¿Qué le había ocurrido? ¿Se había desmayado o algo así? ¿Le había mordido algún animal del bosque?
Eché a correr por la hierba y me abrí paso a través del círculo de chicos.
Allí estaba Courtney, de pie en el centro del círculo, con una excitada sonrisa en el rostro.
Me equivocaba. A Courtney no le había sucedido nada terrible.
Estaba presumiendo otra vez.
Tenía levantada la mano y enseñaba a todo el mundo la palma abierta. Sobre ella se movían dos enormes abejorros.
Contuve el aliento y me quedé mirando junto a los otros.
Al mirarme, la sonrisa de Courtney se hizo más amplia.
Uno de los abejorros había cruzado la muñeca y le bajaba por el brazo. El otro permanecía en el centro de la palma de su mano.
El señor Melvin y la señora Prince se hallaban también en el círculo, enfrente de Courtney, y sus rostros mostraban admiración. El señor Melvin sonreía. La señora Prince tenía los brazos cruzados rígidamente ante sí. Parecía un poco más preocupada que el señor Melvin.
—Los abejorros no pican si no se les provoca —dijo suavemente Courtney.
—¿Qué se siente? —preguntó un chico.
—Como una especie de cosquillas —respondió Courtney.
Algunos se tapaban los ojos. Otros gemían o se estremecían.
—¡Deshazte de ellos! —le apremió alguien.
El abejorro remontó el brazo de Courtney en dirección a la manga de su camiseta. Me pregunté qué haría si se le metía dentro.
¿Sería presa del pánico?
¿Se pondría histérica, gritando y sacudiendo los brazos para librarse del insecto?
No. De ninguna manera, Courtney, no.
La fría y serena Courtney nunca se dejaba dominar por el pánico.
El otro abejorro caminaba lentamente por su mano.
—Hace cosquillas. Ya lo creo que sí —Courtney soltó una risita. Sus rubios cabellos brillaban a la luz del sol. Sus azules ojos centelleaban de excitación.
¡Vamos, abejita, pícale! ¡PÍCALE!, urgí en silencio.
Me pregunté si alguien más tendría el mismo secreto deseo.
Era un pensamiento ruin, lo reconozco. Pero Courtney lo estaba pidiendo a voces.
¡Vamos, sólo una picadura!, rogué, concentrándome con todas mis fuerzas.
El abejorro que subía por el brazo se dio la vuelta al llegar a la manga de la camiseta y regresó hacia el codo de Courtney.
—Realmente, los abejorros son muy pacíficos —dijo tranquilamente Courtney.
Los dos abejorros estaban ahora en la palma de su mano.
Courtney me sonrió. Sentí que un estremecimiento me recorría la espalda. ¿Cómo hace eso?, me pregunté.
Debo confesar que las abejas me dan miedo. Siempre me han dado miedo desde que una me picó cuando era pequeño.
—¿Quiere alguien probar a hacerlo también? —preguntó Courtney.
Se oyeron unas risitas nerviosas. Nadie era lo bastante loco como para ofrecerse voluntario.
—¡Toma, Eddie, cógelos! —exclamó Courtney.
Y, antes de que yo pudiera moverme, gritar, agacharme o hacer algo, echó la mano hacia atrás ¡y me lanzó los dos abejorros!