Cuando envié un trabajo al certamen literario de Plasencia acerca de la vida y obras de mi amigo el glorioso poeta Gabriel y Galán, me pareció oportuno añadirle algunas cartas que yo conservaba como prendas queridas de amistad. Sin duda, ellas decidieron al jurado para premiarme y declaró el secretario de aquel Certamen que eran de un valor incalculable.
En el Ateneo de Béjar, poco después, di una lectura de ellas, y desde América me escribieron pidiéndome publicase dichas cartas.
Con presentimiento de chico a quien gusta lo de su maestro, varios años antes de que fuera conocido como escritor, comencé a guardarlas, así que ellas no pueden tacharse de estar escritas con la pedantería del hombre célebre, como dice el autor de «Cartas de mujeres».
En ellas, además del vivo reflejo del amigo ausente recibía, mezcladas con las frases de cariño, el consejo desinteresado, que era para mí la norma de conducta.
Hoy que la fama del poeta llega a culminar, siendo leído cada vez más descartados los puntos no publicables, por ser de nuestra vida íntima, es mayor su interés, ya por ser poco conocido como prosista, ya porque no falta quien dice que en el género epistolar raya a mayor altura que en otro alguno. Claro es que en las cartas familiares se muestra con la llaneza que le es propia y a través de ellas se puede conocer el hombre mejor que en los escritos hechos para publicarse.
No es tarea fácil dar unidad a unos escritos cortos y familiares, aunque para el que los recibe sean de gran interés, pues no por eso han de serlo para el público, pero por ello quizá gozan de mayor espontaneidad.
El Padre Isla, al saber que iban a publicar las suyas dijo: «Si un enemigo quisiera hacerme un mal, el mayor sería dar a luz mis cartas escritas sin preparación». Las del erudito autor del «Fray Gerundio» reflejan un agudo ingenio y tienen la mordacidad del sabio jesuita.
En otros países hay la costumbre de recoger las cartas de autores célebres para conocerlos en la intimidad, ya que como dice un autor, el hombre es más sincero en el papel, que no se pone colorado, que en la conversación misma. Entre nosotros se ha dado el caso de venderse por papel viejo en el rastro las del Emperador Carlos V. Los franceses nos dan ejemplo en estas colecciones, y son modelos de este género las escritas por Mme. Sevigne a su hija; algunos escritores españoles, como el coronel Cadalso, que tanto enalteció las letras salmantinas, en sus «Cartas Marruecas» hace un estudio del lenguaje, usos y costumbres españolas del dieciocho, y se nos muestra como un gran estilista y profundo psicólogo, aunque no llega a la sutileza del autor de las «Cartas Persas», Montesquieu, que hace otro tanto con las de sus compatriotas, y hablando de los tocados de los tiempos del Imperio, dice: «A veces suben poco a poco los peinados, y luego una revolución los hace bajar de repente.
Tiempo hubo de que una inmensa elevación colocaba el rostro de una mujer en medio de su persona; otro que ocupando los pies este sitio, formaban los tacones un pedestal que los mantenía en el aire… A veces se ve en una cara portentosa cantidad de lunares, y al otro día ya han desaparecido.
En otro tiempo tenían las mujeres dentadura y cuerpo, y hoy no se trata de eso. En esta nación tan mudable, digan lo que quieran los burlones, las hijas tienen distinta figura de las madres».
No habla el autor mejor de los españoles, pues en otra carta, después de ponderar la vanidad de los hidalguetes, dice: «Que son tan enamorados que no hay hombres más dispuestos a derretirse por el amor de sus damas bajo sus rejas; de manera que todo español que no está acatarrado no es tenido por aficionado al bello sexo… Son tan corteses que nunca apalea un capitán a un soldado sin pedir que le dé licencia, ni quema la Inquisición a un judío sin rogar que le perdone».
En las «Cartas Finlandesas», Ganivet se expresa como andaluz trasplantado de los cármenes granadinos a aquellas apartadas costas, aprisionadas por los hielos casi todo el año; por eso la psicología de aquel pueblo es tan distinta de la tierra cubierta de flores y saturada de aromas y azahares. Ocurre con sus cartas lo que con las obras de Ibsen al ponerse en la española escena.
El ideal allí de las mujeres es emanciparse y ganar dinero en oficios varoniles, en vez de aspirar a ser madres.
Las que desisten por completo de casarse se cortan el pelo y se aficionan a la bicicleta; las que no, durante el noviazgo pueden viajar solas con los prometidos y permitirse ciertas expansiones, a las que no estamos acostumbrados. Cuenta un caso de un matrimonio mal avenido; plantea ella el divorcio por haberse fastidiado de su marido, y al casarse de nuevo, siguió entrando el antiguo consorte, como buen amigo, en la casa que ellos pusieron.
Al comparar a la mujer española con aquellas que tanto se afanan por trabajar en los cargos de hombre, dice que las nuestras son más prácticas, pues llevan vida más cómoda y están mejor en la vejez, y termina su carta de este modo:
«No existe en la creación un ser que supere a la mujer en inteligencia verdadera, es decir, en inteligencia práctica; sólo se le aproxima el gato, que es el más listo de los animales, no sólo por haber resuelto el problema de vivir sin trabajar, sino por haberlo resuelto con el achaque de cazar ratones, diversión o sport que para él tiene grandes atractivos».
Entre los Epistolarios escritos en castellano destaca el espiritual en que el beato Juan de ávila no sólo exhorta a los predicadores, a los enfermos y a los que abrazan el estado del sacerdocio, sino en la que dirige al Asistente de Sevilla tiene estos bellos pensamientos: «El ser bueno para sí sólo cosa imperfecta es, y el ser bueno para otros y no para sí cosa es dañosa; y aquel será llamado grande en el reino de los cielos, que siendo él bueno procure hacer lo mismo a los otros». Sigue después diciendo: «Desnudo fue puesto el Hijo de Dios en la cruz, quando exercitó officio publico del genero humano, y el officio publico cruz es; y desnudo de todos los afectos propios, y vestido del amor de los muchos, ha de estar el que en esta cruz uviere de subir para imitar el Hijo de Dios, y que su cruz sea provechosa para si y para los otros».
«Que todos los que tratan del bien de la república convienen: que es muy mejor gobernación prevenir los delictos que castigarlos después de hechos, y vivir por buenas costumbres mejor que por buenas leyes».
«Que no se contenten con mandar y dexen el ocio y regalo, y tomen el azadón en la mano, caven con sudor de su cara la dura tierra de los corazones de sus súbditos, si quieren ser imitadores de Jesu-Cristo».
En la misma carta, al hablar de las mujeres perdidas, dice: «Está este negocio tan fuera de quicio como otros muchos. Las mugeres cantoneras es razón que no estén mezcladas con las buenas, y no se devía consentir que saliesen muy acompañadas, ni muy ataviadas, porque es grave escándalo la prosperidad déstas para facer titubear la castidad de las buenas mugeres, que padescen necesidad. Y los que de ellas tuvieren cuidado convenía que se buscase un hombre temeroso de Dios y se le pagase sufficiente salario, y también daría noticia de los rufianes, que no es pequeño provecho». Después añade:
«Muchos males se hacen por ocasión de los jubileos, yendo juntos hombres y mugeres. Cosa conveniente sería que pues se pueden ganar por la tarde y otro día, fuesen en un día los varones y en otro las mugeres.
Correr toros es cosa peligrosissima para quien los manda o da licencia para los correr». Y termina el párrafo: «Haga V. S. lo que de su parte fuere, y si no pudiere más avrá librado su ánima del peligro».
Es, en mi sentir, Antonio Pérez uno de nuestros clásicos que elevó a mayor altura el habla de Castilla, y por decir en poco tiempo mucho y de gran contenido, las cartas que dirige a esposa e hijos pueden citarse como modelos; quizá sea con el autor que tenga más semejanza nuestro poeta; dice en una de ellas: «Hija mía: quisiera yo poderos enviar, por la prenda que me ha dicho uno de vuestra parte, un pedazo del corazón material, en señal de que vivo, como lo envío todo en espíritu: que según le traigo hecho pedazos, pudiera muy bien, sin miedo de dolor nuevo partirle para otro». No es menor su mérito cuando emplea el festivo tono de un consumado cortesano, al enviar a una dama extranjera unos guantes de perro, por no tenerlos exclama: «Yo me he resuelto de sacrificarme por su servicio y de desollar de mí un pedazo de mi pellejo de la parte más delicada que he podido, si en cosa tan rústica como yo puede haber pellejo delicado. En fin, esto puede el amor y deseo de servir, que se desuelle una persona su pellejo por su señora y que haga guantes de sí». Y termina: «De perro son, señora, los guantes, aunque son de mí, que por perro me tengo, y me tenga vuestra señoría en la fe y en amor a su servicio. Perro desollado de vuestra señoría».
Don Juan Valera, en sus Estudios críticos, dice que hay dos cosas en nuestra literatura que ninguna otra iguala: el Poema de mío Cid y los Escritos de Santa Teresa; de entre ellos, las cartas son tan leídas, que se hicieron varias ediciones en cuanto se publicaron, y es que su lenguaje, aprendido del pueblo, no en los libros, tiene la viveza de la lengua hablada y fluye como el agua riente y bullidora de los regatos. Esta santa que trató los problemas del alto misticismo con esta intuición natural en ella, que no tuvo para ser doctora otra cátedra donde aprender que el púlpito y el confesonario, se muestra en esos escritos familiares con sencillez encantadora, prueba de ello es la que dirige a un caballero de ávila, en la que recomienda a San Juan de la Cruz, y al hacerlo, con singular gracejo dice que aunque chico (era bajito), era de tan gran virtud, que ella nunca le vio perder la paciencia, aunque ella era la misma ocasión de hacerla perder. Y después, al contestar a lo que dice este señor de que daría seis ducados por verla, ella daría más precio por valer mucho más que ¡una pobre y humilde monja!; empleando el mismo donaire que con el Obispo, que la decía que le gustaba más platicar con ella que con sus canónigos, «y a mí también charlar con V. I. más que con mis monjas». La santidad nunca está reñida con la franqueza, y esta Santa, reflejo del cielo de la sierra de ávila, es franca en todos sus actos.
Las que escribió Sor María de Agrela, eran tan estimadas por Felipe IV, que mandó en su testamento se conservasen, pues de ellas habla recibido claros consejos y sabias enseñanzas, ya como avisos espirituales, ya preceptos para la gobernación de sus reinos. Guevara, Rúa Ortiz y otros anteriores, tienen en castellano cartas llenas de profunda filosofía y castizo lenguaje, pero no son cartas familiares realmente.
Sólo pueden compararse, por lo tanto, las cartas de nuestro poeta con las de Antonio Pérez y Santa Teresa, que son las verdaderamente familiares; y si aquéllas sirven para conocer el lenguaje castizo de una época y la intimidad de sus autores, éstas no ceden en casticismo, gracia y soltura, lo mismo al tratar asuntos triviales, como cuando habla del éxito de sus obras. En lo que quizá no tengan rival es en las que describe las hondas amarguras recibidas en la muerte de sus padres, que encierran la poesía del Ama, escrita bajo esta impresión.
Sabiendo la influencia que sobre mí tenían sus consejos, no es de extrañar el carácter didáctico que imprime a sus cartas, y tanto más que enseñar pretende infundir esa fe cristiana que le hace siempre mentar a Dios. A Dios recurre resignado ante las desgracias; para Dios quiere que sean sus amigos, a quienes dice que tanto más los estima cuanto más se acerquen a Dios en virtud; muchas veces parece que impregnado en el espíritu de nuestros místicos, se nos revela como un asceta, y en la crítica de las obras y en los asuntos que trata, diciendo algunos que las poesías religiosas suyas no es lo más religioso, sino que lo son todas.
No pierda nunca de vista el lector que estas cartas son de carácter íntimo y que porque sea conocida su donosa manera de decir, he sacrificado mi amor propio, sacando a luz casos de mi vida aun cuando sea víctima de su ingenio festivo. Las he agrupado en distintos capítulos, considerándole como maestro, como amigo, como creyente, etc. Para que sea una orientación en las materias que trata y al tiempo mismo que el relato, de los hechos, tenga la lozanía y frescura de la realidad, cosa que puede hacer muy bien el que los conoce y no el crítico o erudito, cuya labor tiene distinto objeto.
Cuando he copiado estas cartas, aunque la mayor parte eran por mí conocidas, no he podido menos de llenarme de emoción y cariño hacia el amigo muerto, que hasta en las cosas más ligeras demuestra tal destreza y naturalidad en el lenguaje, que no estarían mejor hechas si las hubiera escrito para darlas a la publicidad.
He querido probar el interés que ellas despiertan, y cuando alguna es leída se siente deseo de leer otras por quienes no las conocen.
Si otro se hubiera encargado de la colección de estas cartas, quizá hubiera ganado el nombre de quien le tiene glorioso. El cariño y buena intención suplirá lo demás, pues el trabajo de recoger y seleccionar no espera otra recompensa que se perpetúe la memoria del amigo muerto y sean rendida ofrenda estas líneas para quien no ha olvidado sus consejos ni menos su gran corazón.
MARIANO DE SANTIAGO CIVIDANES.
Salamanca 10 de Julio de 1918.
Dice el biógrafo de un hombre ilustre que todos los hombres grandes fueron tales, porque tuvieron una madre digna de ellos; el que conoció a la madre de Gabriel y Galán se explica la influencia que en el ejercicio y el dolor de verla morir le inspirara «El Ama», donde su genio culmina. Era hermosa, con esa belleza extraña a las mezquinas vanidades; siempre llevaba el pañuelo de seda ceñido a la frente, llamado chichonero, como es costumbre en los pueblos de la provincia de Salamanca. Padecía dolor de cabeza como sus hijos, y su discreción era tan grande como su cultura, impropia de quien apenas había salido de Frades. Pasé una semana con ellos, recién casado Baldomero, era la época de la recolección y pude saborear, participar mejor dicho, de aquel ambiente de paz que se respiraba en aquella casa trabajadora, donde se rezaba todas las noches el rosario. Con la severidad de la madre contrastaba la viveza de su padre; era bajito, muy nervioso y listo, vestía siempre de calzón, frente ancha y despejada y muy avisado para los negocios.
Guijo de Granadilla 6 de Julio de 1991.
Mis buenos amigos: Ya me quedé sin madrecita. Se me murió el día treinta de Junio, a la una y media de la mañana. Dios lo ha querido así: bendita sea la voluntad de Dios.
Me avisaron el 3 de Mayo, y llegué allá el mismo día. Tenía afección de corazón. Yo comprendí que aquello era gravísimo, que se me moría la madrecita de mi alma, y a su lado pasé treinta y ocho días horribles, que me han dejado el espíritu aplastado.
Aquella cristiana alma no se rindió al dolor físico. Los tormentos de una asfixia de treinta días de duración no arrancaron de aquellos labios benditos más que palabras de santa, ni desviaron del Crucifijo la mirada de aquellos ojos queridos, donde había tanto amor para cuatro hijos locamente enamorados de aquella adorable madre.
«Se muere como ha vivido», nos decía el sacerdote que la auxiliaba. Un día nos pidió que la confesaran, y al siguiente solicitó la visita del Señor, al que recibió con tal fervor, que la hizo llorar de amor, de amor al Sacramento Santísimo.
Y después sucedió lo que yo no he visto nunca; lo que al mismo señor Cura puso lleno de entusiasmo y de alegría; lo que a cualquiera edifica… Nos dijo que iba a morir, y que antes que llegara el momento en que la agonía pudiera obscurecer su entendimiento quería recibir la Santa Extrema-Unción, y así lo hizo, contestando ella misma las palabras del sacerdote. Y más tarde nos pidió la bendición de Su Santidad, que ella misma leyó con devoción y entereza, pues Dios quiso duplicar en ella las fuerzas corporales en el último período de aquella vida ejemplar.
Pocas horas después moría en mis brazos, como el que se entrega al sueño, la madrecita de mi corazón, aquella que bendecía al Señor porque la dejaba morir rodeada de los hijitos de su alma y del esposo querido, que había sido su más grata compañía durante cuarenta años.
No acabaría de escribir en muchas horas, amigos míos, si yo les fuera a contar las palabras de consuelo, los consejos exquisitos, las bendiciones para el Señor que salieron de aquellos labios cuando mayores eran los sufrimientos corporales, que eran prueba del temple cristianísimo del alma de mi amante madrecita.
Todos estos consuelos nos ha dejado para ayudarnos a resistir el dolor de su apartamiento de nosotros, que es un dolor sin palabras; que no las hay para expresar estas cosas[9].
Pero el ejemplo suyo nos tiene a todos resignados, después de la bondad de Dios.
Rueguen ustedes al Señor por la madrecita que acabo de perder, y Dios se lo pagará.
Y siempre se lo agradecerá con toda el alma su amigo,
JOSÉ MARÍA.
Mi querido Crotontilo[10]: También me quedé sin padre. Se me murió hace doce días casi repentinamente, cuando estaba viviendo una vida llena de energía y de salud. De los consuelos humanos, sólo he tenido uno, pero grande, como todos los que nos da nuestro Dios: el consuelo de abrazar aquellos restos queridos antes de ser sepultados; el consuelo infinito de tener entre mis manos aquella cabeza blanca; el consuelo de tener muchas lágrimas, ríos de lágrimas que cayeron sobre ella, que la empaparon… Mi padrecito ha ido a la sepultura ungido con lágrimas de hijos buenos, ungidas sus manos, sus pies, su pecho, su cabeza… Le tuvieron dos días sin enterrar, porque el padre de los cuatro hijos —dos ausentes— merecía aquel semidivino embalsamamiento, aquel baño purísimo de lágrimas con que todos nuestros amigos presentes allí sabían que nosotros habíamos de preparar aquellos restos queridos para llevarlos a la tierra bendecida, bendecida por Dios y santificada ya por aquellos otros restos venerados de nuestra madre, de nuestra santa.
