto mortal en la elección de autores favoritos!
Lo que no he podido saber es qué poesía eligió. Del «Heraldo de Madrid» copiaban la noticia, y si tú la viste en él podías habérmela mandado en el periódico; no por nada, ¿eh?, sino por «el acuerdo» tuyo, que otros amigos han tenido.
¡Amigo de C.! ¡Ahí es nada! Yo no tengo amigos de ese calibre financiero.
Esos ricos tan bárbaramente ricos, tengo para mí que nos desprecian; bárbaramente, también muy bárbaramente, despreciarlos a ellos, porque son unos bárbaros que saben lo que no saben los sabios: ganar dinero a quintales. Mis amigos bien puedes tú figurarte quiénes son: unos «méndigos», algunos de ellos muy listos, es verdad, pero gentes que no tienen prebendas que repartir, pues el que más y él que menos vive de alguna que pudo ganar a pulso.
Sin embargo, nunca dejes de decirme quién podrá favorecerte, pues quizá alguna vez pudiéramos hacer algo. Tú cuéntamelo todo, y cuando veas que yo me callo, mala señal, amiguito. Bien quisiera, bien quisiera; pero cuando yo no lo hago…
Y hoy nada más, sino que no pases mucho tiempo sin escribir. ¡Ah!, y que cuando leas alguna cosa que lo merezca, me mandes algún papel.
Te abraza tu buen amigo,
JOSÉ MARÍA.
Guijo de Granadillo, 6 Octubre de 1903.
Querido Mariano: Llegó tu última. Sentí que no pudieras ir a Béjar. Pepe me acompañó hasta que salí para este pueblo. También fueron Luis y Maturino que, estando hospedados en la misma fonda, se fueron a Castilla sin despedirse de mí: tal me traían los bejaranos de ocupado y de mimado. Lo propio les sucedió a Abdón y a otros de por allá, que no encontraron cinco minutos a propósito para decirme adiós.
Los extremeños que acudieron a los juegos me dieron un banquete, sólo de extremeños. Los bejaranos otro para el mantenedor y para mí.
El mantenedor (hermano del Obispo de Santander y catedrático de la Universidad de Sevilla)[84] es un neo, y yo otro, según creo. Béjar tiene fama de lo contrario; los obreros están en huelga, etc., y el mantenedor les arreó un discurso que fue un sermón de la virgen; y yo les solté unos versos[85] (antes del discurso del mantenedor), escritos de tal manera, que tenía que santiguarme al leer los tres o cuatro primeros.
Pues nada: en vez de una bomba de dinamita o de una tremenda silba, por lo menos, lo que oí fue una ovación que me tuvo largo rato con las cuartillas en la mano sin leer.
Allá van recortes con lo de Béjar y lo de Murcia.
No tengo más tiempo.
No olvides a tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Mi querido amigo: Me dices en tu última como en todas las tuyas, muchas cosas buenas que yo no merezco. No hay que decir que me refiero a cosas de literatura.
A mí me complace muchísimo (no puedes figurarte cuánto) que mis escritos te produzcan buenas y hasta fuertes impresiones. Pero ¿es todo ello mérito literario o es excesiva delicadeza de percepción tuya, que al ledo y sentir aumenta la cantidad literaria de mis pobres concepciones artísticas? Algo, y mucho, debe haber de esto, y he ahí la explicación que yo doy a tus elogios, que tú caldeas demasiado al recuerdo de impresiones exquisitamente tamizadas… Y es claro, en tales momentos, hasta el nombre de Pereda (no el de Zola, que es inmortal enemigo poderoso de todo mi yo), digo que hasta el nombre de Pereda te parece muy poco…
Pasemos por ello y sigue escribiéndome, que es un favor que me haces, y que yo sé agradecerte.
Ya he recibido juicios sobre el tío Gorio, todos muy encomiásticos. Hay quien me dice que vale más que Alma charra, de Berrueta[86]. Yo no puedo decirte nada sobre esto, porque esta es la hora en que no conozco Alma charra, que su autor me ha prometido enviar.
Dicen que afirma (hablo por referencias epistolares) que el ochenta por ciento de los amores charros terminan en el Hospicio… Y si lo dice, creo que no dice verdad. En fin, es amigo mío, y he de permitirme decirle algo, cuando me envíe su trabajo.
Vengan, y vengan pronto esos versos. Ahora me toca a mí oficiar de crítico y ya verás con qué frescura te voy a soltar cuatro frescas, si las mereces, o echarte un poco de incienso si te haces acreedor a ello.
De El Vaquerillo, no del cuento así llamado, sino del Vaquerillo del cuento… habría que hablar mucho para llegar a un acuerdo, y creo que llegaríamos a él.
Ante todo, has de saber, que la última parte del cuento, cuando de primera intención lo escribí, no era esa… ¡qué había de ser! No había porquera, no había hembra, porque, para el fin que primeramente me propuse, lo que más estorbaba allí era una mujer: me bastaba con el muchacho y la soledad… El estudio aquél era, sin duda, demasiado atrevido… Y lo sometí, contra mi costumbre, a la previa censura, no de nadie, sino de un hermano mío, que cogió el lápiz rojo, señaló, y dijo: «desde aquí para adelante no debes continuar, y si quieres continuar, haz que se presente por ahí alguna vaquera, que sólo así puedes proseguir, sin novedad, por ese camino». Y así lo hice.
¿Que a qué viene toda esta historia? Pues a decirte: si dándole el giro que al fin le di, te parece imposible el vaquerillo ¡Dios de Dios! lo que me hubieras dicho si lo presento como quise presentarlo.
Tal vez entonces no te hubiera yo llamado médico, como te lo llamo ahora, porque me has dicho que mi vaquerillo es falso, desde el punto de vista fisiológico. No lo afirmes así, en redondo, porque demasiado sabes que la vida es un misterio, y la vida psicológica, un laberinto de misterios.
Y si un día llega en que hablemos tú y yo, y hablemos del vaquerillo, llegaríamos a un acuerdo sobre la base de grandes concesiones que tendrías que hacerme si te ponías muy médico en el curso de nuestra plática. Una plática, por cierto, que no sé si algún día podremos tener los dos, pero que yo deseo tanto como tú, aun contando con que son grandes tus deseos. Esperemos, esperemos…
También yo vivo muy solo, y ya creo que te lo dije, sólo en el orden espiritual, porque vivo respirando el que yo mismo he creado, y el que de fuera me viene.
Pero no sé por qué, me figuro que llevo la cruz de la soledad de otra manera que tú, no más digna ¿eh? pero sí más resignada, o mejor, más sabrosa y dulce. En fin, ya hablaremos también de eso alguna vez, que hoy hay otros puntos que tratar.
¿Piensas guardar reserva acerca del proyecto literario que traes entre manos, según me dices en tu grata? Entonces, nada; pero si no, sepa yo algo de eso que preparas, aunque sólo sea el nombre de la cosa, para saber a qué alturas andas encaramado.
Yo tengo entre manos, como te dije, un tomito de versos castellanos, y calculo que tengo ya originales para algo más de la mitad del libro. Cuando los complete, tendré el gusto de enviártelos, aunque estoy atrozmente perezoso para copiar lo que una vez escribo.
No sé si te dije que se ha ofrecido a hacerme la edición Rodríguez Serra, el editor de Madrid. Aún no he decidido nada sobre ello.
Leí lo de las Hurdes. ¿No piensas rectificar? Yo no puedo hablar de las Hurdes científicamente, porque aún no he realizado mi viejo proyecto de visitarlas y no las conozco más que a medias, y con un conocimiento que me figuro imperfecto por inexacto. No obstante, me ha parecido demasiado radical la solución que das al problema. Porque soy de los que creen que en la Naturaleza nada hay estéril e inútil, en el sentido amplio de estas palabras. Los inútiles somos los hombres, que no sabemos adaptar, aplicar y aprovechar. Aun en el caso de que el suelo de las Hurdes las haga inhabitables ¿se sabe ya que el subsuelo no podría hacerlas ricas y bien pobladas?
Punto en boca y adelante. Porque tengo que decirte que, aunque no me has llamado la atención sobre ello, hay en Briznas una que, a lo menos para mí, es una cosa lindísima. No diré por qué, pues fácilmente vuelvo a decir las cosas de manera que no se me entienden por mala expresión, como sucede con la página anterior, que parece querer decir que El cielo del dolor no me gusta, y afirmo bajo mi palabra que me gusta mucho. Pues esto que ahora te digo que me ha gustado tanto como lo más es. ¡Lo estaba viendo!…
Espero un ejemplar de tu obra en prensa, y te doy mil parabienes por los premios con ella alcanzados y por el que le dio Le Correspondant medicale (creo que fue ella), de París.
Tampoco me has enviado esa Historia clínica de la última enfermedad de Carlos V.
Ya sabes que, con gusto, pasaría charlando contigo dos o tres días siquiera en Madrid, pero ahora no puede ser porque… acabo de venir de Madrid. ¿No esperabas tal cosa? Pues verás. No sé si te he dicho que envié a Zeda doce o trece composiciones (que pienso publicar en un tomito) para que hiciera el prólogo que me ofreció. (Lo que voy a decir de aquí para adelante es confidencial).
El Obispo de Salamanca, que en distintas ocasiones ha exteriorizado la buena impresión que dice le producen mis versos, supo, no sé por quién, que iba a publicar un tomo de ellos, y se me descolgó con este ruego: que le permitiera adelantarse a mí, tomando de mi librito en proyecto tres o cuatro composiciones (que ya conoce el público), para editarlas él con esmero, ponerlas prólogo suyo, hacer fijar la atención de los demás Obispos y de sus amigos particulares (Menéndez Pelayo, el Conde de Cheste, etc.,) sobre las poesías y servirme como de viajante que va llevando una muestra, etc.
La intención, excelente, y yo la agradezco muchísimo. Mi hermano me recomendaba que le complaciera, y fui a hablar con Villegas y luego con el P. Cámara, que esperaba mi contestación con impaciencia grande.
Puse entre otros reparos, el de la repetición inmediata en dos libros de tres o cuatro composiciones ya conocidas (El Ama, Castellana, El Cristu Benditu…), pero estaba decidido a no dejarse convencer y ante mí mismo dio órdenes a los de su imprenta, a fin de que estuvieran impresas las poesías esas para la próxima Pascua. No te sorprendas, pues, si ves ese libro, que resultará del tamaño de una Novena, si el prologuista no tiende mucho la pluma. Y se acabó lo que, por ahora al menos, debo llamar confidencia, y rogarte que así lo consideres.
Después de este libro, en seguida, saldrá a luz el mío, del cual te remito copiadas al vuelo y en sobre aparte, todas las composiciones, excepto una muy larga, que ya te enviaré, y las que ya conoces (El Ama y Castellana, que irán las primeras en el tomito).
«Tú que no puedes llévame acuestas», es decir, que tienes que leerte todas esas cuartillas de mala letra que te envío, pues yo deseo que las conozcas tú antes que el público, conforme ya te lo había manifestado.
Después, allá, cuando tú quieras, ya hablarás algo de ellas, porque así lo quiero yo, y además, porque tú no debes estarte callado cuando un salamanquino publica algo sea ello como fuere.
En la corte estuve un día nada más. Un ateneísta amigo mío, con quien estuve almorzando, me llevó a tomar café a la docta casa, con el propósito de presentarme a varios de allí que, según él, deseaban conocerme. Lo supe a tiempo y se lo prohibí en redondo. Lo que me dijo fue, que según había oído allí, en el Ateneo, se pensaba en que la Sección de Literatura me invitase para que fuera a leer versos míos una noche.
Decliné tan alto honor y regresé a Salamanca aquella misma, desoyendo los ruegos que me hizo el amigo para que oyera a los sabios (¿?) que al poco rato iban a continuar resolviendo el problema obrero… del modo que tú donosamente señalas en tu hermoso artículo de El Adelanto, porque hay quien cree que es un crimen de lesa libertad, etc., tirarles unas chinitas a los señores que, según ellos, van delante..
¿Has visto qué manera tan cobarde de adular a esa legión de infelices que para comer necesitan trabajar (como tú y como yo lo necesitamos también, aunque sea en orden distinto)? Créeme que yo tomo en serio el asco que me inspiran esos monosabios, la mayoría de los cuales se morían de hambre por impotencia el día que se dijera «el que quiera pan, que lo gane, y el que no, que reviente de hambre». ¡Sí, en el fondo, todos somos obreros… menos ellos!
Te felicito tardía, pero cordialmente, tus días y te deseo… lo que para mí deseo.
Y que escribas pronto a tu sincero amigo que te quiere,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
SR. D. MIGUEL DE UNAMUNO.
SALAMANCA.
Muy distinguido señor mío: No pude darme el gusto de ir a su casa a gozar un rato hojeando sus artículos y a aprender mucho escuchándole. Paciencia.
Téngala usted para leer esos romances que le envío, tomados al azar de entre otros que veo en mi cartera.
Poco es ello, pero no le envío más por aquello del cric-cric[87] del grillo, de que hablaba usted una noche, hace muy pocas.
Verá usted cosas ilógicas, o mejor, que lo parecen. No son mías; son de las gentes de acá, que a veces —por ejemplo— dicen qui, y a veces que, según… los casos. Ellas y usted sabrán por qué.
No sé por dónde, he sabido que es de usted el discurso de apertura de este año académico. Se lo pediré a mi hermano y lo leeré con sumo gusto, porque estoy seguro de que el discurso de usted no será, como el de muchos, un retacito de ciencia, una lecioncita de cátedra en traje de calle, para que los pobres veamos…
Le estoy robando a usted el tiempo[88].
No he olvidado su encargo.
Es de usted afmo. s. s. q. b. s. m.,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
Guijo de Granadilla.
SR. D. JOSÉ G. CASTRO.
Mi querido amigo: Hablé a los organizadores de la fiesta que proyectan en la Zarza en honor del doctor Bejarano[89], y desean con empeño que seas tú el que escribas la biografía del obsequiado.
De mí no hay que decirte nada, pues bien debes saber que leeré con mucho gusto tu trabajo, que puedes desde luego ir preparando y enviármelo cuando lo tengas listo.
De fecha no puedo decirte otra cosa que lo que me dicen los organizadores: que es probable que ello sea para después del 20 de Agosto.
Sin embargo, no te descuides, por si Bejarano adelantase las cosas.
Yo no he hecho aún nada, ni sé qué hacer, o mejor, ni he pensado en ello. Lo mío, será cosa más breve, y no tengo, por lo mismo, tanta prisa.
No tengo a la vista tu última carta (escribo en el campo), pero recuerdo que me dices que te amplíe el concepto relativo a lo que te dije en mi última sobre tu temperamento y tus ideas, como menos a propósito que el de Leopolda para la aceptación resignada de las penas.
Punto más, punto menos, quería decirte que el tuyo, es el de todos los hombres intelectuales, menos a propósito, cierto, comparado con el de las mujeres cristianas y sencillas, para sufrir los embates de la vida. Somos nosotros más pobres que ellas. Somos más fáciles al acceso de las rebeldías iracundas, a las vacilaciones de la fe, etcétera, etcétera.
Entiende que para mí no es inmodestia llamarme también intelectual; al contrario, es una confesión humilde, pues el mote, en el sentido que le suelen dar en estos tiempos, entiendo que es deprimente.
No sé si te dije que Blanco y Negro había publicado una poesía mía titulada Plétora. No tengo más que un número de esa revista y por eso no te lo mando. Pero adjunta va copia de la poesía.
La ilustró Varela con una estatua que ha sido muy discutida entre mis conocidos, pues mientras unos afirman que se inspiró maravillosamente en la poesía, otros dicen que no hay tal, a no ser en cuanto a la actitud, que es verdaderamente acertada.
¿Que a mí qué me parece? ¿…?
Te quiere mucho tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Guijo de Granadilla, 27-XII-904.
SR. D. MIGUEL DE UNAMUNO.
SALAMANCA.
Mi querido amigo: Le doy muchas gracias por la felicitación que me envió cuando aquello de la Argentina. Tardíamente se lo agradezco. No me ha dejado hacerlo antes la desgracia de familia que acabo de padecer[90].
