Josep y Aoiffe continuaban en la fosa. Habían terminado de excavar el esternón, las clavículas y los malogrados omóplatos bajo estas. Tan sólo les quedaba ir siguiendo hacia arriba, y de una en una, las diferentes vértebras cervicales. Aoiffe se encargaba de ello mientras Josep iba rebajando la tierra que cubría el cráneo para ganar tiempo.
—¿Te has parado a pensar alguna vez, que quizá te une un lazo de sangre con alguno de estos esqueletos que desenterramos? —preguntó Josep.
—Mi apellido, Keane, proviene de época gaélica; fue O’Cahain en Ulster y O’Cain en Munster —parecía tenerlo presente—. Mis antepasados llevan en esta tierra desde siempre. Supongo que debería sentir cierta curiosidad, pero nunca me he parado a pensar mucho en ello.
Josep tomó un papel con algunos números hechos a lápiz.
—Irlanda tiene en la actualidad poco más de seis millones de habitantes si no me equivoco.
—Exacto, seis millones y un cuarto, entre la República e Irlanda del Norte.
—¿Cuántos podía tener en el siglo XI?
—No lo sé. No hay censos de esa época.
Josep se sentó sobre sus pies, bajo el toldo la temperatura se mantenía agradable a pesar del frío.
—Lo sé. Pero he hecho mis cálculos. En el año mil, Dublín tenía unos cinco mil habitantes. Es el único dato real de que disponemos, en función de sus dimensiones. Pero he comprobado que el crecimiento demográfico en otros lugares de Europa ha supuesto un aumento entre treinta y cuarenta y ocho veces superior a la población del siglo XI. Sabiendo que en toda la isla, hoy en día, viven seis millones doscientas cincuenta mil personas, aproximadamente, podemos estimar un cálculo de entre ciento treinta mil y dos cientos ocho mil habitantes para la Irlanda de principios del milenio.
Josep esperaba un apunte por parte de Aoiffe.
—Pero debes tener en cuenta que Irlanda tiene particularidades que la harían divergir un poco de ese ritmo de crecimiento europeo.
—Lo sé —repuso Josep—. La hambruna de 1845 supuso la muerte de más de dos millones de irlandeses y la emigración de otros tantos. De este modo, podríamos pensar en aumentar las cifras, puesto que si esto no hubiese ocurrido, la población actual sería casi el doble. Pero hay que tener en cuenta otro factor que nivela las cosas; el masivo flujo migratorio que hubo desde Escocia favorecido por el Gobierno británico.
—Aun así —continuaba Aoiffe—, el crecimiento en Irlanda debió de ser mucho menor que en el resto del continente o su vecina Inglaterra.
—Por eso me inclino a pensar en una población de entre ochenta mil y ciento veinte mil habitantes en la Irlanda del siglo XI.
—Podría ser —apuntó Aoiffe—. ¿Quién sabe?
—Entonces, si Irlanda tenía alrededor de cien mil habitantes en el siglo XI y ahora tiene más de seis millones, ¿cuántos descendientes tiene de media cada uno de los irlandeses de aquella época?
—Me he perdido, ni idea —respondió Aoiffe.
—He hecho un pequeño cálculo, pero puede que falle por algún sitio.
—Déjame ver…
—Mira, si tomamos el dato de seis millones de habitantes, para redondear, y lo dividimos entre las cien mil personas que aproximadamente poblarían la isla en aquella época, obtenemos un resultado de sesenta, hay que multiplicarlo por dos porque cada uno comparte los descendientes de su pareja, y finalmente multiplicamos por el número de generaciones, cuarenta, atendiendo a que cada veinticinco años se considera un cambio generacional.
—Al grano, cariño. Me pierdo.
—Más o menos, cuatro mil ochocientos irlandeses podrían ser descendientes directos de esta chica.
—Estoy comenzando a plantearme someterla a una prueba de ADN —bromeó Aoiffe.
—Esto es muy extraño —dijo él.
—¿Qué ocurre?
—He bajado el nivel varios centímetros y todavía no he dado con hueso alguno. La cabeza llega más arriba que el tronco, generalmente. Debería haber aparecido ya.
—Sí. Tienes razón. Pero puede que esté aplastada por el peso de la tierra. O que haya sido removida por la sedimentación natural.
—Puede —dijo Josep poco convencido.
Continuaron cada cual a lo suyo y en silencio durante unos minutos. Ese tiempo fue suficiente para corroborar el mal presagio; la cabeza parecía no estar en su sitio. Josep había rebajado la tierra unos centímetros más y ni siquiera se apreciaba restos de huesos como sugería Aoiffe que ocurriría en el caso de estar aplastada. Por su parte, ella llegaba ya a la cuarta vértebra cervical. Entonces lo vio. La cuarta vértebra estaba partida. La mitad superior se echaba en falta. Lo mismo que la tercera, la segunda, la vértebra Axis, y la primera, Atlas. No estaban. Josep miró con preocupación a Aoiffe.
—¿Esto significa…?
—Me temo que sí… Tu chica fue decapitada.
Aoiffe extrajo la vértebra de su sitio.
—Fíjate. El corte es limpio. Parece un golpe seco. Probablemente, fue hecho con una espada, puesto que sería muy difícil cortar una cabeza con un hacha sin usar el suelo como resistencia. Es decir, de pie no habría nada que evitase que el cuerpo se moviese.
—¿Cómo sabes que no estaba acostada?
—Generalmente, cuando se ejecutaba una decapitación punitiva el cuerpo y la cabeza se disponían orientados hacia abajo. Por lo tanto, el corte entraba por la nuca. Mira esto —dijo alargando la mano con la vértebra en ella—, en la parte izquierda se observa el borde ligeramente astillado. El golpe entró por aquí. La chica estaba de pie.
—¿Crees que estaba viva cuando ocurrió? ¿Murió por ese motivo? ¿No pudo ser que yaciera muerta y alguien le cortara la cabeza? Solían hacerlo continuamente, ¿no?
—Esa fue, con casi toda seguridad, la causa de la muerte. No podemos saber exactamente si la lesión fue antemortem. Aunque el hueso fresco se comporta diferente al seco, no es hasta mucho después de la muerte que esto se produce. Pero sí podemos determinar si la lesión fue perimortem. Mira —dijo señalando con el dedo el borde de la vértebra—, el corte tiene unos bordes muy suaves. Esto no sería así si el hueso hubiese estado ya seco en el momento de la lesión. Y el hecho de que esté decapitada invita a pensar en una muerte violenta, pero no hemos visto ninguna otra notable evidencia de agresión o huella ósea de lesión. Por lo tanto, debemos pensar que fue la misma decapitación lo que le quitó la vida a tu chica.
Josep llevaba un rato sin hablar. Nunca hubiese imaginado un final así. Sintió pena por aquella joven, muerta mil años atrás, a la que le unía una extraña relación.
—Será mejor sacar un par de fotos antes de que se haga de día —dijo Aoiffe.