Ya quedaron allí juntos, en aquella capillita venerada, en tierra de Dios, mis padrecitos queridos, los que supieron criar hijos que han sabido llorar sobre sus cadáveres a la manera cristiana, porque abajo cayeron tantas lágrimas como oraciones subieron a los Cielos.
¡Qué buenos fueron, qué buenos fueron!… Si tú lo supieras bien… Yo, al dejarlos en aquella tierra santa, al salir de aquella casa, al dejar aquel pueblo de mis ya muertos amores, creí que me ahogaba de ansia. Estuve un rato olvidado de lo que tengo en el mundo —¡Dios me perdone!—, y me vi solo: sin padre, sin madre, sin patria. Y nunca podré decir todo lo que tuve el valor de padecer cuando, parando el caballo, cara a cara con toda mi vida, que se veía desde la cumbre de aquel monte que recogió mis miradas de niño y de adolescente feliz, le di a todo un adiós de aquellos que no se pueden repetir sin peligro de morirse.
¡Y mira tú lo que es Dios! Al dejar de verlo todo y descender la cuesta del otro lado de aquel monte, cuya subida me parecía mi calvario, su cumbre la muerte y la bajada de la opuesta pendiente un descendimiento a la sepultura, me hizo explosión a la cabeza el recuerdo de mis hijitos y de su madre, que decía: ¿Y nosotros?
Te digo que me sentí resucitar. Y al darle las gracias a Dios, me dije: ¿Y Dios?
Y mira tú qué misterios, porque otra cosa no es: se había acabado la cuesta, y ya iba yo por un valle que me hizo recordar lo del «valle de lágrimas» que decimos en la Salve y pensar de esta manera: Sí, un valle de lágrimas, pero en él están mis hijos con su madre, y después de él está Dios.
Y así es de bueno Dios, que pone detrás de cada pena un consuelo humano, y luego se nos da él mismo como supremo consuelo.
Y aquí me tienes, rezando y llorando a mis muertos queridos y arrancándoles a mis pequeñuelos unos besos que son gotas de bálsamo milagroso…
Mil veces más que tus cariñosas palabras de consuelo, y eso que me valen mucho, os agradezco una oración por el alma de mis padres. Dios os pagaría mejor que yo esa merced.
Todas estas intimidades tristes, bien sé yo que no suele nadie contarlas a los demás, porque los demás llevan todos también una cruz sobre los hombros y un poema dentro del alma.
Pero a ti quiero contártelas: me hace un bien muy grande.
Te abraza tu amigo,
JOSÉ MARÍA.
Día 25.
Mi querido amigo: No puede usted calcular cuánto celebro que mis versos le hayan impresionado hondamente; le agradezco muchísimo su carta, y nada he de decirle respecto a sus elogios porque ya le he dicho antes de ahora que le tengo a usted por muy sincero, y, siendo esto así, debo aceptarlos sin las réplicas de rúbrica. Ya que de cosas mías he empezado a hablar, acabemos con ellas, por no dar luego saltos atrás.
Esas cuartillas[11] que le envié, para usted han sido hechas, y son de usted desde que yo se las di. Se me olvidó firmarlas; pero mándeme la última de cada composición, y las firmaré con más que gusto, con muchísimo gusto. Le remito a usted ahora «Regreso», y con ésta las conoce todas, exceptuando dos, de las cuales no me quedé con copia, y no le importe: son de las más ligeras.
A estas horas ya le supongo más sereno, menos nervioso (casi quiero decir menos artista) y más crítico. Aunque más me place el oír sentir que oír juzgar, vaya usted preparando con calma su sentencia, y caiga ella sobre mí cuando yo le avise a usted, que será a fines de mes, Dios mediante.
Quedo preparando las cosas de modo que el primer tiro que se oiga sea el de usted, cosa que para mí ya no es nueva…
De los retratos, que le agradezco con toda el alma, no quiero hoy hablar casi nada, porque irán, sí, a mi gabinete fotográfico, y a buen sitio; pero yo quiero que esos procedimientos se perfeccionen y que lo de hoy se repita, pues deseo ver más para conocer más. Y eso que he visto con el auxilio de una lente cosas de angelillos y… ¿no he visto un dedal de coser fuera de su sitio?
Y usted no puede ser ese que está sentado en la butaca. Parece un burgués adinerado, lleno de una seriedad impertinente y agresiva que molesta. Y si se quiere hacer favor al retrato, es un señor que soporta con ceñida dignidad las molestias de la gota. Parece mentira que el de la boina, en el otro retrato, sea el señor de la butaca: vale cien señores de éstos. Y otros tantos vale también el que forma, rodeado de su prole, en el retrato tercero.
Vengan esas ilustraciones que me promete, aunque no le queden como desea, porque así y todo han de gustarme mucho.
También yo, para irnos conociendo más, le mando para allá mi estampa de hombre, que no dice nada de particular, a no ser lo que he escrito debajo de su retrato.
Es su amigo de veras,
JOSÉ MARÍA.
¡Se me olvidaba! Conozco de Guerra Junqueiro dos cosas: el nombre, y una frase que dijo cuando estuvo últimamente en Salamanca. Le había oído en Madrid Salmerón, ponderárselos, los versos conceptuosos, hinchados y campanudos del gran Quintana, y contaba Guerra Junqueiro que al terminar le dijo al lector: «¡D. Nicolás, eso no, eso no es poesía; eso es abogacía!»
Y como yo abundo en el mismo parecer, se me quedaron las frases de Guerra Junqueiro. Pero nada más, amigo mío; de sus versos, ¡ni uno solo! y siento mucho la coincidencia, que ya no puedo salvar, porque a esta hora supongo que «Presagio» está ya en el folleto del Obispo de Salamanca, que espero llegue (el folleto) de un momento a otro acá. —Vale.
10 de Diciembre de 1905.
Querido Mariano: Otra tremenda catástrofe ha caído sobre mí.
Ya no tengo padre. Se me murió el 26 del pasado casi repentinamente, cuando más lleno de vida parecía.
Reza por mi padrecito (q. e. p. d).; era bueno y te quería.
Me llegó la horrible noticia de repente, como una horrible puñalada, porque no había tiempo que perder si le quería ver muerto.
El pobre Baldomero estaba en Toledo, a la boda de un hermano de ángela.
Dios es bueno. Nos dio el grandísimo consuelo de que pudiéramos llegar a tiempo de abrazar aquellos restos queridos y venerados. Los cuatro hijos de aquel buen padre lloramos juntos sobre sus despojos, los bañamos con ríos de lágrimas, para que fueran a la sepultura empapados en llanto de hijos amantes.
Una congestión cerebral nos lo mató. Estaba en la huerta, en aquella huerta suya que ha recogido tanto sudor de su frente.
Luis fue allá, alarmado por su tardanza. ¡Pobre Luis! ¡Cómo no habrá muerto él!
Acabo de regresar de aquel pueblo en que nací; el adiós de este viaje ha sido tremendo. Se me quedaba allí el alma hecha pedazos.
Ya está en tierra bendita, en la capilla, junto a mi madrecita (q. e. p. d)., junto a mi santa. Ya dejé allí a mis dos venerados patriarcas, que fundaron aquella casa de cristiandad y de amor. Dios me los tenga premiados. Hágase la voluntad del Señor.
Ahí tienes lo que es la vida. Ahora, cuando yo estaba recibiendo de América montones de eso que llamamos honores y laureles, vino la muerte a decirme que todo es falso, que sólo hay una verdad.
¡Bendito sea el Señor, que tales avisos santos se digna dar a este pobre pecador!
Reza otra vez por mi padre, por mi madre, por mi hermana. Dios te lo pagará y te lo agradecerá tu buen amigo que te abraza,
JOSÉ MARÍA.
Guijo de Granadilla 26 de Mayo de 1904.
Sr. D. Germán Fernández[12].
Querido amigo: Esta mañana llegó tu carta de pésame, que te agradezco mucho. Desde el día 17 estoy aplastado moralmente con la muerte de aquel justo. ¡Era un sabio y era un santo! Era un alma grande, privilegiada, pura como la de un niño y luminosa como un sol. Hermanadas estaban en él la sabiduría más honda con la virtud más sencilla.
Como la de muchos, muchísimos hijos suyos, el alma estaba hondamente enamorada de la suya; así, hondamente enamorada. No recuerdo quién ha sido seguramente; otra de las muchas almas hacia la suya arrastrada ha dicho estos días que nuestro Obispo tenía algo de aquello que Jesucristo debió prestar a los Apóstoles para que ganaran almas. Y es verdad; yo así lo creo. He hablado con muchos hombres virtuosos, a Dios gracias, y con muchos de los que llamamos sabios: nadie creo que haya sabido como aquél hacer tan suyo mi espíritu, abstraerme en absoluto, perder hasta la noción de mi propia persona espiritual para contemplar la suya con deleite, con ternura, con admiración inmensa. Y está bien fuera de duda que no era la magia del talento[13] la que hacía aquel milagro. Todos sabemos, mejor o peor, cómo son y adónde llegan las sugestiones del talento.
Flotaba allí otra cosa bien distinta, que yo nunca supe lo que era, pero que por darle un nombre, la llamaba de varios modos que venían a ser uno allí en el fondo.
Estos días también ha dicho otro salmantino, y bien poco sospechoso, que no hay que negar los hechos del llorado P. Cámara; era una obsesión para todo el que de cerca le trató.
Nadie como los hijos de aquella tierra ha podido conocer la grandeza de aquel alma y de sus obras[14]. Se lo llevó Santa Teresa. Murió como había vivido, santamente. Pero a todos nos ha dolido en el alma que muriese allá tan solo, sin más gentes de las suyas (que lo somos los de Salamanca) que un capellán que con él fue a aquellas aguas, y en cuyos brazos pudo acabar de celebrar la Misa el día de la Ascensión. Bien es verdad que él sólo quería hablar con Dios en sus últimos momentos, pues después de bendecir a su querida Salamanca y escribir una carta despidiéndose de ella, repetía a cada momento, entre otras santas invocaciones: «¡Señor, alejad de mí las consolaciones de los hombres!» Y expiró sin estertores, tranquilamente, y diciendo muy despacio y varias veces: «¡Qué hermosura… qué hermosura…![15]
Perdona que hoy no te hable de otra cosa que de ésta, que me tiene impresionado. Porque yo, además de llorar la muerte de un hombre como fue aquél, por ser tan bueno, lo he llorado porque así me lo pidió mi corazón agradecido. Bien sabes lo que le debo[16]: ahí va un relato de ello en «El Universo», y sea cualquiera el concepto que yo tengo de mis pobres versos, es lo cierto que la inmensa caridad de nuestro Obispo los elevó a la categoría de cosa grande para la difusión del bien por esos mundos de Dios, y no sería mi alma un alma bien nacida si no agradeciese con toda ella a mi bienhechor, generoso y espontáneo, la elevadísima honra que jamás pudo soñar una persona de tan modesta condición social como es al cabo la mía. Lo que dice este periódico dicen todos los demás.
¿A quién debo el honor de que mi nombre humildísimo esté unido a la memoria de un hombre como aquél que hemos perdido? Se lo debo a su bondad y a su caridad sin límites. Que Dios se lo pague, ya que yo no puedo hacerlo más que con pobres plegarias por su alma; a la que ruego que pida a Dios por la mía.
En los primeros momentos[17], todos nos apresuramos a dedicarle un pensamiento siquiera en los periódicos de Salamanca, que publicaron un soneto que dice:
ALMAS
Yo de un alma de luz estaba asido
luz de su luz para mi fe tomando;
pero el Dios que la estaba iluminando
me la veló bajo crespón tupido.
Tanto sentí, que sollocé dormido
y dentro de mi sueño despertando
vi que el alma de un justo iba bogando
por el abismo ante el Señor tendido.
Y, faro, bienhechor, polar estrella,
la mística Doctora del Carmelo
desde una celosía de la gloria,
—¡ven, ven —le dijo—, y la elevó hasta ella!
Entraron las dos almas en el cielo
y un nuevo sol brilló en el de la Historia[18].
El entierro y los funerales han sido, como puedes suponer, únicos en Salamanca. ¡Y eso que todavía no ha comprendido Salamanca lo que acaba de perder! Sin embargo le han llorado como yo, con lágrimas de los ojos, no con llantos oficiales.
Ya está lanzada la idea de erigirle una gran estatua[19] por suscripción. Ya ves lo que significa el hecho, en tiempos que son los menos a propósito para levantar estatuas a los frailes. ¡Oh, hasta los malos han sentido algún respeto ante la figura del sabio agustino! No le echan en cara que era fraile… Les da miedo…
¡Era muy grande mi Obispo!
Celebro que tengas la buena compañía de ta familia, aunque no sea toda, durante los días de feria. Dales memorias a todos, y que las pasen tan bien como os desea vuestro buen amigo
JOSÉ MARÍA.
Querido Mariano: Mi hermana Enriqueta[20] ha muerto. Puedes suponer con cuánta pena te escribiré estas líneas. Estuvo enferma pocas horas; la carta en que me dabas la triste noticia se retrasó un día en el correo, y cuando llegué a Castilla ya no tuve el consuelo de ver a la hermana querida. Dios la haya recibido en su seno.
Mi pobre tía Antonia, única hermana que ya tenía mi madre estaba enferma por entonces (25 de Octubre), se puso grave y también falleció a los pocos días: el 14 del actual.
Aquella pobre madre mía ya puedes tú figurarte cómo habrá estado, cómo está, cómo estará.
Aquel pobre marido de mi muerta ¡cuánto sufre y qué desgraciado es!
Aquellos cinco hijos sin madre…
Todo lo que Dios dispone está siempre bien dispuesto. Yo acepto resignado lo que ha venido sobre nosotros y pido a Dios que me dé fuerzas para sufrir lo que venga después de esto. Y hágase su voluntad.
Hace tres o cuatro días estuve en Plasencia, donde dormí. Fui con un criado a hacer unas compras, y no tuve ni tiempo ni gusto para nada. Te haré visitas cuando no sean tan tristes como ahora hubiese sido.
Ruega a Dios por las almas de mi hermana y de mi tía, y él te lo pagará.
Y sabes que, como siempre, te quiere tu verdadero amigo
JOSÉ MARÍA.
Guijo de Granadilla 25 de Julio de 1901.
Mi buena amiga Tarsicia[21]: Acabo de recibir su carta y la contesto en el acto porque, con el fin de alejarme de las fiestas de este pueblo saldré hoy de él por unos días, que pasaré en una casa que tenemos en el campo.
Yo agradezco mucho a usted sus sinceras y consoladoras manifestaciones, testimonio expresivo de sus buenos sentimientos y de la leal amistad que en otro tiempo me dispensó esa apreciable familia, de la cual conservo recuerdos que me son verdaderamente gratos.
De un año a esta parte me he visto combatido por las más amargas penas con la desaparición de personas queridísimas. Pero la última de mis desgracias me ha llegado a las honduras del alma, y para sufrirla con espíritu sereno, me ha sido necesaria toda «a fe que yo tengo en Dios y todas las energías de un alma que quiere recibir con sumisión las pruebas que el Señor quiere enviarle. Al morir aquella santa en la cual tuve yo puestos durante toda mi vida los amores más exquisitos y más puros de que yo puedo ser capaz, ha caído sobre mí un mundo de sombras que sólo Dios y mis hijos y la madre de mis hijos serán capaces de disipar poco a poco.
Pero ni la violencia del golpe, ni el dolor consiguiente a él me han hecho vacilar en mi fe, gracias a Dios. él me la dio, mi madre (q. e. p. d). supo infundirla en mi alma, y por él y por ella la conservo para provecho y consuelo mío.
Dios pagará a todos ustedes lo que yo no puedo pagarles: las oraciones que por mi madre (que en paz descanse) hayan elevado al Cielo. Yo sólo puedo agradecérselas, y crean ustedes que muy de veras lo hago.
Lamento con ustedes la desgracia del pobre Mariano[22], para quien deseo mucha salud, a fin de que pueda ser amparo de sus pequeños huerfanitos. Cinco nos dejó mi pobre hermana Enriqueta (q. e. p. d). ¡Todo sea por Dios!
Desideria les devuelve sus cariñosos recuerdos y les envía otros muy afectuosos en nombre de su hermana Primitiva.
Y de mí pueden ustedes tener la seguridad de que sinceramente soy su amigo affmo. y S. S. que a todos saluda y estima como se merecen,
JOSÉ MARÍA GALÁN.
Mis buenos y muy queridos amigos[23]: Se me cae de las manos el periódico que me ha traído la triste noticia y acudo a esa casa con unas líneas que no dirán lo que siento ni lo que quiero.
Tristes vosotros y apenados vuestros amigos, pero feliz la adorada niñita y más numerosos el coro de los ángeles del Cielo.
Para estos días no mando consolaciones humanas: sé que no valen; pero las mando divinas, grandes como el dolor de las entrañas cuando pierden un pedazo.
Para usted primero, Leopolda, que es la madre. Para usted toda mi dolorosa simpatía, todo el pensar de mi mente, asomándose al abismo del amor de madre, que me dé la medida del abismo de su dolor inenarrable.
Soy hombre y no puedo más que imaginar; y me espanta pensar que no llego imaginando a la hondura de la pena. Para sólo estos tragos de amarguras deberían ser cristianas como usted, todas las madres. Porque sólo la mujer cristiana es fuerte, con fortaleza serena; sólo ella sabe llorar, llorar el dolor sin las convulsiones que retuercen a los débiles; lloran amando y bendiciendo, no escupiendo locuras de almas rebeldes ni protestas iracundas de almas vencidas. Usted es la mujer cristiana, la madre cristiana que sabe más que todos los filósofos y puede más que todos los grandes héroes. Y por eso, porque son de usted las fortalezas y los consuelos de la fe, los amigos que la vemos con los ojos del espíritu apurar la mayor humana amargura, no tenemos otra cosa que hacer, sino tomar una parte de su pena y desear que el Señor se la mitigue con bálsamo de esperanza.
