Las semanas pasaban y el otoño se encrudecía cada vez más. Las mañanas eran heladas, así que Josep empezó a correr por las tardes, después del trabajo. Esto le robaba horas de charlar y tomar cervezas con Sean pero ganaba en salud. Se había propuesto de verdad ponerse en forma. Su último paquete de tabaco se lo dio a un yonqui que le pidió un cigarrillo. Sin apenas pensarlo dejó de fumar en aquel mismo instante, aunque aún echaba algún pitillo cuando tomaba cerveza. Había conseguido llegar a tener una forma física aceptable. Cada día llegaba más fresco al último puente del río Liffey antes de Phoenix Park, y estaba más cerca de conquistar el gran parque. Pero dejaba ese paso para más adelante como un niño que mira su chocolatina, le da mil vueltas y no ve el momento oportuno de hincar el diente.
Llegó el día en que se sintió preparado para repetir la osadía de cargar con los dieciséis kilos con que lo hacían los vikingos al portar todo su armamento al tiempo que corrían. Había estado dándole vueltas y no pensaba repetir aquello de llenar la mochila de arroz, quería que fuese lo más parecido posible a la realidad. Así que, tras pensar en ello varios días, buscó en el listín telefónico la dirección de un anticuario. Encontró uno en la Hammond Street, paralela al río Liffey en su lado norte, Matt Johnson Antiques. Al entrar en la tienda tuvo la impresión de no ser muy bien recibido. Un hombre de mediana edad con la cabeza afeitada y unas gafas redondas muy pequeñas le miraba casi extrañado de verle aparecer.
—¿Está abierto? —preguntó Josep, quien conservaba la sensación de estar molestando.
—Dime. ¿Qué deseas? —preguntó de forma tajante y sin simpatías el dependiente, cosa poco habitual en un irlandés.
—Verá, me preguntaba si es posible conseguir réplicas de armamento medieval.
—¿Qué tipo de armamento estás buscando exactamente, espadas y cosas así? —preguntó el hombre sin mostrar apenas interés.
—La verdad es que me gustaría… —Josep se detuvo al ver aparecer por la trastienda a otro hombre que no se había percatado de su presencia.
—Ya he clasificado los nuevos… —en ese momento vio a Josep y se calló.
Ambos hombres se cruzaron una mirada y el segundo volvió a desaparecer por donde vino. Josep pensó que tenían un comportamiento muy extraño.
—Verás, muchacho, no puedo ayudarte. Pregunta en la Escuela de Drama. Ahora tengo que salir un momento, voy a cerrar.
Josep abandonó la tienda y esperó un rato en la esquina. Nadie salió por la puerta.
Unos días más tarde, y tras haber preguntado, las indicaciones para dar con la Escuela de Drama le llevaban de nuevo a la Universidad de Trinity College. Allí estaban las instalaciones del Samuel Beckett Centre. Al entrar en el centro preguntó por el encargado de vestuario y accesorios pero como ya suponía, no se encontraba allí en aquel momento. Josep insistió en que el hombre de recepción anotara su teléfono para hacérselo llegar.