Voy empezando a enterarme nuevamente de las cosas que pasan por Salamanca. He anudado la hebra por eso de la venida del doctor hispanoamericano a nuestra Universidad. No sé de ello más que lo que cuentan los periódicos. Tengo deseos de ir a esa ciudad y enterarme de todo lo que pueda.
Se repite de usted buen amigo que b. s. m.,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
SR. D. MIGUEL DE UNAMUNO.
SALAMANCA.
Mi querido amigo: Recibiría usted mi última extensa carta, en la que, después de contestar su grata, le anunciaba la respuesta oficial —que adjunta le remito— al traslado que me hizo de los mensajes.
Veo, con más disgusto cada vez, que el desdichadamente asunto no reposa todavía siete estados bajo tierra. Acabo de regresar a esta su casa y aún he tenido que leer en los periódicos de estos días las palabras Mensaje, Zaragoza, etc., etc., que me suenan hace tiempo a lo mismo, que mejor es no calificar.
Hoy ya supongo definitivamente terminado el asunto, pues el espectáculo de la división del Claustro, último término a que podía haber llegado, ya llegó.
Por eso, y porque no hubieran sido leídos con el mismo buen espíritu con que yo los escribí, acabo de echar en la lumbre unos versos que ya tenía bajo sobre para enviarlos a El Adelanto. Y para lo que habían de haber servido, mejor están donde están.
No me toca hablar de cosas que, en definitiva, no son mías; pero al ver cómo soplan en Salamanca vientos de discordias chicas, cualquiera tiene el derecho de decir que nada hay tan bueno como la paz; pero si lucha ha de haber, que sea grande, generosa y en el terreno correspondiente…
No olvide a su amigo afmo. que mucho le estima,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
SR. D. MIGUEL DE UNAMUNO.
SALAMANCA.
Mi estimadísimo amigo: Con estas líneas le envío los siguientes papeles:
Unas cuartillas con medio centenar de palabrejas de las de acá, un cuento en prosa y unos versos de los pocos que tengo escritos en la jerga de este país.
Palabrotas no le mando ahora más por si no es eso lo que usted me pide, o por si, aun siéndolo, es cosa que para nada puede servirle. Veo que van malamente hechas mis indicaciones acerca del uso y significación de tales palabras, pero no he rectificado porque supongo que usted no lo necesitará. Si en alguna cosa lo necesita, yo me explicaré más y algo mejor.
El cuento me resultó largo y lo partí. Le envío la parte primera, que es la más larga, y lo doy por terminado para evitarle lectura. Lo he escrito de prisa: conozco que puedo hacerlo mejor, o menos peor.
De los versos nada le digo, sino que he escrito y pienso escribir muy pocos en ese lenguaje para evitar monotonías y repeticiones, inevitables si se ocontina con ella. Así me pareció oírselo también a usted. Los de hoy le parecerán doblemente monótonos, porque precisamente he ido a elegir unos que tiene rima y metro iguales a los del Cristu Benditu.
Cuando usted tenga lugar me dice algo, aunque sea poco y agrio. Los amargos suelen aprovecharse.
Y vea si tiene que mandar algo a su afmo. y agradecido amigo
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
Guijo de Granadilla, 1.º de Enero de 1901.
SR. D. MIGUEL DE UNAMUNO.
SALAMANCA.
Muy señor mío: Me piden, para publicarlos en una revista de este país, unos versos míos titulados El Cristu Benditu, que usted conoce.
Recuerdo que, por conducto de mi hermano Baldomero, me manifestó usted hace ya tiempo deseos de publicarlos, y yo accedí a ello, siempre que el periódico o revista en que se publicasen fueran católicos, o siquiera, indiferentes en materia religiosa, condición que yo no podía menos de imponer.
Yo supongo que usted habrá ya olvidado por baladí, tal asunto; pero a pesar de todo, yo no me atrevo a conceder la autorización que hoy me piden, por si no pareciese a usted correcto que la concediese a otro sin oírle antes a usted.
Siento obligarle a fijar su atención sobre un asunto que tan poco vale, considerado en sí mismo; pero quisiera justificar debidamente mi negativa, en el caso de que tuviera que dársela, al amigo que hoy me pide la composición citada, o concederle lo que me pide con absoluta facultad para ello.
Es de usted con el mayor respeto afmo. amigo, seguro servidor q. b. s. m.,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
Guijo de Granadilla, (Cáceres), 27 de Noviembre de 1900.
SR. D. MIGUEL DE UNAMUNO.
SALAMANCA.
Mi querido amigo: En los periódicos he visto lo de su viaje a Madrid, su hermosa conferencia en la Unión Escolar y el camino que lleva el asunto de las Facultades. Ojalá que las esperanzas se confirmen.
Yo ando por aquí muy ocupado en la recolección —que ya empieza— de la aceituna.
De otros trabajos no tengo otro ahora que el de ir enviando a Calón originales y pruebas corregidas para un tomo de versos, de unas cien páginas, que se titulará Campesinas. En seguida que esté hecho se lo enviaré en solicitud de su sincera y autorizada opinión.
Para después había pensado escribir algo de las Jurdes, en renglones cortos por ahora; pero no podré hacerlo como quisiera hasta que logre mi propósito de atravesar la región sin mucha prisa.
Mientras ello llega, me limitaré a hacer alguna propaganda de otro género entre los amigos de por aquí, pues hoy me han mandado el nombramiento de delegado en este pueblo de la Sociedad «La Esperanza», por si puedo adquirir para ella alguna suscripción particular. No tengo fe en nada de esto, pero la bondad de la obra, o mejor, el buen deseo de los iniciadores de ella, no me consienten negativas que pudiesen contribuir a un decaimiento de los ánimos. Creo que es pecado negarse a cualquier cosa que sea para los pobres jurdanos.
Tenga usted, con todos los suyos, mucha salud, y disponga de su amigo,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
SR. D. MARIANO DE SANTIAGO.
MADRID.
Guijo de Granadilla, 3 de Mayo de 1904.
Querido Mariano: Tienes derecho a no volver a escribirme, pero no hagas uso de semejante prerrogativa. Perdona, y sigue escribiendo.
Hablaré con Baldomero sobre esa recomendación que decías. Ayer le envíe tu carta. Veremos si puede hacer algo por ti acudiendo a Fidalgo[91].
No con esto de los destinos olvides tus estudios, pues mejor te convendría, aunque fuese más modesta, una cosa más segura.
Me explico que no hayas visto Campesinas en esos escaparates. Al mes de publicada, me dijo el editor que la edición estaba agotándose, y me pidió autorización para preparar la segunda, de otros mil ejemplares.
Esos libreros de X…, los más bandidos de España, se conoce que olfatearon el negocio y han pedido repetidas veces ejemplares.
Mi editor se ha permitido, y no se lo tomé a mal, su miajita de venganza, imponiéndoles condiciones ¡a ellos que se las imponen a todo bicho viviente! y alguno ha acudido a mí, pidiéndome con toda urgencia cien ejemplares de cada uno de los libros que yo tuviese publicados. Ni siquiera tuve la cortesía de contestar, sino que les dije al editor y a Baldomero: contestad a ese… pillín de X. Y creo que lo hicieron diciéndole, en sustancia: estos libritos se dan con tal premio de venta, y si los quiere usted así bueno, y si no, también, amigo.
Se pusieron tan valientes, porque la edición, aunque hubiese sido de doble número de ejemplares, se habría agotado en un mes. Como que de muchas provincias se han quedado con los pedidos hechos, y a mí me han tenido frito a peticiones. Hasta los escritores con quienes yo tengo amistad, se descararon y me escribieron pidiendo, alto y claro, un ejemplar.
¡Olé por el olfato literario de los críticos de la Corte, es decir, de alguno de ellos! Porque me han dicho que ese Gómez Baquero, crítico de El Imparcial, hizo una nota bibliográfica del libro, aludiendo al rótulo que dice en la portada: Primer millar, y diciendo, en sustancia: ¿Con qué libro de poesías y primer millar de ejemplares? ¡Qué cándidos!
Santa Lucía bendita les conserve esa vista muchos años. ¡Una vista más turbia que la de Calón, un editor provinciano, a quien yo no mandé poner el rótulo aquél, pero que ha demostrado saber mucho mejor que el Baquero lo que se quiere leer en Barcelona, Sevilla, Bilbao y demás aldeas de la península Ibérica!
¿No tienes el libro? Pues yo tampoco puedo mandártelo. Espera que hagan la segunda edición y te lo mandaré.
Lo que te mando adjunto es un ejemplar de la segunda edición de Extremeñas. ¡Otra candidez, que diría el Sr. Baquero! Este debe creer que en España no hay más que gente que lea, que los pollos y los literatos que entran en la librería de X. El cual también ha pedido ahora ejemplares, y recordarás que cuando yo estuve en esa ciudad, me pedía como premio de venta de Castellanas, y se lo dio el escritor, no sé si el 30 o 35 por 100. ¡A Sierra Morena a vender libros!
Ya que hablé de Extremeñas, en el número próximo de Blanco y Negro publicarán una poesía en esta jerga. Supongo que en el primer número, porque ya les devolví corregida la prueba, que pedían con prisa.
No vayas a ser tan cándido que creas que se la mandé gratis, sino que a vuelta de correo vinieron los cuartos con atenta carta. Me propongo ahora, si tengo tiempo, irme metiendo en esas revistas, que pagan a toca teja. Que paguen, que mucho ganan.
Yo, por ensayar, por ver si estimaban en algo mi firma, le mandé la poesía con una carta de dos o tres líneas, muy seca. Y salió bien el ensayo, lo cual es muy significativo, dada la soberbia de esas publicaciones y el pugilato que hay cerca de ellas entre los escritores para que les admitan cosas. Porque eso hay que verlo, como yo lo vi, para creerlo. Es un asco. Estoy suscrito a Blanco y Negro, pero allá van sellos para que me mandes el número en que se publique eso, para yo mandarlo a casa.
Escribe, y te abraza tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Guijo de Granadilla, 9 Diciembre de 1905.
Querido Mariano: Contesto la tuya del 15 de Noviembre. No hay novedad por aquí, gracias a Dios, y te deseamos salud y mil cosas buenas.
Tu silencio parece decirme que no ha sido satisfactorio el resultado de las oposiciones, porque las noticias agradables suelen darse sin perder tiempo. Habrías practicado cuando escribiste el primer ejercicio, y sospechabas un poco del resultado de los siguientes porque te inspiraban más miedo. ¿Qué resultó de todo ello?
No son Nuevas castellanas, sino Campesinas las poesías que están en prensa. Hoy precisamente devuelvo pruebas corregidas. Verán muy pronto la luz.
De teatro, nada; ni pienso en ello, por falta de tiempo y por falta de humor para meterme en ese género de aventuras, que, por otra parte, no se han hecho para mí.
No cifro mis aspiraciones como crees, en que se me conozca en Madrid. Tiro a otro blanco. Lo que dices del dinero, no está mal[92].
Me vendría como pedrada en ojo de boticario, pero para llegar a esto hay que acertar primero, y eso de acertar, como dices y como dicen los que de esas cosas hablan, tiene, entre otras cosas, gracia. Por lo visto, y está visto hace mucho tiempo, no es bastante hacerlo bien, porque a las veces, esto no es acertar. Acertar es… lo otro, darle cosa de su agrado al monstruo, como algunos llaman al señor público, del cual no dice un gran disparate Unamuno cuando afirma que es un gran imbécil compuesto de personas que, cada una por separado, pueden ser muy discretas y razonables.
No tengo más tiempo hoy.
Mándame noticias de todo, pero señaladamente de tus cosas.
Desideria, que, como siempre, me pregunta por ti continuamente, te saluda, y con su saludo va un abrazo de tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Guijo de Granadilla, 2 de Noviembre de 1903.
Querido Mariano: Esta mañana llegó tu última. Me tenía Baldomero intranquilo sin noticias. Ya no lo estoy y me alegro mucho de que hayan terminado esas dichosas oposiciones para las cuales le he visto prepararse sin gusto mío, porque no me agrada que trabaje tanto.
Si continúa todavía en esa, dile que yo me alegro principalmente de que haya terminado para que regrese a su casa y viva su vida ordinaria nuevamente.
Que no le preocupe el resultado hasta el punto de desazonarle si éste fuera adverso, pues algo y aun algos se parecen las oposiciones a las loterías y no es cosa de sufrir cuando el décimo no nos resultó premiado.
A ti te digo lo propio, aunque tus circunstancias son otras (no para esto de las desazones, sino para la cuestión de los garbanzos). Trabaja con los libros y con los señores del margen y venga luego lo que Dios quiera.
Yo he estado tres o cuatro días en Cáceres, gestionando la concesión de un camino vecinal, que me traje al cabo para este pueblo.
Desideria y los niños están hace una semana en Granadilla, y pasado mañana, Dios mediante, iré a buscarlos.
Jesús[93] me tiene algo preocupado. El caso es que él está bueno, juguetón y alegre, pero no come lo que fuera menester y se nos ha quedado delgadillo. Nada le duele, pero tiene aversión a las comidas, y no me alarma mucho más porque le veo siempre juguetón y corriendo.
Los demás, bien. Yo, como sabes, estuve en Salamanca antes de mi viaje a Cáceres.
Allá me trataron bien. No estuvo mal el banquete. Se abstuvieron muchos de los de la extrema derecha y los catedráticos de la Universidad porque no digieren al Unamuno. Esto de los de la extrema derecha me tienen muy sin cuidado, y el día que me tiren de la lengua ya les diré yo por qué, entre otras razones, me dieron ellos alguna para aceptar el banquete, que se les ha indigestado.
El Lábaro no ha dicho nada contra mí. El Lábaro no tiene culpa de nada de lo pasado ni yo tampoco.
Que me escriba Baldomero de cuándo se va a su casa.
Que me mandes tú buenas noticias de tus oposiciones.
Adiós. Te abraza tu amigo que te quiere mucho
JOSÉ MARÍA.
Querido Mariano: Después de echar al correo mi última recibí la tuya.
Ya verías en la mía que desgraciadamente es cierto que me quedé sin mi hermana Enriqueta (q. e. p. d)., que, como recordarás, vivía en La Maya y estaba casada con Maturino, de quien me has oído hablar muchas veces.
Dios me la tenga en el cielo, como asimismo a mi pobre tía Antonia.
Siento mucho no poder autorizarte para que des a ese señor deán la composición El Cristu benditu con objeto de publicarla en la revista de que me hablas. Te explicaré mi negativa. Ya sabes que no los escribí para publicarlos en periódico alguno, y que Unamuno me pidió, por conducto de Baldomero, autorización para publicarlos él. Contesté a mi hermano accediendo a lo que con insistencia pedía Unamuno, pero imponiendo la condición de que no habían de publicarse en revistas y periódicos de cierto género, por ejemplo, Vida Nueva u otro papel semejante. Así quedaron las cosas, hasta que en Septiembre pasado, estando yo en Salamanca, el mismo Unamuno me recordó sus propósitos de antes, que yo no quise contrariar. Tú comprenderás que fuera poco correcto dar a otro alguno los versos que él me pidió y yo le di. Sin embargo, por el deseo de complacerte y para que pudieras darlos tú al señor deán, escribí a Unamuno diciéndole lo que ocurría, y me contesta diciéndome que insiste en publicarlos y que elija yo revista o periódico para ello. Él me habla de La Ilustración Española y Americana, por si me parece bien. Como ves, he hecho lo que hacer podía para no negarte lo que me pides, pero no puedo concedértelo. Díselo así al señor deán, a quien darás en mi nombre muchas gracias por su benevolencia para juzgar mis escritos que nada valen.
Y ya que de esto te hablo, acabaré de decirte lo que me escribe Unamuno, que, entre paréntesis, ya sabrás que es rector de la Universidad de Salamanca. Me dice que en su reciente viaje a Madrid, a donde fue con objeto de hablar en el Congreso Hispano-Americano, le recitó El Cristu benditu a varios amigos: que uno de los que más se encantaron fue Balart, el cual le preguntó si yo había escrito más, y al contestarle Unamuno que sí, le dijo que me excitara a que hiciera un tomito de poesías. Cree Unamuno que Balart haría el prólogo, y cuando menos, hablaría de los versos en alguna revista, y me invita a que lo haga. Salvador Rueda le decía «eso es poesía, eso, y no alquimia», etc., etc. También me anima Unamuno a que escriba en prosa algo, si ya no lo he hecho, y me recomienda que haga cuadros de costumbres o una novela.