Y tú, amigo que has perdido la hijita que tanto amabas, no grites a lo demente ni calles a lo filósofo. Cualquier cosa temo de tus nervios, sacudidos de modo tan doloroso por la desgracia.
Porque soy tu buen amigo, no quiero limitarme a decirte que «te acompaño en tu sentimiento». Tengo que decirte más, aunque en momentos como éstos te parezca muy duro y seco.
Mañana me perdonarás. Quiero que sufras, como Dios manda, no como mandan los nervios, puestos al servicio de tus instintos de padre o de tu cerebro de hombre ilustrado, lleno de las cosas de este mundo.
Tu mujer, seguramente, sabe mucho más que tú de la ciencia del padecer, que no es cosa del mundo y de la cabeza, sino del Cielo y del corazón. Aprende de ella como yo aprendo de otra, que no sabe todo el bien que me está haciendo. Nuestro dolor, cuando perdemos un hijo, no es tan hondo como el suyo, y sin embargo, lo padecemos peor. Te doy, pues, ese modelo que tan cerca de ti está, y no creo que se te pueda dar más en estos días de prueba.
No eres un hombre sin fe. Precisamente creo que tienes tanta en las cosas de esta vida, que al recibir esos golpes de la desgracia, que son rasgos de la Verdad, si pierdes algo de esa fe, ganarás mucho de aquella que hace levantar los ojos y buscar más alto lo que por aquí no hay.
Pero por si así no fuera, por si tu temperamento, naturalmente, sensible, herido con la herida más dolorosa para un hombre, te hace salir del camino de tu calvario y tomar pendiente abajo, protestando del gran peso de tu cruz, quiero que oigas a ese amigo a quien has dicho que escuchas con atención y cariño, y espero que buscarás donde te ha dicho que lo busques, el único eficaz consuelo que hay para un padre sensible, que ha perdido a la hija de su alma.
Nuestros hijos, que son de Dios, están mejor en el Cielo que con nosotros. Yo también tengo a los míos un amor, como el de todos los padres, empapado de egoísmo: los quiero siempre a mi lado: no me deja mi instinto de padre preferir su bien supremo, al relativo bien mío. Pero si Dios me los llevara, tendría para mi dolor el gran consuelo de saber que ya tenían un mejor Padre que yo y un vivir más alto que éste. Y en ello ya hay algo de amor perfecto, porque lo es el que antepone al propio bien el de los hijos queridos.
Dios te dé resignación. Pídesela como debes y verás cómo sientes un alivio dulce y hondo.
Y Dios te dé también mucha salud, para los hijos que te quedan. Porque eso sí que sería lo más tremendamente doloroso: que no pudieras llevarles de la mano por la vida hasta que aprendan a conocer sus caminos. Eso le pido yo a Dios, antes que nada, para mis hijos y para los hijos de los demás: que mientras sean pequeñuelos, no les falte nuestro amparo.
Y, adiós Pepe. Como viene para muchos como tú, ya vendrá para ti un día en que tu pena, dulcificada, buscará suaves reposos en las regiones del Arte. Y entonces, cuando hagas el poema de tu Trini, para ti sólo, o cuando lo derrames para todos en rosario de palabras, yo te pido que éstas sean de fe tranquila, de esperanza luminosa y de sumisión a Dios. Recuerda siempre, siempre, que con él está tu hija.
Y cuéntale tus penas a tu amigo
GALÁN.
Estaba yo una mañana haciendo la lista de los alumnos de la escuela, cosa tenida por deferencia, cuando se acerca a mí acompañado de un charro vestido con traje de fiesta, calzón de terciopelo, camisa labrada y su chaquetilla cubierta de ricos botones, el nuevo maestro, delgadito, con frase expresiva e inteligente, algo descolorido, como señorito, que pasa largas horas ante los libros, y me pregunta cómo me llamo.
Al decirle mi nombre le signifiqué que por ser quien mejor escribía estaba haciendo la lista, con la vanidad del chico halagada. Se marcharon ambos y continué copiando nombres con la grata impresión de simpatía y la curiosidad de conocer a quien traía fama de buen maestro.
Después, al emplear nuevos métodos de enseñanza que suponía trabajo para el que se sabía de memoria los textos antiguos, encontró en mí un enemigo.
Comenzó a castigar mi vanidad privándome del primer puesto en lectura y gramática, y así pasó medio año entre castigos y regaños, sin que lograra vencer mi animosidad contra sus procedimientos. Me llama un día diciéndome por qué soy tan rebelde, que él me estimaba y que procurara enmendarme; aquella enemistad se convierte en un gran cariño, hace de mí lo que quiere, me lleva con él de paseo, me inicia en sus aficiones poéticas y es para mí el mayor placer recibir sus cartas cuando se marcha a vacaciones. Por instinto de chico conservo aquellas cartas, que eran mi alegría, y desde algunos años antes de su consagración como poeta, presiento el mérito que en ellas se encierra.
Era para Gabriel y Galán un sacerdocio su cargo; nacido de padres labradores, donde las arraigadas creencias son tradicionales, en esta región quería educar el corazón de sus discípulos tanto como la inteligencia; aquellos ojos enamorados del campo que se embriagaban en la belleza de los amplios horizontes, solían también mirar al mundo interior, donde también veían lo bello y lo bueno. En los versos que a mí me dedicó hay una estrofa que dice:
Si vacila tu fe, Dios no lo quiera
y vacila por débil o por poca
pídele a Dios que te la dé de roca
y acuérdate de mí.
Que yo soy pecador porque soy débil;
pero hizo Dios tan grande la fe mía
que si a ti te faltara yo podría
darte mucha fe a ti.
Tal era su afán de sacar buenos ciudadanos, que salía de paseo con nosotros, nos hablaba al alma de todo lo grande y hermoso a la vez que nos iniciaba en las ciencias. Aquellos tiempos medioevales de los caballeros que luchaban por la fe y los trovadores que cantaban endechas ante la dama que habitaba el castillo, eran para él los tiempos mejores, tiempos en que se luchaba de frente, sin la hipocresía de que era tan enemigo.
Entre bromas y veras estudiaba las distintas aficiones y psicología de cada chico, y nos hacía versos para hacer resaltar los defectos, entre ellos uno para que me enmendara de mi locuacidad decía así:
Charlatán incorregible
sempiterno e infinito
que su vicio más temible
es no cerrar su piquito
es el lorito.
Como los versos eran la afición mayor nos enseñaba también a conocer el arte métrico, y un día para ponernos ejemplo de un ovillejo nos hizo el siguiente:
¿Quién es el más pillín?
Serafín.
¿Quién tiene mejores dientes?
Fuentes.
¿Quién se va primero al grano?
Mariano.
Bien equivocado está
el que los crea inocentes
porque son tres puntos buenos
Serafín, Mariano y Fuentes.
Con estos ejercicios infantiles nos hacía participar de sus poéticas aficiones, ya escribiendo cantares para la escuela, ya en los álbums, o ya en los retratos.
En la fotografía de un grupo que él presidía puso éste:
Cuando de Dios el mandato
nos obligue a separarnos
conservad este retrato
como un estímulo grato
para poder recordarnos.
Yo que os estimo y os quiero
con cariño verdadero
jamás os tendré en olvido.
Y guardaré siempre entero
vuestro recuerdo querido.
Hacedlo también así
y cuando de mí estéis lejos
sed buenos como hasta aquí
y no olvidéis mis consejos
aunque os olvidéis de mí.
La mayor parte, ni a él ni a sus consejos hemos olvidado, y tenemos por gloria que nos educara un hombre en el que se puede decir encarnaron las dotes que D. Francisco Giner quería para el maestro. «Que tenga una educación fundamental capaz de despertar en su alma un sentido profundo, enérgicamente varonil, moral, delicado, piadoso; un amor a todas las grandes cosas, a la religión, a la naturaleza, al bien, al arte; una conciencia transparente de su fin, nutrida por una vocación arraigada; gustos nobles, dignidad de maneras, hábito del mundo, sencillez, sobriedad, tacto y ese espíritu educador, en fin, que remueve como la fe los montes, y que lleva en su seno, quizá cual ningún otro, el porvenir del individuo y de la patria».
Piedrahita 16 de Noviembre de 1895.
Mi querido Mariano: Según tengo oído vas a venir a pasar las vacaciones de Navidad. Yo celebraré que así sea y tú me dirás qué hay de verdad en el asunto, porque si lo es, tendría el placer de abrazarte antes de marcharme yo a mi pueblo.
El Arcipreste ha muerto[24]. No sé si ya lo sabrás. Una pulmonía, complicada con un ataque de asma, le ha quitado la vida en pocos días. Murió el martes, a las siete y media de la mañana, después de una larguísima y cruel agonía que puso a prueba su gran resignación.
Yo pasé a su cabecera la noche última de su vida y le vi morir como un santo, rezando toda la noche, dándonos cariñosísimos consejos, despidiéndose de la vida sin pena, sin protestar, sin perder ni un minuto la calma de una resignación sincera, cristiana, valiente, santa y hermosa.
Y cuidado, que su agonía fue de esas que ponen a prueba el temple de cualquiera buen cristiano que sepa sufrir de veras. Al día siguiente, a las nueve de la mañana, le enterraron, asistiendo a la triste ceremonia 14 o 15 sacerdotes y muchísima gente más. ¡Dios le haya concedido lo que con tanta fe le pedía!
Pasado mañana, domingo, es el día designado por tus abuelos para poner el yerro a los chotos. Yo les acompañaré, ya que así lo desean, y me acordaré mucho de ti con tal motivo[25]. Tenéis doce chotos que herrar y cuatro que señalar. Supongo, aunque aun no lo sé, que los invitados serán los de costumbre.
Por aquí no ocurre nada de particular, a no ser el triste acontecimiento de que ya te doy noticia.
Da recuerdos a José y a Julio y recibe un abrazo de tu amigo,
JOSÉ MARÍA.
Piedrahita 4 de Noviembre de 1895.
Inolvidable Mariano: o tienes muy poco que contarnos, o no tienes tiempo para contarlo. Si es lo primero, no me sorprende tu laconismo; si es lo segundo, lo respeto y estoy conforme con él. Primero es la obligación que la devoción, pero bueno es no olvidar que hay devociones tan buenas… que casi obligan.
Quieren en tu casa, y con razón, que seas más cuidadoso para enviarles tus ropas con mayor puntualidad y orden que has observado hasta aquí. Y yo te recomiendo ambas cosas por mi parte para tu mejor conveniencia y para tranquilidad de tu buena abuela, que sólo tu bien procura.
De tu casa vengo en este momento y todos te recuerdan y están buenos. El abuelo va dejando de llorar tu ausencia, que bastante lloriqueada la lleva, y mucho más cuando mi presencia despierta y aviva en él tu recuerdo. La buena abuelita, muy contenta de saber que tienes colores de salud y deseos de estudiar. Tus tías y tíos, hablando siempre de ti, y yo empezando a enseñar a Inés[26] los deberes de una señora de gobierno para… cuando llegue el caso.
Pasé el día de Difuntos menos mal en medio de mi soledad. Comió Pepe a mi mesa y con él y Ricardo pasé la tarde en el jardín, viéndoles asar castañas y consolando luego a Pepito, que empezó a llorar por su papá, cuando las campanas le recordaron su muerte.
Cené en casa de Samuel y allí pasé la velada, no muy alegre por cierto, porque ellos tenían recuerdos tristes, que en tal noche se avivaron naturalmente, porque aún está muy reciente la muerte del pobre Nicomedes. Para él trajeron de Madrid una preciosa y rica corona, que entre otras cintas, llevaba una mía con la siguiente inscripción:
¿Para qué ir a visitarte
en la mansión de la muerte,
si en ella no puedo hablarte,
ni puedo siquiera verte?
Tú en la santa paz del cielo
y yo del mundo en la guerra
no tendremos ya el consuelo
de vernos más en la tierra.
Más si una santa constancia
para esperar nos da Dios,
¿Qué importa esa gran distancia
que hoy nos separa a los dos?
A estudiar y a adelantar lo atrasado para marchar por lo menos, al lado de lo mejor de la cátedra, ya que no al frente. Y adiós. Ya sabes que te quiero mucho y que no te olvido nada,
JOSÉ MARÍA.
25 de Abril de 1897.
Querido Mariano: Según veo en tu carta a Fernando[27] estás alarmado por mi silencio y por mi salud. Desaparezca esa alarma, porque gracias a Dios, estoy ya casi bueno del todo.
Tuve un catarro fuerte con anginas y localizaciones reumáticas. Sin curarme de él se inició el catarro gástrico y éste es el que me ha tenido en cama más de quince días. Un hombre de mi país que pasó por aquí se lo dijo a mi familia y acá se vinieron en seguida los dos papás.
Mi padre marchó anteayer y mi madre se ha quedado aquí con el doble objeto de acompañarme en mi convalecencia y de dirigir a unas costureras que me harán ropas blancas para la boda, hijo mío, porque la época en que ha de celebrarse, si Dios quiere, se acerca a pasos de gigante.
Suspendo la escritura porque aún tengo la cabeza delicada[28] y no me conviene escribir mucho.
Dios te pague el interés que te tomas por la salud de tu buen amigo,
JOSÉ MARÍA.
Guijo de Granadilla 10 de Noviembre de 1901.
Querido Mariano: No falta de deseo, sino propósito de no obligarte a leer ni a escribir mientras has estado enfermo, me ha hecho guardar silencio contigo.
Sé que estás ya tan mejorado y que vuelves a pensar en tus interrumpidos estudios; pero no sé hasta qué punto puede eso convenirte todavía.
Tú me darás detalles de tu estado y de tus proyectos.
Tanto tenía que decirte si fuera a recordar todo lo sucedido desde que no nos escribimos, que renuncio a ello por imposible y reanudaremos nuestra interrumpida comunicación con cosas de ayer.
En Plasencia cuando fui a la Velada, que despertó grandísima curiosidad, vi a tu amigo el Magistral en el colegio de San Calixto, de que sabrás es director. Escobar no estaba en la ciudad y sólo pude hablar con él unos minutos en la estación del ferrocarril, donde nos encontramos casualmente.
El Chantre se ha hecho muy amigo mío. Me llevó a su casa, me enseñó su hermoso archivo de documentos antiguos, me dio, para leerla, una obra suya, me dedicó unos papeles también suyos y me acompañó al tren con otros de la Cruz Roja.
De aquí, poco puedo decirte. Que sigo como siempre, trabajando en mi oficio y escribiendo algo en mis ratos de vagar.
En Salamanca me obsequiaron mucho, como puedes figurarte, pues les envanece el hecho de que un paisano se llevara la disputada flor natural.
Para empezar ya basta.
Que estés bueno es lo que desea tu antiguo amigo
JOSÉ MARÍA.
10 de Junio de 1897.
Querido Mariano: Recibí tu carta que leí a tu familia.
Estudia y no te preocupe lo que piense de ti tu profesor. Pensará lo que merezca tu conducta académica y moral y esa la conocerás tú mejor que él. Sin embargo, por complacerte, te diré que el día que vino a verme Julio, me dijo, contestando preguntas mías, que el profesor estaba contento de ti, pero que también decía que aún más podías haber estudiado. Tu aprobación sé que es segura; luego estudia y calla, y palante vamos.
Por otro exceso de complacencia, volveré a preguntar a Julio lo mismo y le haré que amplíe su contestación, si es que puede ampliarse, que creo que no, pues debió decirme todo lo que sabía. No me ha dado tan satisfactorias noticias de otros, pues de alguno me ha dicho que sospecha verlo ahogado.
De mi boda te diré poco porque es largo de contar. Está en tramitación el expediente, mejor dicho, ya creo que está despachado, pero sospecho que está detenido en Granadilla hasta ver qué resuelvo de mi traslado a Plasencia. Quieren que lo haga a todo trance y el caso es que el provecho, si lo hay, es para mí; pero el caso es también que la permuta me cuesta cuartos y yo no los tengo. Y así voy a decírselo a ella y a mis tíos muy clarito para que de una vez se despeje la situación y resolvamos en definitiva. Este es el estado de las cosas.
Ten paciencia si el curso se ha prolongado para vosotros. Ya sé yo que, después de cierta época, cuando la mayor parte de los escolares se han marchado quedan las aulas en una especie de dolorosa soledad que apena el ánimo.
En las aulas sin estudiantes, como en las jaulas sin pájaros, como en las eras sin espigas, como en la iglesia sin gente, parece que anda por el espacio un airecillo de vaga tristeza que hace sufrir. Pero ¿y la aprobación del curso? Por esta señora hay que pasar esas cosas y otras peores, y palante vamos.
Todas las tardes voy a los ejercicios del Sagrado Corazón que, durante este mes, se celebrarán y se están celebrando en el convento.
Las monjas hanse negado a cantar y las sustituye un coro de 18 o 20 niños de la escuela, que canta canciones al Sagrado Corazón.
Los toros de la Vega[29] pasaron y yo no fui a verlos. Bajé a Misa (predicó D. Gabriel), me subí a comer, y luego, después de la siesta, nos fuimos a caza de codornices.
Yo, enclenque, sin apetito. Veremos si lo adquiero con los amargos que estoy tomando. Estudia sin exceso y ya sabes que desea verte tu amigo y maestro
JOSÉ MARÍA.
Piedrahita y Junio de 1897.
Querido Mariano: Me marcho el sábado, si Dios quiere, a mi pueblo, porque, como sabes, estoy delicadillo y veo que aquí no me curo, ni es posible que mejore estando en la escuela. En ella se queda un maestro a quien en seguida nombrarán auxiliar. Yo no sé si volveré antes de comenzar las ya cercanas vacaciones, pero creo que no.
