—¡No! —grité, retrocediendo hacia el seto.

El perro gruñó una advertencia. Luego, saltó para atacar.

Levanté los brazos ante mí a modo de escudo y esperé el impacto.

Seguí esperando.

Cuando vi que Charlene tenía abrazado al perro por el cuello y sonreía, bajé lentamente los brazos. Mantequilla se volvió y le estampó un baboso beso de perro en la frente.

—¡Has caído, Eddie! —exclamó Charlene—. Eso es por lo de la tarántula.

Molly se echó a reír.

—Te has tomado un buen desquite, Charlene.

—Jo —exclamé en un suspiro. El corazón me palpitaba todavía con fuerza. El jardín entero me daba vueltas.

—Es un buen truco —dijo Hat a Charlene—. ¿Cómo se lo enseñaste?

—No se lo enseñé —respondió Charlene, dando al perro un último abrazo y apartándolo luego de su lado—. Fue pura casualidad. Un día estaba yo silbando y Mantequilla se puso frenético. Empezó a gruñir y a bufar, enseñando los dientes.

—Supongo que no soporta tu forma de silbar —exclamé, sintiéndome un poco más normal.

—No aguanta que nadie silbe —replicó Charlene, sacudiéndose pelos de perro de los pantalones cortos—. Quizá le hace daño en los oídos o algo así. No sé. Pero ya ves cómo se pone. Se vuelve loco cada vez que alguien silba.

—¡Es formidable! —declaró Hat.

—Realmente, puede aterrorizar a Courtney —dijo Molly.

Nos quedamos mirando cómo el perro se alejaba pesadamente, con la lengua colgando casi hasta el suelo. Se detuvo para olisquear algo en un macizo de flores y luego desapareció por el costado de la casa.

—Pobre perro —comentó Charlene, sacudiendo la cabeza—. Detesta California. Siempre tiene calor. Pero cuando nos trasladamos aquí desde Michigan no pudimos separarnos de él.

—Me alegro de que no lo hicierais —exclamé con entusiasmo—. ¡Por fin le vamos a dar un susto de muerte a Courtney!

Molly dio unos golpecitos con su mazo en una pelota de croquet. Su rostro mostraba cierta preocupación.

—No iremos a hacerle realmente daño a Courtney, ¿verdad? —preguntó—. Quiero decir que Mantequilla no le atacará realmente, ¿no? Si pierde el control...

—Claro que no —se apresuró a responder Charlene—. Deja de gruñir y de comportarse violentamente en cuanto dejo de silbar. De veras. En cuanto cesa el silbido recupera su pacífica personalidad.

Molly pareció aliviada. Golpeó la pelota y la hizo pasar por un aro. Luego, utilizó el mazo para hacerla volver.

Definitivamente habíamos perdido todo interés en la partida de croquet. Planear cómo utilizaríamos a Mantequilla para aterrorizar a Courtney era mucho más excitante que cualquier otro juego.

El sol había logrado abrirse paso entre las altas nubes. La recortada hierba resplandecía bajo su luz.

Tiramos los mazos y nos dirigimos a la sombra del gran pomelo que se alzaba en el centro del jardín.

—Deberíamos asustar a Courtney en el bosque, en esa casa del árbol que ella y Denise construyeron junto al río Lodoso —sugerí, tumbándome en la hierba—. Es el lugar perfecto. Ella y

Denise solas en el bosque. De pronto, un perro salvaje salta sobre ellas. ¡Se van a pasar una semana gritando!

—Sí, es una buena idea —convino Hat—. En el bosque hay cantidad de sitios para escondernos y observar sin miedo a que nos descubran. Quiero decir que Charlene puede ocultarse detrás de un matorral o un rododendro y ponerse a silbar sin parar. Estaremos todos escondidos. Courtney nunca sabrá quién lo hizo.

Sentada con las piernas cruzadas, Molly se mordía pensativamente el labio inferior. Se subió las gafas.

—No me gusta —dijo—. No tendrá gracia si no asustamos a Courtney delante de un montón de gente. Si la asustamos en el bosque, sin nadie cerca, ¿a quién le importa?

—¡A nosotros! —repliqué—. Nosotros lo veremos. Eso es lo que cuenta. Nosotros sabremos que por fin conseguimos aterrorizarla.

—También podemos presentarnos en el momento culminante para que sepa que la vimos aterrorizada —añadió con entusiasmo Charlene—. Luego, difundiremos lo ocurrido por toda la escuela y todo el mundo lo sabrá.

—¡Me gusta! —exclamó Hat.

—¿Cuándo lo haremos? —preguntó Molly.

—¿Qué tal ahora? —dije, poniéndome en pie de un salto.

—¿Cómo? ¿Ahora? —Charlene reaccionó con sorpresa.

—¿Por qué no? —aduje—. Vamos a hacerlo. Puede que tengamos suerte y encontremos a Courtney y Denise en su casa del árbol. Suelen ir mucho allí los fines de semana, ya sabéis, a estar, leer y pasar el rato.

—¡Sí! ¡Vamos! —Hat se levantó y me dio una palmada en la espalda—. ¡Hagámoslo!

—Voy a coger la correa de Mantequilla —dijo Charlene—. Supongo que no hay razón para esperar.—Se volvió hacia Molly, que vacilaba.

—Yo tengo una idea mejor —señaló Molly, quitándose una brizna de hierba del pelo—. Antes de ir al bosque, cerciorémonos de que Courtney está en la casa del árbol.

—¿Y cómo lo hacemos? —pregunté.

—Muy sencillo —respondió. Entonces Molly realizó la más asombrosa imitación de Denise—. Hola, Courtney. Reúnete conmigo en la casa del árbol dentro de diez minutos, ¿de acuerdo? —¡Era increíble! ¡Parecía la mismísima Denise!

Nos quedamos todos boquiabiertos de asombro.

—No sabía que fueses tan hábil, Molly —dijo Charlene, riendo.

—He estado practicando —respondió Molly—. Puedo imitar toda clase de voces. La verdad es que soy bastante buena para eso.

—Molly, cuando seas mayor podrías hacer las voces de los dibujos animados —sugerí—. Podrías ser el pato Daffy. ¡Ya te pareces mucho a él!

Hat se echó a reír. Molly me sacó la lengua.

—Vamos adentro a llamar a Courtney —dijo ansiosamente Charlene al tiempo que abría la puerta de rejilla—. Si no está en casa, probablemente estará ya en la casa del árbol. En ese caso, cogeremos a Mantequilla y lo llevaremos allá. Si está en casa, Molly puede fingir que es Denise y decirle a Courtney que se reúna con ella allí.

Nos dirigimos a la cocina. Charlene le pasó a Molly el teléfono. Luego, trajo el inalámbrico para que los demás pudiéramos escuchar la conversación.

Molly marcó el número de Courtney. Enganchados al otro auricular todos nosotros contuvimos la respiración mientras escuchábamos las señales de llamada. Una. Dos.

A la segunda, Courtney descolgó el aparato.

—¿Diga?

Molly puso su mejor voz de Denise.

—Hola, Courtney. Soy yo.

Realmente parecía la propia Denise. ¡Yo creo que habría engañado a la mismísima madre de Denise!

—¿Puedes reunirte conmigo en el bosque? ¿Ya sabes, en la casa del árbol? —preguntó Molly con la voz de Denise.

—¿Quién llama? —inquirió Courtney.

—Yo, naturalmente. Denise —respondió Molly. —Es extraño —le oímos todos decir a Courtney—. ¿Cómo puedes ser tú Denise, si ella está en estos momentos aquí, a mi lado?