Thomas vivía en una gran casa de principios del siglo XX al sur de la ciudad. Era una antigua mansión redistribuida en pequeños apartamentos por un heredero de los antiguos propietarios que ahora vivía en Tokio. Casi todos los pisos estaban alquilados a gente vinculada al teatro. En el que fue sin duda un gran jardín, probable orgullo de la señora de la casa, descansaban ahora pedazos de decorados de funciones, en mejor o peor estado, además de un monociclo y varias birlas de las que se utilizan para hacer juegos malabares. Hacía frío pero era un día soleado. En la parte de atrás de la casa amontonaron leña y maderas viejas para encender un fuego. Josep preparaba la carne y cortaba las verduras arriba, en la cocina del apartamento de Thomas. Los comensales andaban aquí y allá curioseando la comida y el fuego mientras tomaban vino chileno. Josep hacía recuento. Aceite de oliva, pimientos, alcachofas, tomates y garrofones congelados. La carne de conejo le fue imposible de conseguir. Tanto en Irlanda como en Reino Unido sería como comerse un gatito. Así que se las apañaría sólo con costilla de cerdo y pollo.
Era ya casi de noche cuando se sentaban a la mesa. En diciembre el sol se pone a las cuatro de la tarde en Dublín.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Thomas.
—Soy arqueólogo. Estoy trabajando en un yacimiento vikingo en Temple Bar.
—Vaya, eso suena muy interesante —comentó una chica que acababa de bajar del piso de arriba y se había sentado a comer vestida en pijama.
—¿Tú también trabajas en el teatro? —le preguntó Josep.
—No, ella es una estrella —dijo otra chica en un tono nada sarcástico—, trabaja en televisión.
—¿En televisión? Eso sí que suena interesante.
—No creas, hago un personaje muy discreto en una teleserie que va por el capítulo quinientos y pico. Pagará mi renta por unos meses pero eso es todo.
En ese momento se oyeron unas pisadas afuera, en la escalera. Thomas se levantó y dijo mientras caminaba hacia la puerta: —Debe de ser Saoirse. Voy a invitarla a que se una a nosotros. ¡Saoirse!— se le oía gritar en la escalera. —¿Has comido ya?… Oh, venga, nos conoces prácticamente a todos. Verás lo que hay para comer. Te va a encantar.
Thomas entró primero.
—La he convencido, ponedle un cubierto y servidle un plato.
Saoirse iba tras él. Era una chica común. Tenía cara de irlandesa y su pelo, recogido, ahora más bien moreno, debió de ser rojizo años atrás. Pecas, tez blanca y unos preciosos ojos azules. Una irlandesa como las demás. Josep tenía la sensación de conocerla. Llevaba colgando un viejo acordeón.
—¿Cómo te ha ido hoy? —le preguntó Thomas mientras le servía una copa de vino.
—No ha estado mal. Esta tarde ya no saldré a tocar. Por hoy es suficiente. Hace frío y me duele todo el cuerpo.
—Saoirse toca el acordeón de puta madre. Suele hacerlo en la Grafton Street.
—Es verdad, de eso me suenas —dijo Josep.
—Mira, Saoirse —dijo Thomas—, este es el responsable de lo que vas a comer, paella valenciana.
—Sí, yo también te he visto —dijo ella—. Te recuerdo.
—¿En serio?
—Te he visto pasar a veces, creía que eras irlandés. De hecho, la primera vez pensé que eras Ted Kenny.
—Es cierto —intervino Thomas—. Te pareces a Ted Kenny; yo también lo pensé cuando te vi.
—¿Quién es ese tipo? No es la primera vez que me lo dicen.
—¿No sabes quién es Ted Kenny? Es el cantante de The Sleets. ¿Nos tomas el pelo?
—No, no los he oído en mi vida.
—Pues tienes un aire —dijo la actriz—. Él es más guapo, pero tienes algo.
Josep la miró, no sabía si aquello quería ser una especie de cumplido. La comida siguió su curso. Todo el mundo le felicitó por el resultado de la paella. A las cinco ya habían terminado los postres. Estaban relajados tomando café y té y había algunos porros de marihuana pasando de unos a otros. Empezaba a aburrirse, cuando vio la oportunidad se comenzó a despedir.
—¿Ya te vas? —le preguntó la chica del acordeón.
—Sí, he de ir a The Globe.
—¿Vas a la jazz session?
—No sabía que había jazz session —dijo Josep.
—Todos los domingos a las cinco.
—En realidad he de ir a devolver la paella con la que he hecho la comida. Me la prestaron allí.
—Voy contigo. Hace tiempo que no piso ese pub. Me apetece oír un poco de jazz.
