Hat y yo nos asomamos por el borde de la galería para ver cómo caía la tarántula.

Ambos lanzamos un grito horrorizado cuando ésta fue a parar con un seco «plop» sobre el pelo de Molly.

—¡Has fallado, Hat! —exclamé.

Pero Molly estaba gritando con mucha más fuerza. Tenía la cara tan roja como un tomate y los ojos se le salían de las órbitas. Chillaba con toda la fuerza de sus pulmones y bailaba una extraña danza, saltando sin cesar, mientras batía el aire con las manos.

Varios chicos se acercaron con expresiones de sorpresa y sobresalto.

—¿Qué le pasa a Molly? —gritó alguien.

—¿Por qué hace eso?

—¿Qué le ha ocurrido?

Al mirar hacia abajo, me incliné tanto que casi me caigo como la tarántula.

La pobre Molly estaba ahora tirándose del pelo, sin dejar de chillar y saltar.

Lancé una exclamación de alivio cuando por fin consiguió arrancarse la tarántula de sus negros cabellos. La sostuvo unos momentos en la mano y, luego, todavía chillando, se la echó a Charlene.

A mi lado, en la galería, Hat se estaba riendo. Pero yo me sentía demasiado conmocionado para encontrarlo divertido.

¿Cómo había podido Hat fallar en una cosa tan fácil?

Charlene lanzó un grito que hizo estremecerse las vigas del gimnasio. Se pasó la tarántula de una mano a otra.

Luego, la dejó caer al suelo, a sus pies, y a continuación dio un salto hacia atrás sin dejar de gritar, apretándose las mejillas con las dos manos.

Todos los que estaban en el gimnasio se habían apiñado a su alrededor. Algunos parecían confusos. Otros reían. Un par de chicas trataban de calmar a Molly, que tenía los pelos de punta.

—Oh, Dios. Oh, Dios —repetía sin cesar, mientras sacudía la cabeza—. Oh, Dios.

Agarrándome con las dos manos al borde de la galería, vi a Courtney inclinarse y recoger con suavidad la tarántula del suelo. Se la puso en la palma de la mano y pareció murmurarle palabras tranquilizadoras.

Los chicos habían formado un círculo en torno a Courtney. Permanecieron en silencio, mirando, mientras ella mantenía la tarántula junto a su cara.

—Es sólo una tarántula —dijo, acariciándole con un dedo el peludo lomo—. Las tarántulas no suelen picar. Y, si lo hacen, no duele mucho.

Los chicos empezaron a comentar de nuevo en susurros lo valiente que era Courtney. Vi a Molly y Charlene consolándose mutuamente en la parte exterior del círculo. Charlene le estaba acariciando el pelo a Molly, cuyo cuerpo todavía se estremecía.

—¿De dónde ha salido esta tarántula? —estaba preguntando Courtney. 

Vi que Molly, nos miraba con expresión furiosa. Levantó el puño y lo agitó hacia nosotros.

Me agaché para ocultarme tras la pared de la galería.

—El plan no ha salido demasiado bien —murmuró Hat.

Es todo un maestro en el arte de decir las cosas suavemente.

No nos dábamos cuenta de que el desastre no había terminado.

—Vámonos de aquí —susurré.

Demasiado tarde. Al levantar la vista, nos encontramos con que el señor Russo nos estaba mirando con expresión furiosa.

—¿Qué hacéis aquí arriba? —preguntó con tono receloso.

Me volví hacia Hat. Él me devolvió inexpresivamente la mirada.

A ninguno de los dos se nos ocurrió ninguna buena respuesta.

—Vamos abajo —dijo suavemente el señor Russo, mientras sostenía la puerta abierta para que pasáramos—. Tendremos una larga conversación.

Podría haber sido peor, pensé.

Hat y yo tuvimos que quedarnos después de clase a limpiar el laboratorio de Ciencias todas las tardes durante las dos semanas siguientes. También tuvimos que escribir una redacción de dos mil palabras acerca de por qué está mal robar seres vivos y dejarlos caer sobre la cabeza de la gente.

También es cierto que Molly y Charlene no nos hablaban a Hat ni a mí.

Pero podría haber sido peor. Quiero decir que, ¿y si Hat y yo estuviéramos todavía encerrados en el armario del material? Eso sería peor, ¿no?

Al atardecer, yo estaba sentado en la cama, pensando sombríamente en la clase de gimnasia y en cómo se había ido al garete nuestro plan.

Todo es culpa de Courtney, me dije, estirando distraídamente de un pequeño desgarrón que había en la colcha.

Courtney se había movido en el último momento.

Tenía que haberse movido. Hat no podía tener tan mala puntería.

Lancé un amargo suspiro mientras veía mentalmente de nuevo a Courtney recogiendo tranquilamente la tarántula del suelo y acariciándola. «Es sólo una tarántula —había dicho Courtney. Tan presuntuosa. Tan superior—. Es sólo una tarántula. No suelen picar.»

¿Por qué no le picó en la mano?

Eso le habría borrado de la cara su satisfecha expresión.

¿Por qué tenía que ser siempre tan absolutamente valiente?

Courtney se merece que le den un susto de muerte, pensé con tristeza. Estiré del pequeño desgarrón de la colcha, convirtiéndolo en un desgarrón grande.

La verdad es que lo está pidiendo a voces; está pidiendo que la asusten hasta dejarla sin habla.

Pero ¿cómo, cómo, cómo?

Sentado en el borde de la cama, tenía la cabeza baja y los hombros encorvados. Me incliné distraídamente hacia delante y agarré la colcha.

Me parecía ver de nuevo a Hat dejando caer la tarántula. La volvía a ver aterrizar en la cabeza de Molly.

¡No! ¡No! ¡No!

De nuevo, Molly volvía a empezar su frenética y furiosa danza.

La desdichada imagen se borró de mi mente cuando de repente me di cuenta de que no estaba solo. Levanté los ojos hacia la puerta y contuve una exclamación.

Un monstruo alto y delgado, de cuyo rostro caían goterones de sangre oscura que llegaban hasta el suelo, avanzaba tambaleándose hacia mí.