Nada de todo ello haré: ni el tomo de versos, ni la novela, por razones que no son para escritas así de prisa.
Unamuno me pidió más versos y le envié unos romances que tenía escritos; creo que dos.
Uno le ha gustado mucho y en su carta hace la crítica de él, y por cierto, admirablemente hecha. Tengo que enviarle más, aunque dispongo, como sabes, de muy poco tiempo para preparar debidamente las cosas.
No conozco esa Revista Cacereña de que me hablas y sospecho que la has confundido con la Revista de Extremadura, que se publica en Cáceres, y de la cual soy suscriptor, por cierto que alguna vez he estado a punto de enviarle algo para la publicación. En ella escribe tu amigo el Sr. Escobar Prieto. Yo me he acordado de enviarle alguna composición escrita en la jerga de esta tierra, por lo mismo que la revista lleva por título Revista de Extremadura.
No tengo más tiempo.
Te quiere tu amigo
JOSÉ MARÍA.
21 de Septiembre de 1901.
Mis queridos discípulos y amigos: Acabo de regresar de Salamanca y de leer vuestra afectuosa carta de felicitación[94].
De entre las muchas que he recibido, pocas me han producido una tan gran satisfacción como esa vuestra; y tan natural es esto, que ni siquiera he de apuntar ninguna de las razones que justifican el placer que me ha producido vuestra afectuosa enhorabuena.
Veo entre vuestras firmas una que no es de un discípulo mío, y por este mismo hecho le agradezco por separado y en especial su atención para conmigo.
Yo nada valgo; pero los que fuisteis mis discípulos ayer y podéis llamaros hoy amigos míos, tened la seguridad de que os quiere muy de veras y nunca podrá olvidaros,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
Guijo de Granadilla (Cáceres). 26 de Noviembre de 1902.
EXCMO. E ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA.
Mi venerado Sr. Obispo: Una ligera indisposición de que, a Dios gracias, estoy ya restablecido, no me ha dejado contestar, el mismo día en que a mis manos llegó, la gratísima carta que vuestra excelencia ilustrísima tuvo la bondad de dirigirme desde Madrid, felicitándome por lo de Zaragoza.
No es digno de tal honor el hecho de que un Jurado poco exigente haya querido otorgar a unas poesías modestas, premios que ellas no merecen.
Pero esto no ha de privarme del gusto con que yo cumplo todo deber de gratitud; y así, le envío, en estas líneas un vivo testimonio de esta nueva que debo a V. E. I. por su bondadoso parabién, que es para mí, no sólo altísima honra, sino sabroso estimulante de los que mueven la más flaca voluntad.
Celebro con toda mi alma que traiga de Villaharta mejor salud que la que llevase allá. Hago votos por que Dios se la conserve para bien de muchas cosas.
A Zaragoza me enviaron desde Salamanca un número de la Basílica con las cartas de respetabilísimos amigos[95] de V. E. I., comentadas de manera tan honrosa para mí: nuevo motivo de gratitud que no sé cómo expresar.
Breves momentos tuve en mi poder la revista[96]. Gustó aquello de tal modo y corrió tanto de mano en mano por la ciudad, que, al cabo, perdimos todos la pista y no pudieron lograr los del Ateneo su propósito de leerlo el presidente en la velada a que me invitaron. Yo tuve el placer de escuchar unánimes elogios, justamente dirigidos a quien todos correspondían, que no eran a mí ciertamente.
Es de V. E. I. muy agradecido servidor adicto, que con tanto cariño como respeto b. s. a. p.,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
EXCMO. E ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA.
Mi venerado señor y respetable amigo: Acabo de recibir —nueva prueba de la bondad de V. E.— el ejemplar que ha tenido a bien dedicarme de su obra La Venerable Sacramento, recientemente publicada.
Mil y más gracias por ello, señor Obispo. Difícil es pagar una deuda de onzas de oro en perros chicos, aun prescindiendo del premio del cambio por lo que va de metal a metal; pero en pobre calderilla procuraré ir saldando tan larga cuenta, llegando hasta donde pueda.
Tan atropelladamente vivimos, que nos asusta todo libro grande que se atraviesa en el camino. Y después de este miedo de atolondrados, viene el diablo y hace más: hace que el miedo de la gran mayoría de las gentes llegue al pánico si el libro dice en la cubierta: Vida de San… Para recobrar la calma —¡y aun no del todo! ¿por qué no decir verdad?— es menester que debajo del nombre del santo o santa, venga una firma que no importa que sea de otro santo, sino de un literato de los que no se discuten.
Esta es la triste verdad; pero en el caso presente, alegrémonos de veras, pues hay que leer una Vida… Y he ahí el triunfo, y, sobre todo, he ahí el bien.
Aunque el asunto aquel de Zaragoza creo que habrá terminado, considero casi un deber decir a V. E. algo que me ha sucedido y he callado. Me dicen que, entre ciertos señores doctores de la Universidad, han producido muy mal efecto unas frases que el señor rector —a quien perdono el modo de hacer— desglosó y publicó, de una carta mía, en El Adelanto. Son injustos conmigo los que hayan interpretado como me dicen aquellas frases. Desconocen todo antecedente, y yo he creído medida de prudencia la de no darles ninguno, resignándome ante injustas interpretaciones. Porque si yo, por egoísmos de defensa, así ellos sean muy legítimos, abuso de papeles privados, llevándolos a los públicos, me hubiese justificado, pero promuevo un encendimiento de pasiones del cual no me hubiese consolado el triunfo, ni siquiera el predominio del único gran ideal, pues no hubiese sido tal la resultante.
Yo no sé si estas pocas palabras me bastarán para ante V. E., que es a quien debo, en definitiva, todo género de explicaciones, y me sentiré tranquilo si con éstas lo quedase también V. E.
Desde su residencia de Madrid me escribió hace unos días su señor hermano, que me honraba pidiéndome alguna cosa para la revista El Buen Consejo, que me envía. Le contesté en seguida, pero aún no he podido complacerle y complacerme.
Reciba, mi señor Obispo, la expresión del vivo afecto y gran respeto de su adicto diocesano y afectísimo amigo s. s. que besa s. p. a.
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
16 Febrero 1910.
EXCMO. E ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA.
Mi venerado amigo y dueño: Días ha tuve el doble placer y la honra de recibir su muy estimada última y contestarla sin esperar su regreso de Villaharta. Ya sé que, a Dios gracias, lo ha hecho muy felizmente y en un más perfecto estado de esa salud que a todos nos es tan cara. Y he aquí el motivo de mi primera felicitación de hoy, que va en compañía de esta atrevida observación, que no siempre había de ser prisionera de mis profundos respetos a la persona de V. E. Y a su labor de esta vida: un excesivo trabajo puede abreviarla, y sí es verdad que los frutos de éste son montón, cierto es también que los hijos —aparte razones supremas de amor filial— quieren la vida del padre con menos trigo en el granero y mejores garantías de que el sembrado del año y otros que luego se hagan, han de llegar sin novedad a la siega; que no hay mano más sabia ni más fuerte para defender la siembra que la mano que la hizo.
A la legua transciende a egoísmo todo esto, y porque lo hay se confiesa, que no porque bien se vea. Mas a los que necesitan se les permite pedir, y más cuando, como en este caso ocurre, aunque no es oro todo lo que reluce, también por debajo lo hay, y mucho y puro.
Rindo ahora mi segundo parabién a V. E., por su nuevo reciente nombramiento de Senador, deseándole y deseándonos que Dios le conceda salud e inspiraciones para el mejor desempeño del alto cargo; que ya más de una vez se las concedió con muy generosa mano para lo mismo.
Estos días tuve, por fin, uno muy esperado de reposo para obsequiar pobremente a V. E. en su revista con una modesta poesía que adjunta le envío, ya que yo no puedo hacer otra cosa sino coplas. Mi buen deseo recomienda a V. E. que las acepte benévolo.
Se complace en reiterarle respetos y afectos viejos su más humilde y entusiasta admirador q. b. s. p. a.,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
DEL ACADéMICO P. MIR[97]
EXCMO. Y RVMO. PADRE FR. TOMáS CáMARA, OBISPO DE SALAMANCA.
Mi muy venerado y querido amigo: Anoche recibí el tomo de poesías de D. José María Galán, que V. S. I. ha tenido la bondad de enviarme. Mil gracias por ello.
La primera vez que sonó en mis oídos el nombre de este extraordinario poeta fue una noche que vino el Sr. D. José Echegaray a la Academia y, todo lleno de entusiasmo, nos empezó a hablar de una poesía, El Ama, que acababa de oír en el Ateneo, en un grupo de amigos, entre los cuales había excitado la tal poesía la más viva admiración, y de la cual participaba, sin ser poderoso a contenerla, el mismo D. José. Largo tiempo estuvo éste hablando del efecto que le había producido El Ama, comunicándonos a todos el propio entusiasmo.
Algunos días después pude leer la famosa poesía, y, al leerla, no puede menos de convencerme de que el entusiasmo de Echegaray estaba de sobra justificado. Hoy por la mañana, apenas levantado, me he puesto a leer de nuevo la misma poesía, y luego las demás que forman el tomo, y puedo asegurar a V. S. I. que su lectura me ha producido uno de los ratos más deliciosos que he tenido en mi vida. Como estuve hace mucho tiempo en Salamanca, y conservo de mi estancia gratísimos recuerdos, he podido apreciar de una manera especial el mérito de la poesía descriptiva del Sr. Galán y el fondo de la realidad humana que en ella palpita. El Sr. Galán es, sin duda, un gran poeta, y aún más que esto, es hombre profundamente cristiano, que sabe sentir como pocos las bellezas morales de nuestra religión, y sabe expresarlas como pocos, como ningún poeta tal vez las ha expresado.
¡Feliz él, que puede comunicar a otros sus sentimientos como los ha comunicado!
Yo no sé dónde vive el Sr. Galán; pero si vuestra señoría ilustrísima se dignara darle a conocer lo que pienso de él, se lo agradecería en extremo, y más aún si, como muestra de mi aprecio, fuese servido de enviarle un ejemplar del Devocionario clásico-poético, que acabo de imprimir…
Suyo afmo. q. b. s, a. p.,
MIGUEL MIR.
5 de Abril.
Santander, 4 de Mayo de 1902.
ILMO. SR. B. FR. TOMáS CáMARA, OBISPO DE SALAMANCA.
Mi respetable señor y amigo muy querido: Con un atento besalamano de usted llegó a las mías, días hace, un tomito de versos con el título de Poesías, y un prólogo de usted. Conocía yo la primera de ellas, El Ama, por haberla visto reproducida en varios periódicos, después que fue premiada en esos Juegos Florales el verano pasado, y conservaba imborrables las impresiones que me dejó su lectura en la memoria y en el corazón, porque es la pura verdad que no recuerdo haber leído trozo de poesía más honda, más humana ni más conmovedora. Hasta los desaliños (pocos y de bien fácil corrección) con que está escrita, lejos de perjudicarla, la favorecen, porque revelan la abundancia con que el raudal del sentimiento fluye en los manantiales del alma. Esto es ser poeta de veras. Creía yo a este cuadro obra vivida, como ahora se dice, o, por lo menos, labor de un hombre muy avezado a luchar cristianamente con los grandes conflictos del corazón; pero nos declara usted que se trata de un muchacho, y esta noticia dobla mi admiración.
Por lo extraordinario de esa flor del «ramillete» que, con feliz ocurrencia, ha formado usted en honra merecida del joven poeta, no es de extrañar que las restantes queden algo deslucidas a su lado, con ser todas ellas muy hermosas y fragantes y dignas del huerto en que han nacido. Pero los grandes aciertos se repiten pocas veces, y del Sr. Galán puede afirmarse que acertó de veras en El Ama.
Consérvele Dios la inspiración de que tan copiosamente le ha dotado, y vengan a purificar este ambiente frío y sepulcral en que nos envuelve la tendencia malsana de los libros al uso, nuevos cantos suyos, impregnados de los aires que en los campos se respiran «embalsamados del tomillo y del cantueso, aires de salud y de frescura, que vigorizan el cuerpo y deleitan y robustecen el alma», como usted dice en las páginas que dedica a la presentación del nuevo poeta, las cuales no son, por cierto, la poesía menos delicada de la colección, ni la flor menos peregrina del ramillete.
Sirvan, entretanto, estas breves líneas de homenaje, que gustoso rindo al recién llegado vate cristiano, a la vez que testimonio de la cordialidad con que me reitero de su ilustre amparador, respetuoso y muy obligado amigo y admirador, que besa s. a. p.,
J. M. DE PEREDA.
El poeta de los tiernos afectos, que se hace niño para hablarnos de un mundo en que los ángeles se comunican con las estrellas, no podía menos de ser moral y religioso, con fe sencilla, sin dudas, su Jesús conduce muchedumbres, es el Dios del amor que le concede para darle alegría bajo un sol incubador de gérmenes, un hijo que perpetúe su arcilla; no anida en las bravas sierras de su fantasía el buitre de Prometeo, que atormenta con la duda el humano pensamiento, sino que en su lugar el águila, sube en rápido vuelo hasta quemarse con lumbre divina, muy por cima de los nubarrones que enturbian las serenas regiones del creyente. No contempla al Hijo de Dios cuando discute con los Doctores sino al que da al César lo que es del César; se resigna con la dura brega del que tiene que abrir la entrarla de la tierra para de ella esperar el pan cuotidiano.
Nacido en una región de Castilla, donde se hereda con el amor al trabajo las raigadas creencias, influyendo mucho que el labrador está pendiente del Cielo el asegurar su cosecha, su alma tiene la fe del creyente sin vacilaciones; el nombre de Dios siempre, siempre está en sus labios, y esto le sirve de gran consuelo para cuando le cierra el paso la desgracia, resignarse.
Era yo huérfano de ambos padres cuando se terminaba el tiempo de asistir a la escuela y tenía que decidirse mi porvenir, y un día me llamó y dijo: ¿Qué camino vas a seguir? Tú vales para estudiar, no te diré que seas un Séneca, pero sirves para ello. Por entonces se fundó un Colegio, pagando el Ayuntamiento seis plazas, y una de ellas la ocupé yo, cursando el primer año del Instituto. Al examinarnos en ávila en las asignaturas que él me explicó fue mi mayor éxito, y después incorporé mis estudios al Seminario. Me alentó para que terminara la carrera de sacerdote, pero el destino no lo quiso, la salud no me ayudó y en varias cartas se conduele de verme sin punto fijo. Luché en Madrid sin protección alguna, y al verme trabajando con tan poca fortuna se conduele de que no terminara la carrera.
El mismo afán tuvo con su cuñado Cruz, que también la abandonó.
Guijo de Granadilla, 29 de Abril de 1904.
SR. D. CÉSAR REAL Y RODRÍGUEZ.
SALAMANCA.
Mi distinguido compañero: Aunque estos oficios del campo me tienen siempre atareadísimo, he podido realizar antes de ahora mi deseo de escribirle, lo cual es, además un deber mío. De propósito y por motivos de delicadeza, he dejado de cumplir ese deber de gratitud hasta hoy.
Me refiero al artículo que acerca de mi modesto libro Campesinas publicó usted en El Noticiero Salmantino, cuyos números, con su cariñosa carta, recibí oportunamente.
Por todo le envío en estas líneas sinceras y muy expresivas gracias, tanto más expresivas y sinceras, cuanto espontánea y directa fue la defensa que usted tuvo a bien hacer de mi pensamiento. Lo interpreta usted cual es[98], y si alguien le da otras orientaciones, convendremos en que yo no poseo el don de la clara expresión de mis ideas, pero no en que usted no haya logrado interpretarlas de manera fidelísima.
Esto es lo que principalmente tenía yo que agradecerle, pues aunque mucho le agradezco también sus laudatorias frases relativas a la parte literaria de mi libro, las considero en gran parte benevolencia de usted y he de hacer constar que me parece no merecerlas.
Sinceramente le estima su amigo y agradecido compañero
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
Piedrahita, 26 de Febrero de 1898.
