La época de la Reina Sol
Akhesa es una de las reinas del Imperio nuevo, concretamente de la decimoctava dinastía (hacia 1552-1306), que muchos historiadores consideran el período más brillante de la historia egipcia. De hecho, esa época está marcada por la acción de grandes faraones, como Tutmosis III, el Napoleón egipcio, Amenofis II, el rey deportista, o Amenofis III, el sabio, sin olvidar a Hatshepsut, la reina-faraón que legó a la posteridad su magnífico templo de Deir el-Bahari, en la orilla occidental de Tebas.
El Egipto del Imperio nuevo es rico y poderoso. Constituye el primer imperio del mundo, y su cultura se impone. El centro del reino se halla al sur del país, en Tebas. Fueron los tebanos, en efecto, quienes libraron la victoriosa guerra de liberación contra los ocupantes hicsos.
De este modo, la ciudad del dios Amón aparece como garante de la felicidad y la independencia de las Dos Tierras. Cada faraón considerará un deber embellecer y engrandecer el templo de Karnak, donde está entronizado Amón-Ra, el rey de los dioses.
El conflicto entre el faraón y los sacerdotes tebanos
Karnak se convirtió en el templo de los templos. Su clero se benefició de considerables riquezas y tuvo que administrar innumerables tierras y cabezas de ganado. El gran sacerdote de Amón, el Primer Profeta, reinaba en un Estado dentro del Estado.
Al parecer, el padre de Akenatón, Amenofis III, tuvo conciencia del peligro. Sin duda influido por su esposa, la lúcida reina Teje, introdujo en la teología tebana otras formas divinas, especialmente a Atón, y manifestó con autoridad la omnipotencia del faraón.
Sin embargo, Akenatón chocó desde muy joven con los sacerdotes tebanos y tuvo que sufrir su creciente materialismo. Consideraba a algunos de ellos como los más viles de los hombres. Deseando afirmar el mensaje de Atón, le pareció conveniente no hacerlo en Tebas, sino crear una nueva capital en un territorio que nunca hubiera sido ocupado por dios alguno. Así nació la ciudad del sol.
Horemheb y sus sucesores extrajeron algunas lecciones de la experiencia de Akenatón. Vigilaron estrechamente al clero tebano, sin dejar de embellecer Karnak. Sin embargo, el conflicto latente no desapareció. Tras Ramsés III, el poder real fue debilitándose, mientras que el del sumo sacerdote de Amón, guardián de las tradiciones religiosas, continuó en aumento, hasta el extremo de que un miembro del alto clero tebano, Herihor, aspiró a ser nombrado faraón. Akenatón, muchos años antes, había acertado.
La cuestión planteada por Akenatón
Akenatón reinó algo más de quince años (1364-1347) en Egipto. Cuando ascendió al trono, llevaba el nombre de Amenofis IV, es decir «Amón-está-en-plenitud». Al abandonar el culto de Amón y su templo de Karnak, cambió de ser, convirtiéndose en Akenatón, «El que brilla por Atón». Un nuevo dios necesitaba una nueva capital. Así pues, se fundó Aketatón («El horizonte de Atón»), la ciudad del sol, conocida con el nombre árabe de Amarna o Tell el-Amarna, y situada en el Medio Egipto.
El paraje se encuentra hoy prácticamente destruido por la erosión, y las tumbas no ofrecen más que un panorama mal conservado. A partir de una dispersa documentación, difícil de interpretar, los egiptólogos intentan comprender la personalidad y la acción de este rey, calificado a menudo de «hereje». Sus extrañas representaciones, que muestran un alargamiento del cráneo, una deformación de los rasgos del rostro y una hinchazón del vientre, le han hecho universalmente célebre. Su esposa Nefertiti también ha alcanzado la fama gracias a los dos bustos que nos han transmitido su resplandeciente belleza.
Ahora bien, si los comienzos del reinado pueden seguirse con bastante facilidad, el final permanece muy oscuro. Se han propuesto múltiples hipótesis. Aquí se ha optado por la que afirma que no se produjo guerra civil y que el poder se transmitió al joven Tutankamón y su esposa[22].
El misterio de Tutankamón
La apertura de la tumba de Tutankamón, en 1922, fue uno de los grandes descubrimientos de la arqueología sobre el que queda mucho por decir. Aquel acontecimiento ponía de relieve a un rey «menor», prácticamente desconocido, cuyo reinado fue breve. Sin embargo, ¡cuántas maravillas reunidas en aquella pequeña tumba que, sin duda, no había sido concebida para él!
