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Eimear tardó unos segundos en responder. Nunca se le hubiese ocurrido pensar que sería una niña, por lo que se sentía profundamente estúpida. Había las mismas posibilidades de una cosa que de otra pero ella estaba obsesionada de manera obtusa en la idea de que esperaba un varón. Todo el esfuerzo que había realizado no servía de nada. Miles de ideas se desmoronaban en su mente. Necesitaba un guerrero que fuese respetado por sus hombres. Nunca seguirían a una mujer. Ya lo hubiese intentado ella misma de ser posible. Coraje y preparación no le faltaban. Ahora sentía que había fracasado. Todo volvía a estar como al principio. Un enorme sentimiento de frustración se apoderó de ella. No había futuro para su pueblo de Ui Faelain ni para el resto de clanes del condado de Leinster. Ella no había sido capaz de engendrar un varón.

Mael Mordha apareció con un bebé en los brazos. Eimear ni siquiera tenía curiosidad por ver a su hija. El rey tan sólo se la puso encima y desapareció. Con él, comadronas, sirvientas y demás séquito. La habitación de la princesa quedó en silencio. Sus cabellos rojos caían sobre sus pechos y los cubrían con pudor. Entre ellos, una criatura intentaba llegar a chupar uno de los golosos pezones. Eimear la miró por primera vez y una lágrima rodó por su mejilla. Era su hija. Su pequeña. Era una parte de sí misma que ahora, aunque separada físicamente, continuaría siéndolo para siempre. En ese momento se avergonzó de su primera reacción. Tenía una niña, que además era parte del hombre que nunca tendría cerca de otro modo. Entonces sonrió.