Grité y di un paso atrás.
Oí un coro de entrecortadas exclamaciones a mi alrededor.
Uno de los abejorros me dio en el hombro y cayó sobre la hierba.
El otro aleteó en dirección a la pechera de la camisa de Hat y se posó en ella.
—¡Largo! ¡Vete de aquí! —gritó Hat, sacudiéndose la camisa con las dos manos e iniciando una frenética y aterrorizada danza.
Algunos chicos chillaban. Pero la mayoría reía con estrepitosas carcajadas.
Yo tenía la vista fija en el abejorro que había caído sobre la hierba.
Éste, alzó el vuelo zumbando ruidosamente y se me tiró a la cara.
Solté un grito y caí de rodillas, agitando las manos sobre la cabeza.
—Creo que ya es hora de volver a la escuela —oí decir al señor Melvin por encima de las carcajadas de los demás chicos.
Courtney me dirigió una afectada sonrisa cuando pasé junto a ella por el pasillo del autobús. Mantuve la vista fija al frente y pasé rápidamente de largo, sin hacerle caso.
A medida que avanzaba por el pasillo, varios chicos imitaban el zumbido de las abejas, otros silbaban como serpientes. A todo el mundo le regocijaba que Hat y yo nos hubiésemos portado como unos gallinas.
Suspiré y me dejé caer en el último asiento. Hat se desplomó a mi lado y se echó la gorra sobre los ojos.
El asiento se extendía de lado a lado en toda la anchura del autobús. Molly y Charlene se reunieron con nosotros. Ésta mascaba furiosamente su chicle. Molly trataba de despegarse el suyo de las abrazaderas de su aparato corrector.
Ninguno de nosotros dijo nada hasta que el autobús arrancó.
Luego empezamos a gruñir en voz baja acerca de Courtney y de lo presuntuosa que era.
—Se cree que es el no va más en todo —murmuró Hat con desdén.
—Se comporta como si no le tuviera miedo a nada —añadió Charlene—. Como si fuese Superwoman o algo así.
—Echarle esos abejorros a Eddie ha sido una broma asquerosa —añadió Molly, forcejeando todavía por despegarse el chicle.
—Sabe lo gallina que es Eddie —terció Hat—. Sabía que se pondría a gritar como un idiota.
—¡Oye, que tú también te asustaste! —exclamé, no queriendo parecer tan crío.
—¡Pero si estoy de tu parte, hombre! —insistió Hat, dándome un amistoso codazo.
Le respondí con otro codazo. Estaba realmente furioso. Sobre todo conmigo mismo, supongo.
—Tiene que haber algo que a Courtney le dé miedo—dijo Charlene en tono pensativo.
El autobús se detuvo ante un semáforo. Miré por la ventanilla y vi que estábamos junto al bosque que llegaba hasta el río Lodoso.
—Puede que les tenga miedo a los Monstruos del Lodo—sugerí.
Mis tres amigos se echaron a reír amargamente.
—Qué va —replicó Charlene—. Ya nadie cree realmente en los Monstruos del Lodo. Eso es un viejo y estúpido cuento chino. Es imposible que pueda asustarle a Courtney.
Existe en nuestra ciudad la leyenda de que los Monstruos del Lodo viven bajo las fangosas orillas del río. A veces, cuando hay luna llena, los Monstruos del Lodo se levantan del lecho del río, chorreando lodo, y buscan víctimas que sepultar con ellos en el fango.
Es un buen relato. Yo me lo creía cuando era pequeño. Mi hermano, Kevin, siempre me llevaba a aquel lugar del bosque. Me hablaba de los Monstruos del Lodo y, luego, se echaba a temblar y señalaba con el dedo y decía que los veía. Yo intentaba no asustarme, pero no podía evitarlo. ¡Siempre acababa gritando y echando a correr!
—¿Todavía está tu hermano haciendo esa película sobre los Monstruos del Lodo? —preguntó Hat.
Asentí con la cabeza.
—Sí. Tendrías que ver los trajes tan horribles que han confeccionado. Son realmente espantosos.
Kevin y varios amigos suyos estaban grabando un vídeo doméstico para una de sus clases de escuela superior. Era una película de terror titulada Los Monstruos de Lodo de Río Lodoso.
Yo le rogué que me dejara intervenir en ella. Pero él replicó que no podía correr riesgos.
—¿Y si los verdaderos Monstruos del Lodo se levantan y empiezan a perseguirte? —preguntó con una sonrisa.
Traté de explicarle que ya era lo bastante mayor como para no asustarme más con ese cuento. Pero Kevin no me permitió participar en el vídeo.
El autobús reanudó su marcha con una sacudida. Miré hacia delante y vi que Courtney y Denise estaban con la cabeza vuelta hacia nosotros, mirándome y riéndose.
Me volví hacia mis amigos.
—Tenemos que encontrar una manera de asustar a Courtney —dije acaloradamente—. ¡Tenemos que hacerlo!
—Eddie tiene razón —convino Hat—. Tenemos que encontrar la forma de asustar a Courtney y ponerla en ridículo delante de todos los chicos. Si no, nunca permitirá que nos olvidemos de lo sucedido hoy.
—Pero es tan valiente, tan atrevida... —dijo Charlene, sacudiendo la cabeza—. ¿Qué podríamos hacer para asustarla?
Emitimos un apagado suspiro, al tiempo que meneábamos la cabeza, pensando intensamente.
Entonces vi que Molly mostraba una maligna sonrisa que se extendía por su cara. Se subió las gafas. Tras los cristales, sus ojos pardos centelleaban de excitación.
—Creo que tengo una idea —susurró.