Los vikingos de Dublín ya estaban a salvo en el interior de la ciudad y sus perseguidores habían llegado tras ellos hasta la puerta, donde se ensañaban contra los que se habían quedado fuera una vez cerrada la muralla. Los vikingos de Orkney, viendo huir a los de Dublín, salieron corriendo ellos también hacia sus barcos perseguidos por los hombres de Thordelbach y Cuduiligh. La mala suerte quiso que la marea hubiese crecido y los drakkars flotaran a la deriva mar adentro. Casi todos los vikingos que intentaron alcanzarlos murieron ahogados. Los que no, lo hicieron a manos de sus perseguidores. El joven Thordelbach se ahogó mientras daba caza a uno de ellos, que también murió.
En el campo de batalla tan sólo resistían los valientes hombres de Leinster con sus líderes todavía con vida. Viendo que la batalla estaba totalmente decidida, Malachi y los suyos, acompañados por los vikingos de Ivar, se dispusieron a atacar y rematar la situación. Formaron una ordenada columna y comenzaron a correr desde media milla de distancia. Cargaban con la intención de aplastar al enemigo pero en su camino no se detendrían demasiado en ver de qué lado estaba el oponente antes de derribarlo. Para ellos cualquier baja en uno de los dos bandos iba a resultar provechosa.
Mael Mordha, su hijo Mac Murrough y su nieto Donnlang encontraron unos segundos de calma para mirarse a los ojos. Sabían que el fin estaba cerca pero estaban orgullosos de haber luchado como irlandeses valientes del condado de Leinster. No dijeron una palabra mientras las fuerzas de Malachi se aproximaban en una carrera de ataque. Les veían cada vez más cerca mientras sujetaban sus espadas en alto. Unas docenas de hombres les acompañaban casi tan exhaustos como ellos. Alguna lágrima de rabia se abría camino entre la sangre que manchaba sus caras. El enemigo estaba a escasas treinta yardas. Mael Mordha levantó su espada y gritó con todas sus fuerzas: —¡Por Irlanda!
—¡Por Irlanda! —repitieron a una voz aquellos agotados y malheridos irlandeses de Leinster, y comenzaron a correr tras él hacia un número de hombres cien veces mayor que ellos. Luchaban por su libertad.
Brian Boru lo vio todo desde su campamento. Sus treinta hombres de confianza no abrían la boca. Todos se mostraban respetuosos por el baño de sangre que había tenido lugar allí. Todo estaba decidido. Ellos eran los vencedores. Se retiró a su tienda pensativo. Había visto morir a su hijo Murchad y se temía que la misma suerte había corrido su nieto Thordelbach. Al entrar bajo el toldo no advirtió la presencia de un intruso. Era Brodir de Man. No se le había visto en la batalla desde que huyó en el bosque. Se acercó al viejo por la espalda y le rebanó el cuello. Fue él mismo quién advirtió a la guardia jactándose de ello. No llegó a terminar la frase.