45

La Navidad estaba a punto de posarse sobre la isla de Irlanda. Faltaban un par de días para Nochebuena. Casi todos los arqueólogos extranjeros habían abandonado el país o estaban a punto de hacerlo. Todo el mundo iba a pasar esas fechas en familia. La compañía sueca dirigida por Sofia daba unas cortas vacaciones con sueldo. Aquel viernes ya sólo habían ido al yacimiento cinco personas. Sofia, Sean, Josep, el hombre de las gafas y la mujer delgada. Estaban recogiendo la herramienta y a punto de marcharse. Las luces y el ambiente de la calle hacían difícil concentrarse en el trabajo.

—Mañana me voy a Sligo. Mi familia es de allí —dijo la mujer delgada.

—Mi mujer va a cocinar pavo. Mi hijo viene de Londres para pasar estos días —respondió el hombre de las gafas.

Parecía, más bien, que cada uno hablaba para sí.

—¿Y tú qué, chaval? ¿No vas a casa a ver a tu familia? —le preguntó Sean a Josep.

—No me gustan las navidades —se limitó a contestar Josep.

Era más fácil eso que explicarles que no tenía apenas familia y que le buscaba la policía.

—¿Y tú, preciosa? —preguntó el escocés.

—Vuelo mañana a Estocolmo. Cenaré con mi hermana, mi cuñado y los niños. Tengo ganas de ver a esos mocosos.

—Bueno, chaval —Sean se volvió a dirigir a Josep—, si vas a estar solo quizá te apetezca pasarte por mi caravana a echar un trago en Nochebuena.

—Sí, quizá lo haga —respondió Josep por educación pero sin intención de hacerlo.

—Hasta la semana que viene. Portaos bien —dijo Sean para todos.

En unos segundos se quedaron solos Sofia y Josep.

—¿En serio te vas a quedar aquí solo en Navidad? No puedes hacer eso.

—Parece que de repente te importo un poco. No entiendo lo que pasa contigo. Desde que volví al yacimiento, una vez recuperado de la gripe, no me has dicho una sola palabra. No has venido al pub con los chicos, no te has preocupado por mi trabajo y ni siquiera hemos vuelto a follar, que era lo único normal que había entre nosotros. A veces creo que nadie puede ser tan frío.

—No sé de qué me hablas. ¡No seas dramático! Somos adultos, podemos acostarnos sin que ello signifique un compromiso o algo parecido.

—No me refiero a eso. No creas que me he enamorado de ti. Me lo has dejado muy claro desde el principio. Me refiero a que hace tres meses que trabajo para ti y aún no te has dignado a preguntarme nada. No confías en mi trabajo en absoluto. Ni siquiera sabes si soy bueno o no. No sabes nada. Sólo sabes cuantos polvos aguanto en una noche, pero nada más.

Sofia bajó su mirada hasta el suelo.

—Lo siento —dijo Josep—. No quería hablarte así. A lo mejor debería buscar otro trabajo.

—No, no seas tonto. No hace falta que te vayas. No volverá a ocurrir.

Sofia se abrazó a Josep. Estaba llorando. Él la apretó con fuerza. En silencio. Estuvieron abrazados durante un buen rato. Caía aguanieve. Se separaron apenas sin decir nada más.

Josep pasó la Nochebuena solo. Kati y el resto de compañeros de la casa también habían ido a pasar unos días con sus familias. Ella había insistido en que Josep la acompañara: —Venga, les diré a mis padres que eres mi novio. Será divertido.

Pero Josep prefería quedarse solo. Las navidades traen demasiados recuerdos. No encontró nada mejor que hacer en Nochebuena que ver en la televisión ¡Qué bello es vivir! Borracho de güisqui, solo, con la caldera estropeada y muerto de frío pasó la peor Navidad de toda su vida.