Se estaban poniendo las chaquetas cuando se les acercaron Thomas y el resto del grupo: —¿No te irás sin llevarte esto, verdad?
—¿Cómo?…
—Te lo has ganado. La comida estaba estupenda.
Le dieron un saco de tela del que sobresalía la empuñadura de una espada. Lo abrió y sacó su contenido. Un escudo, un casco, la espada y un hacha. Parecían de verdad. Josep se colocó el casco.
—¡Pareces un vikingo! —exclamó la actriz.
—Es verdad —dijo Saoirse—. Pareces un guerrero.
Josep se sintió halagado por cómo aquellas dos chicas le habían comparado con un vikingo.
—Parecen armas reales —dijo.
—Ya te comenté que eran casi de verdad —intervino Thomas—. Dave y sus amigos las construyen con sus propias manos. Hay que tener mucha pasión para hacer algo así.
Josep cargaba con las armas y con la paella y Saoirse con su acordeón. Una fina lluvia acariciaba sus caras y les entumecía el cabello.
—No deja de llover nunca en este país —Josep no tenía muchos temas donde buscar conversación.
—Mi padre solía decir que la lluvia es una canción sin letra. Cuando llueve recordamos todos los momentos importantes de nuestra vida en que lo hacía. Como nos pasa con las canciones, a veces.
Él se detuvo.
—Me gusta, es bonito verlo así.
—Lo sé —dijo. Y continuó caminando.
Tomaron el autobús camino del centro. Les dejó en Dame Street, justo al lado de The Globe. El pub estaba lleno de gente pero encontraron un par de asientos libres en una mesa. Había una banda de jazz tocando. Cantaba un hombre negro bastante grueso que bailaba con cierta gracia.
—Voy a la barra a devolver la paella. ¿Qué quieres tomar?
—Tomaré un güisqui. Tullamore, por favor.
Josep pensó que era un poco raro beber algo tan fuerte a aquellas horas. Volvió a la mesa con las bebidas y tomó asiento. El bar continuaba llenándose. Era muy popular en todo Dublín el jazz dominical de The Globe. Llevaban allí un rato, y Saoirse ya sorbía el segundo güisqui. La banda había tocado cuatro o cinco canciones e iban a tomarse un descanso, pero antes harían sonar una más. Aquel tipo enorme comenzó a presentar la canción: —Ahora vamos a tocar un tema de Jon Hendricks, I want you to be my baby, escrita en 1952. Pero para ello solicito la ayuda de la más grande de Dublín. Ella toca como los ángeles pero no se parece a ellos en nada más— dijo riéndose. —¡Venga Saoirse, es un placer tenerte por aquí otra vez!
Josep giró la cabeza con urgencia. Miró a Saoirse y ella se estaba colgando el acordeón al cuello. Le guiñó un ojo y se unió a la banda, que ya estaba comenzando la canción, se fijó unos segundos en la melodía y comenzó a tocar. En menos de un minuto era la protagonista. Manejaba el acordeón como si fuese de papel. Todos permanecían boquiabiertos. Las mesas en silencio. Las bebidas calentándose. El espectáculo era digno de ver. Y Josep, el primer sorprendido. Allí estaba ella, suelta, con gran naturalidad. La blusa negra medio abierta y la falda subida porque sus piernas no paraban de seguir el ritmo. Sus zapatillas sin atar amenazaban con tirarla al suelo. Pero no lo hicieron. Al terminar la canción, Saoirse recibió los aplausos de todos los parroquianos e incluso del resto de la banda. Josep la miraba ahora con otros ojos. No había visto nada tan sensual en toda su vida. Ella volvió a la mesa.
—Es hora de irse o me harán tocar de nuevo.
—¿No te gustaría? —preguntó él.
—¿Bromeas? Llevo todo el día tocando. He traído este viejo chisme porque me apetecía tocar una, pero estoy agotada. Necesito un baño caliente.
Él se excitó sólo de pensarlo. Estaba un poco borracho.
—Y un masaje —añadió.
Josep abrió los ojos con sofoco. Aquello parecía una insinuación. Pero, por desgracia, ella continuó: —He de volver a casa, James debe de estar poniéndose nervioso.
En ese momento Josep quiso que la tierra se partiese justo por George Street. Sentía un ridículo espantoso sólo por haberlo pensado. Menos mal que no había llegado a lanzarse sobre ella. Hubiese sido muy embarazoso. Tenía novio, claro. ¿Por qué razón no iba a tenerlo una chica así? Josep se disculpó y salió lo más rápido que pudo del pub. Saoirse se quedó con cara de extrañeza y luego sonrió mientras se ponía la chaqueta.