Todos lanzamos un grito.
La rama se sacudía de arriba abajo. El gato se aferraba a ella con las patas delanteras, mientras las traseras se agitaban violentamente en el aire.
—¡Oh no, oh no, oh no! —repetía la señora Rudolph, tapándose los ojos con una mano.
El gato maullaba aterrorizado.
De alguna manera, consiguió encaramarse de nuevo a la temblorosa rama. Luego rompió a chillar de nuevo con despavoridos maullidos que parecían humanos.
La señora Rudolph bajó la mano con que se tapaba los ojos y me miró con expresión de disgusto.
—Supongo que será mejor que llame a los bomberos —dijo.
Yo sabía que debía abrazarme al tronco del árbol e impulsarme hacia arriba. Pero la verdad es que me dan miedo las alturas. Simplemente, no soy un buen trepador.
Con un suspiro de exasperación, la señora Rudolph se volvió y empezó a correr en dirección a su casa. Se detuvo al oír una voz de niña exclamar:
—Eh, ¿cuál es el problema?
Courtney subió a la acera montada en su reluciente bicicleta de carreras roja. Saltó a tierra y dejó que la bici cayera al suelo. Llevaba un mono blanco sobre una camiseta de color amarillo brillante.
—¿Qué pasa? —preguntó, echando a correr hacia nosotros.
—Mi gato... —dijo la señora Rudolph, señalando al árbol.
El gato lanzó un maullido de pánico.
Courtney levantó la vista hacia la oscilante rama.
—Yo lo bajaré —dijo. Se abrazó al tronco del árbol y empezó a trepar.
El gato maulló y otra vez estuvo a punto de caerse.
Courtney trepaba rápidamente, sin dificultad, enroscando las piernas en torno al tronco e impulsándose con las dos manos.
Instantes después, llegó a la rama, cogió al gato por el estómago con una mano y se lo arrimó al cuerpo. Luego, descendió con destreza hasta el suelo.
—Aquí tiene al pobre gatito —dijo Courtney, acariciando con suavidad la piel del animal. Se lo entregó a la señora Rudolph. El mono blanco y la camiseta amarilla de Courtney estaban manchados y cubiertos de trocitos de corteza. En los rubios cabellos tenía pedacitos de hojas.
—Oh, gracias —exclamó efusivamente la señora Rudolph, arrullando al gato, que continuaba maullando—. Muchas gracias, querida. Eres maravillosa.
Courtney se sacudió del mono parte de la suciedad que se le había adherido.
—Me gusta trepar a los árboles —dijo a la señora Rudolph—. Es realmente divertido.
Mi vecina volvió la vista hacia mí y su sonrisa se desvaneció al instante.
—Menos mal que hay alguien valiente en esta vecindad —dijo, con una mueca de desagrado. Le dio de nuevo las gracias a Courtney y, luego, se volvió y llevó el gato a la casa.
Yo me sentía abochornado. Quería que me tragara la tierra. Quería desaparecer y que nadie me volviese a ver jamás.
Pero allí estaba, de pie, con las manos en los bolsillos de mis pantalones vaqueros.
Y allí estaba Courtney, sonriéndome. Regodeándose. Recreándose en la situación con aquella afectada expresión en su cara.
Hat, Molly y Charlene permanecían en silencio. Cuando los miré, apartaron la vista. Sabía que se sentían turbados por mi situación y furiosos porque Courtney nos había hecho quedar mal a todos otra vez.
Courtney recogió su bicicleta y empezó a alejarse. Pasó la pierna por encima de la barra y se sentó en el sillín. Luego, de pronto, se volvió hacia mí.
—Oye, Eddie, ¿fuiste tú quien puso aquella estúpida serpiente en mi almuerzo?
—¡Claro que no! —exclamé. Di una patada a la hierba.
Ella continuó mirándome, escrutando mi cara con sus ojos azules.
Sabía que me estaba poniendo colorado. Me ardían las mejillas. Pero no había nada que yo pudiera hacer al respecto.
—Pensé que quizás hubieras sido tú —dijo Courtney, echándose el pelo por detrás de los hombros—. Pensé que quizás intentabas vengarte. Ya sabes. Por lo de la serpiente verde.
—Qué va—murmuré—. En absoluto, Courtney.
Mis tres amigos se revolvieron, inquietos. Hat empezó a tararear una canción.
Finalmente, Courtney puso los pies en los pedales y se alejó calle abajo.
—Tenemos que encontrar una manera de asustarla —mascullé con los dientes apretados cuando se hubo perdido de vista—, ¡Tenemos que hacerlo!
—¿ Qué tal si le echamos una tarántula viva por la espalda? —sugirió Hat.