Eran las cinco y media pasadas. Noche cerrada en Irlanda. Y la NII parecía una carretera perdida de algún inhóspito país. Pero no lo era, apenas unas millas separan Ashbourne de Dublín. Josep conducía tranquilo. Salvo algún pequeño descuido todo había ido bastante bien. En la emisora sonaba Like a rolling stone. Eso era él. Una enorme piedra de canto rodado que se movía por puras leyes físicas. Ya podía ver la estación de servicio Texaco a la derecha. Con ella comenzaba el pueblo. Las zonas residenciales más nuevas. Tan sólo llevaba seis meses fuera de allí pero le venían muy buenos recuerdos a la memoria. Tenía una bonita nostalgia del tiempo que pasó excavando, bebiendo, leyendo, durmiendo con Brigitte. ¿Qué sería de ella? No la había visto desde entonces.
Le había pedido la caravana a Sean con el propósito de usarla como oficina móvil. Tenía previsto excavar a Eimear por la noche. De otro modo sería imposible, alguien podía verle. Durante el día debería irse del yacimiento para no levantar sospechas. Así que iba directo al lugar donde pasaría las horas de luz descansando, la vieja mansión que le hospedó tiempo atrás. Viniendo por Frederick Street pudo ver algunos chalecos reflectantes y ciertas caras conocidas. Al llegar al semáforo, torció por Milltown Road. A unos cientos de metros estaba la casa donde había comenzado todo meses atrás. Aquella humedad era característica. Diferente a la que devoraba Dublín.
Al llegar, le pareció que se había equivocado de dirección. Le costó trabajo reconocer la mansión. No había herramientas viejas y chubasqueros rotos fuera. Además, el césped estaba bien cuidado y los setos recortados. Nada de hojas secas ni bolsas de basura. Estaba todo tal y como debía de haber sido en los años en que una apacible familia la habitó. Pero ahí estaban los dos coches de la compañía. Aquel era el único indicio de que allí vivían arqueólogos. Aparcó la caravana en la entrada y se acercó hasta la puerta. La primera vez que llamó a aquel timbre con el profesor Walker fue Brigitte quién abrió. ¿Estaría ella todavía en la casa? Esta vez fue Deirdre quien apareció.
—¡Oh, Dios mío! ¡Josep! ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Qué te ha pasado? Casi no te reconozco —dijo Josep.
Deirdre había ganado un poco de peso y se había teñido el pelo de rubio.
—¿Te gusta? Ha habido algunos cambios en mi vida.
Estaba muy guapa. Y lo sabía.
—Voy a pasar un par de días en el pueblo y me preguntaba si podría dejar aquí mis cosas.
—No seas estúpido. Vamos, pasa. Hace frío.
El interior de la casa estaba todavía más irreconocible que el jardín. El montón de ropa impermeable y botas de agua de costumbre había desaparecido del vestíbulo. Y la moqueta estaba limpia de barro. No había desorden. Ni mochilas tiradas en la escalera ni gorros y bufandas por doquier. Josep creía estar en un lugar diferente al que había conocido.
—Si no lo veo… ¿dónde está…?
—¿El desorden? —le interrumpió Deirdre.
—Sí, exactamente. ¿Qué ha pasado aquí?
—Verás, poco después de marcharte tú, Brigitte y John se mudaron. Encontraron un pequeño apartamento en el centro. Buscaban un poco más de intimidad, ya sabes. Entonces pusimos sus habitaciones en alquiler y vinieron un par de suecos. Un chico, Jan, y una chica, Astrid. ¡No veas qué ordenados son los cabrones! —Hizo chocar sus manos—. No sé bien cómo ocurrió. Supongo que cuesta mucho tirar una bolsa de patatas vacía al suelo cuando hay alguien que la recoge en tus propias narices y ni siquiera te lo recrimina, simplemente le molesta verla ahí y la retira. Y así poco a poco, lo mismo ha ocurrido con todo. Los chicos, Donncha, Eamon y Fintan ya no pasan las noches jugando a la consola sino que les ha dado por leer. ¿Te lo puedes creer? Nuestro salón se ha convertido en lo más parecido a una biblioteca pública. Incluso hablan en voz baja como si alguien les fuese a regañar por ello. Nadie fuma dentro de casa y ya ves la cocina —dijo señalando hacia la puerta entreabierta.