A causa de su muerte prematura, la huella histórica de Tutankamón es débil. Sigue siendo el más desconocido de los reyes célebres. Su propio origen sigue planteando la cuestión de si era hijo de un rey o de un noble[23]. Vivió en la ciudad del sol con el nombre de Tutankatón, «Símbolo vivo de Atón». Cuando fue nombrado rey, abandonó la ciudad de Akenatón para volver a Tebas, donde transformó su nombre en Tutankamón, «Símbolo vivo de Amón», para demostrar que el regreso a la ortodoxia era una realidad.
Los objetos hallados en su tumba del Valle de los Reyes todavía no han sido estudiados en su totalidad. Quedan algunos textos por traducir y comentar a fondo, hecho que no permite formarse una visión de conjunto de ese «material» simbólico para el otro mundo.
Las representaciones de la Reina Sol
Akhesa no es una desconocida. El descubrimiento de los tesoros de Tutankamón permitió conocer su rostro. La reina aparece representada allí a distintas edades. En una placa de marfil que adorna la tapa de un cofre, se la muestra muy joven. Su gracia y belleza son extraordinarias. Vestida con una larga túnica plisada que subraya sus delicadas formas, lleva sobre la cabeza una complicada corona, y en la frente, dos cobras erguidas que simbolizan su dominio sobre la totalidad de Egipto. Presenta a su marido ramilletes de loto y papiro. Imagen absoluta de la juventud y el esplendor de la mujer en la que se unen indisolublemente lo divino y lo humano, Akhesa ofrece aquí una de las representaciones más perfectas del amor entre el faraón y la gran esposa real.
En el respaldo de un trono chapado en oro, Akhesa aparece representada de más mayor. El rostro sigue presentando la misma finura, pero es más grave. Lleva una corona con unos cuernos de vaca, un sol y dos altas plumas. Estas últimas aluden al aliento divino. Los cuernos de vaca son símbolo de la diosa Hator, soberana del cielo, donde nace la luz del sol. Con la mano derecha, la reina hace un gesto de protección mágica destinado al faraón. La pareja recibe los rayos bienhechores del sol. La escena desprende armonía y tranquila felicidad, y constituye una visión admirable de una unión luminosa entre dos jóvenes que tenían a su cargo la más brillante de las civilizaciones.
En las paredes de las capillas de Tutankamón, otras representaciones muestran a Akhesa en distintos momentos de su existencia, impregnada de exigencias rituales. «Amada por la gran hechicera», la reina acompaña al faraón en sus cacerías para ayudarle a someter a las fuerzas del caos. Cuando el rey golpea a un enemigo al que sujeta por los cabellos, su esposa está detrás de él, gratificándole con un fluido bienhechor. Cuando Tutankamón tira con el arco, la reina permanece sentada ante él y designa una espesura de papiros de donde surgen pájaros volando. Le tiende una flecha tan ligera que puede sujetarla con la punta de los dedos.
Akhesa ofrece a su esposo el «tallo de millones de años», la vida, la prosperidad, la eternidad, le pone al cuello un collar con el escarabeo de las metamorfosis y las resurrecciones, toca ante él dos sistros para rodearle de armonía mágica. De ese modo, se adecua al ritual practicado desde los orígenes por las reinas de Egipto.
Una de las escenas más conmovedoras es, sin duda, la que muestra al rey derramando un líquido perfumado a la diestra de la reina, que se halla ante él, sentada en un almohadón. Akhesa se vuelve hacia el faraón con un gesto de suprema elegancia, y apoya el codo izquierdo en las rodillas de su marido. A su lado figura una inscripción que ofrece todo su significado a esta escena: «Para la eternidad».
A través de Akhesa hemos querido describir el carácter de aquellas reinas tebanas, hermosas y autoritarias, inteligentes y cultivadas, capaces de dirigir un Estado y tomar decisiones capitales. Tercera hija de Akenatón, el hereje, esposa de Tutankamón y prematuramente viuda, Akhesa vivió la tormenta del final de una época. La carta que escribió[24] al soberano hitita es un documento auténtico[25] que sellaría su destino. A pesar de que resulte imposible demostrar científicamente la interpretación novelesca que de ella ofrece este libro, nos parece muy verosímil.
La persecución de Akenatón
La momia de Akenatón no ha sido encontrada. Es posible que la ocultaran cuidadosamente en una tumba de Amarna, no descubierta todavía, o que la trasladaran a Tebas, como nosotros creemos, que se destruyera accidentalmente o la enterraran en un escondrijo de la orilla oeste.
