Mono
Lyda vuelve en sí cuando siente el agua sobre ella. Al principio está muy fría, tal vez para despertarla. Se encuentra en un compartimento blanco, del tamaño de un armario, con docenas de boquillas apuntándola. Delante tiene el pomo de una puerta al que intenta agarrarse, pero resbala. Está desnuda y se ve la barriga abultada. Aunque no salta inmediatamente a la vista, tal vez le hayan hecho pruebas mientras estaba inconsciente. Nota el interior de los brazos como amoratado. ¿Sabrán que está embarazada?
Las boquillas la rocían con una espuma cuyo olor le recuerda mucho a la piscina de la academia, a alcohol y a otros productos químicos penetrantes. Tose y le viene una arcada. Los ojos le queman.
Y entonces el agua se vuelve caliente y el compartimento no tarda en llenarse de vapor.
Cuando por fin se paran los chorros, vuelve a manipular el pomo pero, tal y como sospechaba, la puerta está cerrada a cal y canto. De la pared surge un cajón que contiene un mono blanco del centro de rehabilitación y un pañuelo para la cabeza. Ha vuelto donde empezó.
Coge la ropa y comienza a vestirse. Mientras se sube la cremallera, se imagina la barriga toda redonda y tirante rellenando el mono. ¿Qué aspecto tendrá un niño concebido fuera, entre miserables? Quizás ella sea ahora una miserable también. Los oficiales de la Cúpula no permitirían que un hijo suyo naciese en la Cúpula, ¿no es cierto?
El pomo se gira y la puerta se abre.
—Salga —le dice una voz.
Pero no hay donde salir. Da un paso de un espacio cerrado a otro espacio cerrado. El aire no se mueve ni un ápice y es estéril y estático. La Cúpula es el erial auténtico. Recuerda lo que le contó a Perdiz sobre las bolas de cristal con nieve: una vez más está atrapada, aunque aquí ni siquiera tiene el revoloteo acuoso de la nieve falsa.