Querido Mariano: Me agrada que te hayas sometido a un plan de vida metódico y ordenado, porque de ello pueden venirte muchos bienes y provechos, de alma y cuerpo.
Haz higiene, haz higiene, porque tú más que nadie la necesitas. Come bien y pasea siempre que puedas y el tiempo te lo permita, que en ese pueblo no lo permitirá cuantas veces fuera menester hacerlo[99]. Ordena tus horas de trabajo y procura que sean pocas: las necesarias solamente para ir ganando cursos académicos… con más o menos sabiduría, pero con buenas carnes y perfecta salud, que es lo que más te interesa, al menos por ahora.
Y el alma… que te la arregle tu director espiritual, que ese es su oficio y debe de entender bien esas cosas.
Yo tengo más de Lagartijo que de Fr. Luis de Granada, y cuenta que nada tengo de Lagartijo. Y perdóneme Fr. Luis que hable de él al mismo tiempo que del Kalifa de Córdoba.
Cierto es que necesitas corregirte de algunas faltas, y no es malo que tú mismo lo reconozcas. Después de Dios, tú eres quien más puede hacer por ti mismo, porque tienes mucho adelantado para ello con el conocimiento que pareces tener de tus propios defectillos. ¿O es que quieres darte el placer de oírnos a los demás disertar acerca de esas materias? Acaso sea otra cosa: que pides refuerzos, estímulos, ayuda… ¿eh? Esto sí que será tal vez lo que tú buscas, y, de paso, un poquito de armonía para el oído y algo de poesía religiosa para el corazón. ¿A que sí?
Te gusta a ti, tal vez demasiado, el misticismo artístico y ahí tienes tú una cosa de la cual te habrás preocupado poco, y merece atención muy especial, sobre todo, tratándose de ti. Tú no sabrás decir lo que es eso, supongo yo; y hasta no lo sentirás más que de una manera vaga, indecisa y borrosa, como una figura gris pintada sobre un fondo también gris. Pero yo creo que lo sientes, y que te agrada sentirlo, y que procuras también sentirlo, en momentos de esos en que el horno no está para cocer roscas. Así lo creo yo; pero como pudiera equivocarme y perder en vano el tiempo hablándote de lo que te convendría hacer y pensar acerca de esto, no paso hoy más adelante, pero prometo pasar, si es necesario, cuando tú lo determines.
Respecto a esos otros defectos no corregidos de que me hablas, recuerda la forma en que siempre yo te los he reprendido y mi constante tenacidad en la reprensión de la misma cosa, lo cual te probará la mala enmienda.
En esas cosas, tú, con tu confesor, podéis hacer mil veces más que yo desde tan lejos. Pero te lo recomiendo: pocas disquisiciones, pocas sutilezas, pocos discursos, pocas filosofías para buscar la virtud. Humildad sincera, deseo de ser bueno sencillamente, voluntad firme y fervor para pedírselo todo a Dios. Lo demás son ñoñerías que no me gustan. Para saber que la murmuración está reñida con la caridad, no se necesita estudiar a Aristóteles, y para corregirse de ese pecado, menos. A los que tienen el genio como el vinagre, por no decir como el petróleo, les dice el Catecismo que «Contra ira, paciencia» que es cuanto hay que decir, y que los mansos poseerán la tierra como «señores de sí mismos».
Respecto al modo como estas malas inclinaciones pueden vencerse… es algo largo de decir y es muy corto el tiempo de que yo dispongo hoy.
Tengo a Desideria con un dedo malo a consecuencia de una picada de una aguja. Su hermana está constipada.
Hoy no puedo escribirte más; recuerdos de mi mujer y un abrazo de tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Febrero, 1900.
Querido Mariano: Cruz me escribió hace ya unos cuantos días y me preguntaba cuál era tu apellido y cuáles las señas de tu casa. No dejó de llamarme la atención el hecho y supuse inmediatamente que quería cartearse contigo, lo cual no deja de ser una singular determinación, llevada a cabo por el muchacho sin que nadie le haya inclinado a ello ni siquiera indirectamente.
Si yo fuera menos desconfiado de lo que me han hecho ser, creería con toda mi alma que la espontánea determinación de Cruz[100] sería una laudable aspiración a ponerse en contacto con lo bueno, pues has de saber que yo, para estimular al muchacho con textos vivos que quizás le impresionasen más que consejos abstractos y sermones, le dije de tu conducta cosas bastante buenas, que tú quizás no tendrás, pero que a mí me convenía metérselas al chiquillo por los ojos, ya que por los oídos se le salen con la misma facilidad con que le entran. Cruz me tiene cierto cariño, bastante respeto, y por último, mucho miedo. Y conociendo, como conozco, sus grandes deseos de complacerme, me pregunto: ¿hace todo eso de la amistad contigo por creer de buena fe que la amistad de los buenos es cosa que le conviene, o lo hace para que yo esté tranquilo y aparte de él mi atención por suponerle hecho todo un vir bonus que no necesita, para serlo de verdad, ningún moscón como el cura de su pueblo o como yo que le zumbe a todas horas cerquita de los oídos? Y si no lo hace con el propósito de sacudirse estos moscones (cuyas alas cuando sea menester se convierten en manos) ¿lo hace sencillamente por darme la dedadita de miel para endulzar ciertos amargorcillos de boca que él bien sabe que me ha dado? ¡Ay, ay, que me huele a queso! que el estudiante de Coria es muy listo; sobresaliente en todas sus asignaturas, pero más sobresaliente en el arte de capear temporales tormentosos, con quiebros muy suavecitos, detener zarpazos con caricias, adoptar la postura que más agrade a los que mandan… etc., etc., etc. Lo que él dirá: «la cuestión es no tener disgustos por pocas cosas. La cuestión es vivir en paz. La cuestión es no disgustarme ni disgustarles. Todo por la paz, la paz, la paz; ¡bendita sea la paz!»
¿Lo hace todo por la paz suya, que nosotros solemos alterar algunas veces, o lo hace de buena fe, porque se lo pide el corazón, porque desea ser un muchacho virtuoso, formal, buen estudiante, buen seminarista hoy y buen cura cuando acabe sus estudios? He ahí la pregunta o las preguntas que yo me he hecho no sólo ahora, con motivo de ese asunto de la amistad, sino muchas veces más cuando he pensado en el travieso de Granadilla.
Es cierto que no puedo contestar con absoluta seguridad de acierto tales preguntas. Es cierto que estoy un poco escamado, pero también puede ser cierto que nuestro hombre haya obrado en esta y en otras ocasiones semejantes con absoluta buena fe y con el mejor deseo del mundo. Yo le contesté enviándole los datos que me pedía y diciéndole que yo suponía, por lo que de su carta parecía desprenderse, que quería escribirte y hacerse algo amigo tuyo. Le alabé el gusto y aproveché la ocasión para hablarle de seminaristas, seminarios, amistades, vocaciones y virtudes… que se aparentan y no se tienen, etc., etc.
Y claro es que me alegro que os escribáis alguna vez, y en latín, para que no le hagáis tanto daño al castellano solamente, porque es de justicia que repartáis la carga por iguales partes entre los dos idiomas. Y entre solecismo y solecismo, cuando el asunto lo permita, puedes también deslizar algún consejillo bueno, decirle que tú no tienes amigos porque hay pocos que lo sean buenos, no hablarle nunca de vicios y siempre de las virtudes opuestas a ellos, etc., etc., y todo con el cuidado que hay que hablar a quien, al cabo, es todavía un chiquillo. Otras veces puedes hablarle de vuestros estudios, de la vocación, de lo sincera que la vocación debe ser para que no se reduzca a fariseísmo místico, de lo que vale la fe viva, de lo conveniente que es a los que no somos ricos prepararnos un porvenir para nosotros y para los que de nosotros necesiten pan algún día, etcétera, etc. Y cuando él te conteste o te diga que a su modo de ser y de pensar se refiera y que merezca la pena de saberse me lo dices en seguida.
A ver si Dios quisiera que el muchacho fuera bueno, que hiciese sin tropiezos su carrera y que algún día sirva para lo que debe de servir.
Te abraza tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Guijo de Granadilla.
SR. D. JOSÉ GONZÁLEZ.
Mi querido Pepe[101]: Tienes a veces aprensiones de criatura. Sí, hombre, sí. ¿Por qué no he de contestarte con el cariño de siempre? Ya lo hubiera hecho si hubiese tenido una hora de sesenta minutos que dedicarte, porque menos no quería. Y hoy te escribo, sin que la holgura haya venido, porque vienes todo apurado en tu última. Leí tu crítica y ¡mejor hubiera sido por lo visto, haberte contestado con una cartita lacónica, que esperar día de vagar para consagrarte un buen rato!
Me pones bien puesto el gorro, al suponer que mi amistad está pendiente de un hilo tan sutil como el que representa cualquier molestia que una crítica tuya me pudiera ocasionar. Sería gracioso el suceso. ¿No he sido yo quien te he pedido sinceridad al escribir mis cosas? ¿No me dices que de ellas usaste? ¿Pues qué más debes tú hacer, ni qué más puedo yo pedirte?
Y cuenta que estoy hablando como si tu crítica de mi libro último me hubiese levantado la piel en tiras. Pero precisamente, si algo hay en ella que yo pueda recusar es su demasiado fuego, su afectuoso entusiasmo, que palpita debajo de cada línea, de cada letra, y me lleva a pensar en el amigo y a olvidarme de que un crítico me habla. Esto, en cuanto a mi persona a secas, y en cuanto a mi persona literaria. En punto a afirmaciones y negaciones, ya es otra.
Convenimos, generalmente, en sentidos, mas no en criterios al considerar las cosas, o por lo menos, algunas cosas de las que dices con motivo de mi libro.
No te apuntaré más que alguna, porque no es cosa de que yo me permita hacer crítica de crítica, aunque la mía, como más arriba he insinuado, no había de referirse a la tuya en la parte que está dedicada a la cosa literaria, a no ser en algún detalle.
Ejemplos: Que cante el vicio, que ya cantó la virtud. Que fustigue aquél, ya que siempre he puesto a ésta sobre mi cabeza y a ella le consagré mis amores. Que tu deseo es que haga lo primero, después de hecho lo segundo.
Pues bien: yo creo que todo ello es uno, mirado desde dos puntos de vista, eso sí. Creo que estoy haciendo lo que deseas y me aconsejas. Mira el fondo de las cosas y verás cómo es verdad. Porque amar mucho la luz ¿no es detestar las tinieblas? Adorar la libertad ¿no es odiar la tiranía? Hacer amable la virtud ¿no es una condenación del vicio? Cada himno al bien es un salivazo al mal. Son dos procedimientos para lo mismo, con la ventaja para el mío de que me doy, o le doy a los demás, atracones de aire limpio y no festines de carne que hiede a muerta. Esto último en literatura, ya te lo he dicho en otras ocasiones, lo considero más fácil que aquello, y hasta más accesible para todos y de mayor efectismo.
Pero estas no son razones, son miras de orden más inferior. Sólo podrás argüir que el ataque al vicio, de frente y a tiro limpio, es de mayor eficacia, al menos para las gentes incultas, que la guerra santa que yo le pretendo hacer: que las llagas se curan mejor con cáusticos que con bálsamos… Algo hay de verdad en ello —pues yo lo proclamo donde quiera que la vea—, pero siempre ha de resultar que enfrente de esa verdad, que es muy relativa, hay otra que no lo es tanto: espíritus amamantados en el amor al bien, llevan más noble base de educación moral que los criados en las bascas que produce la podredumbre del mal. Eso para la vida de la cabeza. Para la del corazón, tampoco hay duda: en la vida sentimental, más hace el bálsamo que cura deleitando, que el cauterio que cura hiriendo.
El enfermo (continúa el símil), el podrido, el desesperado, necesita y quiere mejor, y hasta le aprovecha más que le canten las excelencias de la salud que lo feo de sus culpables miserias.
Otra cosa: dices que en breve he de agotar el tema[102] y por fuerza he de buscar inspiraciones en otro.
Si el tema es de verdad poesía, no se agotará jamás. Yo sí podré agotarme mañana, pero el venero del sentimiento de lo bello y de lo bueno, es inagotable, como que viene de un océano que no tiene hondón ni orillas… Llámalo Dios.
Que amo los tiempos en que la digestión de los poderosos era tranquila, gracias al estado de incultura de los pobres, esto es sencillamente que me cuelgas un mochuelo que no he matado. Yo amo la tradición, sí; la amo en lo que tiene de bella y de sustanciosa, que de estas dos cosas tiene, y no muy poco.
Pero la gran tradición que yo amo, no es esa que tú dices: eso es amar la propia barriga con endiosamiento y con grosería; eso, además, es un crimen: el crimen de vivir apoyado en el embrutecimiento de los demás y desear que perdure para que no se interrumpa la digestión, etc., etc.
Y luego si tú crees que la resignación cristiana no tiene otros fines, en cuanto a los pobres, que el de aquietarlos para que no den estacazos a los ricos… estás fresco. Quisiera verte mover a más hondura en el estudio de estas cosas, ¡Por Dios Crotontilo, que yo te quiero más, mucho más que la mitad de tus lectores juntos, y deseo que no sonrían los que saben pensar cuando lean algunas de tus afirmaciones, como la de que la resignación no debe reputarse virtud sino dignidad.
No digo yo la resignación cristiana, que tiene mucha más miga de la que el vulgo le da, pero ni siquiera la resignación filosófica, se parece a eso que dices. Lejos de eso, todo espíritu resignado, revela algo que es magnífico; como que le pone por encima de todo accidente de la vida, como que es un vencedor, etc., etc., porque me voy a ir muy lejos y no hay tiempo.
Consejo por consejo (¡yo te agradezco siempre los tuyos!) yo te doy otro: que escribas, sí, pero que no escribas mucho del gran problema social.
Ni tú ni yo lo abarcamos (ni creo que ningún otro español, por supuesto), y tenemos que parar en decir unas veces tonterías, otras errores, y siempre vulgaridades. Para tamaños problemas, no basta que tengamos corazón. Este sólo puede llevarnos a maldecir los desequilibrios sociales, a decir que va a haber palos, cosa que estamos ya fatigados de oír, y a predicarlos a los pobres fáciles cosas, que no sabemos a punto fijo, si a la larga habrán de perjudicarles. Por lo pronto el veneno de la más cobarde de las adulaciones que se les ha suministrado a grandes dosis por una burguesía amedrentada está ya dando sus frutos, pero no los frutos buenos de una legítima protesta a la que tenían derecho, sino los frutos naturales de cierta pasión avasalladora… y más avasalladora en gentes que, según dices, no aceptan ya… ni el infierno ni la gloria: zarandajas que estorban (¡ya lo creo que estorban!) y se han suprimido como si se tratara de las Diputaciones provinciales o de las Audiencias territoriales, que cuando no sirven se suprimen, y en paz.
Basta ya, y observa que todo lo que te he dicho, a lo menos en lo que te contrarío, no se refiere a tu crítica literaria de mi pobre libro, sino a esas otras materias en que te enfrascas después de charlar del libro.
Yo no leo lo que llevo escrito. Fácilmente he sido duro en la forma, pero me queda remordimiento si así fuera, porque mi afecto vale más que una cortés parsimonia en el empleo de las palabras que se dirigen a un buen amigo.
A un buen amigo que te abraza y que lo es
GALÁN.
Mi querido amigo[103]: Regreso de un viaje de negocios de ganadero y encuentro tu última carta en casa.
De golpe te lo diré: si el amor del marido y la mujer no producen otra cosa que montoncillos de carne para gusanos, no hay tal amor, amigo mío.
Nuestros hijos son algo más que los hijos de la carne. Ya ves que los lobos tienen también sus hijuelos. Estos sí que nacieron de lo que son, de carne y hueso; pero de amor no vinieron. El amor ¿no es algo más que el instinto? Pues algo más nos dará. Ahí tienes un argumento. Y no hace falta. La fe se pide y se da: no se crea ni se inventa. El que la pida que tenga el alma dispuesta, digna para recibirla, y que la pida, no a lo filósofo, sino a lo hijo de Dios. Aquí no valen filosofías. Esas se dejan para las cosas mentidas, las que hay de la muerte acá. Esta dirá la línea, y ¿no ves cómo toda la humanidad pensante no ha hecho otra cosa que dar ridículos brincos ante la linde y caer de espaldas también ridículamente?
