No estoy muy seguro de cómo empezó la leyenda de los Monstruos del Lodo. Yo la oí por primera vez de pequeño. Me la contó otro chico que quería asustarme y, desde luego, lo consiguió.

La leyenda viene a ser algo así:

Algunos antiguos pobladores de nuestra ciudad eran demasiado pobres para construir casas. De modo que levantaron pequeñas chozas en el bosque, a lo largo de las orillas del río Lodoso.

El río era entonces mucho más grande, profundo y ancho. No era el fangoso riachuelo que es hoy.

Aquella gente era pobre y muy trabajadora, y en muy poco tiempo construyeron entre todos un poblado de chozas a la orilla del río. Pero los habitantes de la ciudad los despreciaban. Se negaban a prestarles la menor ayuda.

Los funcionarios municipales se negaron a compartir las reservas de agua de la ciudad con los habitantes del río Lodoso. Los comerciantes se negaban a venderles nada a crédito.

Muchos de los habitantes del río pasaban hambre. Muchos también estaban enfermos. Pero la ciudad rehusaba ayudarlos.

Todo esto sucedía hace unos cien años. Quizá más.

Una noche estalló una tormenta terrible, con aguaceros torrenciales y vientos huracanados.

Antes de que los habitantes del río pudieran ponerse a salvo, las aguas se desbordaron y cubrieron las orillas arrastrando una masa de negro y pesado fango.

El fango arrasó el poblado. Sepultó las chozas y a las personas. Como la lava de un volcán, lo sepultó todo a su paso.

A la mañana siguiente no quedaba nada del poblado. El río cubría las fangosas orillas. El bosque se encontraba silencioso y desierto.

El poblado y todos sus habitantes habían desaparecido.

Sólo que no completamente.

Según la leyenda, una vez al año, en una noche de luna llena, los moradores del poblado se yerguen de entre el lodo. Son monstruos ahora, medio muertos, medio vivos. Son los Monstruos del Lodo.

Una vez al año, los Monstruos del Lodo se levantan de sus fangosas tumbas para danzar a la luz de la luna e intentar vengarse de los habitantes de la ciudad que en otro tiempo se negaron a ayudarlos.

Ésa es la leyenda local, tal como yo la conozco.

Naturalmente, no es cierta. Pero, en mi opinión, es una historia muy buena. Y se viene transmitiendo de boca en boca, generación tras generación.

La leyenda ha asustado a un montón de chicos. Incluido yo.

Ahora, el domingo por la noche, Kevin y sus dos compañeros Monstruos del Lodo iban a aterrorizar a Courtney, la chica imposible de aterrorizar.

Poco después de las siete de la tarde, Kevin estaba en el cuarto de baño, dando los últimos toques a su disfraz. Tenía la cara y el pelo cubiertos por una gruesa capa de lodo anaranjado y marrón. Llevaba una amplia camisa negra que le caía sobre unos abolsados pantalones negros. De la ropa también le goteaba lodo.

Me detuve en el umbral y lo examiné mientras él se aplicaba aún más cantidad de la viscosa sustancia.

—Jo. Tienes un aspecto horrible, de veras —le dije.

—Gracias, chaval —respondió—. ¿Has metido todo en el lavavajillas?

—Sí —contesté con un gruñido.

—¿Y has recogido toda la ropa sucia de mi cuarto y la has metido en el cesto?

—Sí —murmuré.

—Sí, señor —me corrigió—. Un siervo debe ser cortés siempre.

—Sí, señor —repetí. No me dejaba ni respirar desde que accedí a ser su siervo. ¡Era verdaderamente increíble la cantidad de cosas que encontraba para encomendarme!

Pero rápidamente se acercaba el gran momento, el momento que haría que mi mes de trabajo incesante valiese la pena.

Kevin se volvió hacia mí.

—¿Qué tal estoy?

—Pareces un montón de lodo —respondí.

Sonrió.

—Gracias.

Lo seguí hasta el vestíbulo. Cogió las llaves del coche de la mesita.

—Iré en coche a recoger a mis dos amigos —dijo, admirando su horrible aspecto en el espejo del vestíbulo—. Después, buscaremos algunos escondrijos en el bosque. ¿Quieres que te lleve?

Sacudí la cabeza.

—No, gracias. Debo ir primero a casa de Molly. Tenemos que ocuparnos de un pequeño detalle.

—¿De qué se trata? —preguntó Kevin.

—Hay que llevar a Courtney hasta el bosque —respondí.