La ciudad del sol no fue destruida por Horemheb, como se ha escrito con frecuencia. Es probable que Tutankamón, pese a haber regresado a Tebas, no abandonara la «herejía» atoniana[26]. El propio Horemheb, aun proclamando su fidelidad al dios Amón, mostró un indudable interés por los cultos solares. Sólo durante la decimonona dinastía, y más concretamente bajo el reinado de Ramsés II, unos sesenta años después de la muerte de Akenatón, los nombres de este último, de Semenkh, de Tutankamón y de Ay, englobados todos en la herejía, fueron suprimidos de las listas reales[27]. Esta supresión simbólica, esencial para los egipcios, fue acompañada por un desmantelamiento de los edificios de la capital de Akenatón. Ramsés II, «El nacido del sol», privilegiaba el culto de Ra y no podía admitir la «competencia» de otra divinidad solar como Atón.
¿Qué fue de Horemheb y de su esposa?
Horemheb subió al trono de Egipto y gobernó las Dos Tierras durante algo más de un cuarto de siglo (hacia 1333-1306). Su reinado fue feliz y próspero. En un largo decreto, de acuerdo con la tradición monárquica, Horemheb alardea de haber restablecido el orden en todo el país, tras un período de disturbios y decadencia. Se presenta como un rey justo, preocupado por la equidad y dispuesto a hacer que se respete la ley cósmica, Maat, en todos sus dominios.
Los historiadores le han acusado de exageración. En realidad, cada faraón hacía grabar y difundir ese tipo de textos para su coronación. A la muerte de su predecesor, el caos invadía el país. Cuando el nuevo monarca era entronizado, la luz y el orden quedaban restablecidos.
Akenatón, Tutankamón y Ay no habían arruinado la economía egipcia ni destruido los templos. Horemheb afirma, sin embargo, haber ordenado que se efectuaran numerosas restauraciones. Como todos los grandes faraones del Imperio nuevo, contribuyó a embellecer Karnak. Sin embargo, su obra más importante consistió en la realización de una serie de reformas administrativas y jurídicas. Algunas antiguas costumbres se habían convertido en injusticias que era necesario suprimir.
El cine ha convertido a Horemheb en una especie de soldadote violento y avinado. De hecho, pertenecía a las altas jerarquías de la administración, donde había ingresado tras cursar una carrera como letrado. Su título de «general» no debe engañarnos. Fue, ante todo, un escriba real, un hombre culto profundamente apegado a las leyes. No existen rastros de ninguna operación militar de envergadura emprendida por Horemheb, que se consagró a restringir el poder de los sacerdotes tebanos, para que el poder efectivo del faraón no se viera contrariado por las riquezas temporales del clero tebano. En su calidad de excelente estratega, Horemheb supo mantener el equilibrio entre el Norte y el Sur, entre Menfis y Tebas, entre el clero de Ra y el de Amón. Siendo «general», hizo preparar su primera tumba en la necrópolis de Menfis, en Saqqara, cuyos admirables relieves constituyen uno de los ejemplos más hermosos del refinado arte del Imperio nuevo. Sin embargo, debido a su ascenso al trono, Horemheb fue enterrado en el Valle de los Reyes.
No conoció ninguna dificultad seria durante su reinado. Mantuvo a distancia a los hititas, que no intentaron ninguna acción violenta contra un Egipto seguro de su fuerza. En una época más tardía, incluso se veneró a un dios llamado Horemheb[28], tal vez en recuerdo de un lejano período feliz.
Según el egiptólogo inglés G. Martin, la primera mujer de Horemheb, de origen no real, habría muerto en el segundo año del reinado de Ay. Mutnedjemet (cuya abreviación es Mut), que se hizo famosa como reina de Egipto, habría sido su segunda esposa. Fallecida durante el decimotercer año de reinado, fue enterrada en la tumba de la necrópolis menfita. Algunos egiptólogos suponen que fue hermana de Nefertiti[29].
Otros descubrimientos en perspectiva
Todavía serán necesarios muchos años de investigación para intentar comprender mejor la aventura de Akenatón, precisar los vínculos de parentesco entre los protagonistas del drama y descubrir nuevos indicios. El suelo de Egipto no ha revelado todavía todos sus tesoros. En la necrópolis de Saqqara acaba de ser descubierta la tumba de uno de los personajes de esta novela, Maya, uno de los íntimos de Tutankamón. ¿Nos revelará su estudio nuevos hechos?
Subsisten aún muchos más problemas. El atento estudio de la tumba de Akenatón, aun estando en ruinas, ha puesto en tela de juicio algunas ideas ya establecidas.
En esta novela histórica, donde la imaginación se nutre de lo real, se ha optado por contemplar una época a través de los ojos de una mujer. Y no de cualquier mujer, sino de una que merecía algo mejor que la historia de los eruditos, de la que compartió el destino de Tutankamón y fue la Reina Sol.