Dios castiga muchas veces al hombre de razón, abandonándole a ella, y es claro, que con ella como con los ojos de la cara, no se alcanza cosa alguna fuera del radio de acción…
El «pedid y se os dará» es un trato completo de estas cosas.
Piensa poco y ama mucho, y sin tratar de aprender, aprenderás más amando que pensando.
Si quieres de veras creer, creerás, sí no dejas de quererlo. Dispón a ello el corazón y el espíritu y abandona lo demás en manos de Dios, que él proveerá.
Pero para lograr ese don especialísimo de la fe, no te pongas a hacer piruetas con la razón, porque sobre no conseguir en definitiva más que una caída lastimosa sobre el polvo del camino, estás con ello negando implícitamente la eficacia de la fe. Y el que se empeñe en que con su razón ha de bastarle, que no ande pidiendo más, porque se contradice de un modo lastimoso.
Reza y ama, y verás cómo vences a la duda, esa telaraña que unos de seguro ven, y otros de seguro fingen. En cuanto el alma se hace sencilla, ya está coronada con la fe, sin saber cómo ni cuándo.
A la señora razón ocupémosla aquí abajo. Es tanto lo que le falta que hacer, que no tiene hecha la milésima parte de la obra. ¡Qué ridícula es esa vulgar afirmación de que la fe acorta el vuelo de la razón!
¡Está buena la razón para volar por arriba, sin haber aprendido a correr por aquí abajo!
Me ha complacido muchísimo la entereza con que has recibido el golpe.
De Leopolda, ya lo esperaba yo así. De ti, no tanto; no por nada, sino porque tu temperamento, tus ideas, hacían de ti materia dispuesta más fácilmente a las derrotas morales.
Este es el lenguaje de amigos buenos.
Si no lo quieres lo sustituiré por otro, no con el de los amigos malos no, eso nunca, sino con el idioma universalmente hablado, que no es traición, pero tampoco pureza. No tendrás ese mal gusto, ni me darás ese disgusto.
Tu Trini está en el Cielo, y lo demás ¿qué te importa?
No tienes que rezar para que Dios la perdone, porque era un ángel sin pecado. ¿Qué otro consuelo como ese?
Ahora, a vivir para los hijos que te quedan, y para su amante madre, que todos te necesitan. Yo te agradezco con toda el alma que en tus coloquios espirituales con la hijita que se fue, te hayas acordado de este buen amigo tuyo, que está muy necesitado de que hablen a Dios por él los que ya viven con Dios.
De por aquí no hay noticias que te interesen. Una, sin embargo, te daré: que ayer precisamente vino una comisión de la Zarza de Granadilla, pueblo natal de tu amigo Eloy Bejarano[104], a rogarme la asistencia a una fiesta que en honor de tu colega piensan celebrar en aquel pueblo dentro de poco tiempo, en el mes próximo.
Tratan de nombrarlo hijo predilecto del pueblo, darle un banquete, poner una lápida en el edificio del Ayuntamiento, y no sé qué más. Bejarano trabajará por venir el día de su cumpleaños, 11 de Agosto, y tal vez le acompañe, si para entonces viene a Montemayor el general Polavieja.
Querían que yo hiciese y leyese la biografía de Bejarano. Le dije al médico (Fermín Sánchez Pastor, que era de la comisión), que eso era cosa mejor para otro médico, y que yo hablaría algo para el pueblo. ¿Por qué no te encargas tú de la biografía? Ya sé que no estás para fiestas, pero eso había de servirte en cierto modo de saludable distracción. En fin, no sé cómo resultará su proyecto.
De prisa y sin hilación te he escrito, porque no he querido que estas líneas pierdan el correo de hoy.
Saluda a Leopolda, besa a tu gente pequeña y recibe un apretado abrazo de tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Quien tuvo la serena visión del campo, que refleja en sus poemas, no es el enamorado que se deleita en paisaje, como espectáculo, y le ve a través de los libros, sino que apagó su sed en el vivo venero en el que se espejó su frente ardorosa. El poema del campo salmantino fue escrito calientes aún las cenizas de su madre y los epítetos que describe en El Ama parecen esculpidos para que sirvan eternamente en el recuerdo del que los admira como la intuición precisa de su mejor intérprete.
No necesitó traducir y recordar a Horacio, como hizo Fray Luis de León en La Flecha, sino que como sacó de la entraña de la tierra el pan de sus hijos, también sacó de la misma entraña la inspiración. Recibió la lluvia y la escarcha, y vio el cambio siempre igual y siempre nuevo de las estaciones; por eso coincide, no imita, a Juan de la Encina, aquel músico, y poeta, ingenuo paisano suyo.
Por ser sincero, se identifica tanto con el asunto y huele su poesía a terrón removido.
14 de Febrero de 1899.
Querido Mariano: Hora es ya de que te dedique unas líneas. Vergüenza me daría hacerlo ya, si mi silencio pudiera llamarse olvido. Pero bien sé yo que no existe tal olvido, ni tú debes haber imaginado semejante desatino, tratándose de quien sabes que te quiere.
Por una porción de causas y concausas no te he escrito. La enumeración detallada sería larga y creo que innecesaria. Suprimámosla.
Tampoco hay que hablar de estas dos tristes noticias: la muerte de mi pobre tía Vicenta (que en paz descanse) y la de ángeles, la niña mayor de Carlota[105]. Todo lo sabrías cuando sucedió, y yo no podría hacer más algún comentario que necesariamente habría de ser triste. Y ya, para qué?…
Hablaremos algo de mi traslado a este pueblo; ¿no es eso lo que quieres? Supongo que sí, porque ni casi te he dicho todavía que aquí estoy, y eso no está ni medio bien, ya que tú te interesas en saber cómo me va.
Pues me va bien, gracias a Dios, y no tengo, hasta la fecha, motivo alguno que me incline a volver la vista atrás para pensar en lo que dejé, al verlo lejos de mí. Claro, que esto no reza con algunos buenos amigos y personas a quienes quiero de veras, y de las cuales siempre estaré muy agradecido. Para esos amigos no hablaba yo, y si hablo alguna vez, será para lamentar su ausencia. Fuera o aparte mis amistades, no me queda, como te digo, cosa que me haga pensar en lo de atrás. No gozo de diversiones de ciudad o pueblo grande, porque aquí no las hay; pero ni me acuerdo de ellas. Casino, bailes, paseo, conversación de los amigotes, café, billar, tertulia; nada me parece que existe. ¡Y me aburro menos que antes! (Este aburro es persona del verbo aburrirse, en el presente caso; no del verbo aburrarse, si lo hay. Aburrarme, puede que me aburre ahora más que antes). Mi vida ordinaria es ésta: levantarme a las siete de la mañana o antes, si así lo dispone mi Jesús; almorzar cerca de una lumbre que sólo aguanta con gusto mi tío, que nos va a tostar el cuero a todos; disponer y hablar con él de lo que hay que hacer en el día: irme con mi tío[106] o sin él al Tejar; pasar allí el día y regresar a casa al oscurecer; cenar al calor de las fraguas de Vulcano, charlar hasta las once, y a dormir todos para volver a empezar como el día anterior. En el Tejar, o por la noche en casa, leo los periódicos, cuando no leo ni me interesa algo la tertulia, juego con el criado una partida al tute y otra a la brisca. Esto último creerás tú que es mi síntoma de desesperación, o de imbecilidad, o de perversión del buen gusto. Pues, no, señor; no hay tal cosa. Lo de la desesperación y la imbecilidad sobrevenidas por jugar al tute en casa, no es cosa formal, no lo dicen más que Luis Taboada y los señoritos exagerados. Y lo del buen gusto está por ver. Por lo pronto, es de mejor gusto, sin duda alguna, jugar al tute con mi criado que con licenciados tan cursis como A.; banqueros tan cerrojos como B. y sastres ilustrados tan infames como C. Por este lado he ido ganando algo.
Pero dejando a un lado estas pequeñeces y volviendo a lo principal, mi género de vida actual, es más favorable a la salud que el que siempre tuve[107]. Tiene que estar el tiempo muy bravo para que no salga de casa, y el salir al campo diariamente es cosa buena, más buena que aquellas encerronas de ocho días que antes me imponía el oficio, o las lecturas[108], o el capricho sencillamente. Ahora sucede lo contrario; es el oficio mismo, ya que no el propio deseo, el que me echa de casa, cuando es posible salir de ella sin verdadero riesgo de perder la salud.
Siempre hay mucho que hacer; y mucho que no puede ser abandonado. Por eso, ando siempre ocupado, y por eso no me siento aburrido un momento. A esto último contribuye especialmente la variedad de ocupaciones, que contrasta notablemente con aquel repetido martilleo de mi anterior oficio[109], cuya monotonía eterna fastidia el ánimo y acaba la paciencia más probada. Siempre las mismas horas de trabajo, siempre la misma tarea, y casi siempre la misma manera de desempeñarla, sin que haya nunca libertad para romper con la uniformidad, son cosas que molestan a cualquiera. Por este lado también he ganado algo, y mucho.
Ni las tareas son siempre iguales, ni las horas que ocupan son las mismas todos los días, ni el modo de trabajar, aun en tareas repetidas, que parecen iguales, es siempre el mismo.
Un día hay que ir a ver si las vacas comen bien en donde estén; al otro hay que salir forastero; al otro, a señalar árboles para que corten ramo a las reses; al otro, a ver si las aguas crecidas hicieron daño en un prado; al otro, a caza; al otro, a ver si parió una cerda; después, a cambiar de sitio para las vacas, a ver lo que descuajó un jornalero, a llevar algo de lo que siempre se está necesitando en el Tejar[110], a traer las jacas del prado, a señalar un chotillo recién nacido, etc., etc. Y estas varias ocupaciones, al par que distraen, por eso mismo de ser tan variadas, no le sujetan a uno a esa tiranía del reloj, con lo cual no es uno dueño ni de su persona, mientras la hora no lo diga. Esa tiranía puede romperse cuando se quiera en mi nuevo oficio, y basta para no tener ni deseos de romperla la sola idea de que puede romperse cuando se quiera.
Pero no todo es paraíso. Si todo fuera como se pinta, cuando se pinta lo bueno, el mundo, ya ves, sería un idilio. Lo que yo he pintado como bueno, bueno es en realidad. Falta ahora lo que hay de malo en el asunto. Cuando en un camino le sorprende a uno la lluvia y el caballo y el jinete cargan con el agua que quiere mandar la nube, y llegan a casa como una sopita, no hay idilio, ¿verdad? Y las mañanas de Enero para el que las pasa caminando sobre la helada con un frío que corta el pelo, tampoco son nada idílicas. Como tampoco es nada poético, ni siquiera nada agradable, que un cerdo te dé un hocicazo y te llene del brebaje que come los pantalones, o una jaca te eche al suelo, o una vaca te propine un topetazo, o una tapia quiera aplastarte al saltarla, o el lodo te llene los pies de humedad, et sir de caeteris (¿está bien aquí este latinajo?)[111]. Todo esto, es el reverso de la medalla, y yo supongo que tú no creerás que hay medalla sin reverso o hay atajo sin trabajo. Pero del mal, el menos. Se acaba el papel, y no escribo ya de más asuntos. ¿Cómo vas de estudios? ¿Y de salud?
Mándame periódicos, aunque no los compre Baldomero. Pídele dinero, y todos fiaremos cuentas.
Te abraza tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Cuando escribió El Ama nuestro querido maestro se dedicaba en el Guijo de Granadilla a la vida de campo; así que por muchos era tenido por labrador, no sabiendo que había sido maestro, dando como acontecimiento extraordinario que un hombre sin cultura escribiera de cosas tan hondas como las que en algunas ocasiones trata. En honor de la verdad, diré que él estudió bien su carrera de maestro normal, y ganó después muy disputadas oposiciones con el primer lugar. Leyó mucho la filosofía de Balmes, Fray Ceferino y otros, y se entregaba a profundas meditaciones en lo que leía; su claro talento, que demostraba en la conversación de estas materias, y sobre todo el verbo del lenguaje que en él era instintivo. Se extrañó una vez un pensador salmantino de cómo Pereda, siendo tan buen escritor, tenía una cultura que no respondía a su nivel literario. Yo creo que en el arte descriptivo hay mucho de espontáneo, y quien está dotado de sensibilidad de artista sin conocimiento de clásicos y lenguas extrañas, puede interpretar un campo, una vida o un sentimiento y conmover a quienes le lean.
Por no saber francés, ni otras lenguas, quizá se expresara mejor y más castizamente; nació en tierra donde se habla bien, y se nutrió de nuestros clásicos.
El P. Cejador, a quien he tenido el gusto de comunicar datos sobre el poeta, le dedicará un estudio tan sincero, como acostumbra a hacerlo en el libro que está escribiendo. Para aclarar conceptos puedo decir que leyó y admiró mucho a Zorrilla y Núñez de Arce, cuyo Idilio se sabía de memoria, y después de la lectura de Cansera, poesía de Vicente Medina, comenzó a escribir versos en jerga extremeña. Quise ver la influencia que sobre él ejercieron Meléndez Valdés y Ruiz Aguilera; en los cuatro tomos que el cantor del Zurguen tiene de romances están algunos dedicados a los asuntos familiares de la esposa y el hijo, como Galán, con frases y conceptos parecidos que en nada aminoran su inspiración y originalidad. Ruiz Aguilera sólo tiene semejanzas con él cuando es más profundo y delicado, cuando llora en estrofas amargas la muerte de su hijita.
De sus biógrafos, comentaristas e imitadores, mucho se puede decir; lo peor, que éstos, en vez de estudiar la Naturaleza, como él lo hizo, imitan sus repeticiones y metros, y quizá entonces sólo sirve para que al compararlos, acusen como más vigorosa la personalidad artística del poeta.
SR. D. MIGUEL DE UNAMUNO.
SALAMANCA.
Mi distinguido amigo: No creí que tuviera ya siete años su niño, el que estuvo enfermito siempre, y supuse, por lo mismo, que el fallecido sería otro, Dios le conserve sanos y buenos los que le quedan[112].
Nunca diga, tratándose de cosas mías, que es meterse donde no le llaman. Además de sobrarle autoridad para ello, resulto muy honrado, y le quedo de veras agradecido.
Eso último de la Revista de Extremadura, era una cosa que hice mucho tiempo ha: no tenía otra, ni tiempo para hacerla, cuando me pidieron algo, precisamente para ese número, y les envié aquello, que es, ni más ni menos, lo que usted dice en su grata.
El consejo que en ella me da de que lea poesía con parsimonia[113], vengo practicando desde hace mucho tiempo, no sólo porque no tengo libros, ni hay por aquí quien los tenga, sino porque estoy convencido de la bondad del consejo, que da el modo mejor de evitar los más funestos inconvenientes.
Lo poquísimo que contienen unos minúsculos tomitos de poesía clásica, lo he leído ya muchas veces, y no lo miro: me cansa ya.
Lo que siento es que la carencia de libros se extiende a los de otra índole, que, como usted me dice, me convendrían muchísimo.
No leo más que cartas, noticias de periódicos, una o dos revistas y algún librito que me dedique su autor. Con esta gran ignorancia de lo que se ha escrito y se escribe, el aislamiento en que vivo y el poco tiempo que el campo me deja libre, ya ve usted qué podré hacer, aun contando con que pudiese hacer algo que mereciera la pena de leerse.
Así, que me limito a aprovechar mis ocios escribiendo algo, salga lo que saliere. Y así suele salir ello[114].
Ahora voy a permitirme hacerle un ruego, en nombre de este pueblo, que tal me pide.
Pronto hará seis meses (desde antes de las vacaciones de verano), que está cerrada la escuela de niñas por falta de profesora. La propietaria, doña Regina Alonso, fue nombrada hace tiempo para Villaflores; esta gente ha acudido a la junta provincial, pidiendo maestras con urgencia, porque el pueblo, que no es muy chico, la desea y la necesita de veras.
Nada resuelven, la escuela cerrada sigue, y acudo a usted para que evite cuanto antes estos perjuicios, cosa que ha de ser muy de su agrado.
Y puestos ya a pedir a usted maestra, nos atrevemos a pedirle todo lo buena que sea posible, en cuanto de usted dependa, pues supongo que la que ahora venga será interina.