No sé a estas horas, para poder decirlo con certeza, si me caso o no para este verano. No es muy buena mi salud para eso ni parece que todo se me arregla tan pronto como yo esperaba. Veremos venir los sucesos y ya te escribiré cuando sea necesario.
Siento no esperarte y verte, pero tardas bastante todavía y pudiera costarme caro lo que hoy, si descanso y me curo, creo que no será nada.
Tan pronto como te examines espero saber lo que resulte, y no volveré a escribirte, si no fuera necesario, hasta que sepa que has aprobado el curso. Dios lo quiera así.
Estudia poco este verano, distráete mucho y come más, porque para eso es el verano estudiantil, para tomar fuerzas[30] y volver a los libros luego con nuevos bríos y sangre nueva.
Cualquier acontecimiento importante de mi vida, como el de mi boda, por ejemplo, te será comunicado en seguida que yo vea próxima y segura su realización.
Cuánto siento no verte; pero Dios nos dejará vernos en Septiembre, y entonces charlaremos de todo un poco.
Te abraza tu maestro y buen amigo
JOSÉ MARÍA.
Piedrahita 17 de Mayo 1897.
Querido Mariano: Estoy malucho hace des o tres días, pero no es cosa de cuidado. Recibí tu última y no tengo hoy ganas de escribir mucho. Me limito a decirte que me compres una estampa pequeñita representando a mi querido Santo. Es para felicitar a Pepe, a quien nada tengo que dar y de cuya madre recibo atenciones todos los días.
Quisiera darle otra cosa mejor, porque le quiero, como tú sabes, y me quiere, pero aquí no hay nada que llene mis deseos. Y como de comprar algo bueno, quería hacerlo yo y no puedo hacerlo, te encargo la estampita, que suplirá a otra cosa de más valor.
Ya ves que el tiempo urge y es preciso que me la envíes a vuelta de correo si ha de llegar a tiempo. Ignoro el número de tu casa, y temiendo que estas líneas no lleguen a tus manos, no te envío en sellos de correo el importe de mi encargo. ¡Pues poco aficionados son los empleados de correos a coleccionar sellos de ídem, de la propiedad ajena!
Te da un abrazo y te escribirá pronto
JOSÉ MARÍA.
Frades 12 de Julio de 1897.
Mi querido discípulo: Ya es hora de que te dedique unas líneas, pero no porque hasta hoy lo haya hecho te he olvidado. Tiempo me sobra, si todo lo empleara en escribir; pero el día que a ello me pongo, tengo ya un pequeño paquete de cartas sin contestar y me canso algo, la verdad.
¿No querías versos[31]? Pues ahí van unos cuantos que he hecho para ti, y enséñaselos también a Pepe, y vete alguna vez por su casa y no seas huraño, porque así no te distraerás.
Yo salgo poco de casa todavía, porque hace unos días que el sol echa chispas y quiero irle conociendo poco a poco. Como bien y, sobre todo, leo poco, que es una de las mejores medicinas para recobrar la salud.
Mañana, si Dios quiere, se celebra en Salamanca la vista de un ruidoso pleito de los pueblos de Béjar y Candelario, que se disputan las aguas del río Cuerpo de Hombre[32]. Mi hermano Baldomero defiende a Béjar y no sé cómo le quedará porque ha tenido que estudiar el asunto, que es muy complicado, en muy pocos días. Como que hasta el 30 del pasado no se vino de Zamora (a donde fue a los toros), y todavía días después se encargó de la defensa. De modo que le habrán quedado ocho o diez días de estudio del pleito, que ni conocía siquiera, y de preparación para la defensa. Yo he tenido ya el caballo a la puerta hoy para irme a tomar el tren esta tarde, dormir en Salamanca y presentarme en la Audiencia para oírle, sin que él me viera. Pero estoy todavía algo enclenque y lo he dejado para más adelante.
A Pepe le escribo también hoy cuatro líneas y unos cuantos versos de caza, que supongo te enseñará.
Te da mi madre mil recuerdos y un abrazo tu maestro y amigo
JOSÉ MARÍA.
Mi querido ex discípulo y amigo: Me placen las noticias que me das, y especialísimamente la de tu alimentación. No esperaba yo otra cosa de quien, como tú, deseaba con vivas ansias abrazar ese género de vida.
Algo, sin embargo, sentirás por ahora la pérdida de la libertad, si por libertad entiendes el callejeo insustancial que al cabo también aburre y a nada bueno conduce.
La gente callejera y desocupada es la que suele sentirse acometida de splen, ya lo sabes; pero nunca lo sentirán los que tienen sabiamente distribuidas las horas entre el estudio, el recreo y la oración.
Me agrada lo que me dices respecto a tu profesor: óyelo con atención en la cátedra y respétalo dentro y fuera de ella.
Aunque esos no fueran tus deberes, ya sabes que donde estás tanto vale el buen comportamiento como la aplicación al estudio. Y ya que hablo del estudio, te advertiré nuevamente que no nos vengas en Junio con un meritus a secas. Tú bien sabes lo que te exijo y ahora estás a tiempo de llenar esa exigencia, o mejor dicho, de poner de tu parte medios de satisfacerla en un día.
Mi padre vino a buscar a mi madre, ambos se me marcharon y aquí me quedé sin ellos, con mis penitas correspondientes por su ausencia, a la cual no me han logrado acostumbrar los días que van pasados ni los años que llevo cantando para mí sólo:
«A mi soledades voy,
de mis soledades vengo…»
El jilguero canta y no lamenta tu ausencia. Está menos solo que yo, porque me tiene a mí que le mimo y le cuido por mi mano, acordándome de ti, que, al fin y al cabo, has sido uno de los constantes hasta última hora… ¡Y cuidado con envanecerte porque una vez te lo diga!
Santitos[33], por aquí anda con la chaquetilla de chulo y camisa de lo mismo, chulo inconsciente por ahora, que todavía me saluda; pero mañana… mañana, lo de todos: me retirará su saludo, síntoma primero de lo que ellos vagamente llamarán su independencia, y principiará a hombrear con estas manadas de chicuelos mal educados de tu pueblo. Y después ya lo sabes: reconocimientos que me obligan a hacer en el juzgado sobre discernimiento y responsabilidad[34]…
¡Ah! se me olvidaba. La letra de tu carta es mejor que la de la mía, que bien poco tiene de buena, pero la ortografía… ¡ay, qué medianita es! y a mí, salva otra opinión más autorizada, no me parece cosa muy puesta en orden que los que estudian ya un idioma extraño no sepan escribir muy bien el propio, o, por lo menos, con regular ortografía. ¿Verdad que tú crees lo mismo?
Pues cuidadito cuando se escriba y atención cuando se lea, que así se va aprendiendo muy suavemente la ortografía.
Recibe afectuosos recuerdos para José y Julio[35] y un estrecho abrazo que te envía el que fue tu maestro y es tu cariñoso amigo
JOSÉ MARÍA.
Querido Mariano: No sé si estas líneas te encontrarán en tu pueblo, pero presumo que no, y por eso serán breves.
Quedo enterado de tus últimos proyectos de estudios y de tu resolución de hacer oposiciones a esas plazas de Ayudantes de Ingenieros de Minas de que me hablas. Como en mi vida he visto el Reglamento de ese Cuerpo, nada puedo decirte sobre el particular, sino que te deseo el éxito que puedes suponer en tus oposiciones.
Y respecto a tu traslado a la corte[36] y tu vida en ella, también te deseo muchas y buenas cosas, que todo es necesario para que por aquel allá tan ruidoso y agitado no se distraigan las muchachos jóvenes y vivan atolondrados o algo peor que atolondrados.
«La Magdalena te guíe», Mariano, porque una guía santa y buena necesitas para no descarrilar y desbaratarte en los escollos que bordean el camino.
No porque un hombre haya dejado la vida tranquila y sencilla de un aspirante a buen sacerdote, tiene el derecho de faltar a ciertos deberes, porque los Mandamientos fueron dados, no para seminaristas solos, ni para curas, ni para frailes nada más, sino para los hombres que visten levita y sombrero alto…
¿Qué más he de decirte, si todo lo que me calle debes tú de adivinarlo?
Dame noticias de tu marcha a Madrid, si aún no la has emprendido, de tu vida allí y de todo cuanto te ocurra, el amigo cariñoso y leal, el consejero sano y desinteresado, el antiguo maestro tuyo, que hoy no lo es, pero que se complace en recordar que antes lo fue.
En una palabra, el hombre que más prosperidades desea para ti ya sabes que lo es
JOSÉ MARÍA.
9 de Noviembre de 1897.
Querido Mariano: Me alarma un poco tu carta. Ya sé yo que tú no querrás volver a darme el disgusto de caer de nuevo enfermo[37].
Más lo sentirás tú todavía. Pero quiero decirte, no que me ocultes nunca la verdad de lo que te ocurra por miedo de disgustarme, sino que pidas al Señor por tu salud y pongas cuantos medios puedas poner en acción para no perderla, o para recobrarla si la has perdido seriamente. Si tardas en escribirme, lo interpreto en el sentido de que estás mal. Si así no fuera, dime lo que te pasa.
No sabría acaso explicarte el verdadero fundamento de mi resolución, si a ello me pusiera, y además de hacerlo mal, tardaría mucho; confórmate, pues con saber que está decidido mi matrimonio solemnemente y que se celebrará, si Dios quiere, en el próximo mes de Enero.
No te lo he dicho antes de ahora, porque yo mismo no lo he sabido con certeza hasta esta misma mañana, al recibir una carta en la cual se aceptaba al pie de la letra mi proposición sobre señalamiento de época para la realización de ese pensamiento, que hace tiempo pesa sobre mí como si fuera una catedral. Si he querido resolverme, he tenido que obrar magistralmente, como al que, sin saber si tiene sed, bebe agua porque la tiene delante.
Ruega a Dios que me dé acierto y pídele por la intercesión santa de la Santísima Virgen, que haga de mí lo que más convenga a mi provecho espiritual y temporal.
Si yo pensara siempre en lo que acabo de decir, no me sería tan dolorosa como a veces me lo es esta despedida que me parece hacer de un mundo de recuerdos y de ilusiones, de una porción de encantos que se me van a morir… mis amistades generosas, mi pueblo, mis versos… muchas cosas que parecerán pequeñas, pero que a mí me valían mucho para ir viviendo…
En fin, ya veremos, ya veremos.
Te quiere mucho tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Granadilla 19 Enero 1898.
Querido Mariano: El día 26 del mes actual, a las once de la mañana, me casaré en la ciudad de Plasencia[38]. Para aquellos momentos tan solemnes, tan solemnes que me causan una porción de sentimientos encontrados, entre los cuales no sé si es el miedo el dominante, necesito yo de mis amigos, de los pocos que me quieren y desean verme feliz. Vuelve a pedir fervorosamente a la Sagrada Familia que me conceda la dicha de recibir el Sacramento que voy a contraer con la pureza de espíritu que Dios manda adquirir a los buenos cristianos como base primera de la felicidad que van buscando al unirse en matrimonio. La gracia de Dios, la paz y la salud son las cosas que yo pido. Ayúdame tú y el Señor te lo pagará.
Y ya que no puedes estar a mi lado en momentos tales, dedícame por un instante tu pensamiento, y los dos estaremos más contentos de ese modo.
No volveré a escribirte soltero.
Me despido de ti en tal concepto.
Casado, yo no puedo saber lo que seré. Si el cariño generoso que hasta hoy he tenido para todos, y señaladamente para algunos, llegara a enfriarse algo a medida que vaya reconcentrándose en otros seres, perdóname y ten presente que, si así se verifica, será que así esté dispuesto, y que yo no tendré fuerzas acaso para ser lo que hasta hoy, no por falta de deseos, sino porque tal vez es Dios mismo quien lo manda… Y Dios es sobre todo.
Adiós, adiós. Hoy sí que te abraza con toda su alma tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Piedrahita 9 de Febrero de 1898.
Querido Mariano: Ya estoy casado y quiera Dios que lo esté por muchos años y con la relativa felicidad que el mundo nos puede dar.
El mismo día de la boda fuimos de Plasencia, donde me casé, a pasar la noche a Granadilla, huyendo de noches de posadas y asistencia de posaderos. ¡Mis padres se fueron con nosotros, y los demás se vinieron a Castilla en el mismo tren. Desde Granadilla al Guijo, luego a mi Frades, y, por último, acá, donde nos tienes ya instalados definitivamente en nuestra casa, que toda es tuya.
Hoy he recibido tu carta. Tu familia, a quien ya he saludado, está buena y me da recuerdos para ti. Carta suya recibirías hace dos o tres días.
Mi mujer (primera vez que así la llamo) no te conoce personalmente, pero te llegará a querer por quererte yo, y si no, porque yo se lo mandaré, pues hasta ahí llegaría yo en el caso improbable de que necesario fuese.
Te la presento más que por nada por buena, que así yo la considero y así me empeño en creerlo, y así quiera Dios que sea. Es lo que me importa y me preocupa, porque, en eso de la hermosura, ya no sé a qué atenerme, que por algo soy algo viejo… de alma y algo conocedor de la vida. Bueno es todo lo bueno, pero es mejor lo más bueno, cuando no todo está junto en una pieza. Y yo, en la alternativa de la elección, prefiero lo bueno a lo bello, aun en las mujeres. Mujeres hermosas las hay… en una Historia de Grecia con grabados o en la colección de la «Ilustración Española y Americana». Son pintadas, bueno; pero aun pintadas, abundan. Las otras hasta en pintura son raras.
Virtudes, cariño, bondad, solicitud, cuidados, es lo que yo necesito. Belleza, finura, elegancia, coquetería, distinción, estatuas vivas… ¡buenas cosa para los ojos! Pero, como yo tengo los ojos algo cansados de ver todas esas cosas…
Velay.
Te abraza tu amigo.
JOSÉ MARÍA.
Querido Mariano: El personaje salamanquino a quien querías que yo te recomendase, no sé si es amigo mío o no lo es; del mismo modo que él no sabe tampoco si yo lo soy suyo o no lo soy. Cuando nos vemos, eso sí, charlamos mucho, paseamos, etc., etc… Pero los sabios tienen también sus debilidades y sus flaquezas, y los ignorantes sabemos ser algo díscolos y altivos… Total, que el horno no está para cocer rosquillas por ahora, que es lo que a ti interesará saber. La historia de ello no quiero hacerla por escrito. Confórmate con saber que no pido nada, porque no me da la gana.
De tus proyectos, Mariano, yo no saco nada en limpio. Son muchos, son de órdenes muy diversos y de todos los tamaños. Parecen producto de un pensar poco sólido y preciso. Lo abarcas todo, desde ingeniero hasta sobrestante, desde jurisconsulto hasta tocinero. Eso no es tener proyectos, eso es dar saltos mortales con el pensamiento. Me pareces un gato jugando con una madeja de hilo.
Con todo lo cual, revelas que vives en un estado de absoluta indecisión[39], que no sabes por dónde agarrar el porvenir, que no tienes formado un juicio medianamente maduro sobre la dirección que has de tomar, ya que te lo permite, gracias a Dios, tu estado de salud, que celebro sea tan bueno. Y no concretando tú las cosas un poco más, es claro que no hay posibilidad de decirte nada que sea oportuno ni que venga a cuento, porque tú metes en tus proyectos todos los caminos que pueden seguirse para crear un regular porvenir. Tal es el juicio que me merecen tus proyectos, y te lo expongo con la honrada franqueza del que no quiere engañar.
Mis proyectos literarios andan algo descuidados, a causa de las muchas ocupaciones que en esta época tenemos por aquí. Tengo algo hecho para el tomo que te anuncié, pero llevo la cosa muy despacio por el motivo apuntado más arriba. Algo suelo hacer también para la Revista de Extremadura, que es lo mejor que hay por estas tierras (la Revista), y algo también me arrancan los periodiquillos del país en fuerza de sobarme.
Los de Plasencia querían, como te dije, obsequiarme con un banquete. Me negué a ir a él por estar de luto.
Pero para obligarme, convirtiéronlo en comida íntima para sólo quince o veinte y todos me escribieron el otro día, llamándome con insistencia para que vaya el día 8. Tengo ya dada mi palabra y me esperan. Tendré que ir a comer con ellos y a leerles algo mío.
Hoy o mañana mandaré a Salamanca una composición que me pidió el director del Círculo de Obreros para leerla la noche que se celebre en el teatro la Fiesta del árbol, a la cual quieren dar gran esplendor.
Se me olvidaba. El deán de Plasencia[40] ha escrito un libro que me remitió hace unos días. También tengo aquí otro del Chantre, que me dio su autor, el antequerano, que pretende me empape en la historia de su ciudad natal para hacerle luego unas versos. Zeda, el crítico de La época, me dedicó un ejemplar de «La Novela de la Vida» que acaba de publicar. Ya lo leí y le dije lo que me pareció de él; pero a los canónigos de Plasencia, a quienes veré el domingo próximo, Dios mediante, ¿qué voy a decirles, Dios mío, si aún no he podido abrir las hojas de sus libros?
No tengo más tiempo.
Te quiere tu amigo,
JOSÉ MARÍA.
22 de Junio de 1900.
Querido Mariano: Recibí tu carta del 13. Enhorabuena por lo de las notas, aunque yo las esperaba tales que no fueran susceptibles de mejora, y por lo visto lo son. Veremos si en Septiembre se confirman tus deseos.
Cruz[41] también se examinó, y por primera vez en su vida académica le han rebajado las notas desde la de Sobresaliente, que siempre obtuvo, hasta la inmediata inferior, que es la que le han dado este año.
