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Brian Boru venía de aplacar sin esfuerzo algunos pequeños focos de insurrección en la diócesis de Ossory, que abarcaba territorios de los actuales condados de Kilkenny, Laois y Offaly, al oeste de Leinster. Pero era un problema tan pequeño que no le supuso apenas pérdidas humanas ni afectó al ánimo de las tropas, y siquiera si llegaron noticias de ello a Dublín, tan sólo algún eco que se interpretó como una simple demostración de fuerza. Así se había concebido el plan desde el principio, cuando ambos ejércitos abandonaron Thomond, residencia real en Munster, al mismo tiempo; el dirigido por Brian y el encabezado por su hijo Murchad.

—No lo olvides, hijo mío, más útiles que cientos de muertos en silencio nos serán decenas de miles gritando espantados a tu paso —dijo Brian.

—Lo sé, padre, contendré mis ganas de matar a todos esos salvajes.

—Tendrás tu oportunidad, paciencia. Ahora sólo quiero que hagas ruido y tomes ciudades. Yo te esperaré en Dublín sentado en el trono que ocupa ahora Sigtrygg. Tan pronto como las tropas abandonen el castillo para defender el sur de Leinster de tu ataque, mis fuerzas tomarán la fortaleza y la ciudad volverá a ser irlandesa. Y yo, el Ard Ri, expulsaré para siempre a los vikingos.

La situación había cambiado, sin embargo, y no iba a ser tan fácil tomar la ciudad. Las tropas que Sigtrygg estaba preparando no abandonaron Dublín, al contrario, esta se vio incluso más reforzada que de costumbre. Cuando Brian y sus mil ochocientos hombres llegaron a las puertas se encontraron una ciudad en silencio, cerrada y fuerte. No hizo falta esperar a la noche. Tampoco bajar los estandartes o avanzar la infantería para evitar los cascos de los caballos. Todo Dublín sabía que Brian Boru iba a atacar la ciudad, así que este no perdió la oportunidad de hacer una llegada teatral y triunfal. Brian sabía perfectamente la importancia de una poderosa imagen si quería que todo el país se unificara y se rindiera a sus pies, y once años después de haberse erigido como rey absoluto todavía no había conseguido ese objetivo. Los mil ochocientos hombres atravesaron el puente que salvaba el río Ruirthech. En primer lugar, en columnas de a tres, cruzaron con trote sosegado los que montaban a caballo, y tras ellos, la infantería en columnas de a cinco. A la cabeza, con una gran cruz, como era su costumbre, el rey Brian Boru.

Sean apuraba la cerveza mirando hacia la barra como si temiese que se fuesen a acabar las existencias antes de darle tiempo de pedir otra ronda.

—¿Ha tocado ya la campana? —le preguntó a Josep.

—Creo que no, voy a por la última.

—Que sean cuatro cervezas, están a punto de dar la señal.

Más o menos a las once y media de la noche los pubs de Irlanda hacían sonar una campana o encendían y apagaban las luces. Esto indicaba que en cinco minutos se dejaría de servir bebidas pero el bar no cerraría sus puertas hasta que todos hubiesen terminado sus consumiciones. El resultado era que todo el mundo acumulaba cervezas y el cierre del pub se postergaba una o dos horas. Pero así es la tradición. Josep ya volvía con las cuatro pintas, dos Guinness para él y dos Smithwicks para Sean, derramó cerveza un par de veces de camino.

—¿Cuántos puentes hay en Dublín? —preguntaba al tiempo que tomaba asiento.

—No lo sé. Veamos… —Sean cerró un ojo y con el otro apuntaba hacia el techo mientras contaba con los dedos—. Creo que dieciséis. Diecisiete si contamos el puente levadizo del puerto, el East Link Bridge. ¿Qué te preocupa, chaval?

—Verás, el otro día estaba corriendo, como de costumbre, y cuando pasaba por el James Joyce Bridge sentí curiosidad. Supongo que alguno de esos puentes que cruzan el río Liffey debió de ser el primero o quizá no, quizá el primero simplemente haya desaparecido.

Sean bebió media cerveza de un sorbo y miró a Josep con la satisfacción de conocer la respuesta.

—Verás, chaval, el viejo río Liffey antes era llamado An Ruirthech, pero con el paso del tiempo tomó el nombre prestado de la llanura que atraviesa en su largo recorrido desde la montaña de Pikkure, en Wicklow, hasta Dublín, en los ciento veinticinco kilómetros que los separan, la llanura de Liphe. Así fue cómo se comenzó a utilizar el nombre de An Liphe, río Liffey.

Josep escuchaba con el bigote manchado de cerveza y la mirada perdida en la banda que ya recogía en el escenario del Mezz.

—¿El primer puente? —continuó Sean—, ¿conoces el Father Mathew Bridge?

Josep asintió con la cabeza; demasiado ebrio y cansado para contestar.

—Pues no fue sólo el primero sino también el único hasta 1674. Había sido un estrecho puente construido en época Early Christian, y fue ampliado y reformado en 1014 por el rey Sigtrygg tras la gran Batalla de Clontarf entre irlandeses y vikingos. En esa época se le conocía probablemente como Bridge of Dubhghall y era totalmente de madera. No fue hasta el siglo XV, en 1420 creo, que los monjes dominicos reconstruyeron por primera vez el puente con mampostería seca de piedra.

—¿Me tomas el pelo? ¿Cómo puedes saber todo eso?

—Me gusta mi trabajo. Soy un borracho pero me gusta mi trabajo, chico —su rostro se había endurecido.

Dieron un par de tragos en silencio.

—¿Dubhghall? —preguntó Josep quien parecía haberse despabilado un poco—. ¿Tiene algo que ver con el nombre de Dublín?

—No, en absoluto. El nombre de Dublín proviene del apelativo irlandés para el estanque negro que conectaba el río Liffey con el río Poddle, Dubh Linn y es anterior a todo esto.

—¿Dónde estaba ese estanque?

—Justo al lado de donde estamos excavando. Verás, Parliament Street era un río, el río Poddle, y a la altura del castillo se convertía en una gran charca.

Josep escuchaba con incredulidad.

—¿Una charca? ¿En medio de la ciudad? ¿Y un río? ¿De qué estás hablando?

—Bueno, ya no. Se cubrió todo allá por el mil ochocientos.

—¿Se cubrió el río? Eso es un poco peligroso, ¿no?

—No exactamente. Se hizo desaparecer el estanque rellenándolo y el río se recubrió en sus últimos quinientos metros pero todavía fluye. ¿Conoces el muelle para peatones que hay en el río Liffey? Hay un puesto de alquiler de barcas que pretenden ser drakkars vikingas.

—Por supuesto. Lo recorro haciendo running todos los días.

—Pues bien, cuando estés a medio camino entre el Millenium Bridge y el Grattan Bridge fíjate en la pared del río de la otra orilla. Verás el olvidado río Poddle.

A la mañana siguiente, Josep corría con una resaca considerable y los ojos casi cerrados. El corto verano irlandés se estaba despidiendo y la madrugada ya era fría y gris. Las baldas del muelle iban crujiendo a su paso. Poco antes de llegar al puente Millenium ya pudo ver algo en la pared. Al atravesarlo, se comenzaba a observar con claridad. Un orificio, que se adivinada circular, asomaba por encima del cauce del río Liffey. Ahí desembocaba el río Poddle desde que fuera cubierto en su tramo final hacía doscientos años.