En nombre de todos, como en el mío, le doy mil gracias anticipadas, y le ruego perdone esta forma extraoficial de pedir lo que necesita el pueblo.
Mande todo lo que quiera a su agradecido amigo, S. S., q. b. s. m.,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
1.º de Junio de 1900.
Mi queridísimo amigo[115]: Ocupadísimo estos días con las tareas de la recolección, no he tenido tiempo de escribirte, ni de enviarte los versos prometidos. Aún hoy tengo que darme prisa para atender a lo demás. Te envío adjunta una copia de los referidos versos. Con tanta prisa la he hecho, que no sé cómo irá. Cuando te escriba otra vez te enviaré una poesía, que creo te agradará.
¿Y el eclipse por ahí?
Supongo que el fenómeno no habrá sido tan maravilloso visto desde ese país como desde este pueblo, que estaba comprendido en la zona de visibilidad total. Una tropa de gente de Castilla que bajaba a Plasencia[116] a presenciar el eclipse quiso que me incorporara a ella en la estación del Villar. No acepté la invitación, porque me olió a juerga, pues llevaban hasta un cocinero con ellos; y además, yo quería ver el eclipse, no desde los balcones de una fonda ni desde un pueblo grande lleno de gente, sino desde las soledades del monte, donde todo dice más y hace sentir cosas mejores que la proximidad de la muchedumbre, que en su mayor parte es necia, cuando no es bárbara. Observé a mi sabor el sublime espectáculo desde la cumbre más alta de un monte precioso, sin más compañía que la de mi vaquero, que es un astrónomo cuyo lenguaje técnico tira de espaldas a cualquiera, por lo graciosísimo que resulta. Desde el hermoso punto de vista que ocupábamos, y con el auxilio de un anteojo y lentes ahumados, vimos el eclipse desde el momento en que se verificó el primer contacto hasta que los discos del astro eclipsado y el interpuesto volvieron a separarse. Los momentos de la totalidad fueron verdaderamente sublimes en aquellos sitios. Callaron todos los pájaros, las vacas y los chotillos se llamaban y huían hacia la majada, descendió la temperatura muchos grados, durmióse el aire, se dejaron ver las estrellas y todo quedó envuelto en una luz que no era cárdena, ni violácea, ni lívida, aunque parecía todas estas cosas. Era una luz vaga y tristísima, que todo lo llenó de su profunda melancolía y de hondísima tristeza. Si Dios quisiera matar el mundo de pena, no tenía que hacer más que teñirlo de aquella luz por espacio de ocho días. Ya lo dijo el astrónomo que me acompañaba: «si los clisis jueran largos y amenúo, yo cascaba deseguía». Y tenía razón: cualquiera se moría de pena, viviendo envuelto en aquella luz, que no era luz, o en aquella oscuridad, que tampoco era oscuridad. Después, cuando el sol volvió a lucir y dejó de parecerse a «una luna renegría, con el reondali mal jechu», como nos decía el muchacho que cuida nuestro ganado cerdal), todos los pájaros del monte desataron el pico y saludaron aquella resurrección de la luz solar con más alegría que cuando cantan en un amanecer de primavera.
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN[117].
Mi querido amigo: En cuartillas le voy a escribir hoy.
Recibí su libro y los números de El Adelanto que con aquél me envió. Por el libro no le doy gracias. Se lo pagaré tal vez muy pronto con otro mío, aunque quede mal pagado; pues, así y todo, siempre querrá usted mejor la firma de un buen amigo que las gracias.
De esas Briznas nada le diré, porque ni yo soy un buen crítico, ni falta le hacen a usted cuatro cosas mal dichas que yo pudiera decirle. Que me gustan mucho, sí; eso puedo yo decirlo como cualquiera hijo de vecino que lea una cosa y le entre.
Las Briznas (llamémoslas como usted), entran de veras, y algunas de ellas hasta las propias honduras del alma del lector; créalo usted, amigo mío, porque también le digo que una de ellas, la primera, Vida por vida, se la arrancaría del libro. ¿Que por qué? Pues es bellísima, pero me dolería que algún… pequeño perverso, dijera que eso es, ni más ni menos, El Señor, de Leopoldo Alas, que publicó hace bastantes años. Tengo la seguridad de que usted no leyó aquel cuento, porque, de haberlo leído, fuera otra cosa Vida por vida, y no lo que usted soñó, coincidiendo con Clarín.
Afortunadamente, todo lo de usted —y para mí es tal vez el mayor mérito— tiene un sello personal de tan precisas líneas que… no hay necesidad de deducir la consecuencia. Y entienda usted que esto se lo diría yo a los maliciosos, pues yo no lo necesito para mí. Más que ese sello personal literario, me decide a mí la persona de usted… Y no hay que hablar más de esto. Sólo, sí, he de repetirle, pero sin relacionarlo ya con lo anterior, que ya le conozco a usted como escritor. Tanto, que creo no necesitar ver la firma de usted debajo de sus escritos. Lo cual no hay que decir que es un mérito del que escribe y no del que lee. El que lee podrá confundir al plagiario con el plagiado; pero al que es original, se le conoce en seguida, lo cual no es poner ninguna pica en Flandes.
Ahora, a lo otro. Lo otro es El Imparcial, Maeztu, La Gaceta, la Reina, la nación entera… Ya no faltará más enhorabuena que la mía, ¿verdad?
Pues ahora es cuando me gusta más dársela, porque ya irá usted, e irán ustedes, más descansados.
¡Qué bien ha hablado usted en El Adelanto sobre eso! Lo esperaba de usted, tal como ello salió, lo celebré, lo coreé, se lo puse delante de los hocicos a quien pude, ¡y no he podido ponérselo a todos los españoles!
¡Mire usted que se necesita… tener agallas para, cuando todos estamos saboreando la merecida publicidad de la excepción, que, por presentarse como tal, era de una fuerza extraordinaria para probar primero, y para estimular después, descolgarse con autobombos inoportunos y horribles y hasta con pordioseos y peticiones —por tabla— de los honores concedidos a usted por los de arriba y los aplausos que les tributamos los de abajo… ¡Válgame Dios, y qué flacos y qué débiles somos los hombres!
El deseo de la publicidad será muy humano, yo no lo niego; pero ¡ay!, es muy español, muy español.
Mi parabién por todo, pero señaladamente por el hecho de enseñarles a esas gentes cuanto puedan, y por su modestia, al rechazar las cruces y ante la nube de incienso oficial, jamás tan justamente quemado como ahora, que se les vino encima.
En cuanto termine el tomito de versos, se lo mandaré[118], para que lo vea antes que sea impreso y publicado. Ayer me escribió Villegas, metiendo prisa y ofreciéndose a hacer el prólogo. Aún no sé si lo editarán en Madrid o en Salamanca. Serra lo editaría de buenas ganas; pero aún no le he dicho nada. Me fastidia tratar con editores: ya sabe usted lo que son casi todos; yo no puedo dejar ahora mis tareas de aquí para hablar con alguno de ellos allá, y no sé cómo arreglar esto.
Le quiere su amigo
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
12 de Julio de 1902.
Mi querido amigo: También yo te tengo a media correspondencia; pero vivo en la confianza de que nunca me lo tomarás a mal, pues sabes la eterna causa que me impide dedicarte más tiempo y más espacio.
Acabo de regresar de un viaje de quince días a Frades, adonde fui con objeto de asistir al aniversario de aquella santita que perdí. Nos acompañaron muchos amigos de aquella comarca, aunque no hemos repartido esquelas ni nada parecido, por voluntad expresa de la que está en el cielo. El de Llen[119] me fue a buscar en el coche y me tuvo en su alquería y en otras próximas dos días, con mi hermano Baldomero y su mujer. Hubo tienta de erales[120] y cacería.
Quedo enterado y comentando con Desideria cuantas noticias me das en tu última. La desgraciada muerte de N. es noticia que me dieron en el Guijuelo[121] al regresar. Ya que hablo de Guijuelo, cuando llegué a él me encontré con un banquete que en mi obsequio habían organizado veinte señores de allí y tres o cuatro curas de los pueblos próximos. Me quedé con ganas de dejarles con los paños puestos, porque yo no traía ganas de banquetes; pero vi que el desaire, si se lo hacía, era horrible, y acepté. Degeneró en velada literaria a última hora, pues me hicieron leerles algunas cosas[122].
Vamos a tu consulta. Harmonía se ha escrito casi siempre, y aún se escribe por muchos (que constituyen seguramente una gran mayoría), sin h. Pero otros y yo de éstos, escriben esa palabra con h. No sé lo que dirá sobre el caso la Academia, ni creas que me interesa mucho saberlo, porque su Diccionario y su Gramática, que, como autoridades oficiales debían ser modelos irreprochables, están perramente hechos. Y no porque los señores académicos no lo entiendan, pues precisamente en la Academia están, no digo todos, porque me equivocaría tal vez, sino la inmensa mayoría de los buenos literatos y filólogos que tenemos. Pero de la Academia hay que decir lo que el inglés aquel que al regresar a su país, después de haber recorrido toda España, le preguntaron, entre otras cosas, qué le parecían los cabildos catedrales de nuestra patria, y contestó en el mal aprendido castellano que ya hablaba: «la canóngia, buena; la calbilda, mala».
Y así son los académicos: cada uno de ellos, generalmente, una gran cosa; en corporación, cuando trabajan anónimamente, cosa perdida; no tienen celo con ciertas cosas. Y volvamos a tu pregunta. Te aconsejo que escribas harmonía no porque lo escriba yo, que nadie soy, sino porque eso es lo racional y lo debido. Lo exige así la etimología de la palabra, que «procede del griego, harmozéim, arreglar harníos, unión, arreglo, harmonía, ajuste, concierto». Esta etimología, como todas las de los derivados de la palabra, que son muchos, la tomo, no de cualquier librejo, sino del gran Diccionario etimológico del insigne Roque Barcia, cuya autoridad en la materia nadie podrá discutir. Y luego dice: «La h es incorrecta según nuestra errada ortografía». Y en otro lugar afirma redondamente: «Las formas de esta palabra, sin h, son incorrectas».
No tengo la última edición del diccionario de la Academia, pero sí la idea vaga de que ya ha mandado también que se escriba con h. Y si no fuera así, yo he de seguir escribiendo con h una palabra que con esa letra se escribe en griego, de donde es originaria, y del mismo modo se escribe en latín.
Salgo poco de caza. Vivo muy ocupado, pero no quiere esto decir que haya colgado la escopeta, no. En cuanto puedo, ya estoy con ella al hombro, sin acordarme de otra cosa que de echar a rodar un conejo o tumbar una perdiz[123]. Es cosa que me distrae y me quita el mal humor cuando lo tengo, y aunque sólo fuera por eso, tendríales siempre cariño y afición.
Iba a publicar por cuenta propia Extremeñas; pero es el caso que en Salamanca se está publicando una biblioteca de pequeños tomitos, uno cada mes, con el nombre de Colección Calon, que es quien la edita. El tomito del mes pasado fue de Francisco Acebal (de Madrid); el del actual es de Unamuno, y aun a mí me han pedido el del mes de Agosto. Y como contesté que lo haría, y a esta hora nada he podido hacer por falta de tiempo, he decidido darle seis o siete composiciones extremeñas que tenía escritas, y con ellas, que son idénticas, y El Cristu y Varón, que ya no lo son, se llenará el tomito.
Hoy mismo mando a Salamanca los originales.
De mi tierra tengo una porción de peticiones, y todo ello sin contar con que no faltan escritores y filólogos que me piden datos de este país, de su lenguaje, etc., etc., y todo ello consume tiempo. Iremos pasando, procurando complacer a los que con sus peticiones me honran más que merezco, y no excediéndome en el trabajo hasta el extremo de fastidiarme, porque tengo que atender y pensar en otras muchas cosas de índole distinta[124], que constituyen mi manera de vivir y son el pan de mis hijos.
Un abrazo a tus hermanos y otro para ti de tu buen amigo, que te quiere siempre,
JOSÉ MARÍA.
Guijo de Granadilla (Cáceres), 17 Agosto 1904.
SR. D. NEMESIO OTAñO, S. J.
VALLADOLID.
Muy distinguido y respetable señor mío: Ha llegado hasta mí, por caminos tan buenos como el del P. Eguía y mi hermano Baldomero, su muy grata del 7 del mes corriente, que me apresuro a contestar.
No por ese buen amigo de usted, que ganará mucho con ello, sino por mí, que pierdo una excelente compañía, lamento no poder aceptar la tentadora proposición de laborar en una empresa artística en unión de tan buen compositor; única garantía que podía yo llevar al terreno de la lucha para vencer, o a lo menos, para dar un asalto vigoroso a la fortuna.
No puedo.
Y no mis ocupaciones, que ahora son muchas, ni mi falta del necesario reposo, ni mi contraria disposición de ánimo, son las causas que me impiden ir del brazo de ese buen artista al certamen de la Academia. Me lo vedan razones y dificultades más invencibles que las arriba alegadas.
Yo no sé si por temperamento, o desvío, que bien pudiera llamarse aversión (tal vez no muy bien justificada) a las cosas del teatro, o sencillamente —y esto es lo más malo, aunque aquello no es muy bueno— por falta de aptitudes especiales para ello, es lo cierto que yo no podré hacer nunca un buen libreto de ópera o de zarzuela.
Apremios cariñosos, a que no pude o no supe resistir, me obligaron hará ya un año corrido a prometer a un gran músico de Madrid que intentaría escribirle una de esas que llaman zarzuelas serias, por el estilo de las que usted cita en su carta.
El prestigio del compositor, y él mismo en sus correspondencias me aseguraron que la obra se estrenaría inmediatamente en el Lírico, que yo no tendría que molestarme para nada, etc., etc. Y abrumado por tantos mimos, que yo nunca merecí, me puse a escribir un día, como el que se pone a cumplir el más ingrato deber. Vea usted qué disposición de espíritu para semejantes cosas.
Hilvané un pobre argumento que yo mismo no sabía si era una vulgaridad o una cosa de sabor nuevo, fuerte y rico, y hasta escribí la escena primera: un coro de vaqueros semisalvajes cantando el amanecer en la majada, ordeñando vacas y esperando la llegada de los amos.
Los dejé con las cuernas llenas de leche en las manos, y esta es la hora en que no los he movido.
A ruegos del compositor le mandé aquello y me contestó lleno de entusiasmo, diciéndome que su gran pena iba a ser que aquellos versos no llegaran como eran a los oídos del público por causa de la música, etc. En fin, cosas cariñosas para levantar mi ánimo. Y yo confieso el pecado —ni siquiera por gratitud y por cortesía he dado un paso más en el camino emprendido.
Toda esta historia yo bien veo que es muy larga, y sería muy poco oportuno si yo no necesitara justificar con razones de fuerza incontestable mi negativa a una cosa como la que usted me brinda.
Dios me hace la merced de dejarme conocer que no sirvo para el caso, y usted mismo celebrará que yo haga discreto uso de tan útil conocimiento.
Si algún día oyera usted que en el teatro se decía o se cantaba algo mío, puede asegurar dos cosas: que yo había perdido algo muy bueno y que el arte no había ganado absolutamente nada.
Mucho me place hacer coplas, pero no son de ese género las que yo hago con el alma. Y bien sabe que no podrá hacer cosa buena el que no pone algo del alma en esas cosas.
Doy a usted muchas y muy expresivas gracias por el honor que ha querido dispensarme, y ruégole que las haga llegar también a ese inspirado artista, a quien saludo con el mayor reconocimiento.
Agradezco a usted de veras —aunque no creo merecerlas— las bondadosas palabras que dedica a mis modestos trabajos literarios.
Y aprovecho la ocasión de ofrecerle el testimonio de amistad y afectos de su seguro servidor, que besa su mano,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN[125].
SR. D. MIGUEL DE UNAMUNO.
SALAMANCA.
Estimado amigo mío: Gracias por todo cuanto en su carta me dice y señaladamente por aquello de la amistad. No merezco las alas que se me dan, pero las acepto agradecido. Y usted, que me las ha puesto, no ha de extrañar que yo vuele largo y tendido.
