Los alfilerazos continuaban subiéndome por la pierna. Notaba el calor de la tarántula, el roce de su peludo cuerpo contra mi piel.

—Me... me va a pi... picar —tartamudeé—. Sé que lo va a hacer.

—No te muevas —me aconsejó Hat, que por su tono de voz parecía más asustado que yo—. No te muevas en absoluto.

Las patas del animal se hundían en mi piel como afiladas agujas.

—¡Tengo que salir de aquí! —grité. Sin pensármelo dos veces, bajé el hombro y cargué todo mi peso contra la puerta del armario.

Con un sonoro «pop», la puerta se abrió.

Un sobresaltado grito escapó de mis labios y salí proyectado por la fuerza de mi propio impulso. Caí de costado en el suelo y el vacío recipiente de plástico rodó por la estancia.

Respirando con fuerza, me puse en pie con toda rapidez y empecé a sacudir furiosamente la pierna.

La tarántula cayó al suelo y al instante comenzó a correr sobre el linóleo.

—¡Cógela! ¡Cógela! —grité.

Hat salió del armario y se lanzó tras la tarántula.

Yo cogí el recipiente de plástico y corrí junto a él. Hat levantó la tarántula en el aire. El animal agitaba y retorcía sus peludas patas, pero Hat no lo soltaba.

Tiró el horrible bicho dentro del recipiente.

—Esta vez cierra bien la tapa —advirtió.

—No te preocupes —dije. Me temblaban las manos. Pero encajé firmemente la tapa y comprobé y volví a comprobar el cierre tres veces.

Poco después, Hat y yo bajábamos por la escalera para depositar la tarántula en mi taquilla. Todavía notaba en la pierna sus pinchazos, aunque sabía que no me había picado.

—¡Uf! ¡Menudo susto! —exclamó Hat.

—Eso significa que el resto del plan saldrá perfectamente —le aseguré.

Poco antes de las nueve de la mañana del día siguiente, Hat y yo estábamos escondidos de nuevo, esta vez en la estrecha galería que da sobre el gimnasio.

Mientras todos los compañeros de clase se ponían los pantalones cortos, la camiseta y las zapatillas de gimnasia, Hat y yo nos escabullimos del vestuario de los chicos. Hat llevaba el recipiente de la tarántula debajo de la camiseta y subimos corriendo a la galería.

Los cuatro nos habíamos estado llamando durante casi toda la noche para ultimar todos los detalles del plan. Realmente, era un plan muy sencillo.

Todo lo que Molly y Charlene tenían que hacer era llevar a Courtney debajo de la galería. Entonces, Hat le dejaría caer la tarántula en el pelo y todos la veríamos chillar, retorcerse y hacer el ridículo.

Sencillo.

—¿Y si Courtney no se altera? —me había preguntado Molly por teléfono—. ¿Y si se quita el bicho del pelo y pregunta tranquilamente si alguien ha perdido una tarántula?

—Eso es imposible —había replicado yo—. ¡Courtney es tranquila, pero no tanto! Por fuerza tiene que gritar y ponerse como una loca con una tarántula en el pelo. Si no, es que no es humana, sino una estatua o algo así.

—¿Listo, Hat? —pregunté, atisbando por el borde de la galería.

Asintió solemnemente, con los ojos fijos en las redes de balonvolea que había abajo.

En cuanto él levantó con cuidado la tapa del recipiente, la tarántula alzó dos patas como si quisiera alcanzarlo.

Oí voces abajo. Varias chicas habían salido de su vestuario.

Una de ellas cogió un balón y trató de encestar. El balón dio en el aro y rebotó.

—Agáchate. Pueden verte —susurró Hat.

Bajé la cabeza. Hacía calor en la galería, más que en la pista del gimnasio, y empecé a sudar.

Estábamos los dos de rodillas. Hat sostenía ante sí, con las dos manos, el recipiente de la tarántula.

Oí más voces abajo. Habían salido varios chicos que corrían por la pista haciendo botar un balón y pasándoselo unos a otros.

—¿Ves a Courtney? —susurró Hat.

Me incorporé ligeramente y miré hacia abajo.

—¡Sí!

Molly y Charlene mantenían a Courtney entre ellas. Las dos hablaban con gran excitación al mismo tiempo. Yo no podía oír lo que decían.

Courtney sacudía la cabeza. Le vi reír y luego menear de nuevo la cabeza. Vestía una amplia camiseta de color púrpura y pantalones cortos blancos sobre leotardos también púrpura. Llevaba los rubios cabellos recogidos en una cola de caballo sobre la nuca.

Un blanco perfecto, pensé con júbilo. Dirigí una sonrisa a Hat. Presentía que todo iba a salir bien.

Miré más allá de las redes de balonvolea y vi que el señor Russo, el profesor de gimnasia, estaba hablando en la puerta con otro profesor.

Estupendo, pensé. No queremos que el señor Russo toque el silbato y el partido de balonvolea dé comienzo antes de que nosotros nos hayamos encargado de Courtney.

Entretanto, Molly y Charlene continuaban una a cada lado de Courtney y seguían charlando con animación.

Mientras hablaban, fueron retrocediendo cada vez más hasta quedar casi en la posición adecuada.

—Unos pasos más y Courtney estará debajo de la galería —le susurré a Hat—. Ya está, Hat. Lo vamos a conseguir.

Estaba tan excitado que me sentía como si fuese a estallar. Las gotas de sudor me corrían por la frente y se me metían en los ojos. Me las sequé con la manga de la camiseta y miré hacia abajo.

¡Sí!

Molly y Charlene lo habían logrado. Habían llevado a Courtney al pie de la galería. Las tres estaban justo debajo de nosotros.

¡Perfecto!

—¡Hazlo, Hat! —susurré.

Hat no titubeó ni un instante. Aquello era demasiado perfecto. ¡Demasiado perfecto!

Con los ojos fijos en las tres chicas situadas directamente debajo, metió la mano en el recipiente y sacó la peluda tarántula.

Luego, se incorporó un poco más sobre el borde de la galería, sostuvo la tarántula sobre el vacío, apuntó cuidadosamente y la dejó caer.