Carlos abandonó la fiesta pero intentó no llamar la atención. Sabía que a Núria no le gustaría lo que tramaba. Ella reía mientras hablaba con unos compañeros del yacimiento, todavía más borracha que antes. Él salió a la calle y se subió en el viejo Mini que habían comprado al poco tiempo de llegar a la isla. Sólo debía conducir unas manzanas. Sabía perfectamente adónde ir porque el todoterreno estaba siempre aparcado frente a la casa.
Al llegar, estuvo unos minutos dudando entre bajar del coche y llamar a la puerta, o no. Le pareció muy tarde, pero era fin de año, no debía de hacer mucho rato que se habían acostado. Al final, se acercó a la puerta y llamó al timbre. No recibió respuesta y volvió a presionar el botón.
—¡Ya voy, ya voy! —gritó una voz enfadada.
La puerta se abrió y allí estaba el señor Mc Kein.
—Buenas noches, señor. Siento haberle despertado. Eh… feliz Año Nuevo —dijo Carlos con cierto temor.
—¿Quién demonios eres tú, chico? ¿Qué quieres?
—Usted no me conoce pero yo trabajo en las obras de la autopista. Soy arqueólogo.
El señor Mc Kein continuaba con la misma cara de pocos amigos y se abrochó la bata previendo que la cosa iba a durar.
—Recuerdo que usted estaba muy molesto porque mi compañía había estado excavando más allá de los lindes y se habían metido de lleno en las tierras que aún son de su propiedad.
—Sí, debí haber echado adelante la denuncia. Vete de aquí, chico. Hazlo o llamo a la Garda —le gruñó.
—Espere, ahora mismo hay alguien en sus tierras y, si no me equivoco, está desenterrando a aquella pobre chica.
La cara del viejo granjero se acabó de arrugar. Carlos se dio cuenta de que aquel hombre estaba dispuesto a impedirlo tanto como él.
—Créame, he venido a ayudarle.
—¡Maldita sea! Ahora mismo voy para allá —dijo.
—¡No! —respondió Carlos de forma tajante—. Será mejor que usted vaya a buscar a la policía. Le harán más caso que a mí. Yo iré por delante para no perder tiempo.
El coche de Carlos se abría paso entre la cortina de aguanieve que caía lentamente. Faltaba muy poco para que amaneciese. Casi se comenzaba a adivinar un tono azul en el cielo.