Tengo ya una pequeña serie de palabrotas que enviarle, recogidas al azar, en el campo y en la calle. Se las mandaré «ca y cuando», como por acá se dice, y veremos si es eso lo que me pide.
«La Ilustración Española y Americana» es de todo mi agrado y hasta me parece mucho periódico para mí.
Si en ella no le es posible publicar «El Cristu benditu», publíquelo donde mejor le parezca, sin tener en cuenta otra cosa que la excepción que yo hago de tres o cuatro periódicos, en los cuales no puedo escribir.
Y si no puede usted meter esos versos en ningún papel, nos quedaremos como estábamos, y yo, además, muy agradecido de usted. El amigo que me los pedía, hacíalo en nombre del señor Escobar, Deán de Plasencia, que escribe en la «Revista de Extremadura», de que yo soy suscriptor. Y en esa revista supongo que quería publicarlos, aunque mi amigo, sin duda equivocado, me hablaba en la «Revista Cacereña», que yo creo que no existe. Sea como fuere, yo les negué ya el permiso que solicitaban de mí.
¡Escribir yo una novela![126]. Menester será decirle a usted quién soy yo, literariamente, para que no vuelva usted a darme sustos como ese. Nada, no; no soy ningún… (iba a decir Unamuno, pero fuera muy descarado y de mala forma el elogio) no soy capaz de escribir una novela que pudieran llamar mediana los que entienden. Y para hacerlas como las hacen hoy muchos, ¿no es mejor vivir callado? Esto no es el orgullo de la importancia: es, sencillamente, el conocimiento que tengo de las propias fuerzas, y es, además, si me apura algo, un poquillo de buen gusto que Dios nos ha dado a todos. Todo esto es, y cualquiera cosa más, menos falsa modestia, cosa que se me olvidaba decir, porque no había pensado en ella.
No puedo, no. ¡Y cuidado que la carta de usted es de las que infunden alientos para todo! Dios se lo pague como yo se lo agradezco; pero en eso tenemos que quedarnos, a lo menos por ahora[127].
Una cosa voy a hacer; un artículo, un cuento, algo como esto en prosa, para darme dos placeres; el de escribirlo y el de enviárselo a usted para oírle luego. Poco le cuesta decirme en ocho o diez líneas qué es lo que he hecho.
No sé por qué, me meten menos miedo los versos que aquello de la novela (¡voy a soñarme con ella!) Poquito a poco, sin poder prometer nada, porque no estoy seguro de que en la mina haya algo bueno, voy a seguir haciendo versos a ver en qué para esto, aunque me huele, en qué para. Me cuesta mi trabajillo parirlos, y a lo mejor, después de mala noche…
Veremos. Por lo pronto, lo que ya está visto es que el crío no puede ser digno de semejantes padrinos.
Gracias otra vez por todo y mande lo que quiera a su afectísimo amigo,
JOSÉ MARÍA G. Y GALÁN.
Guijo de Granadilla, 8-XII-1900.
Una de las cualidades de nuestro maestro era el ser un profundo observador y psicólogo, hacía su conversación amena y divertida remedando a cualquiera o mirando las cosas por el lado ridículo.
En verso cultivó estas facultades, y en su mesa le vi unos que hizo a los concejales de su pueblo. Quizá fuera este aticismo, mezclado con la claridad de expresión lo que nos hacía atender a sus lecciones, cuando en la escuela nos iniciaba en las asignaturas que después ampliamos y cuyas nociones se quedaron impresas para no olvidarlas.
Se publicaba por entonces un periódico llamado el «Heraldo de ávila», y allí retrató con finura muchos tipos de Piedrahita examinando sus defectos. Esto lo hizo siempre con nobleza y no es el peor medio pedagógico la burla de buena ley para corregir defectos, como sólo me he propuesto publicar sus cartas, no he adquirido estos versos que, como de principiante, no tienen otro carácter que la nota festiva y ligera de los que a diario leemos.
2 de Noviembre de 1899.
Querido Mariano: Recibí tu última y quedo enterado de que vives en la calle de la Tea, en casa de un señor que se llama D. León, y que, por añadidura, es Revuelta de apellido. Todo ello es espantoso, si juzgamos las personas y las calles por el nombre que llevan; pero como «el nombre no hace la cosa», nada tenemos que temer, y mucho menos yo desde que me has dicho que estás muy bien en tu nueva residencia. Yo lo celebro.
También me alegro de que tus nuevos profesores te estimen y te distingan, aun antes de conocerte bien, pues para esto no han tenido todavía el tiempo que es menester. En tu mano está conseguir que esa estimación sea cada vez mayor, pues para ello bastará que observes buena conducta, privada y académica, con lo cual, además de captarte las simpatías de tus Maestros, ganarás para ti lo que gana el que cumple bien sus deberes.
Me gusta que no te envanezca el buen concepto que hayas merecido a todos, y me atrevo a decirte que sí que probablemente pegan bien, como tú dices, los versos de la fábula que citas, aplicándolos a la actual situación de tu persona. Tú procura hacerte digno de cuantos «fueros, preeminencias, franquicias y privilegios» puedan conceder esos señores catedráticos a sus discípulos más estimados; y que el disfrute de todo ello vaya enderezado al progreso mayor y más rápido avance posible en el curso de la carrera, que es bastante larga para los que, como tú, tienen algo estropeada la salud… y la familia.
Dispensado estás por lo de los versos[128], aunque ya debes saber que has caído dentro del Código, con la mejor intención del mundo, que yo te agradezco. Conmigo todo va bueno, pero te aconsejo que, cuando lo quieras hacer con otros, se lo adviertas previamente, porque tú no puedes adivinar las razones que el interesado pueda tener para no publicar cualquier escrito. Yo mismo tenía una para no publicar esos versos, y es la de que necesitan para la publicación algunas correcciones de forma… y hasta de fondo.
Y si no, fíjate en el final de la composición, donde se habla de una «victoria sin lucha», lo cual es absurdo, dicho de ese modo; porque donde no hay lucha no puede haber victoria. Lo que había que decir en vez de «victoria sin lucha» era «victoria fácil», por ejemplo, pues este es el sentido verdadero de la idea. De modo que el verso «la victoria sin lucha, así lograda», debía haberse modificado, diciendo por ejemplo:
«esa fácil victoria, así lograda».
Otro lunar hay al final. Decir en absoluto que no se llega a Dios o al cielo «por caminos de flores alfombrados», es mucho decir, porque un malicioso podría interpretarlo diciendo que el que sea dichoso en este mundo no puede salvarse; y eso no es verdad, ni yo quise decir eso tampoco. Quise decir que así como es más meritoria la victoria obtenida con lágrimas y sangre que la lograda en una vida de relativa paz, en el aislamiento, en la soledad, así también es más segura la salvación por el camino del dolor y del sacrificio que por el del reposo y la paz que se pinta en la composición como el más feliz estado de vida de este mundo. Esto es lo que yo quise significar y lo que entendería un lector de buena intención; pero el que escribe para todos debe saber decir lo que sienta y piense con claridad y exactitud, y si no, que se esté quieto, que a nadie ahorcan por no ser escritor público. El delito es serlo malo, y tampoco ahorcan a los muchos que hay de éstos.
Resumen: que por no avisarme tú, cuando lea esos versos míos algún lector poco benévolo dirá: ¿Y con qué permiso echa de la gloria este señor a los que no han cometido más delito que vivir dichosamente en este mundo, con la relativa dicha que por acá puede haber? En fin: ya no tiene la cosa remedio, y si lo tiene todavía, pónselo tú, rogando con la mayor cortesía a ese señor[129] que te devuelva los versos para corregirlos algo antes de que ordene su publicación. Y exprésale mi agradecimiento más sincero por su gran benevolencia para juzgar lo que tan poquito vale.
Iré a verte… cuando pueda, porque yo también estoy ahora muy ocupado, y lo estaré más durante la recolección de las aceitunas, que pronto empezará, si Dios quiere.
Hace pocos días recibí carta de D. Silvestre[130]. Me decía que ya estaba nombrado cura ecónomo de Lanzahita, pueblo distante 14 leguas de Piedrahita, y no muy lejos de Arenas.
Tendrá que hacer el traslado de la casa en caballerías, por no consentir los caminos otra cosa. Era de esperar. La cuerda se rompe siempre por el lado más débil, y así se lo había yo dicho tiempo ha. Perdió, al fin, su pleito, y en tu pueblo se quedan sin un sacerdote virtuoso y trabajador, que eso era realmente D. Silvestre. Yo lo siento mucho, porque le quiero y le veo, injustamente lastimado en sus derechos. Pero, en cierto modo, casi celebro el traslado, con el cual creo que ha de disfrutar de más paz y tranquilidad de espíritu que hasta aquí ha podido tener, porque ¿quién puede tenerla al lado de aquel desgalichao, como dicen en mi pueblo? Por cierto que a los de ávila se les habrán vuelto los sesos agua para encontrarle al conflicto semejante solución. ¡Qué tino para hallar fórmulas de conciliación de personas e intereses; qué energía para con el otro, que se quedará riéndose de la broma y hasta considerando premiada su conducta; qué sabiduría para decidir y qué… parto de los montes, después de tanto pensarlo!
Eso que han hecho ahora, si otra cosa mejor no se les ocurría, han podido hacerlo hace muchísimo tiempo, y con ello, siquiera, hubieran evitado muchas cosas que después han sucedido, y acabado con un estado de cosas que no era conveniente para los interesados ni para los espectadores que han presenciado la lucha sin provecho alguno para sus conciencias. ¿Verdad, ustez?
Lo que deseo vivamente es que a D. Silvestre le vaya muy bien en su parroquia y sea estimado de todos por allá, pues no hay que dudar que se lo merece. Él me escribe perfectamente resignado con su suerte y apoyando todos sus pensamientos en éste: «cuando Dios lo consiente, será que me conviene así, aunque mi pobre entendimiento no alcance hoy a comprenderlo».
Recuerdos de Desideria, y sabes te quiere tu amigo,
JOSÉ MARÍA.
Piedrahita, 28 de Enero de 1896.
Querido Mariano: Creí que era un error tuyo lo del nombramiento de coadjutor, pero en seguida nos sorprendió el traslado inesperado del bueno de D. Silvestre. El cual se fue a esa capital y consiguió con mil trabajos que le repusieran en su destino, y aquí continúa, con gran contentamiento de todos.
El nuevo párroco está ya instalado en la casa que antes ocupó el juez. El domingo pasado tuvo misa mayor y predicó su sermón de entrada. Me gustó. Su palabra es fácil, abundante y elocuente a veces. Algo duro, algo seco me parece, de cuerpo tanto como de carácter[131]; y si no tiene mal genio, como si lo tuviera, porque tampoco debe tenerlo muy bueno. En todo cuanto digo puedo equivocarme, porque lo juzgo en un solo sermón, desde lejos, y en una visita de diez minutos, desde cerca. Y los ojos míos no son escalpelos que se cuelan hasta el corazón humano para conocerlo con prisa y exactitud.
Dicen que sabe mucho[132] y yo lo creo porque lo dicen los demás. Para saber yo si él sabe mucha teología, necesitaba yo saberla también, y como no la sé, bendita sea la fe humana que me hace creerlo sin necesidad de demostrarlo.
Conmigo estuvo en la visita seriamente cortés, fresco porque no llegó del todo a frío, escasamente expresivo y pare usted de contar.
Y yo estuve con él seriamente cortés, fresco, sin llegar a frío, expresivo escasamente, y pare usted de contar. Cuando me devuelva la vista, si me la devuelve, me presentaré de otro modo más amable, porque… en mi casa mando yo y en mi amabilidad también. ¿Verdad ustez? como dicen los chulos.
El pueblo… ¡oh el pueblo! Ya te hablaré del pueblo en sus relaciones con el nuevo padre de almas.
A estudiar, a estudiar, a estudiar mucho, que el tiempo pasa y todo llega.
Te quiere mucho tu amigo,
JOSÉ MARÍA.
Guijo de Granadilla, 30 de Octubre de 1904.
Mi querido Mariano: Tienes razón. Te tengo sin carta no sé cuánto tiempo hace; desde que vino de esa corte Santiago[133].
Muchas gracias por lo que le atendiste, vino de ti muy contento.
Voy a darte noticias de todo, ya que casi siempre te tengo a media correspondencia.
Y apenas he dicho que te voy a dar noticias, ya me tienes sin memoria de ninguna, cosa que me ocurre siempre.
Sudaré y recordaré alguna cosa. Después que salga ésta para Madrid, se me vendrá todo al magín.
Por aquí buenos, a Dios gracias. Yo he tomado este año baños en Montemayor. Tengo algo de gastralgia. Lo atribuyo a disgustos, exceso de trabajo, irregular método de vida, etc.
Desideria, hecha una esclava de estos tres muchachos, que son traviesísimos, Jesús y Juanito van a la escuela. Todos muy guapos.
De libros y papeles poco puedo decirte. Sigo escribiendo algo para periódicos y revistas. Hace pocos días de volví la prueba de una poesía para Blanco y Negro. Creo que la publicará en el número próximo. Estoy preparando originales para otro libro, que no sé cuándo publicaré.
Cuando vino el rey a Salamanca me llamaron. Habían dispuesto que en la fiesta de gala, en el teatro, leyera yo algo y se representase una loa de Luis Maldonado[134]. Yo no fui, mandé unos versos.
Además, me pidieron algo para el extraordinario de la revista Las Hurdes, y solté otras complejas, firmadas con pseudónimo, de cuyo aire te dará idea el de la primera de ellas, que decía:
Señor: no soy un juglar
soy un sincero cantor
del castellano solar.
Canto el alma popular,
no tengo nombre, señor.
él pidió todos los números de Las Hurdes anteriores al extraordinario y dijo a los que le presentaron el grupo de jurdanos: «Conozco las Hurdes por una poesía de Galán, que leí no sé cuándo, y que, lo confieso, me impresionó profundamente». Y basta de jurdanos y de reyes, que son seres unos y otros que no parecen todos hijos de Adán y Eva, porque… ¡qué horrendas desigualdades Dios mío!
Baldomero me trabaja para que escriba una cosa para el teatro. Hasta me ha prometido un argumento. Yo tengo poco tiempo… Y pocas ganas de aventuras. Tengo del público un concepto algo parecido al del de Unamuno. «Nadie hay más estúpido que un público. Cada hombre, por separado, puede ser una persona discreta. Juntos, forman un imbécil».
Yo me resignaría con cualquiera juicio individual desfavorable, ya fuese de Menéndez Pelayo, ya de un tío de mi lugar. Y hasta respeto esos juicios. Pero el del público, ni lo respeto, ni quiero solicitarlo. No digo que no lo solicitaré, sino que no quisiera solicitarlo. Por lo demás, buena falta me hacían cuatro cuartos, y el teatro los produce… si se acierta, como dicen bárbaramente los que hablan de eso. ¡Los P de nuestra literatura!
No dirás que hoy no te he escrito largamente.
Hazlo tú pronto, y recibe un abrazo de tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Querido Pepe[135]: Empiezo lamentando lo de tu cuñado y haciendo votos porque Dios le dé lo que los médicos no sabéis darle.
Llegaron tu carta y tu postal. De ésta… los angelitos del óvalo. Lo demás, no ya tanto. Lo demás eres tú, pues no tendrás la demencia de considerarte ángel, sino novelista espeso[136]. Venga, hombre, venga ese cáliz; lo apuraré hasta las heces; y, por lo visto, heces será todo él[137]. Venga la novelita, pero de mí no esperes dulzores críticos al estilo de aquellos de que me hablas en tu carta, refiriéndote a otra novela recientemente publicada. Ni esperes que yo cometa el pecado mortal (demasiado tendrá uno a las espaldas) de contribuir a que te la publiquen, suponiendo, claro es, que la cosa sea tan… tarántan como me dices, o aún más de lo que me dices, que todo me ha pasado por la mente a la hora esta. Comprenderás que no se trata de mí, esto es, que yo por desgracia, ya no me espanto por pincelada más o menos. Es más: cualquier cosa, en literatura, resisten los nervios míos mejor que una cosa ñoña.
