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Aún faltaban dos días para que todos volviesen y se reanudara la excavación y Josep ya no podía estar más aburrido. No era sólo que no hubiese trabajo que hacer, tampoco había nadie con quien ir a beber, charlar, pasear. Cierto era que estaba Sean, pero ahora le tocaba el turno a él; había cogido la gripe, la caravana era un lugar muy frío para andar bebiendo descalzo.

Josep había recorrido mil veces el centro de la ciudad. Por las mañanas salía a correr pero los días eran muy largos. Una película en el Irish Film Institute no duraba más de dos horas. Tres si tomaba un té en la fabulosa cafetería que había en los bajos. Comer en un buen restaurante tampoco era algo que le gustase hacer sin compañía. Vueltas y más vueltas. De vez en cuando tomaba un café en una terraza y ojeaba un periódico irlandés. Un día se acercó al pequeño quiosco de O’Connell con Abbey Street. Por dos euros compró la edición internacional de El País. Dedicó toda la mañana a leerlo detenidamente. Se puede decir que aquello le salvó la vida. Pero por la tarde el reloj comenzó a discurrir despacio de nuevo.

A las cuatro Josep paseaba por Grafton Street. En la esquina con Wicklow Street pudo verla. Allí estaba tocando su acordeón. Había evitado pasar por allí desde hacía días. Ya había hecho suficiente el ridículo. Aunque ella no tenía por qué saber sus intenciones. Podían tomar un café. O charlar. O pasear por el parque. Tenía un numeroso público. La verdad era que tocaba muy bien. Además estaba cantando. Seguramente era la única persona del mundo capaz de cantar Smells like teen spirit acompañada tan sólo por un acordeón. Parecía más bien que la banda de Seattle la hubiese versionado a ella que lo contrario. Sonaba como si Billie Holiday y Pascal Comelade estuviesen tocando juntos. Josep la miraba desde la distancia. Más que su físico, que era bastante corriente, era su tremenda seguridad lo que le atraía como un imán. No se había permitido pensar en ella porque no le gustaban las causas perdidas. El tal James era un tipo afortunado. Ni siquiera se acercó a saludarla. Estuvo un rato escuchando su música y se alejó despacio. No tenía ninguna prisa por llegar a casa. Así que, en el recorrido, se fue entreteniendo lo más que pudo.

Al llegar, había un viejo Volvo aparcado frente a la vivienda. Entró y oyó unos ruidos que provenían de la cocina. Pensó que sería una de las chicas que ya estaba harta de tanta vida familiar.

—¿Hola? —gritó desde el vestíbulo mientras se descalzaba y se quitaba la chaqueta.

Una figura apareció en el marco de la puerta.

—Aquí hace un frío de muerte, chico. ¿Quieres una taza de café?

Era el profesor Walker. No le había vuelto a ver desde que abandonó el pueblo de Ashbourne. Estaba igual que siempre, pero sin su sombrero y sin sus botas de trabajo. Lo cierto era que nunca le había visto tan bien vestido.

—¡Profesor! ¡Qué alegría verle!

—¿Cómo te trata la dirty old town, chico?

—Muy bien. No me quejo. ¿Cómo ha entrado aquí? Creo haber cerrado la puerta.

—Tengo llave. Viví en esta casa un par de meses el año pasado.

Mientras tomaban un café y un té, el profesor le explicaba que se marchaba a Waterford por una temporada. Él era de allí. Su ex mujer y sus hijos vivían en aquella ciudad.

—El trabajo en Ashbourne ha terminado —comentaba Walker—. Hace varios meses que se acabó el yacimiento veintiuno y todo este tiempo hemos estado en las oficinas haciendo tareas de clasificación y análisis. Pero ya hemos finalizado la memoria. Es hora de volver a casa por un tiempo y planear el año que viene. La mayoría de los chicos trabajan ahora para la otra compañía, les quedan unos meses. Sus yacimientos están a dos kilómetros aún de la autopista.

—¿No ha ido a casa por Nochebuena? —preguntó Josep.

—Mi mujer… mmm —se corrigió enseguida—, mi ex mujer había invitado a un tipo a cenar con ella y los chicos. No me apetecía fastidiarles la velada. Así que me quedé aquí. Cené con Aoiffe y su marido. Lo pasamos muy bien charlando.

—¿Cómo está? No la he visto en todo este tiempo.

—Está muy bien, ya la conoces. Es la mujer con más ganas de vivir que he visto nunca.

—Sí. Lo sé —dijo Josep con la mirada perdida.

Walker se levantó de su butaca.

—Escucha, chico, he venido para decirte que ha llegado el momento. Ahora las obras de la autopista ya están por allí pero ella continúa en su sitio. Esperándote.

—¿De qué habla? —preguntó Josep extrañado.

—De tu vikinga. De Eimear. Te dije que lo dejaras correr hasta que la compañía se marchase de Ashbourne para no causarles problemas a ellos, pero ya es hora de actuar. De lo contrario, acabarán destrozándola con una excavadora o cubriéndola o quién sabe qué.

—¿No es eso un expolio? —preguntó Josep.

—Expolio sería dejarla allí. Está desenterrada a medias, no nos debieron prohibir terminar de trabajar con ella. Sólo en estos cinco meses ya se ha puesto en peligro lo que allí pueda haber. Lluvia, nieve y viento no es lo que más le conviene a un esqueleto a medio excavar.

Josep estaba pensativo. Ahora ya no le pillaba en caliente. Casi ni se acordaba del compromiso que había adoptado meses atrás. Pero al final dijo: —Está bien. Voy a volver a por ella. Nadie merece terminar así.

El profesor Walker sonreía.

—Chico, creía que habías perdido ese brillo en los ojos. Pero acabo de verlo de nuevo.