—No puedo creerlo.
—¿Qué tal tú? También estás muy cambiado. ¿Has venido para trabajar? Estamos todos en APS Archaeology Ltd., ahora.
—¿Me invitas a una taza de té?
Josep le contó a Deirdre sus planes. Sabía que podía confiar en ella y necesitaba a alguien que le cubriera o le pudiese echar una mano en caso de apuro. Ella a su vez le explicó que Halldór y Kata continuaban viviendo allí pero todavía estaban en Islandia; habían prolongado un poco las vacaciones navideñas. Los chicos estaban en casa de Carlos y Núria, donde se preparaba la gran fiesta.
—¿Qué fiesta es esa? —preguntó Josep.
Deirdre le miró en espera de que se riera pero él no lo hizo.
—¿En serio no sabes que mañana es Nochevieja? —preguntó extrañada.
Josep había estado tan ocupado que no había reparado en aquello. Todos los arqueólogos de la ciudad y un buen número de foráneos iban a reunirse para despedir el año juntos. El lugar para hacerlo hubiese sido la vieja mansión pero, dado que ahora ya no era la cuna del desorden y la juerga de antaño, se optó por celebrar la fiesta en la casa que Carlos y Núria compartían con los alemanes. Parecía que todo el mundo iba a estar bastante entretenido. Eso le convenía a Josep. No le apetecía ir dando explicaciones inventadas de qué estaba haciendo en Ashbourne. Con la celebración por medio ya tenía coartada que justificase su visita. Pero había un problema, no le gustaba nada el hecho de que la fiesta fuese en casa de Carlos. Continuaba pensando que podía causarle problemas.
Aun queriendo pasar desapercibido no pudo resistir la tentación de tomar una cerveza con Aoiffe. Así que la llamó al número que todavía conservaba en su móvil y quedaron en verse en The Hunter’s Moon. Él no hubiese sido capaz de conducir hasta su granja. Nunca llegó a memorizar del todo el trayecto.
—Sabía que vendrías —dijo ella tomando asiento tras darle un fuerte abrazo.
—¿Has hablado con el profesor Walker?
—No te preocupes. No me ha explicado nada pero sabía que no ibais a permitir que esa chica se quedase abandonada.
—Vaya. Somos muy previsibles —susurró Josep bromeando.
—Déjame acompañarte. Necesitarás ayuda para excavar tan rápido en la oscuridad. Además, el tiempo es horrible. Viento y lluvia. Ese es el pronóstico para el fin de semana.
Josep la escuchaba pero no se dejaba convencer.
—Ya pensé en ello. Voy a montar una especie de tienda para trabajar bajo resguardo. Recuerdo que tenías un toldo que cubría un viejo coche en tu casa. Necesito que me lo prestes.
—No me quieras despistar. Voy a ir contigo.
—No, gracias pero esto es entre Eimear y yo.
—¿No te sentirás responsable de lo ocurrido, verdad?
—A esa pobre chica poco le importaría qué estúpidas leyes o normas tengamos mil años después de su muerte. Nunca entendería lo que ha pasado. Nunca entendería por qué ha estado a la intemperie todos estos meses. Bajo la lluvia.
—Tú no podías hacer otra cosa. Hiciste lo que debías. Y ahora también. Has vuelto a por ella.
Josep jugaba con su vaso casi vacío. Le había costado menos de tres sorbos apurar aquella Guinness.
—Dejarás al menos que te preste todo lo que te haga falta…
—Me bastará con ese toldo y un par de buenas linternas. Espero que no te enfades. No quiero meter a nadie más en esto, la cosa no tiene pinta de acabar muy bien.
—Escúchame, cariño, no me hables como si fuese tu madre.