Esto no quiere decir que no se me encalabrinen también con las porquerías, pero las ñoñeces ¡ay! no las puedo resistir. Pero lo siento por los demás, que no todos tienen filtros para las aguas que beben… Bien me comprendes: ¿no sabes que el pueblo bajo es un bruto por culpa nuestra, y que ya que lo dejamos ser bruto no debemos hacerlo también cerdo? Bien sabes que no digiere. ¡Oh! si le hubiéramos enseñado a digerir, ya podríasele hablar de otra manera. Y bien comprenderás que el pueblo bajo de autos no lo forman precisamente los tíos más tíos, porque esos no leen más que el calendario zaragozano.
En fin, no adelantemos el sermón. Vengan las cuartillas, que yo te prometo no quemarlas[138] después de leídas, sino devolvértelas con algún apercibimiento. Más no prometo por ahora, y no es ello poco prometer, querido novelista.
Sí; sí, yo también soy partidario de cosas que tengan… vida. Ya has visto, sin ir más lejos, el cuento de El Noticiero, de que hablas. Me parece que más escabroso… más vivillo, no sé yo, porque hasta oirías sonar un beso. ¡Ah, bribón! por eso tal vez, y sólo por eso, te llenaría el ojo el cuento. También recuerdo que te gustó mucho otro cuento mío (como que hablaste en los papeles de él) otro cuento digo, titulado El Vaquerillo, que publicó la Revista de Extremadura, y que era más acrotontilado que ese otro de El Noticiero. ¡Como que te voy conociendo!
No te he escrito antes porque he tenido unas magníficas tercianas, cosa que en mi vida había padecido. Tan magníficas que la segunda llegó muy cerca de los cuarenta grados, ya ves. Las ahogué en quinino, como dicen los médicos de esta tierra, y continúo ahora tomándolo, no ya en sellos, sino en píldoras, que tienen hierro también.
Estoy bajo la influencia de tales cosas, y hecho, por lo mismo, una caballería menor.
Me han mandado el programa de los Juegos de Béjar, y Carlos Cano, el de los de Murcia, y ésta es la hora en que no tengo hecho nada de provecho. Y a Béjar quería mandar algo, porque no digan nuestros paisanos que le parece a uno poco Béjar y sus juegos. Te lo diré si algo mando a un punto o a otro.
Sé que andan a darte la encomienda de Alfonso XII. No te servirá de mucho, pero no te estorbará. Yo también estuve amenazado de lo mismo hace algún tiempo, no sé por qué ni por quién, pues sólo vi en los periódicos que el ministro, que ya no lo es, iba a conceder tal honor a varios literatos de provincias, entre los cuales estaba yo.
Cayó el Ministerio y me quedé sin la prebenda.
Sé que tengo los originales que te prometí cuando lo de Castellanas. Los buscaré, y allá irán.
Vi tu crítica de… ¡Todo lo comprendí en el momento! Te lo perdono, porque quiero que me perdones los pecados del mismo género que yo te he hecho cometer. ¿Ya no recuerdas aquellas críticas de Castellanas que encendían el pelo al lector más desconfiado? ¿Y no recuerdas que en otro artículo, me sueltas un los Galán entre los Roso de Luna y otros así? ¡Ah, pecador, y qué tizonazos te esperan en la otra banda, Negociado de Literatura, sección de crítica[139]!
El infierno está empedrado de buenas intenciones: mi deber es advertírtelo, aunque comiences por mí tu obra de regeneración, llenándome de motes en los papeles públicos.
El 14 salgo, Dios mediante, para la feria de Galisteo, a vender unos chotillos …………………………………» (porque yo vivo en la grata y dulcísima confianza de que tú rezas el Padrenuestro, ¿eh? No las tengamos: que aunque anden de por medio las novelas naturalistonísimas, y aunque precisamente por eso mismo hay que rezar algo, hombre, porque todo esto que traemos entre manos está llamado a desaparecer, por no decir a lo bruto que se lo va a llevar Pateta). ¡Qué paréntesis! Estoy atroz.
Veo que adelantaste mucho en tu afición de fotógrafo. Me ha gustado muchísimo la postal. Chico, servís para un fregado lo mismo que para un barrido. Además, sabéis manejar el tiempo. Os da de sí para todo; te tengo envidia, envidia de la buena.
Esto no es contestar a aquella galantería tuya (que mejor debiera llamar gran tomadura de pelo) de que «los hombres cuando llegamos a cierta altura…» Hombre, como mejor mozo que tú, sí que lo soy, aunque me esté mal el decirlo, porque la altura de tu físico no es la de un quinto de hogaño. Si tal quisiste decir, verdad es, y pase la picardía de hablarme con picardía. Pero si de veras me ves más alto que tú —no en el sentido material de la palabra—, en ese caso, yo te doy una enhorabuena grande por tu modestia y tu hermosísima humildad.
Hasta la tuya. Te quiere tu invariable amigo,
GALÁN.
Querido Crotontilo: Leí el manuscrito de tu novela. Mil gracias por tu atención.
Yo no sé hacer prólogos[140] ni creo que tus libros los necesiten. Al que sabe andar solo le estorban y hasta le afean los andadores. Solamente los débiles necesitan ajeno apoyo. Al buscarlo en mí, has procedido como los niños que están aprendiendo a andar: buscan fortalezas sin pensar si las hay en los brazos de las personas queridas. En ti, además de cariño instinto, eso es modestia. Sea enhorabuena.
Pero ¿de qué podría yo hablar en el prólogo de tu libro? ¿Del libro mismo? Pues para ello me falta sabiduría literaria, y por lo mismo, osadía para pretender ilustrar a tus lectores, que son cultos y son muchos.
Hablar de tu persona sería ridículo. Pretender yo a estas horas descubrirte, sería no estar en mi juicio… ¡Ah! te lo niego en redondo, y espero que me des por ello las gracias.
Otra cosa es mi opinión privada de buen amigo acerca de la novela. Esa pobre opinión hubiera ido muy pronto en busca tuya, aun sin habérmela pedido; y allá va monda y lironda, en cueros vivos, como te place y me place.
No es este libro lo mejor que has escrito. En Briznas, verbi gracia, tienes artículo que vale por la novela. (Hablo y seguiré hablando con el modesto yo opino por delante).
Has querido sorprender la realidad, y no precisamente con el pincel, sino con la máquina fotográfica, aspirando a presentar el objeto como él es, ni más ni menos. Pues bien; la realidad, o si quieres, la verdad, tienes reparos que poner, en primer término al ambiente general de la fábula, es, aunque no te lo parezca y con ciertas salvedades, muy romántico… (como tú, que también lo eres por dentro, tal vez sin saberlo y a despecho de todas las apariencias).
Reparos del mismo género hay que poner también al tipo de tu colega, y aun al de la hermosa hembra heroína de tu libro. La señora de Yévenes te salió tonta del todo, o, lo que es lo mismo para el caso, ciega, sorda, muda y torpe; sólo conviniendo en que sea todo esto, puede creerse que ignora que está casada con un Tenorio groserote, sultán de un serrallo de odaliscas celosas como panteras y envidiosas como demonios, pero tan caritativas y generosas que ninguna, en sus períodos de desgracia o en sus días de puercas aspiraciones, denunció a la rival de al lado o a la de enfrente ante el tribunal de doña Damiana. Y eso que en el serrallo se cultivaba el anónimo, cosa, por otra parte, innecesaria para descubrir tapujos de pueblos chicos. Y sólo contando con una doña Damiana crédula, que no en Tegilla vivía, sino en el limbo, puede pasar lo del cuento de Yévenes y lo de la admisión de la Sarito en su propia casa, una casa por donde vagaban aires que transcendían a cristianas purezas patriarcales, con asomos de vanidosas hidalguías en almas y pergaminos.
De los amores del médico y la Sarito también hay algo que hablar. Por lo pronto, hay que andarse con cuidado en materias de redenciones, si ellas son de hembras perdidas que de pronto nos resultan enamoradas por lo platónico… Si yo fuera confesor y a mis pies se arrodillara una perdida, contándome la vulgarísima historia del cambiazo, le diría: «la gracia de Dios te salve»: pero jamás le dijera: «ama a ese hombre, hija mía, que su amor te salvará». En materia de repentinas conversiones, barrunto como un milagro de por medio, o, cuando menos, un suceso maravilloso. Tú crees que el amor hace el milagro: yo creo que lo hace Dios… o el amor como medio de que Dios quiera valerse… Pero es el caso que tú hiciste caer a tu Sarito de rodillas ante una imagen de la Virgen, llorando, rezando mucho… El amor no hace esas cosas, si no se lo manda Dios, y siendo esto así, parece que tenemos que convenir en que fue cosa de Dios la conversión de Sarito. Y convendríamos en ello… si no me opusiera yo, que no puedo creer que Dios inspire amores que tiene muy condenados, como que se llaman nada menos que adulterio. ¡Donoso medio para ser cosa de Dios! Sarito se redime amando al médico adúltero, y al médico bienhechor que lo parta un rayo. Y no vale aquí decir que la coima le proponía amores espirituales, puros (llamémoslos así), porque ya sabes quién dijo que el adúltero con el corazón…
El médico redentor, como impropiamente lo llamé, es un tipo que recuerda aquel dicho decidero de que «el diablo harto de carne se metió fraile». Porque no fue un atracón amoroso, sino muchos atracones (los suficientes para llegar al hastío o al arrepentimiento conciencias como la suya) los que necesitó el buen galeno para pensar seriamente y sentir del mismo modo sus deberes y el estado de espíritu de la bella aventurera.
Y todavía le hizo falta, para llegar a la victoria, el terror de que los tíos de Tegilla sitiasen su hogar por hambre y la pasaran su mujercita y sus hijos. Así, cualquiera se metería a redentor de Magdalenas guapísimas.
Todo esto del médico es muy verosímil, muy humano; y si yo trato de restar bondades a tu colega, es porque se ve a la legua que tu deseo fue pintarlo todo un hombre... y no resulta tal cosa.
Lo que de éste y su amante te llevo dicho, hubiéralo suprimido si comprendiese que tu propósito había sido escribir una novela inmoral; mas como ello no es así, he intentado demostrarte que, sin quererlo, inmoral te ha resultado.
Y esa es mi pobre opinión; en resumen: que la obra es, en el fondo inmoral, y a veces inverosímil. Lo primero no es cosa buena para ti… ni para tus lectores, sobre todo los de veinticinco años abajo. Lo segundo, es pecado literario grande, y más en quien como tú, se propuso regalarnos un pedazo de realidad echando sangre.
Esos dos aspectos de tu libro no me gustan, y dicho sea con perdón del más autorizado de quien me hablas.
Hablaremos algo de la forma. Tu temperamento de periodista, porque lo tienes, y de periodista de los buenos, te precipita, te hace escribir muy deprisa, y el lector no lee con igual cuidado al Crotontilo periodista que al Crotontilo autor de novelas. No es esto decir que en el periódico lo hagas mal, ¡qué ha de ser! si precisamente yo creo que lo haces a maravilla. Esto no es mas que recordarte —porque otra cosa no necesitas tú— cuán diversas cosas son un artículo de periódico y un capítulo de novela.
Yo sé que escribes tus hermosos trabajos periodísticos a vuela pluma, con toda la prisa de que tu mano derecha es capaz; pero deseo que cuando escribas un libro… te salga un panadizo en el índice de dicha mano. Nada más eso; porque viéndote obligado a escribir siquiera a media velocidad, el estilo de tu obra ganaría mucho en peso, en concisión, en densidad de pensamiento y en robustez y fortaleza.
En la novela advierto escasez de diálogos. Todo nos lo cuentas tú, todo nos lo explicas tú… y ya sabes que eso es más fácil que hacer hablar a tus tipos, para que el lector los conozca, no por referencias, aunque ella sea cosa exacta, sino de modo directo.
El lenguaje que pones en boca del médico o del que tú mismo empleas para pintar, verbi gracia, las reuniones del señorío femenino en casa de Yévenes, es demasiado violento, excesivamente grueso, agresivo, sañudo. Desaparece el artista que debiera pintar miserias tan horribles con vivos colores sí, pero sobre un fondo triste de superior piedad augusta, y aparece el hombre emberrenchinado y descompuesto, como el que hace coléricas piruetas criando riñe henchido de ira menuda y rabiosilla. No quiero decir ahora que no haya Tegillas como esas que tú nos pintas, sino que tu modo de pintarla, parece así como un modo de venganza… artística y todo.
Lo que más me desazona del libro son ciertos episodios, ciertas escenas y algunas frases sueltas que huelen que apestan a una cosa que no es arte. Dos o tres escenas íntimas entre el redentor y la redimida, que a la cuenta se iban así preparando para su singular santificación, varias frases alusivas a Yévenes y a las mujeres de Tegilla, muchas de las que emplea Ramiro en sus juicios sobre las gentes del pueblo; sus denuncias de horrendas intimidades conyugales, el espantoso episodio del muchachuelo y la yegua… ¿Por qué haces eso, hombre, si sabes que ello no es arte? ¿Si sabes que todo autor que sea verdadero artista u hombre de buen gusto artístico repugna esos procedimientos? Ni siquiera es original el procedimiento, porque todo hombre que sepa escribir cuatro renglones en limpio, sabe escribirlos en sucio. ¿Me niegas esto? ¿Me niegas que todos somos capaces de dejar en cueros vivos las cosas… y las personas, escribiendo y describiendo en ese estilo brillantemente grosero, hasta producir sensaciones de visión real en el lector y estropearle el candor si es un chiquillo, y el estómago si es un hombre que sepa serlo de veras? Pues eso lo sabemos hacer todos. Lo que no poseemos muchos es el secreto de producir en el lector la emoción correspondiente sin refregarle las cosas en los hocicos. Coger con la mano izquierda al lector por el cogote, acercarlo a la sentina y chapotear en ella con la derecha, ¡vive Dios! que es un medio muy decente y muy difícil de hacerle sentir hedores.
Lo difícil, lo portentoso del Arte, es que éste consiga dar al lector, en la precisa medida, y a distancia, la sensación necesaria, sin meterle la cabeza en el fangal, sin estropearle la… inmaculada pechera, porque al que limpia la tiene, no lo dudemos, le fastidia que se le llene de fango. Nada más difícil que el Arte naturalista, en el sentido en que debes interpretarme la frase en estos momentos.
¿Que si no veo más que esto en la novela? Sí, querido Pepe, ¿pues no he de ver mucho, muchísimo más? Veo mucho bueno; mas no te he escrito esta carta para regalar tu oído con la música de un cántico entusiasta, dedicado a tu corazón de hombre, que raya todas sus obras con una estela de jugo de su propia sangre; sangre que al derramarse, lo empapa todo de un profundo sentido de alta justicia, de honda piedad y de nobleza generosa; a tu corazón de artista, que tanto y tan bueno siente, y a tu ingenio literario, que nos lo sabe contar de manera que nos obliga a sentirlo.
De todas estas cosas, no dichas como te las digo hoy, que tengo prisa, pudiera hablarte mucho, mucho y dulce, mucho y justo. Perdona si sólo he tenido tiempo para hacer el capítulo de cargos, que es más corto que el de méritos que me dejo en el tintero.
Y perdona el sermón. No extrañes que así te haya regañado, sobre todo por aquello que no huele a rosas precisamente. Bien sabes que detesto las ñoñeces literarias; que no soy, por desgracia, asustadizo, desde que al suelo se me cayeron las alas; pero de esto a lo de la yegua, verbi gracia, hay distancias que no las salva aquélla en cuatro días de carrera vertiginosa…
Adiós… ¡Ah! se me olvidaba. Dile a Sarito del Oro que no pretenda ir al cielo muriéndose de un empacho de felicidad humana, porque eso… son gollerías.
Y al médico de Tegilla, cuando tropiece con Mesalinas romanticonas, tocadas de la nostalgia del bien, que observe con gran cuidado si esos estados de alma son un deseo sincero de vida pura o un gran lujo psicológico… ¡vamos! un deseo de cambiar de playa por el momento, como Sarito cambió por la de Tegilla la de Biarritz y la de San Juan de Luz…
Y dile también al médico, ya que es tan bueno, que perdone las miserias de Tegilla y que siga predicando con el ejemplo, porque con siete como él en cada pueblo, es posible que para el siglo que viene ya no queden Tegillas en el mundo.
Te abraza tu mejor amigo,
JOSÉ MARÍA.