75

Era festivo además de domingo. Primer día del año y la ciudad de Dublín dormía después de una gran noche de celebraciones. Por la calle todavía se veía a algún nocturno que daba tumbos y se negaba a irse a la cama. Josep caminaba con la caja entre las manos y sin saber cómo iba a explicarle a Sean que había regresado sin su caravana. Era todo cuanto tenía. Un coche de policía se puso a circular a su lado y le seguía el paso. Josep hizo como que no se dio cuenta pero les miraba con el rabillo del ojo. No podría correr mucho con una caja tan grande. Al final pusieron la sirena en marcha y salieron a toda velocidad. Josep pensó que algún delincuente había sido muy oportuno en aquel momento. Pero no era ese el asunto que requería de la policía, exactamente. Una mujer había sido encontrada sin vida junto a St. Stephen’s Green. Todo apuntaba a una sobredosis. A la Garda le extrañó que no tuviese aspecto de toxicómana. Alguien dijo que vendía flores.

Josep entró en la casa que compartía con Kati y los chicos con el alivio de quien se siente por fin a salvo. Sean estaba levantado. Era el único. No había salido la noche anterior debido a la gripe.

—¿De dónde cojones vienes vestido así? —preguntó el escocés.

—¿Estás mejor? He de comentarte un par de cosas —dijo Josep.

—Espero que una de ellas explique dónde está mi caravana, porque te he visto llegar caminando y no tienes pinta de haber pasado una noche de fin de año como las demás.

—Siéntate, por favor.

Sean tomó asiento.

—Dispara, chaval.

—No sé dónde está tu furgoneta y necesito tres mil euros.

Josep cerró los ojos. Sean no abrió la boca. Estaba digiriendo lo que acababa de escuchar.

—No quiero decir que la hayas perdido para siempre, sino que no sé dónde está —aclaró Josep.

—¿Para qué quieres la pasta? —parecía que no le importaba demasiado la caravana—. ¿Qué coño ha pasado con tu chica? Creía que tenías una cita.

Josep puso la caja sobre la mesa auxiliar del salón y la abrió.

—Aquí está mi chica. Es una vikinga. La acabo de excavar de una propiedad privada y he de encargarme de que descanse en paz. No me gustaría causarte problemas pero necesito tu ayuda. ¿Estás dispuesto a echarme un cable? Las cosas se van a complicar a partir de ahora.

—Chaval, te repito por última vez que ni siquiera me llamo Sean.

Josep continuaba sin saber si hablaba en serio pero comenzaba a pensar que sí.

—¿Has oído hablar del AHF? —preguntó Sean.

—¿El AHF? No, ¿qué es?

—Es una red de colaboración entre arqueólogos que actúa en caso de emergencia, como que se vea amenazado el patrimonio histórico y cosas así. Significa Archaeological Help Front. El objetivo es evitar que se repitan sucesos como los que tuvieron lugar en la construcción de las Civic Offices.

—Sí, conozco el tema. Sofia me puso al corriente en cierta ocasión. ¿Cómo funciona?

—Es como una pirámide de números de teléfono. Hay una primera persona encargada de llamar a otras cinco personas, que a su vez llamarán a otras cinco, y así sucesivamente. Cada uno tiene asignados sus cinco contactos y de ese modo, en un par de horas, se ha dado la voz de alarma a más de trescientas personas comprometidas con el Patrimonio.

—Vaya —dijo Josep asombrado—. ¿Crees que se podría poner en funcionamiento hoy?

—El problema es que todos los arqueólogos que conozco son unos borrachos y anoche fue fin de año. Pero podemos intentarlo.

—¿Quién es el interruptor? ¿Quién tiene el poder de convocar a la AHF? —preguntó Josep.

—¿Conoces a ese doble de Astérix que trabaja de barman en el Stag’s Head?

—Sí, por supuesto.

—Él es el primer eslabón.

—Bien, vamos para allá. Se está haciendo tarde.

—Espera un momento. Date una ducha y cámbiate de ropa. Yo buscaré una caja más pequeña.

A las doce entraban por la puerta del Stag’s Head, que acababa de abrir.

—Es una suerte que seas abstemio, Paddy —decía Sean mientras saludaba al barman.

—Pero si es el borracho de Sean. Ya bebes tú por los dos. Seguro que no te has acostado todavía.

—No pisé la calle en toda la noche. Estoy pasando la gripe.

—¿Y has venido tan pronto para recuperar?

—No, esto es más serio. ¿Conoces a Josep?

—Sí, ¿cómo te va, chico?

—Bien.

—Tienes que convocar al AHF —dijo Sean.

—¿De qué se trata? ¿Sabes qué día es hoy?

Sean puso la caja sobre la barra.

—Tenemos una vikinga que tiene ganas de descansar para siempre.

Paddy sacó una libreta y marcó un número en el teléfono que había colgado de la pared.

—Feliz Año Nuevo. Código rojo.