Por consecuencia, no ha podido hacer oposiciones al premio, como en años anteriores las hizo, y con gran fruto. El castigo sufrido nada tiene que ver con su conducta académica que, por lo visto, ha sido muy buena, sino que ha sido la sanción de un quebrantamiento de disciplina. Le sorprendieron estudiando con un compañero a altas horas de la noche en que el estudio no está permitido, y eso bastó para que el vicerrector hiciera sentir al chico todo el peso de la antipatía que le inspira. Dicho señor dio al profesor del muchacho orden terminante de rebajarle la nota, y el profesor, poco menos que llorando, cedió a tan injusta imposición. De modo que ya sabemos que en la célebre ciudad de Coria, las faltas y los castigos están tan en relación como la Metafísica y las zanahorias. A los chicos traviesos que saben bien la asignatura, se les estropea la hoja de estudios por traviesos.
Para ser lógicos, deben dar sobresaliente a cualquiera caballería que se dedique a observar los más pequeños preceptos del Reglamento con la exactitud de una máquina. Yo estaba creyendo que para las faltas académicas había castigos académicos, como la nota de suspenso o la reducción de una buena a otra inferior; y para las faltas de orden moral castigos morales y materiales a veces.
Pero nada; resulta que en la tierra clásica de los bobos son más discretos que yo…; ¡Babiecas! Desde una suave reprensión hasta la expulsión del colegio, ¿no habrá en los castigos graduaciones adecuadas a la gravedad de las faltas, sin apelar a medios que desalientan a los chicos en sus estudios? Así se enseña el fariseísmo y se alienta a la holgazanería. ¿Para qué estudiar más que el Reglamento en todos sus detalles, si el premio a la aplicación y a la competencia ha de ser robado por la falta más leve de disciplina?
El chico ha sufrido un gran disgusto, y yo no lo creí hasta que todo lo supe por persona digna del mayor crédito, cuyo relato de lo ocurrido coincidió exactamente con el de Cruz. Aquello creo que es un foco de miserables adulaciones, que los maestros reciben de los discípulos con la fruición del sediento que bebe agua. ¡Qué cochinos! ¿No les dará vergüenza dejarse adular por los muchachos a quienes tienen obligación de educar? Tapa, tapa, que peor es meneallo.
Todos buenos y adiós.
JOSÉ MARÍA.
Guijo de Granadilla, 5 de Julio de 1903.
Querido Mariano: Llegó ayer tu última. Sé que te debía contestación a la anterior. Tal ando de oficios, que ni recordando a todas horas mi deuda epistolar contigo he podido saldarla hasta este momento. Últimamente he estado forastero cinco días, con objeto de vender reses en unas ferias de Coria, distante de aquí siete u ocho leguas mortales. He venido rendido y con todo el sol de Extremadura metido en la mollera.
Yo y todos en esta casa, hemos celebrado muchísimo la noticia de que te han dado un destino, que será modesto, pero que te ayudará no poco a soportar los gastos de tu vida en esa Babel. Trabaja honrada y activamente en el desempeño del cargo, que Dios te dará otro más lucrativo y mejor algún día. Nadie empieza la subida por la cumbre de la montaña. Gánate la simpatía de los hombres de valer cerca de los cuales vivas y no perderás el trabajo que en ello emplees ni aun las contrariedades que ello te proporcione. También yo, querido, trabajo mucho, y no es ciertamente el cultivo de la poesía, como supones, lo que me tiene siempre atareado. Son estos oficios del campo, que nunca están hechos de un modo definitivo.
La pluma es verdad que también me proporciona trabajo, pero no por lo que se refiere a pensar alguna obra y escribirla, sino principalmente por las relaciones y amistades literarias y los compromisos de cortesía a que obligan, me hacen emborronar mucho papel de cartas y gastar no poco tiempo.
Así son las cosas y así tenemos que aceptarlas, porque todo hombre de los vivos —y más que nadie nosotros— somos muy chicos para arreglar todo lo que anda tan desordenado por estos mundos de Dios.
Sirve y considera y respeta mucho al Sr. Mendizábal[42], ya que tanto hace por ti. Si logras con tu conducta que tu persona y tu situación le interesen podrás subir a su lado, cuando menos, hasta llegar a la conquista del pan.
No es ningún raro fenómeno el que diariamente me recuerdes con simpatía y hasta con cariño. Me conociste en tu tiempo, es decir, cuando tenías el alma en estado más envidiable que el de ahora, que ya no puede ser el de la virginidad de afectos. Perduran las impresiones cuando el espíritu que las recibe está puro, cuando es ingenuo y fresco. Lo propio sucede a todos, en mayor o menor grado. Yo tendré mientras viva un recuerdo de amor para la casa en que me crié, pobre y humilde; pero no puedo tenerlo para otras casas donde he vivido entre relativo lujo.
En ese mismo Madrid, por ejemplo, tan magnífico y brillante, me ha sido siempre imposible sentir una emoción pura, de las que quedan. Nos pagamos con la misma moneda, que es brillante, pero es falsa. Me muestra él grandezas inmensas y yo se las contemplo con inmensas admiraciones… de la propia clase que sus grandezas. Así se explica que en medio de Madrid recuerde con ansia el pueblo y no me acuerde de Madrid en la tremenda monotonía del lugar. No son estas cosas, cosas de temperamentos, sino más bien estados de alma. Supongo que si yo viviera veinte años consecutivos en Madrid, me la pondría la gran ciudad de tal manera, que acabaría tal vez por no comprender otra vida mejor que la de la corte. Ya ves que hasta los venenos llegan a hacérsenos deliciosos. Lo cual no quita que digamos que los venenos no deben ser cosa buena.
De cualquier modo es honrado, para el que no es hijo de la ciudad, recordar con amor y simpatía las cosas y las personas que en su corazón produjeron las primeras emociones. Al menos yo opino así, y me parecen antipáticos desertores u hombres atolondrados e ingratos los que obran de otra manera.
Y ten muy presente que yo, que no quiero ni bien ni mal a la ciudad, estoy soñando con ella, y no por mí ciertamente. Tengo ya tres hijos varones y tiemblo de pies a cabeza cuando me pongo a pensar en estas dos negaciones: que en el pueblo no me es posible educarlos, o mejor dicho, instruirlos cual yo quisiera, y a la ciudad no he de poderlos enviar por falta de dinero para en ella proporcionarles lo que más arriba digo. Y hay otra puerta que también está cerrada para mí: trasladarme yo a la ciudad con mis hijitos, cosa imposible, porque yo no tengo pan en la ciudad. ¿Ves qué problema estoy ya viendo venir desde muy cerca? Porque si un sólo hijo tuviera, podría hacer el sacrificio, tal vez sin grandes esfuerzos; pero para tres no tengo más que mi confianza en Dios. él me abra camino bueno.
El segundo aniversario del fallecimiento de mi madrecita (q. e. p. d). fue el día 30 de Junio próximo pasado. Te suplico: que reces por aquella santita y por mi hermana Enriqueta (q. e. p. d)., y Dios te lo pagará.
No dejes de escribirme, que me interesa lo tuyo como lo mío.
Y recibe muchos abrazos de tu gran amigo
JOSÉ MARÍA.
En casi todas las cartas no sólo se revela como amigo leal, sino que con sus sabios consejos procura guiar y prevenir obstáculos; quiere llevarme de la mano por los senderos de la vida y siempre me alienta para el trabajo, y más que nada para que no pierda la fe; tiene siempre a Dios en los labios y algunos parecen escritos por un San Juan de la Cruz, diciendo que tanto más es su cariño cuanto más virtuosos seamos. El ser a la par maestro y amigo fue el secreto que hizo tener sobre sus discípulos una influencia y casi sugestión para formar el carácter.
Piedrahita y Noviembre 28, 1895.
Querido Mariano: Acabo de recibir tu tarta y de romper una tarjeta que ya tenía escrita para ti.
Pepe te abrazará de mi parte. Probablemente se irá desde ahí a la corte y no sé si se nos quedará por allá para siempre, enamorado de la vida del gran mundo. Creo que no, porque quiere mucho a su madre y a su pueblo y algo también a mí. Aconséjale que vuelva pronto, porque aquí le queremos más que en Madrid y nos hace más falta aquí que por allá.
No necesito decirte cuánto celebro y celebran en tu casa la noticia de que ocupas hoy el primer puesto de la cátedra.
¡Adelante, adelante!… y nada más.
Yo también te abrazaría de buenas ganas en las próximas vacaciones; ¡ya lo creo!
Pero si no puede ser, paciencia y calma para esperar.
¿Te escaparías de buena gana con Pepe, si te dejaran, a pasar unos días por Madrid? Acaso si… pero ya sabes que ni puedes hacerlo, ni debes pensar en ello, ni te conviene tal cosa.
Deja a Pepito, que se divierta unos días por allí y que vuelva pronto a verme, que es lo que yo deseo.
Agradezco los recuerdos de José y Julio y se los devuelvo con creces, alegrándome mucho de que seas amigo suyo.
Julio, el de aquí también me encarga que te salude y que no te olvida.
De Pepe nada te digo, porque él te dará esta carta con un abrazo que te envía
JOSÉ MARÍA.
Piedrahita y Enero, 1896.
Querido Mariano: Me he lucido, la verdad. Uno de los principales motivos (¡quién sabe si el primero!) que tuve para venir a este pueblo el mismo día de los Reyes, era saludarte antes de que volvieras a tu encierro. Dejé disgustada a aquella gente, que no comprendía mi empeño de venirme más pronto que ningún año. Y después de ponerme enfermo en Béjar, donde pasé las de Caín, llegué, por fin, a tu pueblo, y… lo demás ya lo sabes. «Los seminaristas se fueron ayer», me dijeron en cuanto llegué. Yo disimulé y no dije nada con la boca. Interiormente dije: ¡Pues me he lucido!
Como recuerdo de mis excursiones a los jabalíes y venados[43] por sitios inaccesibles, me he traído una herida en un pie que todavía no me ha dejado salir de casa, pero que ya va cicatrizando gracias a Dios.
La verdad es que por aquellos abismos nadie andaría más que un chiflado como yo… y los que me acompañaron, porque la casta de los chiflados no se acabará mientras el mundo sea mundo.
Mi madre, que ya te quiere[44], no sé por qué, me hizo cien preguntas relativas a tu personalidad de seminarista y cura en ciernes. Quiere y espera, cuando lo llegues a ser, que lo seas bueno.
«¿Entiendes, Fabio, lo que voy diciendo» por boca de mi madre? Pues tú verás si quieres complacerla.
Y con muchas memorias más para Julio y José, se despide por hoy tu amigo invariable siempre
JOSÉ MARÍA, EL COJITO
Querido Mariano: Tu nota es muy honrosa y te doy mi enhorabuena. Parécenle que no estás conforme, porque esperabas más. No te preocupe tal cosa: las notas suponen ciencia pero no la dan. Además, la tuya, repito, es honrosísima y debe satisfacerte como a mí me satisface. Los conocimientos no están en la papeleta de examen; están en la cabeza del que estudia. Y, por último, si realmente te han lastimado en tu noble ambición de buen estudiante, mejor. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, etc. etc.
Come mucho, bebe más y descansa para otro año.
Así te lo recomienda o te lo manda tu maestro y amigo,
JOSÉ MARÍA.
Querido Mariano: Nada de preámbulos, porque hace tiempo que vengo observando que se me va todo en prólogos, como me ha sucedido con un álbum[45] que empecé a escribir diciendo: voy a cantar esto, voy a cantar la de más allá, voy a decir qué se yo qué, voy hacer y acontecer, y cuando me apercibí de todo, se me había acabado el álbum sin acabárseme el prólogo.
Nada he de decir en tu casa de tu enfermedad, no tengas el menor cuidado por eso.
Pero la verdad es que la salud vale mucho y no es cosa de que, por temor a cualquiera resolución que tus abuelos tomaran si lo supieran, vayas a estar tú sufriendo sin ponerte en cura de una manera seria y decidida, y haga la enfermedad progresos que ahora podrían corregirse y acaso más tarde no. Tú has crecido mucho, estás demasiado delgado, y, aunque materialmente hambre no pases, es posible que necesites alimentación más nutritiva que la que ahí pueden darte. Y si no, ya ves lo que el médico te aconsejó, y por cierto que no me dices si tomas lo que te dijo, por lo menos las medicinas. Conmigo tienes confianza; dime sinceramente si te sientes débil, sin notas que tus fuerzas han disminuido o tienden a disminuir, si sientes dolor alguno, etcétera, etc.
Si así fuera, pide permiso al Sr. Rector o a quien corresponda para que permitan que se te envíen algunas cosas que necesites, como jamón, lomo, etc. Nada te importe de tus abuelos, porque si quieres que ni eso sepan, yo te envío lo necesario sin decirles nada a ellos. Y si no te atreves a decírselo al Sr. Rector, dame su nombre y yo trataré el asunto directamente con él. En fin, piénsalo bien y dime en resumen estas dos cosas con entera franqueza: cómo te sientes y qué crees que necesitas para estar bien, si no lo estás.
Lo que tienes es indudablemente debilidad[46], pobreza de sangre, y es necesario evitar que la anemia te consuma, apoderándose de ti. Preocúpate, pues, de tu salud, no sólo pensando en hoy, sino que tienes que pasar mucho tiempo en el seminario y es preciso, si es posible, que estés sano y fuerte para los años venideros. De lo contrario, si hoy te descuidas, quizás mañana sea tarde y perdamos más tiempo que el que ahora podíamos perder. Conque, no me engañes, dime lo que haya ocurrido y lo que ocurra con entera confianza, porque no soy tu padre ni tu hermano, pero… como si lo fuera. Yo te prometo solemnemente, para tu tranquilidad, no decir nada en tu casa, si tú no me lo mandas.
Comprendo que nada o muy poco de particular sucederá en tu encierro que sea digno de contarse. Mejor: con eso se pierde menos tiempo que averiguando cuentos de cocina, como andamos por aquí.
El nuevo párroco[47] me pagó la visita el día siguiente al en que te escribí mi última carta.
Estuvo en casa algo más de media hora y hablamos de todo un poco. Es hombre listo, tiene mucho mundo, mucha trastienda, mucha pestaña, que dicen los chulos.
Ahora predica mucho y bien. Tiene muchos oyentes, no en la Misa, en los sermones; porque, luego que acaba de hablar, seguimos con la costumbre de ir desfilando, desfilando, hasta que nos quedamos otra vez en
«la soledad inmensa del vacío».
Los carnavales han estado desanimados, aburridos, estúpidos. Una comparsa de marinos y unos cuantos bailes es lo que ha habido. ¡Ah! y unos hombres muy brutos, disfrazados de personas durante el resto del año, se pusieron en esos días trajes muy en armonía con sus respectivas inclinaciones.
Cuando se acabará la tierra, nadie puede predecirlo; ni el mismo general en jefe. Pero desde que Weyler llegó, es lo cierto que ha tomado muy favorables rumbos y que adelantan bastante hacia una solución satisfactoria para nuestras armas. El que diga más que esto, o no sabe lo que dice o dice cosas que no sabe. Te lo digo para tu gobierno y para que no creas otra cosa que te digan.
Y si hay un seminarista que tenga ahora más noticias y mejores de la guerra que ya, que me lo diga. ¡Y eche usted digas!
A todo esto, es la una y media de la madrugada y me voy a descansar.
Escribe pronto a tu amigo que te abraza
JOSÉ MARÍA.
Piedrahita.
Frades, 11 de Agosto de 1897.
Querido Mariano: ¿Qué quieres que yo te diga de tu proyecto de traslado a Salamanca?
El asunto es delicado para quien, como yo, puede contribuir a inclinar tu voluntad en uno o en otro sentido y equivocarme en cuanto a las consecuencia de la determinación aconsejada.
No es este caso de índole de otros, en los cuales pueden ser, y son garantías de acierto la experiencia, la serenidad de juicio, etc., etc. En este asunto como dicen los charros en el de las bodas, más vale acertar que escoger. Y siendo cuestión de buena o de mala suerte más que producto de bien maduros pensamientos y de acertados juicios, debe ser el interesado quien resuelva, porque en ello se juega algunas cosas que nadie puede devolverle si las pierde.
Sin embargo, yo, ni en esto ni en nada que te interese, puedo abandonarte en absoluto.
Y ya que otra cosa no pueda, por lo menos, te diré cuatro palabras para que sepas pensar el asunto siquiera con orden, y por todas sus caras y resuelvas en definitiva según te parezca.
La cuestión tiene tres principales aspectos: el económico, el académico y el relativo a tu salud.
En cuanto al primero carecemos de datos que de un modo seguro acrediten la conveniencia del traslado. Pero, si no seguros, los hay probables, nada más que probables; y en lo que pueden llamarse seguros es en lo de que no ha de serte la vida en Salamanca más cara que en ávila. De modo que, como cosa averiguada, sólo puede contarse con que no te cueste mayores sacrificios tu estancia en la primera que en la segunda de las ciudades nombradas.
Algo más podría yo decir sobre esto de haberlo sabido cuando estuve en Salamanca, pues hubiera tanteado el terreno por mí mismo.
Desde el punto de vista académico, creo yo que te conviene el traslado. Puedo equivocarme en esto también, porque yo no conozco aquello por dentro, aunque he vivido en Salamanca mucho tiempo. Pero opino lo que digo fundado en razones generales que cualquiera alegaría sin conocer ambos seminarios. El de Salamanca, como sabes, es Central, mucho más numeroso, dirigido por jesuitas[48], con más elementos de vida que el otro, más necesidad de tener un buen profesorado, y por último, establecido en una capital donde el ambiente intelectual es muy otro que el de ciudades que no poseen tantos centros docentes como la capital de esta provincia, que no es un Madrid, pero tampoco es un ávila.
Queda tu salud, y de esa sólo Dios es quien dispone, y puede del mismo modo dártela en ávila que aquí quitártela en Salamanca. Ambos climas son crudos como ellos solos, pero, dentro de esa crudeza, lo es mucho más el de ávila, o yo no recuerdo como es el de Salamanca.
