—Mi hermano tiene una serpiente de goma de lo más repugnante —susurró Molly. Su excitada sonrisa se ensanchó aún más.

Nos apiñamos los cuatro en el borde del asiento. Cada vez que el autobús daba un bote estábamos en un tris de caer al suelo.

—Courtney no tiene miedo a las serpientes —la interrumpió Hat—. Le gusta acariciarlas. ¿Recuerdas?

—Aquélla era una estúpida serpiente verde —susurró Molly—. La serpiente de goma de mi hermano es grande y negra. Tiene la boca abierta y unos colmillos enormes, blancos y afilados. Su cara tiene una expresión feroz y...

—¿Parece real o se ve que es de mentira? —pregunté yo.

El autobús cogió un pronunciado bache y todos saltamos casi medio metro en el aire.

—Parece real —respondió Molly, cuyos ojos le chispeaban tras los cristales de las gafas—, es cálida al tacto y como pegajosa.

—¡Uf! —exclamó Charlene, haciendo una mueca.

—A mí me ha asustado con ella docenas de veces —confesó Molly—. Tiene un aspecto tan real y repugnante que siempre me engaña. Una vez que metí la mano bajo la almohada en plena noche y la encontré allí, estuve gritando por lo menos una hora. Nadie podía conseguir que me callara.

—¡Estupendo! —declaró Hat.

Yo tenía todavía mis dudas.

—¿De veras crees que hará gritar a Courtney?

Molly asintió con la cabeza.

—Se pondrá histérica. Completamente histérica. ¡Esa serpiente de goma es lo bastante horrible como para asustar a una serpiente de verdad!

Soltamos una sonora carcajada. Algunos de los que iban delante se volvieron para ver qué era tan gracioso. Vi a Courtney y Denise en el primer asiento, escribiendo en sus cuadernos. Probablemente, estaban pasando a limpio las anotaciones de sus hojas de trabajo. Tenían que ser estudiantes perfectas en todos los sentidos.

—Estoy impaciente por darle un buen susto a Courtney —dije mientras el autobús se detenía ante la escuela—. ¿Seguro que puedes cogerle esa serpiente a tu hermano, Molly?

Molly me dirigió una sonrisa.

—Sé en qué cajón la guarda. La tomaré prestada.

—Pero ¿qué haremos con ella? —le preguntó Charlene—. ¿Cómo vamos a asustar a Courtney con ella? ¿Dónde la esconderemos?

—En su bolsa del almuerzo, naturalmente —le respondió Molly.

Los cuatro bajamos del autobús sonriendo de satisfacción.

Siempre dejábamos las bolsas del almuerzo en una estantería baja que había al fondo del aula. Almorzamos en clase porque la escuela es tan pequeña que nunca pusieron un cafetería. Además, el almuerzo de Courtney resultaba fácil de localizar: era el más grande del estante.

Su madre siempre le ponía dos bocadillos y dos latas de zumo, además de una bolsa de patatas fritas, una manzana, un poco de queso y generalmente uno o dos bollos rellenos de frutas.

No sé por qué le ponía su madre tanta comida. Era imposible que Courtney pudiera comérselo todo. A la hora del almuerzo se convertía en toda una heroína porque compartía gran parte de lo suyo con otros chicos menos afortunados.

A la mañana siguiente, llegué a la escuela un poco tarde. Las bolsas del almuerzo estaban ya esparcidas por el estante. Vi en un extremo la abultada bolsa de papel marrón de Courtney.

La observé mientras dejaba la mía en el otro extremo. ¿Habría tenido éxito Molly en su misión? ¿Habría podido meter la serpiente de goma en la bolsa?

Me era imposible saberlo con sólo mirar la bolsa. Pero bastaba observar a Molly para disipar mis dudas. Tenía la cara roja de excitación y no dejaba de lanzarme nerviosas miradas.

Sí.

Molly lo había logrado.

Ahora sólo teníamos que sobrevivir las tres horas y media que faltaban hasta el almuerzo.

¿Cómo iba yo a poder concentrarme en nada? Me revolvía constantemente en el asiento y giraba la cabeza para mirar la abultada bolsa de Courtney.

No hacía más que imaginar lo que sucedería. Una y otra vez, me representaba mentalmente la maravillosa escena. Veía a Courtney sentada a la mesa enfrente de Denise, como siempre. La veía cotorrear. La veía meter la mano en la bolsa de papel marrón...

Veía la horrorizada expresión de la cara de Courtney. Imaginaba su chillido. Imaginaba a la serpiente asomando de la bolsa, enseñando los colmillos y con los ojos relucientes como brasas.

Me representaba a Courtney lanzando chillidos de terror y a todos los demás riéndose y burlándose de ella. Me imaginaba a mí mismo acercándome con aire indolente y cogiendo la serpiente con la mano. «Pero si es de goma, Courtney —diría yo, sosteniéndola en alto para que la viese todo el mundo—. No deberías tenerles miedo a las serpientes de goma. Son inofensivas. ¡Completamente inofensivas!»

¡Qué victoria!

Hat, Molly, Charlene y yo nos pasamos toda la mañana cruzándonos sonrisitas y lanzando secretas miradas de un lado a otro. Creo que no oí una sola palabra de lo que decía el señor Melvin.

No sabría decir qué palabras estaban escritas en la pizarra, ni qué ejercicios de matemáticas había en mi hoja de repaso. Para mí no era más que una mancha borrosa de números y extraños signos.

Mis tres amigos y yo nos pasamos la mayor parte de la mañana dirigiendo ansiosas miradas al reloj. Finalmente, llegó la hora del almuerzo.

Los cuatro nos quedamos rezagados. Esperamos en nuestras mesas y contemplamos cómo Courtney y Denise se dirigían juntas a la parte de atrás de la clase para coger sus bolsas.

Vimos a Courtney agacharse delante de la estantería. Primero le entregó a Denise su bolsa. Luego, tomó la suya.

Se encaminaron las dos hacia la mesa en que siempre se sentaban. Retiraron las sillas y tomaron asiento una frente a otra.

Ya está, pensé, conteniendo el aliento.

Ha llegado el gran momento.