Conseguir una paella en Dublín resultó una tarea complicada. Josep recorrió todas las ferreterías de la ciudad sin éxito. Lo más parecido que le enseñaron fue un wok. Tras observarlo unos segundos, se lo devolvió al dependiente: —Seguiré buscando, gracias.
Tampoco encontró una sartén lo suficientemente grande. Si fuese a cocinar paella para dos o tres personas podría apañárselas con una de mango pero iban a ser de siete a diez. Ninguna sartén es tan ancha.
Josep estaba tomando una cerveza sentado en la barra del Mezz mientras charlaba con Mario, el camarero murciano.
—No hay una sola paella en toda la ciudad —decía—. Y no me extraña. Esto es Irlanda. Estoy jodido.
—¿Qué te ocurre, realmente? —preguntó el barman sin haberle prestado demasiada atención hasta entonces.
—Pues que necesito cocinar una paella y no tengo el recipiente, es decir, una paella. ¿Conoces a alguien que tenga una?
—Déjame pensar… no. La verdad es que no he comido paella en años. ¡Espera un momento! —dijo Mario con cara de estar recordando—. ¿Has preguntado en The Globe?
—¿The Globe? ¿El pub? ¿Por qué van a tener allí una paella?
—Aunque te sorprenda, además de ser uno de los mejores pubs con música en directo de la ciudad, también es un bar de tapas.
El barman de The Globe era un irlandés que sonreía todo el tiempo. Tras pedir una Guinness, Josep le explicó cuál era su problema. El camarero se rio y continuó atendiendo al resto de clientes de la barra. Le había hecho gracia. Josep siguió bebiendo su cerveza viendo cómo aquel tipo hacía oídos sordos a lo que le había explicado. Cuando hubo apurado el vaso, se puso la americana de pana y salió por la puerta. La paella, mejor debería ser arroz caldoso. Estaba cruzando la calle cuando un silbido le hizo darse la vuelta. Era el barman sonriente. Llevaba una gran bolsa de plástico en la mano.
—Toma, chico. Devuélvemela antes de que alguien la eche en falta.
—Lo prometo —aseguró Josep.
Miró dentro de la bolsa y vio una paella enorme.