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Ambas fuerzas estaban haciendo acopio de hombres. Todos los posibles aliados eran bienvenidos. Brian Boru había reclamado la ayuda de los más importantes clanes del condado de Conaught: los Ui Briuin Ai, Ui Briuin Breifne, Ui Briuin Seola y los Ui Maill al oeste. También acudirían en su ayuda los del norte de Irlanda, en el condado de Ulster: los Ui Neill de las familias de Cenel Conaill, Cenel Eoghain, Dal Riata, Dal Araide y Dal Fiatach entre otras. Además, contaba con el apoyo de su viejo enemigo, el príncipe Malachi, al mando del Clan Cholmain del pequeño condado de Meath, en el centro, y tras ellos el resto de familias de Ui Neill del sur. Y, cómo no, los Dal Cais, a los que pertenecía el propio Brian Boru, y el resto de clanes del condado de Munster, Eóganachta y Ui Fiachrach entre otros.

A todo ese gran número de tropas de fieles irlandeses, pero en muchos casos campesinos con escasa formación a pesar de que sus obligaciones al clan les obligaban a prestar servicio militar durante tres quincenas cada tres años, había que sumar los soldados de la guardia real. Estos eran un cuerpo de élite instruido por los veteranos más experimentados. Al finalizar su largo y duro adiestramiento, a edades muy tempranas, debían licenciarse yendo a territorio enemigo en solitario y matando allí a un hombre. La prueba de ello sería traer consigo la cabeza; la decapitación era un acto común en aquella época para demostrar la debilidad del enemigo abatido. Ni que decir tiene que en muchos casos el fiero soldado derrotado por aquellos jóvenes en sus clandestinas incursiones no era más que un granjero sin destreza alguna en el arte de las armas pillado por sorpresa. Cuando no un viejo indefenso.

Pero la fuerza más preparada y temida del bando de Brian eran sin duda alguna los vikingos de Limerick, en el condado de Munster. A ellos se habían sumado desde hacía poco la facción disidente de Brodir de Man, es decir, su propio hermano Öspak y sus cuatrocientos guerreros del mar, quienes habían remontado el río Shannon y se habían convertido al cristianismo.

Por otro lado, el rey Sigtrygg había conseguido, con la estratagema ideada por Gormlaith, el apoyo tanto de los hombres de Brodir de Man como de los piratas del temido Earl Sigurd I de Orkney. Ambos grupos vivían exclusivamente del saqueo a las costas escocesas y francesas, aunque en algunos casos llegaban a las playas del oeste de la Península Ibérica. Estos guerreros eran, de algún modo, el eco de aquellos primeros pioneros escandinavos que atemorizaron a toda Europa en un principio, y al resto del mundo conocido después. Así como los vikingos asentados en territorio irlandés se habían establecido formando comunidades totalmente integradas en el comercio y la vida de la zona, los hombres bajo el mando de estos dos lobos de mar continuaban ajenos a todo orden social y desarraigados de cualquier unidad familiar o grupal. Eso era debido a que la mayoría de ellos habían nacido todavía en los territorios que conforman la actual Dinamarca y no en las colonias. Aun así, el propio Sigurd, con todo el pavor que provocaba, visitaba a su madre con frecuencia en su Escandinavia natal. En el mundo exterior eran auténticos animales pero eran ciudadanos corrientes cuando regresaban a sus hogares. El viking era un período en la vida de estos hombres, aunque la mayoría de ellos muriesen en el transcurso.

El rey Sigtrygg también contaba con sus propias fuerzas. El ejército de Dublín no era ni de lejos uno formado por labriegos. Aunque en su territorio se reclutaban voluntarios para los enfrentamientos de peso, la verdad es que gran parte de sus soldados lo eran de profesión. Con un sueldo y una carrera militar.

El otro grueso de las fuerzas aliadas lo integraban los irlandeses de Leinster. El rey Mael Mordha contaba con un gran ejército de fieles soldados. El entrenamiento de estos, al igual que el de los de Brian, se producía en circunstancias muy severas. Eran hombres cuyo único cometido era matar. Y lo hacían muy bien. Pero no se podía permitir un número muy elevado. Su reino no era tan poderoso como el de Munster. Todo lo contrario. Así que una gran parte de sus tropas la formaban irlandeses corrientes que tras una pequeña campaña de instrucción militar eran arrojados contra el enemigo con las pocas armas que hubiese. Al clan de Mael Mordha, los Ui Dunlainge, había que sumarle las aportaciones militares de los sufridos, y por tantas veces arrasados, territorios del resto de Leinster: los Ui Faelain, Ui Muiredaig y Ui Chennselaig entre otros. Además del apoyo de los vikingos de Wexford y Waterford.

Ambos ejércitos estaban preparándose, pues, para la que se presumía como la gran batalla. Tras más de doscientos años de violencia entre reinos irlandeses y establecimientos vikingos era el momento de ajustar cuentas. No sólo los territorios estaban enfrentados a muerte, en todos aquellos años demasiadas rencillas personales se habían visto alimentadas entre uno y otro bando.

La nieve se derretía y la primavera no tardaría en llegar. Había tensión. Miedo. Pero también muchas ganas de resolver, de una vez por todas, la hegemonía en la isla.