Puede influir algo en mi opinión el hecho de que en ávila, con sólo verla, se siente frío, sin que lo haga. Pero, de todos modos, el clima de Salamanca no hay duda que es menos frío; y entiéndelo bien: no digo que sea más sano, sino algo menos frío.
Estas tres principales cuestiones son las que tienes que meditar, sin olvidarte tampoco de que en Salamanca estás más alejado de tu casa, aunque no sea excesiva la diferencia, porque hasta Alba se va en el tren en muy poco rato.
Por último, yo nada puedo hablarte respecto a la situación académica en que mañana u otro día tendrás que estar en Salamanca por eso de no ser ésta tu Diócesis, porque yo no entiendo nada de tales cosas. Tú sabrás si con ello ni se pierde ni se gana.
Y no me atrevo a pasar más adelante, hijo, porque si yo supiera que ibas ganando en el cambio… pero ¿y si pierdes?
Por lo demás, y atendiendo yo a otras razones de carácter puramente accidental, me alegraría que lo hicieras porque, a lo menos en Salamanca tengo un hermano a quien claro es que yo te recomendaría muy de veras para cualquier apuro en que tú pudieras verte.
Piénsalo, pues, y después de consultarlo con tu familia debes hacer lo propio con algún cura de tu confianza, verbi gratia, D. Silvestre[49].
Y en cuanto resuelvas, dime en qué sentido lo has hecho.
Por hoy nada más. Manda a tu profesor y amigo
JOSÉ MARÍA.
Frades, 27 de Julio de 1898.
Querido Mariano: He pasado unos días en Salamanca con Baldomero y en la Maya con Enriqueta, y ya estoy aquí de vuelta.
Antes que se me olvide: pero, hombre ¡qué mal escribes! Ya te he reprendido más veces tus descuidos porque no quiero que nadie se ría de ti. Yo no me río, yo rabio con esas cosas. No seas tan descuidadote, hombre.
Empiezas, a lo mejor, un período por su oración principal, la interrumpes con otras dos o tres incidentales y luego pones punto final sin acabar lo que empezaste a decir. En enmiendas y borrones derramas un mar de tinta y lo coronas todo con una ortografía que es más propia de un sargento que de un muchacho que ha estudiado Gramática castellana y anda a vueltas con los clásicos latinos. Yo no puedo enseñar a nadie tus cartas porque lo primero es que las personas ilustradas no te juzguen ignorante, y las ignorantes deseado.
Sé muy sencillo en tu lenguaje, porque para hacer con él lo que yo veo que tú quieres hacer, es temprano todavía y no lo manejas como es necesario manejarlo para escribir con cierto descuido y con graciosa soltura. Ya lo conseguirás, pero no si te precipitas y lo echas todo a barato. Esa ortografía, sobre todo, tira de espaldas al que te lee, Mariano. Ya ves que yo mismo no me pago de las formas demasiado y que escribo siempre a vuela pluma. Pero tengo algún cuidado, siquiera en lo principal. Yo no te pido elegancias, te pido corrección y sencillez: no te pido esmerada forma de letra, te pido ortografía. Ya ves a Pepe, no ha hecho, como tú, estudios especiales en estas materias, y su carta está mejor escrita que la tuya: tiene lenguaje más claro y más preciso, más limpio y más correcto, tiene muy aceptable ortografía y no tiene borrones acá y enmiendas acullá, como la tuya. Sé sencillo y hablaras claro: observa cuando leas y escribirás con ortografía. ¿Quién más que tu ganará en ello?
Mi salud, gracias a Dios, es buena.
No hago gimnasia con aparatos, pero la hago, y muy sana, con la escopeta en el monte.
Esto, unido a que leo poco, no estudio nada y como y bebo muy bien, es bastante para que me reponga por completo. No escribo más por dedicarte un parrafillo a Ricardo, al cual se lo leerás.
Te quiere tu maestro
JOSÉ MARÍA.
Querido Ricardo[50]: Te agradezco el interés que te inspira mi estado de salud y me alegro de que el tuyo sea excelente.
Veremos si es duradera esa constancia en el trabajo que me anuncias en tu carta. Si lo es, el bien será para ti, y la satisfacción para tus padres, para mí y para todos los que te quieran como nosotros.
Da recuerdos a tu padre y sabes te quiere tu maestro
JOSÉ MARÍA.
4 de Abril de 1899.
Querido Mariano: Creo que tu proyecto de estudiar está bien pensado, y sólo hace falta que su realización sea cosa fácil, o por lo menos, que no sea muy difícil. De las combinaciones de asignaturas que haces deduzco, en sustancia, que acabarás el año que viene la Filosofía, después de lo cual, te faltan sólo dos o tres cursos de Moral para ordenarte. No dices si son dos o tres, ni dices tampoco dónde estudiarás la Psicología que piensas aprobar en ávila después del curso actual. Supongo que la estudiarás en el verano próximo para examinarte en Septiembre y quedarte ya en ávila cursando la Teodicea y la Cosmología. A mí —ya te lo he dicho— me agrada cualquiera plan que abrevie tus estudios, porque esto creo que te conviene mucho, atendidas las circunstancias de salud, de bolsillo y aun de familia. Cultiva las relaciones que tengas con tus profesores y amigos más influyentes y hazte apreciar de todos cuanto puedas, porque pueden valerte muchísimo para lograr tus propósitos. Celebro, finalmente, que hayas pensado con detenimiento acerca del camino que ha de llevarte al porvenir, y creo que en tus decisiones no habrá influido poco ni mucho ningún capricho del momento, ni el temor de disgustar a nadie con un cambio de dirección, ni los impulsos de cierta religiosidad romántica, poco sincera y poco formal, que lleva a cualquier muchacho algo poeta al deseo de ponerse una sotana, si le entra la poesía por el lado de lo místico. Esto último lo digo porque bien sabes que antaño me tenías algo escamado… aunque yo creo que estarás bien curado de aquella erupción de sentimentalismos poético religiosos que arrancaban a tu destemplada y estrepitosa lira aquellos gritos estentóreos con que osabas cantar nada menos que el Santísimo Sacramento del Altar, que era, en tu concepto de entonces
«el consuelo de los querubines»
«y el grito de los serafines», si yo no recuerdo mal[51].
Dispensa que haga la exhumación de tus primeros vagidos literarios, que más bien eran rugidos que me tenían medio asustado; pero yo, estoy todavía algo resentido contigo por los graves insultos que a mí me propinaste cada vez que te lanzabas sobre tu lira como un desesperado para dedicarme alguno de tus atrevidos cantos, que resultaban cantazos disparados como por una honda de vaquero. Ahora se venga aquella víctima tuya (es decir, de tu lira) recordándote aquellos tiempos en que decías pomposamente de mí:
«¡Es el Mentor de la infancia…
el que nos está arrancando
de las garras de la ignorancia…!
Di ¿y aquel amor que era como la cal?…
Ya supongo que aquel vértigo habrá pasado y que estarás hecho todo un hombre formal, dedicado a tus estudios y a tus rezos, sin injuriar a nadie en verso, a lo menos mientras no te resulten algo mejor fabricados que los de antaño. Ya que hablo de versos te diré, reconociendo antes que los míos son siempre muy medianitos también, que hace dos días envié unos a «La Lectura Dominical», y no sé si querrán o podrán publicarlos.
He recibido el «Blanco y Negro» dedicado a la Semana Santa y los demás periódicos que con él me enviaste. Incluso el «Canario», que es el que me ha hecho más gracia por la poca que tiene y por su tamaño. Me sucede lo que a Joseíllo Delgado[52], que decía que los periódicos chiquitines le horripilaban.
Lo mejor es que el «Canario» pretende enseñar Gramática a otro periódico y resulta que no la sabe él tampoco.
No ocurre nada nuevo que contarte. Para que te entretengas un ratillo, te enviaré cualquier día unos versos extremeños escritos para mi Jesús[53]. (Los papás somos todos medio tontos con los hijos).
Te abraza tu amigo
JOSÉ MARÍA.
24 de Junio de 1899.
Querido Mariano: Hoy recibí el papelito que me envías en el «Blanco y Negro». Celebraré y supongo que aprobarás o aprobarías ayer la Filosofía. Nada me dices de la nota obtenida en Matemáticas.
Me está extrañando mucho el silencio que Pepe guarda conmigo. ¿Estará enfermo? Hace muchos días prometió escribirme pronto y no lo ha hecho todavía.
Yo he estado dos o tres veces a punto de escribirle a él, pero si no hay novedad en él o en los suyos, no quisiera obligarle a contestar sin haber algún motivo que justifique mis prisas por saber de él. Infórmate tú y dime si está enfermo él o alguno de su casa; y si me dices que no tiene novedad puedes decirle a él que no se dé prisa para escribir, pues en último término, me conformo con saber que está bueno.
El 25 salgo con mi tío con objeto de llevar unas vacas a una feria y el 28 iremos a otra, con el propio objeto mi tío, dos criados y yo. La primera se celebra en el Villar, pueblo distante de aquí dos leguas, en la línea transversal, y la segunda en Coria, patria de los bobos, según la tradición. Veré, si Dios quiere, la catedral y la estatua del célebre Bobo que hay en ella o encima de ella.
Ahora que voy yo a Salamanca la dejas tú: ¡Válame Dios, y cómo se ponen las cosas!
Recuerdos a Pepe y a doña Bernabea y te abraza tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Saluda a D. Silvestre y a doña Encarnación.
Tengo prisa. Hoy le envío a Baldomero versos en extremeño que me ha pedido. También le tengo preparada una lista de palabrejas del pueblo, sólo usadas por aquí, para Unamuno, que le encargó que me las pidiera, pues anda allegando materiales para escribir un libro sobre los orígenes del idioma castellano y desea que yo le dé algo que recoja en esta región. Di a Pepe que la primera copia[54] de los versos «El Cristo bendito» la había yo destinado para él y que en mi cartera continúa, pues no me decidí a enviársela por temor de que no fuera muy de su agrado la jerga lingüística de la gente de por aquí, que es graciosísima y pintoresca y expresiva para oída pronunciar, pero no para escrita y leída con nuestro acento, porque de ese modo pierde todo su sabor local.
Si yo hubiera podido leerle a Pepe esos versos, se me ríe hasta llorar, seguramente.
Mi posdata resulta más larga que la carta. ¿Sabes que continúo distrayéndome? Ayer, estando comiendo, me hice una gran cortadura en el dedo pulgar de la mano izquierda, sin saber cómo fue aquello. Dice mi tía, que lo estaba viendo, que debí de creer que tenía pan en la mano izquierda y que di un tajo con la derecha sin tener nada en la otra. Pues no creas que pensaba alguna cosa del otro jueves, sino que estaba sencillamente acordándome de una cuenta que tenía que dar a un criado. Estoy convencido de que no me caben dos pensamientos a la vez en la mollera, Si llego a nacer sabio o filósofo, me saco algún día los ojos sin darme cuenta. Bien sabe Dios lo que hace. Y el dedo, doliendo mucho. A pesar de todo conozco que estoy muy mejorado, no del dedo, sino de las distracciones, que son cosas malas que le ponen a veces en ridículo a cualquiera y le hacen pasar plaza de persona mal educada. ¿No te acuerdas tú de que algunas veces me hablabas y no te oía? Pues ya incurro pocas veces en esa descortesía. Descontando lo del dedo, hace ya muchísimo tiempo que no meto el remo o la pata con nada ni con nadie. Y espero corregirme completamente.
Tan pocas veces te he escrito y tanto tiempo hace que te escribí mi última que ya tenías razón para haberte quejado de mi conducta. Después de escribirte una vez cada tres o cuatro meses, siempre lo hago de prisa y brevemente, a no ser hoy.
Pero hoy, en cambio, lo hago por un procedimiento que, como ves, será muy nuevo, pero también es poco limpio. Por no empezar otro pliego lo hago así en forma oval[55] propia para los que estudian matemáticas como tú.
Guijo de Granadilla 8 de Diciembre de 1899.
Querido Mariano: Por falta absoluta de tiempo no he contestado tu última. No me dejan ni despachar el correo las muchas tareas que ahora tengo.
Mil enhorabuenas por lo de los cuartos de la redención, y que caigan muchas brevas como esa. Enhorabuena también cuando te traslades a casa del Magistral, porque en ninguna parte estarás mejor que con él y su familia.
¿Vas a pasar las vacaciones en tu pueblo? Si es que tanto tienes que estudiar, tal vez te conviniera pasarlas en donde estás. Además, quince días son pocos para hacer el sacrificio del viaje. Yo no quiero que vengas ahora por acá. Supongo que hasta te complacerá mi franqueza para hablarte. Tengo (y tendré en el mes que viene) tantas y tantas ocupaciones, que no quiero que vengas tú ni ninguno de Frades por ahora. No estoy en casa más horas que las destinadas al sueño, y el que viniera en estas circunstancias, ni me dejaría moverme de un lado a otro con entera libertad, ni podría acompañarme a mis quehaceres, ni en casa podrían atenderte tampoco ni un momento.
Así se lo diré a los de Frades para que no vengan ninguno por ahora ni me esperen en las próximas Navidades, aunque bien siento no poder acompañarles.
La recolección de la aceituna, sin contar otras mil cosas a que hay que atender, no me dejan tiempo para nada. A Hervás y Plasencia necesito ir desde hace tiempo y no he podido lograrlo.
Hoy he recibido un número del «Correo Josefino» con los versos y una atentísima carta de D. José Campos, a quien también hoy contesto.
Se conoce que le has dicho que tengo versos sin publicar y me los pide. De seguro que le habrás hecho creer que tengo inéditas unas cuantas preciosidades literarias, muchacho, y no tengo nada, pues lo poco y malo que tenía de mis tiempos de idealismo inocentón, lo he ido condenando al fuego. Cuando mis ocupaciones me lo consientan, haré algo para la revista que el señor Campos me ha enviado y que le agradezco mucho.
De Luis tuve carta hace poco, pidiéndome versos míos. Le envíe unos de Zorrilla y le gustaron, pero dice que los quiere míos, y allá le envíe hace días una composición que escribí hace poco tiempo.
Al morir uno de mi pueblo, dijeron cuatro tías calzudonas que había vomitado unas vírgenes, nada menos.
El cura mandó guardar el vómito, dio calor al asunto, se desplomaron allí los pueblos próximos, etcétera. Mi padre furioso contra el cura. Toledano le amenazó con hablar de él en los periódicos, y al cabo el hombre ha dicho desde el altar que no fue milagro el caso, que no.
¡Qué curas!
Te abraza tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Querido Mariano. Contesto la tuya del 18 del pasado en la que me pides noticias de Jesús y de su mamá.
Ambos están buenos, gracias a Dios. Desideria[56] como siempre, muy atareada y haciendo sus novenas y demás devociones en cuanto sus quehaceres le dejan una hora libre.
El mozo prospera mucho en todos sentidos. Me sale muy hablador (en algo tenía que parecerse a su padre)[57]. Tiene ocurrencias de hombre grande. Yo no sé dónde ni cómo aprende tanto como sabe.
Es traviesísimo y de muy buena inteligencia. Esto último no lo digo yo, sino que lo oigo decir a los que no son su padre ni sus parientes.
Puedes decir a Escobar, cuando quieras, que le avisaré cuando publiquen «El Cristu benditu» para que disponga luego de la composición como mejor te parezca.
Sentí no poder complacerte ni complacerle, pero ya has visto que mi negativa era justificada.
Creo que cualquiera día haré otra composición en verso o un cuento en prosa, de sabor extremeño y se lo daré a la Revista de Extremadura, ya que él así lo desea.
Ahora he tenido que enviarle a Baldomero y a Unamuno algo que me tenían pedido, al primero le envíe unos versos y al segundo un cuento y algunos apuntes para una obra que está escribiendo.
Baldomero me excita a que escriba prosa, sin dejar el verso, y a que le mande cuanto haga.
Hago muy poco por falta de tiempo, y por la misma razón lo hago todo muy de prisa.
Algo más debiera trabajar con la pluma, la verdad, pues ya quisieran para sí muchos de los que escriben, que se les ofrecieran padrinos literarios de la talla que a mí se me han ofrecido, sin merecerlo, por supuesto, pero también sin yo solicitarlo.
Te abraza tu amigo
JOSÉ MARÍA.
I.º de Febrero de 1903.
Querido Mariano: Muy asendereada vida traes[58]: Siento mucho que así vivas, o que así tengas que vivir, si es que no puede ser de otro modo.
Tantos oficios ensayas, tantos estudios acometes, tantos proyectos adoptas y abandonas, que pareces lanzado por no sé quién a perpetua vida de aventuras. Vas teniendo hasta ahora mala suerte: ya lo veo.
Y como yo te quiero mucho y te quiero bien, perdóname que recuerde alguna vez, para desahogo estéril, aquella serena vida que yo soñaba para ti, cuando te veía hecho sacerdote, dedicado al vivir sencillo y bueno, sin ese triste ajetreo de ahora, y… con el pan asegurado.
Todo el sueño hubiese sido a estas horas hermosa y positiva realidad, si no abandonas tu primera orientación. No es esto acusar, no es regañar, no es traer a la memoria frustrados deseos y no seguidos consejos míos para que veas el contraste resultante. Yo no diré nada que te apure ni que te pueda molestar y aun afligir. Lo que hago es recordar, para satisfacción de mi conciencia el modo que yo tuve de entrever tu porvenir, y contemplar ahora, con dolor de corazón, el triste espectáculo de la lucha desigual que tienes entablada con la vida y por la vida. Bien sabía yo por entonces, como lo sé ahora también, lo dura, lo amarga, lo desagradable que es esa lucha, y lo que cuesta llegar al éxito que se persigue.
