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La conversación con Brigitte situó la relación entre ambos en ese punto muerto en que se hallan la mayoría de las parejas que no hablan con las mismas palabras. Ella insistió en lo diferente que había estado él los últimos días y él, aunque sabiendo que ella tenía razón, negaba que algo hubiese cambiado. La pasión y el amor son enemigos irreconciliables cuando caminan solos.

Tras el almuerzo, Josep volvió a su misteriosa sepultura. Estaba a punto de destapar por completo la pelvis, y con ella, el ángulo subpúbico, que le daría una idea casi precisa del sexo del individuo. Pero la escotadura ciática ya le había sugerido alguna pista que no compartió con los otros, por el momento. Abrió de nuevo su caja de herramientas y eligió ahora un raspador diferente, necesitaba el más fino de todos, no quería causar daño alguno al hueso, que ahora se mantendría en total equilibrio. Comenzó su tarea con cuidado. En pocos segundos ya estaba casi al descubierto. Podía haberlo hecho antes en presencia de todos pero prefería no compartir aquel instante. Siguió el proceso alternando el raspador con la pera clínica y en unos minutos la pelvis entera estaba destapada. A simple vista ya se podía hacer una primera valoración. Aun así, dispuso su mano con la palma recta y el dedo pulgar haciendo un ángulo de noventa grados. La situó encima del que se forma en el pubis entre los dos coxales y vio que coincidían sendos ángulos. De esta forma, y según el método Gardner, pudo determinar en espera de constatarlo definitivamente con algunos indicadores más como la forma de la sínfisis púbica o la faceta auricular, que se trataba de una mujer. En caso de haber sido un hombre, dicho ángulo hubiese sido tan sólo de cuarenta y cinco grados.

Josep se echó para atrás, descansando sobre sus pies y, todavía de rodillas, miró al cielo que estaba comenzando a lanzarle gruesas y torpes gotas de agua. Sopló resignado y se apresuró a tapar la sepultura con plásticos y piedras. Llovía con calma. El viento había parado hacía un rato. Nubes oscuras como el fondo del océano cubrían el cielo aquella tarde. Él recogía los utensilios poco a poco. Al terminar, colocó una etiqueta clavada en el suelo con un número que escribió con rotulador. Era el 210117. Lentamente, y sin cuidado de mojarse, caminó tranquilo hacia las cabinas, donde ya se encontraban todos refugiados. Al llegar a la puerta de la oficina, se encendió un cigarro. Aoiffe se puso a su lado a observar aquel paisaje que la lluvia reclamaba para sí.

—Es una chica —dijo.

Pasaron la tarde a cubierto porque no paró de llover. Y así estuvo tres días, en los que Josep se impacientaba por continuar con su esqueleto. Las normas de la empresa, como las de todas las del país, indicaban que se acudiera al yacimiento aunque no se pudiera trabajar por la lluvia. En cualquier momento podía parar y debían estar en el tajo. Si se quedaban en casa, no cobraban, si pasaban el día en la cabina, sí. Así que Josep aprovechó todo aquel tiempo para comenzar a leer acerca de los vikingos. Aunque poco era lo que la biblioteca municipal podía ofrecer. El viernes por fin salió el sol, pero para desgracia de Josep la cabina oficina, debido a tanta lluvia, había acabado por hundirse un par de palmos en el barro.

—¿A quién se le ocurre poner una cabina encima de tierra fresca sin comprimirla primero? —gritaba el profesor Walker.

Josep y el resto del equipo de los esqueletos fueron los encargados de cavar y mover la cabina hasta su sitio, ya que su área era impracticable. Así que pasaron todo el viernes cavando y haciendo palanca. A las cinco de la tarde la cabina ya se encontraba de nuevo a su nivel correspondiente y estaban todos agotados y empanados en barro. Josep miraba desde lo lejos el muro junto al que descansaba la vikinga desde hacía tantos años. Le hubiese gustado cerrar los ojos y que pasara el fin de semana como un soplido para llegar así al lunes por la mañana y poder continuar con su particular excavación, pero estaba demasiado cansado incluso para desearlo. Así que caminó hacia el Jeep y se olvidó de todo. Era viernes, y tras una buena ducha se iba a premiar con un par de Guinness, o una docena.

A la mañana siguiente todos dormían cuando Josep bajaba las escaleras en busca de una taza de té. Debían de ser las ocho. Alguien llamó a la puerta. Josep se acercó a abrir con la taza en una mano y un cigarrillo en la otra. Era el profesor Walker.

—Buenos días, chico. ¿Qué haces levantado tan pronto en sábado?

—No me gusta dormir. ¿Y usted, qué hace aquí tan temprano? —preguntó extrañado de verle por allí.

—¿Recuerdas esta figura de madera? —dijo el profesor sujetando una bolsa en el aire.

—Sí, claro, estaba junto a mi esqueleto.

—Pues bien, anoche no podía dormir y me puse a darle vueltas, y me refiero a darle vueltas literalmente a la figura, y entonces lo vi —comentó Walker conteniendo el entusiasmo.

—¿Qué es lo que vio, profesor?

—Esto —dijo señalando la base de la dama de ajedrez—. No lo descubrimos antes porque tampoco lo buscábamos pero ahora parece tan claro como el agua; es un nombre.

Josep tomó la bolsa con sus manos.

—¿Un nombre?

—Sí, un nombre escrito en vikingo. Estabas en lo cierto, chico.

—¿Un nombre vikingo de mujer? —insistió Josep.

—No, es un nombre irlandés. Pero está escrito en antiguo nórdico. Mira —dijo señalando con el dedo una inscripción.

—Parecen una eme, una eme con una equis en el centro, otra eme y una erre… ¿Qué significa?

—Es alfabeto rúnico, chico. Lo que se conoce como futhark en base a sus seis primeras letras. Las emes son es, la eme con la equis es realmente una eme y la erre no varía. El nombre que resulta es Emer, la forma antigua del irlandés Eimear; ese es el nombre de tu chica.