Pressia

Alas

Se ha quedado todo en silencio. Bradwell está tendido en el suelo con el pecho al descubierto. Las costillas, ahora más anchas y gruesas, suben y bajan a un ritmo acelerado, pero por lo demás no se mueve. Pressia ha estado vigilándolo pero ahora se ha arrastrado hasta su lado. El viento le remueve el pelo y las alas; una de ellas la tiene curvada sobre el hombro, como una bóveda de plumas que le protegiera el cuerpo. La cicatriz le recorre la parte central del pecho. Cuando le pasa la mano por encima, Bradwell aprieta los ojos por el dolor, sin llegar a abrirlos.

Il Capitano está sentado con la espalda de su hermano apoyada en un árbol y con los puños llenos de tierra. Tal vez la quiera. Piensa en los tres unidos por las enredaderas, muriendo. Tiene que convencerse de que así es mejor. Mejor… Ha de serlo.

Fignan pliega las ruedas. No hay dónde ir. El caballo gime y agita la crin, que cae a lo largo de su grueso cuello. Un animal gigante con un corazón gigante. No les ha dicho de dónde ha sacado el caballo, ni les ha contado nada de la gente que ha visto en la montaña sagrada. Kelly vive y vive aquí. No están solos, aunque esa sea la sensación que tienen: la de estar completamente solos en la tierra, desgajados de todo.

Oye el sonido de su propio corazón en los oídos, con un ritmo entrecortado y enloquecido, igual que lo escuchaba bajo el agua cuando estaba ahogándose: el pulso grave y profundo, y el resto del mundo casi en silencio. Ha faltado a su palabra por una persona a la que quiere.

Quiere a Bradwell.

Ahí está: la verdad y nada más que la verdad. Y no es una debilidad ni requiere ningún valor. Su amor por él existe sin más. No murieron juntos en el suelo del bosque con los cuerpos cubiertos de hielo, de modo que no iba a dejarlo morir aquí, no sin ella. ¿Es un amor egoísta? Si lo es, se declara culpable. No puede pedir perdón por haberlo salvado, por convertirlo en un ser con tres pájaros gigantes en la espalda.

Se inclina sobre Bradwell, agarrando con fuerza el último vial que le queda, con la fórmula bien guardada en el bolsillo, y le susurra:

—Sigues siendo puro. Lo que cuenta es el interior, me lo enseñaste tú.

Lo ha salvado…, le guste a él o no. Ya había habido demasiadas muertes.

Está vivo. Sedge, no, ni el abuelo, ni su madre. ¿Qué le habría dicho esta? Es un misterio inescrutable para Pressia. ¿Qué le habría dicho el abuelo? Nada, solo la habría abrazado con fuerza, como hizo desde el principio, cuando no la conocía de nada y solo era una niñita perdida que ni siquiera hablaba inglés. «Ichi ni san chi go».

Piensa en Perdiz. ¿Dónde estará ahora? ¿Pensó alguna vez que Pressia podría llegar tan lejos? ¿Conseguirá volver?

Por alguna razón que no sabría explicar, está convencida de que volverán. Hay algo que la está llamando para que vuelva a casa.

Tal vez sea Wilda y todos los demás como ella. Puede que esté a tiempo de salvarlos.

Pressia no cree ya únicamente en su mundo. Es un mito, es un sueño. Y Newgrange es un lugar tocado por otro que está más allá. Tal vez aquí sigan existiendo las luciérnagas, y quizás en alguna parte haya mariposas azules, de las de verdad. Puede que algún día llegue a ver a su padre y le dé un abrazo y oiga el verdadero latido de su corazón. No está sola, forma parte de una constelación. Estrellas esparcidas que son almas iluminadas y ardientes.

—Ichi ni —le dice a Bradwell, a quien le tiemblan los labios.

—San chi go —susurra este.

FIN DEL LIBRO SEGUNDO