Un débil gruñido se escapó de mis labios. La brillante luz del sol se volvió de pronto deslumbradoramente blanca. Sentí que el suelo oscilaba bajo mis pies.
Noté que el pánico me aplastaba. De pronto, tuve la impresión de que mi cuerpo pesaba una tonelada.
Oía al señor Dollinger hablando con otro profesor justo al lado de la puerta del laboratorio de Ciencias. Dentro de unos segundos, entraría y...
—¡Rápido, debajo de la mesa! —susurró Hat, con los ojos desorbitados por efecto del miedo.
Empecé a seguirle bajo la mesa. Pero me di cuenta de que aquél no era un buen escondite. El señor Dollinger nos vería en cuanto se acercara a su mesa.
—¡No, ahí no! —exclamé con voz ronca—. Ahí no...
Paseé la vista por la estancia. ¿Dónde podríamos escondernos? ¿Dónde?
—¡El armario del material! —exclamé. Agarré a Hat del brazo y lo llevé conmigo.
El alto armario metálico era lo bastante ancho para cobijarnos a los dos.
¿Nos daría tiempo?
Entramos apresuradamente, empujándonos el uno al otro.
Tiré de la puerta desde dentro. Se cerró con un chasquido en el instante mismo en que el señor Dollinger entraba en el laboratorio.
Hat y yo temblábamos en la oscuridad del armario mientras oíamos los pasos que se acercaban. Mis dedos sujetaban con fuerza el recipiente de plástico que contenía la tarántula.
El señor Dollinger tarareaba algo por lo bajo. Le oí pararse delante del armario.
El corazón me golpeaba en el pecho con tanta fuerza que temí que el profesor lo oyera a través de la puerta.
Desplacé mi peso de un pie a otro y tropecé con Hat. No quedaba libre ni un centímetro de espacio. Oía la agitada respiración de Hat. Me di cuenta de que estaba tan asustado como yo.
¿Y si el señor Dollinger decidía abrir la puerta del armario?
Por favor, por favor, apaga las luces y vete a casa, rogué en silencio.
Le oí revolver papeles en su mesa, abrir y cerrar el cajón y cerrarse un libro de golpe. Más pisadas. Agua corriendo en una de las pilas.
Cerró el grifo. Continuaba canturreando por lo bajo. Más pisadas. El chasquido del interruptor de la luz.
Luego, silencio.
Pugné por oír por encima de los latidos de mi corazón. Silencio. No había más canturreos. No había más pisadas.
Hat y yo permanecimos inmóviles en la oscuridad, aguzando el oído.
—Se... se ha ido —tartamudeé finalmente—. Se ha marchado, Hat.
—¡Uf! —Hat lanzó un sonoro suspiro.
—¡Vámonos de aquí! —exclamé. Extendí el brazo para accionar el pestillo.
Tanteé con la mano en la oscuridad, recorriendo la superficie metálica. Localicé una fina barra de metal y tiré de ella. No se movió.
—¡Eh! —exclamé. Moví la mano lentamente a lo largo de la puerta tratando de encontrar un cerrojo o algo parecido.
—Deprisa. Abre la puerta del armario —me apremió Hat—. Está empezando a hacer calor aquí dentro.
—Ya lo sé —repliqué con voz tensa—. Es que... no puedo encontrar nada.
—Déjame probar a mí —dijo Hat con impaciencia. Me apartó la mano y empezó a tantear en la barra metálica.
—Tiene que haber un pestillo o algo —dije yo con voz aguda.
—Muy listo —gruñó Hat. Empezó a golpear la puerta con la palma de la mano.
Le agarré del brazo.
—Quieto. No la vas a abrir con eso. Y te acabará oyendo alguien.
—Prueba tú otra vez —ordenó. Su voz sonó realmente débil y asustada.
Tragué saliva. Noté de pronto un grueso nudo en la garganta. Sentía como si el corazón se me hubiera subido hasta el cuello.
Manoseé frenéticamente todo lo que encontré. Pero no podía hallar nada que abriese la puerta.
—Me rindo. Estamos... estamos encerrados, Hat— balbucí.
—No lo creo —murmuró.
El recipiente empezó a escurrírseme de la mano. Lo agarré con las dos manos... e hice un sorprendente descubrimiento.
La tapa se había abierto.
—Oh, no —murmuré.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Hat.
Haciendo una profunda inspiración, sacudí el recipiente.
Estaba vacío. No había ninguna tarántula.
Intenté decirle a Hat que la tarántula se había escapado, pero la voz se me estranguló en la garganta. Emití un sofocado sonido.
Entonces sentí un cosquilleo en la pierna, justo encima del calcetín.
Luego, una especie de pinchazo, como de un alfiler, un poco más arriba.
—Hat..., la tarántula... —logré musitar con voz ronca—. Me... me está subiendo por la pierna.