Por eso contribuí como pude a desviarte algo del camino fragoso; es decir, quería yo que te dieran hecho el porvenir, no que tú solo, rodando por el mundo, tuvieras que andar buscándolo como andas hoy…
Repito que nada quiero ahondar en la materia: sería, en efecto, una verdad inconcusa el dictamen de los señores médicos, que, cuando no saben curar —y lo saben pocas veces—, se dedican a dar consejos… ¡ellos que necesitaban tantos! Sería verdad que tu salud se resentía, no por lo que yo opinaba (el encierro, la mala alimentación, etc., etc)., sino por lo que ellos alegar en aquella vulgarota cantinela que entonan junto al oído de las vírgenes que quieren dejar de serlo o de los chicos espirituales… a ratos, que buscan un argumento científico que tranquilice su conciencia… Será o sería verdad todo esto y todo lo que se quiera, pues yo no he de discutirlo a estas horas; pero, por que ello sea una verdad ¿no he de poder yo entonar también otra cantinela en que llore recuerdos buenos de ayer y tristes espectáculos de hoy?
Yo tenía esperanzas y me las arrebataron. ¿Con permiso de la ciencia, no podré lamentar la pérdida? Yo me metí a profeta y acerté. ¿Es pecado sentir que la predicción funesta haya venido o lleve trazas de venir a realizarse?
Hasta llego a conceder que los hechos han confirmado lo que decían los doctores. Lo concedo porque creo que es verdad que tienes ahora salud. Lo que no sabemos ni los doctores ni yo, es si también la hubieses recobrado con un género de vida en el que no hubiese habido fríos de seminario y bazofias de su cocina. Porque del estudio no hay que hablar puesto que con él continúas. ¡A no ser que también me hagan creer que la Teología desbarata las barrigas y las matemáticas abultan las pantorrillas! —Yo no soy amigo de soluciones radicales en casi ningún asunto. En las luchas no debe abandonarse más que la impedimenta que embaraza y estorba por el momento, pero no tirando todo, armas inclusive.
Y basta ya. Tenía ganas de llorar un poquillo por lo que debes figurarte, pues aunque me habrás oído hablarte poco, o tal vez nada, de estas cosas, de sobra habrás comprendido que yo te seguí a la rastra en tus nuevos caminos. Pero ¡ay! que me cantabas la cantata de la salud desbaratada, y como la salud es cosa tan respetable, tan querida y tan necesaria, y como todos creíamos y creeréis que para recobrarla era menester aquello… yo callé, porque tenía que callar. Y callé, entre otras razones, porque también por el camino viejo se pone enferma y hasta se muere la gente, y si un día se me echaban a mí culpas como esas…
Hoy ya lo veo, tienes salud, y de tontos es andarte diciendo lo que yo me alegro de ello. Dios te dé ahora lo que te falta: porvenir.
Sigue luchando, ya que no tienes otro remedio para vivir, como yo y como todos los pobres, que ganar pan trabajando. Ojalá que tu fortuna te depare pronto lo que deseo para ti, que es mucho y bueno.
Tienes que perdonarme esta carta, escrita en un tono que no he querido dar a ninguna de las que te he escrito tiempo ha. Bien sabes que los que sabemos querer, necesitamos decir lo que sentimos, tal y como lo sentimos.
ánimos y adelante. Esta expresión de un pasajero desahogo mío, sirva para convencerte más y más de la necesidad que ya tienes de continuar trabajando sin dormirte para ser algo mañana, y no sea motivo de desaliento y de disgusto para ti, pues me serviría de profundísima desazón.
Por hoy no te hablo de cosas mías, porque ya no hay tiempo para ello.
Escribe pronto con todo lo que te suceda, y aunque nada te suceda, y no olvides que soy un gran amigo tuyo.
JOSÉ MARÍA.
18 de Enero de 1904.
Querido Mariano: Llegó tu última, y ya era hora. No debiera decir esto porque yo te tengo también a media correspondencia, pero yo no puedo hacer más de lo que hago, puedes creerlo. Estoy hasta salva sea la parte, y basta de preámbulos.
Te metieron pa fuera en las oposiciones ¿eh?
Pues ya podías habérmelo dicho hombre, que ello no es ninguna cosa que avergüence ni deshonre. Te advierto que te recomendé a un pájaro gordo, gordo en Madrid, no en cualquier parte. Y me dijo que sí, y me lo dijo muy expresivamente, y hasta con sinceridades. Pero, por lo visto, la cosa no resultó, lo cual no es tampoco ningún milagro, sino cosa muy corriente. Tú no te desanimes por el resultado. Los menos consiguen colocación al primer golpe[59]. Hay que repetir, repetir y estudiar mucho, estudiar mucho.
De lo mío no tengo tiempo de hablarte largamente. Digo de lo mío por no decir de lo de esos tus amigos que te han hablado de algo de lo que me convendría hacer. Les agradezco muy de veras la buena intención que supongo en ellos.
No me pidas perdón por lo que hables, hombre. Habla todo lo que quieras, aunque sea metiendo el pie una miajita, como con lo de la probabilidad de la piececita para Lara.
En eso no puedo darte gusto[60].
Mejor se lo daría por ejemplo a uno de nuestros mejores músicos, que me tiene pedida una zarzuela grande; sería, por supuesto, para estrenarla… el día que yo quisiera. Y riesgo por riesgo, la elección no es dudosa entre una piececita para Lara y una zarzuela para el Lírico.
Lo del Dardo[61] no te preocupe. Todo lector discreto no extraña ciertas cosas. Hay que saber también dónde se lee y por qué se habrá escrito. Se lee en El Dardo, por ejemplo: se escribe… por cortesía, por compromiso, etc., etc.
No tengo más tiempo y siempre así, querido.
Escribe más a menudo que yo, tú que puedes, y recibe un abrazo de tu amigo
JOSÉ MARÍA.
Ahora, a cuenta del mensaje de Zaragoza a la Universidad de Salamanca, enviándola mi diploma, ha surgido un lío tan grande entre Unamuno y el Claustro, que yo no sé en qué acabará esto.
Al librero que pague 100 ejemplares de «Castellanas» al hacer el pedido, se le hace un descuento del 30 por 100 de su valor. Al que los vende en comisión se le abona 15 por 100.
Si alguien los quiere en tales condiciones, me lo avisas, para dar yo la orden de que se los envíen.
Guijo de Granadilla I.º de Febrero de 1902.
Querido Mariano: Celebro que hayas llegado con felicidad a la corte.
Yo no te entiendo. Hace tiempo perdí el hilo de tu ovillo, y realmente, Mariano, no sé hacia dónde va rodando tal ovillo.
Eso es un lío de cálculos, proyectos, optimismos, estudios, carreras y oposiciones, y cuerpos, y cosas, que a mí no me van cabiendo ya en la cabeza. Últimamente quedamos en que hasta Mayo; ahora (que ya es más últimamente), resulta que tal vez hasta Octubre[62]…
Y yo, entre esta y otras cosas, no sé ya ni a qué atenerme, ni por dónde apearme, si por el rabo o… por las orejas.
Lo creo: te gustará mucho esa vida, aunque yo no sé qué vida es, pero lo creo. ¿Qué voy a hacerlo, sino creerlo?
A mí también me fue muy bien en Madrid, porque en Madrid hay para todos los gustos, y para todas las fortunas, y para todas las tendencias.
Yo no sé si podremos vernos por ahí algún día. Creo que no, porque si yo tengo grandes deseos de ver por ahora a la gran ciudad, ni los pocos asuntos que tengo y tendré en ella me obligarán a visitarla, porque podré resolverlos sin moverme de mi puesto. Tengo ahí algunos amigos, y de ellos me valdré para dar solución a mis pequeños negocios. Los que ahora traigo entre manos no puedes tú resolverlos y por esta razón no acudo a ti en demanda de servicio alguno.
Para las cosas literarias de que me hablas en la tuya, me estoy carteando frecuentemente con Villegas (Zeda), que precisamente me acaba de escribir con motivo de los encomiásticos artículos de crítica que publicaron días pasados El Imparcial y El Universo sobre la composición que envié a los Juegos Florales de Salamanca.
Ahora mismo acabo de contestar la carta que me escribió el crítico de El Universo, a quien no conozco más que como escritor público, enviándome unos números del referido diario.
Del libro te hablaré otro día, que hoy estoy cansado de escribir cartas.
No te olvides, hombre, de tu amigo
JOSÉ MARÍA.
SR. D. MIGUEL DE UNAMUNO.
SALAMANCA.
Mi querido amigo: Ha llegado el momento de utilizar el bondadoso ofrecimiento que me hizo usted en favor del maestro interino de Zarza de Granadilla, D. Victoriano Mandado Mediante, que cesa en su interinidad el día primero de próximo Noviembre.
Se dirigen a mí los zarceños (me escribe el alcalde) para que interese el ánimo de usted en favor de tan discreto maestro, al que quieren mucho.
Ha solicitado ya en esa provincia otra interinidad, sin determinación de ninguna, y el deseo es que le dé usted, si le es posible, la de una escuela de 825 pesetas, para que pueda dar de comer menos malamente a su numerosa familia: tiene seis hijos.
Perdóneme la molestia y la buena memoria que tengo para recordar ofrecimientos.
De por aquí nada tengo que contarle: que ando muy atareado estos días con mi pequeña sementera.
De libros y papeles, poco también. En mis ratos de vagar, sigo escribiendo versos para, algún día, hacer otro pequeño tomo de ellos.
Estos días me pidió doña Emilia Pardo Bazán[63] todo lo que he publicado. Me dice que quiere hablar de ello en una revista de Francia. Y, claro es, me quedaré sin saber lo que allá diga.
Muy pronto tendré el gusto de verle, porque necesito hacer un viaje a esa ciudad.
Hasta entonces se despide de usted y con afecto le saluda su buen amigo s. s.
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
Guijo de Granadilla 19 de Octubre de 1902.
Querido Mariano: Al vuelo, porque me es imposible hoy otra cosa te digo que recibí tu carta y quedo enterado de todo.
Dime quiénes son los jueces del Tribunal cuando los conozcas y veré de recomendarte a quien conozca que pueda hacer algo por ti. Y dime cómo se llaman los destinos a que aspiras para poder hacer correctamente la recomendación. No será fácil el que a las primeras oposiciones obtengas plaza, porque lo más frecuente es tener que repetir; pero no por eso te desanimes, porque el que se sienta en el camino o retrocede no llega al fin del viaje jamás.
Estudia mucho y déjate de insanas preocupaciones que no sirven para otra cosa que para quebrantar la salud y robar tiempo y energías muy necesarias para otras empresas útiles[64].
Ya sabrás que me han dado la flor natural en los Juegos Florales que van a celebrarse en Zaragoza. Además, según veo en la lista de los demás trabajos premiados resulta que me han premiado también otras tres poesías que mandé además de la que ha obtenido el premio de honor. Acabo de contestar un telegrama del alcalde de Zaragoza, delegando en él la facultad de nombrar reina de la fiesta, porque yo no voy a Zaragoza aunque me den para un burro[65]. Acabo de pasar ocho días en Salamanca y vengo fastidiado. Para descanso empieza a caer una nube de cartas y tarjetas que me tienen reventado.
No puedo ¡imposible! hacerte hoy una copia de las poesías. Sólo a Baldomero le he podido dar copia de una.
Trabaja y no te olvides de tu amigo y maestro
JOSÉ MARÍA.
Mi buen amigo: Llegué bien a ésta tu casa, y para que lo sepas, aunque ya te lo dijese en una postal, te escribo estas líneas a toda velocidad.
Mi prolongada ausencia de aquí ha sido causa de un retraso general en mis tareas, y no quiero darme punto de reposo hasta que logre poner mis cosas al día.
Aún estoy, y estaré no sé cuánto tiempo, bajo la acción de las impresiones en Cáceres recibidas.
Y a medida que las horas van pasando y yo recogiendo ideas que traje dispersas por falta de reposo para reunirlas y ordenarlas, voy comprendiendo que Cáceres se excedió conmigo en sus obsequios, y que yo tal vez estuve débil al admitirlos tan grandes y desusados sin hacer más protestas de las que hice en los comienzos de las cosas.
Total, que se ha metido en la cabeza que me huele a vanidad, y el perfume de esta señora de mal vivir es de los que me producen terribles náuseas.
Hay una cosa que por lo halagüeña que es para mí me hace olvidar de todo algunos ratos, y es que en Cáceres tengo yo buenos amigos. Pero en seguida me pregunto: ¿y me los he ganado lícitamente o es que he violentado las cosas hasta el punto de abusar de la cortesía de todos y ahora me hago la ilusión de que me los he ganado?
Te estoy ya oyendo decir que me deje de preocupaciones que no tienen base sólida, etc., etc., pero es lo cierto que aún estoy desconfiando de mi conducta en Cáceres.
Di a todos esos buenos amigos, a medida que vayas teniendo ocasión de ello, que la deuda de agradecimiento que me han hecho contraer es muy grande, pero que también lo es el sentimiento de gratitud que cabe en mi corazón para todos.
Bien sabes que te quiere tu amigo
JOSÉ MARÍA.
AL SR. D. LUIS GRANDE BANDEESóN.
CÁCERES.
Distinguido amigo mío: última nota del concierto de aplausos que en Cáceres he escuchado, llega la carta de usted hasta el silencio de la aldea.
Y no ha venido en la obscuridad simpática de cerrado el pliego de amigo, para yo leer y callar, sino arriba, en las columnas de un periódico, en la altura para que el aplauso suene; a la luz, para que a mí se me vea; al aire, para que el eco se desparrame por todas partes.
Está bien, querido amigo. Pero ahora voy también yo a encaramarme por única vez para estas cosas, en las columnas del periódico, y a platicar en voz alta desde ellas. De cualquier modo, en Cáceres, el escándalo está dado; lo dimos todos: sus paisanos con las palmas de las manos y con la lengua; usted y los periodistas con la pluma, y yo, con los ojos y con los oídos, a todo abiertos, y no digo con el alma, porque ésta, gracias a Dios y a mí, cerrada estuvo y está para todo lo que ella sabe que no puede merecer.
Porque lo siente, lo sabe; porque lo sabe, lo afirma, y porque afirma como lo siente usted oírla y creerla. Y si no, niégueme usted que la tengo, porque es mejor no tenerla, que tenerla poco honrada.
Yo no he debido ir a Cáceres. A buena hora lo digo, ¿verdad amigo mío? Pues no pude antes decirlo por ignorar lo que es Cáceres y por saber lo que yo soy. Sabía, sí, que en esa ciudad tenía cuatro o seis amigos a quienes nunca había visto, y alguno a quien ya conocía personalmente. Les prometí una visita que estrechara la amistad y allá fui.
No resultó una modesta visita; pero ellos tienen la culpa, y páguela quien la tiene, que eso es hermosa justicia. Resultó… lo que usted sabe; lo que debe reservarse para los buenos hijos de la casa, la honran con sus méritos; para los padres que la dirigen con sus talentos y la defienden con sus prestigios; y en todo caso, para quien vaya de fuera con un nombre hermano, ya de las ciencias o de las artes, o de la industria, o de la política…; pero no para muchachos que escriben versos, así derramen en ellos los sentires de su alma y logren dar una simpática nota que interese los corazones honrados, naturalmente propensos a las emociones puras, fáciles de despertar en ellos porque las tienen por su mejor nutrimiento.
Mi obra (¡pobre obra mía!) es la obra de los oscuros del mundo de la cultura; una obra bien intencionada, pero muy pobre; honrada porque es sincera; buena, porque Dios no la reprueba…; versos modestos, poesía sana para el pueblo, que es mi padre, y yo lo quisiera creyente, lo quisiera resignado, trabajador y tranquilo, fuerte y bueno… Y porque tanto lo amo, también lo quisiera artista, también lo quiero poeta…
Todo esto ¿sabe usted lo que merece? Pues es buena moral, nada; bien lo sabe; es un deber de los más elementales. Pero puestos a premiarlo con buen premio, basta con un apretón de manos y una frase como ésta: «Somos amigos; siga usted haciendo lo que buenamente pueda, que eso hacemos los demás; y Dios nos lo pague a todos».
Pero esos amigos de Cáceres (ya tengo muchos: ¿les parece flojo premio?), esos amigos de Cáceres, y usted es uno, cuando premian a un poeta ya son espléndidos hasta llegar al derroche. Ellos son también poetas, y al sentirse estremecidos por la emoción artista, aplauden sinceramente al poeta que les canta la canción, sin cuidarse de observar que el poeta, que el milagro no es aquel, sino el que cada uno de ellos lleva dentro de sí mismo.
Eso es todo; y así se explican y así solamente pueden conciliarse dos cosas contradictorias que son dos grandes verdades: la honrada sinceridad de sus aplausos y el escasísimo valor de la obra a que los han dedicado. Los plácemes que corresponden a su exquisita percepción, que sólo precisa un toque para surgir vigorosa, se los dan a quien solamente sabe recordarles la belleza ¡son generosos! No se acuerdan de sí mismo al aplaudir a su prójimo; su modestia no peligra. Pero aplauden, y resulta que quien paga los vidrios rotos es la modestia del prójimo, que ve caer sobre sí puñados de hojas de laurel que, realmente, no son suyas.
¡Pequé de debilidad! «Me parece que me he dejado querer demasiado», le he dicho a modo de confesión a mi querido huésped en Cáceres, D. Guzmán Fernández, que es sacerdote, y acaso quiera absolverme. Supongo que no encontrará la fórmula, porque yo no estoy dispuesto a restituir. Mi pecado me ha valido un buen número de amigos[66], y eso yo no lo devuelvo.
Su carta, que me honra demasiado, me ha dado el mejor pretexto para desahogarme un poco, porque estaba…
Largo ha resultado esto; pero es muy grande la bondad de los lectores de «El Fomento», y la de su amable director. Mi deuda de gratitud hacia usted es inmensa; pero también es inmenso el sentir de mi alma agradecida.
Es de usted buen amigo y seguro servidor, que besa su mano,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
Guijo de Granadilla, Enero de 1913.
SR. D. JULIO DE LA CALLE.
ROMA.
