El alto monstruo avanzó hacia mí dando bandazos, con los brazos extendidos hacia delante, listo para agarrarme.
—¡Kevin, vete de aquí! —grité—. ¡Estás llenando de lodo todo el suelo!
Mi hermano mayor, Kevin, dejó caer los brazos a los costados.
—No es lodo de verdad, chaval —dijo—. Es maquillaje.
—¡Me da igual! —repliqué con voz estridente, al tiempo que saltaba de la cama y le daba un fuerte empellón en el estómago—. Está goteando por todas partes.
Él se echó a reír.
—Te he asustado, ¿eh?
—¡Ni lo más mínimo! —insistí—. Sabía que eras tú.
—Creías que era un Monstruo del Lodo —dijo, sonriéndome por entre la sustancia viscosa de color marrón anaranjado que le resbalaba por la cara—. Reconócelo, chaval.
Detesto que me llame chaval. Supongo que por eso lo hace.
—No pareces un Monstruo del Lodo —le dije aviesamente—. No pareces más que un montón de basura.
—Esta tarde hemos asustado a varios crios que entraron en el bosque —comentó en tono jocoso—. Deberías haberles visto la cara. Corrimos hacia ellos gritando ¡BUUÚ! Dos de ellos se echaron a llorar —rió.
—Lárgate —murmuré. Volví a empujarle hacia la puerta y me pringué las manos con la sustancia espesa y viscosa que le cubría.
—El vídeo ya está casi terminado —me dijo, secándose deliberadamente la mano en mi cuaderno abierto. Miró la oscura mancha que había dejado en mis deberes de matemáticas—. Puede que te deje verlo cuando esté acabado.
—¡Apártate de mis cosas, Kevin! —exclamé con furia. Luego recordé lo que quería pedirle y cambié de tono—. ¡Oye! ¿Puedo salir yo en el vídeo? —rogué—. ¿Sí? Dijiste que tal vez pudiera salir en él, ¿recuerdas?
—Oh, vamos, chaval —sacudió la cabeza—. Te asustarías demasiado.
—¿ Qué? —¿Me estaba tomando el pelo?
—Te asustarías demasiado, Eddie —repitió, rascándose la frente a través del espeso y húmedo maquillaje—. Completamente solo allí, en el bosque oscuro, con tres Monstruos del Lodo paseándose a tu alrededor. Te derrumbarías.
—¡Eh...! —¡exclamé con irritación—. No tiene ninguna gracia, Kevin. Tú prometiste...
—No, no prometí nada —insistió Kevin. Un goterón de maquillaje se le desprendió del hombro y cayó con un sonoro chasquido al suelo.
—Vaya, vas a tener que limpiar eso —dijo, sonriendo maliciosamente.
—¡Te lo voy a hacer comer! —grité, furioso, cruzando los brazos sobre el pecho.
Él se limitó a reír.
De pronto, tuve una idea.
—Kevin, ¿querrás ayudarme en una cosa?
—Probablemente, no —respondió, sonriendo todavía—. ¿Qué es?
—¿Tienes alguna buena idea para asustar a alguien? —pregunté.
Me miró entornando los ojos. Luego se señaló la viscosa sustancia anaranjada y marrón que le cubría todo el cuerpo.
—¿No da bastante miedo esto?
—No. Quiero decir, alguna otra forma de asustar a alguien —respondí, preguntándome cómo explicárselo. Finalmente decidí no darle más rodeos y decírselo claramente—. Unos amigos y yo estamos intentado darle un buen susto a esa Courtney.
—¿Por qué? —preguntó Kevin, apoyando una embadurnada mano sobre mi cómoda.
—Ya sabes, sólo por divertirnos —respondí.
Asintió con la cabeza.
—Pero no hemos podido asustarla nada en absoluto —continué—. Todo lo que intentamos sale mal.—Me dejé caer sobre la cama.
—¿Qué habéis intentado hasta ahora? —preguntó Kevin.
—Oh, un par de cosas. Una serpiente y una tarántula —dije—. Pero no se asustó.
—Demasiado pequeñas —murmuró. Se apartó de la cómoda. Observé que había dejado una mancha oscura en el costado.
—¿Qué quieres decir con eso de «demasiado pequeñas»? —quise saber.
—Demasiado pequeñas —repitió—. Estáis intentado asustarla con cosas pequeñas. Tenéis que asustarla con algo grande. Ya sabes. Quizá con algo que sea tan grande como ella.
Reflexioné acerca de lo que decía. Parecía razonable.
—¿Qué quieres decir con «grande»? —pregunté—. ¿Te refieres a algo así como un elefante?
Frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—¿De dónde vas a sacar un elefante, Eddie? Me refiero a algo así como un perro grande. Ya sabes, un enorme perro gruñón.
—¿Un perro? —Me rasqué la cabeza.
—Sí. Digamos que esa Courtney está pasando por la calle o quizá dando una vuelta por el bosque y de pronto oye unos furiosos gruñidos y bufidos. Levanta la vista y ve un perro enorme, con la boca abierta y enseñando los colmillos, que se abalanza sobre ella. Eso la asustará. Seguro.
—No está mal —dije pensativamente— No está mal. Eres un genio, Kevin, De veras.
—Dímelo a mí —replicó. Salió de la habitación dejando tras de sí un reguero de fango.
Un perro enorme y gruñón, pensé. Me lo representé mentalmente. Me lo imaginé levantando la cabeza en dirección a la luna y aullando como un lobo.
Luego me imaginé a Courtney caminando inocentemente por una calle oscura. Oye un ruido. Un gruñido sordo. Se para. El miedo le dilata los ojos.
¿Qué es ese ruido?, se pregunta.
Y entonces lo ve. El perro más grande, perverso y furioso que jamás haya existido. Sus ojos despiden un fulgor rojo. El perro retrae los gruesos labios para mostrar una boca llena de afilados colmillos.
Con un gruñido estremecedor, da un salto. Se le tira directamente a la garganta.
Courtney grita pidiendo socorro. Luego, se vuelve y echa a correr desesperadamente, chillando y llorando como una niña aterrorizada.
«Aquí, chucho», llamo al animal.
El perro se para. Da media vuelta. Se dirige rápidamente hacia mí, meneando la cola. Courtney está todavía llorando, temblando convulsivamente, mientras el perro me lame suavemente la mano.
«No es más que un perro —le digo—. Los perros no te hacen ningún daño, ¡a menos que noten que tienes miedo!»
Salté de la cama, riendo a carcajadas.
Decididamente, vale la pena intentarlo, pensé, lleno de excitación. Decididamente, vale la pena.
Pero ¿a quién conozco yo que tenga un perro enorme y feroz?