Mis amigos y yo corrimos a coger nuestros almuerzos. No queríamos que nadie se preguntara por qué nos quedábamos allí mirando a Courtney.

Nos sentamos a nuestra mesa habitual. Yo mantenía los ojos fijos en Courtney. ¡Estaba tan nervioso e impaciente que creía que iba a estallar!

Courtney empezó a abrir su bolsa del almuerzo.

En ese preciso instante, el señor Melvin, en la parte de atrás, exclamó:

—Oh no. Olvidé traer el almuerzo.

—Eso no es problema —respondió Courtney.

El señor Melvin se acercó a su mesa. Se inclinó y empezó a hablar con ella. Yo no podía oír lo que decían. Siempre hay mucho ruido en la clase a la hora del almuerzo con todo el mundo hablando y riendo, haciendo crujir sus bolsas y desenvolviendo sus bocadillos.

Hat, Molly, Charlene y yo éramos los únicos que permanecíamos en silencio. Nos quedamos mirando cómo continuaban hablando Courtney y el señor Melvin.

—¿De qué hablan? —me preguntó Hat en un susurro—. ¿Por qué no le deja abrir la bolsa?

Me encogí de hombros, sin apartar los ojos de Courtney. Su cara tenía una expresión pensativa. Luego, le sonrió.

Y entonces le dio su bolsa.

—No, no se preocupe —le dijo Courtney al señor Melvin—. Puede compartir mi almuerzo. Ya sabe que mi madre siempre me pone demasiado.

—Oh, no —susurré. Me sentí súbitamente abrumado.

—¿Le avisamos? —me preguntó Hat.

Era demasiado tarde.

Todavía en pie junto a la mesa de Courtney, el señor Melvin abrió la bolsa y metió la mano dentro. Entornó los ojos con aire desconcertado.

Luego, lanzó un agudo grito de sorpresa al sacar la enorme serpiente negra.

La bolsa del almuerzo cayó al suelo. La serpiente de goma onduló brevemente en su mano.

Molly tenía razón. Parecía de verdad.

El señor Melvin lanzó otro grito y la serpiente cayó al suelo.

La clase se llenó de chillidos y gritos sobresaltados.

Courtney saltó de su asiento. Empujó suavemente al señor Melvin para quitarlo de en medio, y luego empezó a pisotear a la serpiente, con feroces y violentos pisotones.

Heroicos pisotones.

Instantes después, levantó la serpiente con la mano y dirigió una triunfal sonrisa al señor Melvin. La serpiente estaba partida en dos pedazos. Le había cortado la cabeza.

—¡Mi hermano me mata! —gimió Molly.

—Bueno, por lo menos le hemos dado un susto al señor Melvin —dijo Charlene a la salida de la escuela. Ella siempre procura ver las cosas por el lado bueno.

—No puedo creer que se pasara el resto de la tarde intentando averiguar quién metió la serpiente en la bolsa —exclamó Hat.

—Courtney no hacía más que mirarnos —dije yo—. ¿Creéis que sospecha de nosotros?

—Probablemente —respondió Hat—. Me alegra haber salido de ahí.

—El señor Melvin tiene un chillido la mar de gracioso —observó Charlene.

Molly guardaba silencio. Supuse que estaba pensando en lo que le haría su hermano cuando descubriese que su serpiente de goma había desaparecido.

Caminábamos en dirección a mi casa. Habíamos acordado celebrar una reunión y tratar de encontrar un plan mejor para darle un susto a Courtney.

Hacía un día cálido y espléndido. Había estado lloviendo toda la semana. Era la temporada de lluvias en el sur de California. Pero aquel día el sol brillaba radiante en un cielo totalmente despejado.

Íbamos pensando en cómo habíamos estado a punto de que nos cogieran y en cómo habíamos fracasado en nuestro intento de darle un buen susto a Courtney.

Habíamos fracasado. Así que Courtney quedaba de nuevo como una heroína.

—Lo de la serpiente de goma no fue una buena idea —murmuró Hat mientras cruzábamos la calle para entrar en mi casa.

—Dínoslo a nosotros —gruñó Molly, poniendo los ojos en blanco.

—Courtney nunca picará con algo de pega —continuó Hat—. Para asustar a Courtney necesitamos algo de verdad. Algo vivo.

—¿Cómo? ¿Algo vivo? —pregunté.

Cuando Hat iba a contestarme, una voz de mujer le interrumpió.

Me volví y vi a la señora Rudolph, una de nuestras vecinas, que se nos acercaba corriendo. Tenía los rubios cabellos desordenados y una preocupada expresión en el rostro.

—¡Eddie, por favor, tienes que ayudarme! —exclamó.