Mi buen amigo Julio: De todas veras te agradezco la enhorabuena que me envías con motivo de haber obtenido la flor natural una poesía que llevé a los Juegos Florales de Salamanca.
Y ya que en tu grata me significas tu deseo de conocer esa composición, te la remito adjunta, recortada de uno de los rotativos de Madrid que la reprodujeron. Mayor gusto mío fuera enviártela en una edición más esmerada y elegante; pero, aunque me dieron numerosos ejemplares en revistas de lujo, esta es la hora en que no me han dejado uno sólo los amigos, los conocidos y aun los que no son lo uno ni lo otro. De todos modos, aparte alguna ligera incorrección, lo mismo dice el adjunto ejemplar que los mejor editados.
La premiaron con la Flor natural, un diploma y el ramo de oro que regaló el Ayuntamiento de la ciudad a guisa de portaflor. A mí con los dichosos Juegos, me han sobado horrorosamente. Me hicieron ir a Salamanca, nombrar reina de la fiesta (que lo fue la esposa de mi hermano Baldomero), me hicieron disfrazarme de frac, presenciar la fiesta con el jurado y el mantenedor desde el escenario, etc., etc.
Y después, cuando pude escaparme al pueblo, me ha caído un diluvio tal de cartas, tarjetas, periódicos con bombos estupendos y peticiones de más versos, que han pasado cinco meses y continúa el bombardeo.
Estoy comprometido a escribir un pequeño tomo de poesías, que ya tengo casi terminado y que enviaré pronto a un editor de Madrid para su impresión. El Ama figura también entre ellas[67].
Hablemos ahora de ti, aunque sea poco, porque todo tengo que hacerlo muy de prisa.
Ante todo, mi parabién por tus progresos académicos. De los espirituales nada quiero decir, porque siempre los he supuesto en continuo y vigoroso avance[68]. Dichoso tú, que a ellos puedes dedicar una gran parte de tu tiempo y de tus energías. Nosotros tenemos que consumir uno y otros empeños de menor cuantía que esos en que tú andas embebido. Rezar y estudiar es un programa de vida que parece un programa de eterna fiesta para los que andamos siempre enfrascados en el cumplimiento de otros deberes o atolondrados en medio de la general ligereza que preside la vida en estos dichosos tiempos…
Aprovéchate ahora, bébete media Ciudad Eterna por los ojos y por la frente y tráenos luego aires puros; que andamos hambrientos de ellos en esta querida y desventurada patria[69], cuyo amor habrá revivido en ti con mayor fuerza que nunca desde que estás de ella ausente.
Dios te dé todo género de dichas y prosperidades, y no te olvides de que en esta aldea tienes un sincero amigo. Mi esposa te agradece y devuelve tus saludos, que recibirás unidos a los de tu paisano que te aprecia de veras,
JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.
Comprendiendo nuestro maestro que su labor más fructífera era con los que iban a abandonar la escuela, nos dedicaba los mejores ratos; casi todos fuimos desfilando: unos, para comenzar los estudios; otros, al comercio, y entre ellos, uno de los predilectos era Pepe, perdió por entonces a su padre, comerciante muy inteligente y emprendedor, que dejaba varios huérfanos y muchos negocios; Pepe tenía unos once años, muy despierto de inteligencia y de corazón tan bondadoso, como educado por su madre, piadosísima en extremo; desde este instante se consagró a su instrucción, y con el afecto que le profesaba, como lo demuestran sus versos y cartas, sacó lo que él quería, un jefe que guiara el comercio y un carácter que hiciera las veces de padre de aquellos huérfanos. En la camilla de su trastienda pasábamos entre las cartas y libros de negocios, con su charla chispeante, largos ratos, comentando sucesos de pueblo y leyendo revistas como la «Lectura Dominical», versos de Zorrilla y novelas de Pereda.
Tanto cariño todos le teníamos, que sentíamos celos de rivales por ser los preferidos, aunque siempre guardó a todos consideraciones al par que frases mortificantes para enmendar alguna travesura o instinto avieso. Hasta su muerte conservó esta amistad, y en su casa guarda como joyas inapreciables los versos que a él y a su hermana Cándida dedicó…
Adiós, amigo de mi alma[70]. No voy a tu casa, ni quiero que tú vengas a la mía a despedirte de mí.
No quiero que nadie me vea llorar, como a solas estoy llorando ahora, ni quiero tampoco verte sufrir al darme tu último abrazo. Dámelo desde tu casa, como yo te doy el mío desde aquí, con todo mi corazón puesto en el pensamiento, y todo el pensamiento puesto en ti. ¿Verdad que nos hemos querido como dos hermanos, más que como dos amigos? Sí, no cabe duda que sí. ¿Verdad que yo he procurado que seas bueno y virtuoso porque te quiero? ¿Verdad que tú has visto en mí algo así como un hermano mayor, y me has pagado con creces mi cariño con tu cariño y mi noble interés con tu inclinación al bien y con tu agradecimiento? Pues ahora, cuando tanto nos queríamos y vivíamos tan dichoso el uno al lado del otro, es cuando tenemos que separarnos, Dios que lo permite sabrá por qué; y tú y yo, que somos por dicha nuestra, cristianos, debemos de conformarnos con la voluntad de Dios.
Si al darte con tanta pena este cariñoso adiós de despedida pudiera darte con él cuantas virtudes quisiera yo que tuvieses, fueras un santo. Ya ves si sabré quererte bien que antes que para mí ni para nadie te quiero para Dios, que es tu Padre, el Padre de todos, y muy señaladamente de todos los huerfanitos que ya no tienen el que Dios les dio en el mundo.
Si quieres darme todas las pruebas de cariño en una sola, atiende mi último ruego, que es éste: sé buen cristiano. Yo te lo ruego y te lo pido por Dios, por tu madre, por ti mismo, por tus hermanitos y por todos los que te queremos en el mundo. No te pido más, porque, si eres buen cristiano, lo serás todo después: buen hijo para tu madre, buen hermano de tus hermanos y buen amigo para mí. Ya ves: yo mido la bondad de la amistad por la virtud del amigo que me la da, y es porque creo que es muy difícil ser buen amigo sin ser bueno. Y deseo que lo sean los poquísimos que tengo, porque sé que el que es bueno, es para Dios, y para Dios quiero yo que sean los seres a quien amo.
Sé bueno, sí; y sé constante en el bien, lo mismo cuando te creas en brazos de la felicidad más grande que sea posible en el mundo, que cuando llores abatido y oprimido por la desgracia y el dolor. Precisamente el dolor y la desgracia parecen el patrimonio de los buenos en este mundo.
Son caminos que Dios abre para el Cielo. El que en ellos desfallece, el que camina sereno y resignado con la cruz que Dios le ha puesto sobre los hombros y todo lo hace por Dios, hasta Dios llega. Tú no desmayes jamás ante las pruebas que Dios te envíe; pídele ayuda, porque es cosa bien sabida que Dios nos pone la cruz sobre los hombros, y él nos lleva el mayor peso de nuestra pequeña cruz.
No quiero hablarte de tus graves deberes particulares, porque de sobra sé yo que los conoces. Tú ya sabes que eres la esperanza más grande de tu madre, después de la que tienen en Dios, que es la que la ayuda y alienta a todas horas. Tú bien sabes que ella ve en ti algo así como un segundo padre de tus hermanos, un descanso y un apoyo para ella en el horizonte del porvenir.
Un hijo que la ayude a ganar el pan que coméis, a educar a tus pequeños hermanos, a conservar y acrecentar vuestro patrimonio honradamente y a sobrellevar sus penas con tus consuelos. ¡Qué infame, qué perverso sería el hijo que no hiciera todo eso por su madre! Tarde o temprano, en esta o en la otra vida, la mano de Dios, de la justicia, caería como un rayo sobre la frente de ese hijo para hundirlo eternamente en el abismo… No, tú no eres de esos, gracias a Dios, ni Dios te dejará de su mano para que lo seas en tu vida. ¡Sé yo que tú no eres de esos! Me lo dicen tus cristianas ideas, me lo dicen tus sanas inclinaciones, me lo dice tu natural propensión al bien, me lo dice el cariño que sientes por tus hermanos y el amor que tienes a tu madre. Y me lo dice, por último, mi corazón, que tiene el presentimiento de que has de ser bueno siempre, amante de tu madre y de tus hermanos, honrado y trabajador.
Dios te lo premiará y nosotros lo veremos con la más íntima alegría.
Antes que olvidar cualquiera de esos santos deberes que yo te recomiendo con tan tenaz insistencia, olvídame, olvídame a mí cien veces, pues yo valgo mucho menos que la menor de esas santas virtudes de que te hablo.
Pero no, no olvidarás tus deberes ni me olvidarás a mí; serás bueno y recordarás toda tu vida lo mucho que te he querido y el bien que te he deseado. Si encuentras pronto un amigo de verdad, como yo lo he sido tuyo, quiérele mucho, muchísimo, pero antes mira bien dónde pones tu cariño, tu confianza y tu amistad; que hay pocos lugares en esta vida donde estén esas tres cosas seguras. Tus mejores amigos serán tus hermanos: tus íntimos confidentes, el confesor y tu madre. No encontrarás en tu vida amigos más leales que los primeros, ni más prudentes y sabios consejeros que los dos últimos.
Con los demás amigos ten prudencia. No caigas en el peligro de buscarlos, porque siempre es peligroso buscar flores entre espinas. Los que hay buenos, que hay muy pocos, son como los tesoros: no se buscan, se encuentran.
Y adiós otra vez, amigo del alma. En estas líneas, que no sé si podrás traducir, porque apenas veo lo que escribo, te quisiera enviar la expresión de todo cuanto siento, cuanto pienso y cuanto bueno deseo para ti. Yo confío en que Dios permitirá que nos volvamos a ver; pero si no lo quisiera, la voluntad de Dios es nuestra ley y a ella debemos someternos con entera sumisión.
Pero también a distancia pueden quererse desde lejos, sin saber si podrán volver a verse en la vida. Y así, hermanos tú y yo. Tú me contarás tus alegrías y tus dichas, y antes que nada, tus penas y tus desgracias, que para eso son los buenos amigos para consolarse en sus penas, aconsejarse en sus más duros trances y participar mutuamente de todas las felicidades y de todas las desventuras. Yo haré lo propio contigo, y uno y otro rogaremos al Señor que nos dé, en todo caso, lo que mejor nos convenga[71].
Pon tu confianza en él y adiós.
Te abraza
JOSÉ MARÍA.
Guijo de Granadilla, 17-12-1899.
Mi querido amigo: Nunca sospecho que me olvides, aunque tardes mucho en escribirme. Sabía, sin que me lo hubieras dicho, que tenías mucho que hacer, y, por consiguiente, poco tiempo que dedicar a nadie. No desatiendas por nada vuestros negocios y ten para siempre la seguridad de que tanto me complace el saber que vives abstraído en tus tareas, como leer cartas tuyas. Así, pues, escribirás cuando buenamente puedas, y si no puedes hacerlo una vez al mes, lo haces cada dos meses, que conmigo tienes cumplido de cualquier modo.
También yo estoy ahora ocupadísimo, y aún lo estaré más todavía, con motivo de la recolección de la aceituna, operación que se nos une en esta época con las que ordinariamente tenemos y con otras que parece que resucitan cuando menos tiempo hay.
No podré pasar en mi pueblo las ya muy próximas Navidades, como tenía proyectado, y dejaré el viaje para más adelante, cuando las cosas no apuren tanto. Ya ves cómo andamos todos; y sin duda alguna, es mejor y más conveniente vivir así, siempre muy atareados, cocíos en obra, como dicen en mi pueblo, que vagar por las plazas, tomando el sol de los holgazanes, los cuales, como no se ocupan en cosa buena, tienen que ocuparse en algo malo. Testigos de mi afirmación, si tuvieran oídos para escuchar y lenguas para contar lo que oyen, serían las columnas de la plaza de esa villa, y las de todas las villas del universo.
Me dice tu mamá[72] que estás muy bien de salud y que no te conocería si te viera. ¡Vaya si te conocería! Aunque te hayas puesto redondo de puro gordo y alcances la talla de un recluta disponible, te conocería en seguida tu amigo.
Aquellos versos titulados «Soledad», que hace años te envié desde mi pueblo los han publicado en el Correo Josefino[73]. Te lo digo porque, como realmente eran tuyos, la publicación de ellos sin tu consentimiento constituye un delito castigado en el Código, aunque yo creo que tú sabrás perdonar a los que con la mejor intención del mundo los publicaron… No ha sido cosa mía, sino de Mariano, el cual se los leyó al señor director de un Colegio de vocaciones eclesiásticas que hay en Plasencia. Este señor dijo a Mariano que los iba a publicar, para lo cual me pidió el último mi permiso y perdón. Yo se lo otorgué sin decir nada, no hacer esperar tanto al señor que quiso darlos a la publicidad, pues demasiados reparos le había yo puesto ya respecto a correcciones que necesitaban los referidos versos antes de darlos a luz. Volvió a decirme Mariano en otra segunda carta lo propio que en su primera, y cuando vi que la cosa iba ya a degenerar en descortesía por mi parte, les di el permiso.
El señor aquél me envió hace unos días un número de la revista con los versos y una atentísima carta pidiéndome más, y diciéndome que me pagaría en oraciones lo que le envíe. Por ahora no me es posible mandarle nada, porque no tengo tiempo disponible para ello, y así se lo dije a él, prometiéndole algo si alguna vez me lo permitían hacer mis muchas ocupaciones.
Porque es una grandísima verdad que yo no puedo dedicarme a cosas de pluma por absoluta falta de tiempo, y sin embargo, «tú que no puedes llévame a cuestas».
Lo digo porque Luis[74] me tiene frito también con peticiones de versos. Hace pocos días le envié unos de Zorrilla para que se le calmara algo la sed, y para no gastar yo tiempo; y de nada me sirvió mi estratagema, porque me dijo que sí, que le habían gustado mucho pero… que los quería que fuesen míos. Amor de hermanos que ciega. Y para mandarle algo, he sudado un disparate, a causa de la falta de tiempo y de lo trabajosos que son los partos poéticos de mi rebelde mollera. Me río ahora mismo al pensar que a lo mejor me estaba hablando el vaquero de un choto que se ha quedado «pellejuino y na relambio», o el porquero me hablaba de algún garrapo «zamarrio y arrecogío», mientras yo hacía tres oficios a un mismo tiempo: oír al que hablaba, mirar al choto o al cerdo y componer y escribir en la cartera una redondilla[75]. Y claro, así saldría ello. Pero así se lo envié.
Os deseo muy felices salidas y entradas de año, con positivos provechos materiales y espirituales, y os felicito anticipadamente las Pascuas, deseando que las paséis todo lo bien que yo quiero.
Repetiremos este año, ya que Dios nos tiene con vida y con salud, el brindis de Nochebuena, que entre nosotros ya no es nuevo. Yo, a las diez en punto de la noche del Nacimiento brindaré y beberé a tu salud una copita (que no hace perder el ayuno), y tú harás lo propio, hayas o no hayas cenado. Después, a la hora del Rosario, si no esperas a del Nacimiento, rezarás y rezaré un Padrenuestro para que Dios haga de nosotros lo que sea su voluntad.
Jesús[76] parece un rollo de manteca.
El catálogo de sus habilidades es muy largo de contar y por eso lo suprimo. Sólo te diré que cuando le pregunto dónde está Dios, señala al cielo con el dedo índice muy extendido y se queda un momento con los ojos muy abiertos, como queriendo decir: «¡qué grande es Dios!» Sabe también cómo tiene puestos los brazos el Cristo de la ermita, sólo que de esta sabiduría abusa mucho, pues en cuanto yo le reprendo por algo de los muchos estruyos[77] que suele hacer, pone corriendo los brazos como el Cristo de la ermita para que no le riña más y me ponga yo contento. Bien sabe él que así nos desarma a todos y le cae una lluvia de besos en vez de una de sermones.
Da muchos besos a tus hermanos y recuerdos de Desideria para tu mamá.
Y recibe un abrazo de tu mejor amigo,
JOSÉ MARÍA.
24 de Junio de 1900.
Mi querido amigo[78]: Recibí tu última con la de tu madre. Aplazo la contestación a esta última hasta que Desideria lo determine. Copiándola muy de prisa, te envío adjunta una de las últimas composiciones que escribí, y que acaso conocerás ya por N., que la vio en Plasencia. Si N. no tiene copia de otra, cuyo título es «Vocación», yo te la remitiré también, siquiera para que te distraigas un rato.
Tengo un proyecto que voy a comunicarte, aunque no es cosa que me agrada echar a vuelo las campanas antes del día de la función, parque se me suelen aguar casi todas las fiestas que me preparo a disfrutar con mucha anticipación.
El proyecto que acaricio es el de ir a Salamanca en los días de las ferias de Septiembre próximo, y he ahí una excelente ocasión para vernos, siempre que te fuese concedido por tu madre el permiso correspondiente para ir a Roma la chica.
El proyecto, como todos, está sujeto, ¡ay!, a muchas contingencias, relativas unas a la salud propia y a la de la familia, y a giros inesperados que pudieran tomar los negocios de casa.
Pero haciendo estas salvedades, la verdad es que la idea existe, y que yo la realizaré si Dios no dispone otra cosa en contrario. Y basta de proyecto, no sea que en fuerza de acariciarlo se haga arisco y no se deje convertir en grata realidad.
Tienes buena memoria. Sí. El 27 del actual cumplo años. ¡Treinta, hijo, treinta, treinta! Treinta millones de gracias porque te has acordado de ello.
Ando estos días tomando baños en el río y aprendiendo a nadar. Mi profesor de natación es mi vaquero[79], que nada como una tenca y tiene toda la paciencia que es menester para dominarme a mí en el agua.
Saluda a todos, y recibe un abrazo de tu verdadero amigo que te quiere mucho,
JOSÉ MARÍA.