Golpe en la cabeza
Pressia está volcada con las piernas levantadas, pero sujeta al asiento por el cinturón, que ahora le está cortando la sangre en un muslo. La cara le ha quedado a la altura de la escotilla, por donde solo ve briznas de hierba afiladas y gruesas. La nave ha aterrizado de costado.
Se lleva la mano bajo el jersey y comprueba que los viales estén bien: intactos.
—¿Qué demonios ha pasado? —pregunta Bradwell, que también está sujeto por el cinturón del asiento, aunque al ser alto llega con una mano para apoyarse en la pared curvada de la escotilla.
—Un aterrizaje forzoso. —Pressia encuentra la hebilla del cinturón, pero si lo suelta podría darse un buen golpe.
Bradwell se apoya con ambas manos en el techo.
—Desabróchame el mío y luego te ayudo con el tuyo —le dice a Pressia.
Alarga la mano hasta la hebilla flexible del asiento de Bradwell y tira de ella. El chico amortigua la caída con la fuerza de los brazos, se apoya en la pared lateral, le pasa un brazo por la cintura y ella se agarra a su cuello. Le encanta que sea tan corpulento y fuerte, con esos músculos curtidos por brutales años de supervivencia. Por fin le desabrocha el cinturón y la ayuda a bajar.
Trepan hasta la cabina de mandos mientras el avión se va balanceando bajo el peso cambiante.
Il Capitano ha caído de bruces y está tirado en el suelo inconsciente, con los brazos extendidos y una brecha en la cabeza por la que le sale una especie de halo de sangre oscura.
Helmud levanta la cabeza del hombro de Il Capitano y empieza a decir:
—Preparaos para aterrizar, preparaos para aterrizar. —Tiene la mejilla roja y empapada de la sangre de su hermano.
—Ostras, ¿qué hacemos? —exclama Bradwell.
Fignan se pone en medio de los dos y les dice:
—Aplicar hielo para reducir la hinchazón. Aplicar presión para cortar el flujo de sangre.
Pressia se arrodilla junto a Il Capitano, se cubre la mano con la manga del jersey y la presiona contra la herida.
—Busca una manta —le pide a Bradwell, que se apresura a volver a la cabina de pasajeros—. ¿Se ha desmayado con el golpe, en el acto? —le pregunta a Helmud.
—Preparaos para aterrizar —repite, con los ojos desorbitados y asustados.
—Helmud, tranquilo, se va a poner bien.
Bradwell reaparece y le tiende una manta, que ella dobla y apretieta contra la herida. La manta, que es azul marino, no tarda en cubrirse de sangre y adquirir un tono más oscuro.
—Mírale los ojos —le dice Pressia a Bradwell.
Este le levanta los párpados a Il Capitano y pregunta:
—¿Y qué tengo que mirar? ¿Si están dilatados?
—Sí, y que con suerte se dilaten al mismo ritmo.
Bradwell levanta ambos párpados y se echa hacia delante y hacia atrás, para procurar que le llegue la luz de Fignan.
—Pues no ha habido suerte.
—Ha sufrido una conmoción. No podemos dejarlo aquí.
—Pero tampoco podemos abandonar la misión: solo faltan cinco horas para que salga el sol.
—Preparaos para aterrizar —sigue a lo suyo Helmud.
Il Capitano parpadea.
—¿Capi? ¿Estás bien? —Pressia le toca la mejilla con la cabeza de muñeca.
Él pestañea mirándole a los ojos y entorna los suyos. Parecen mirar de un lado al otro y volver luego a su cara y clavarse en ella. Intenta murmurar algo pero al principio la voz le sale demasiado ronca.
Pressia se inclina para oírle mejor.
—¿Qué quieres, Capi?
Este levanta las manos y le coge la cara con gran delicadeza.
—Pressia —susurra, y la besa, con un beso breve, suave y delicado en los labios.
La chica se queda aturdida, sin saber qué decir. Aguanta la respiración y abre los ojos de par en par. Recuerda en el acto a Il Capitano cantando en su guardia aquella canción de amor, y luego lo de la presa, cuando discutieron sobre qué era ser romántico y qué no.
Sigue presionando la manta sobre la herida, pero sacude la cabeza.
—Capi, acabas de… —Besarme. Il Capitano acaba de besarla, pero ha debido de ser un error.
—Te quiero, Pressia Belze.
Y ahora no hay lugar a dudas.
Il Capitano desliza la mirada fuera de la cara de Pressia y cierra los párpados. Ya está, se ha vuelto a desmayar.
Helmud la mira y le dice:
—¿Pressia? —Como si quisiera saber si también ella quiere a Il Capitano.
Le entran ganas de llorar. La canción de amor que cantaba. ¿Pensaba en ella? Está desconcertada, y se pregunta cuánto tiempo llevará sintiendo eso, cuánto tiempo lleva soportando ese secreto. Ahora entiende la forma en que la miró cuando la vio cogiéndole la mano a Bradwell en el puente.
Este último se levanta y se va hacia la puerta.
—No lo sabía —le dice.
—¿A qué te refieres? —A Pressia le entra el pánico. ¿Está hablando de Il Capitano y ella? ¿Cree que ha estado pasando algo entre ambos?—. No hay nada que saber.
Bradwell le pega un puñetazo a algo y Pressia oye un crujido repentino. La nave oscila por unos segundos. ¿Está celoso?, ¿o solo cabreado porque no sabía algo, aunque no había nada que saber…?
—¡No estamos pensando con claridad! —tercia Pressia—. ¡Ninguno! No lo piensa de verdad. Él solo…
—Claro que lo piensa. Debería haberme dado cuenta. Llevo tanto tiempo queriendo decir esas palabras y ahora ¿llega él y te las dice, así sin más?
—¡Se ha dado un golpe en la cabeza! —exclama Pressia, que entonces se para a pensar en lo que acaba de decir Bradwell—. ¿Que llevas tiempo queriendo decir esas palabras?
De espaldas a Pressia, Bradwell se queda paralizado y respira hondo.
—Sí.
—Sí —repite Helmud como si él ya lo supiera desde hace tiempo.
Pressia se queda mirando a Helmud por primera vez en mucho tiempo. Quiere preguntarle si él conocía el secreto. Suele comprender mucho más de lo que da a entender. Se frota la pequeña fila de dientes superiores contra el labio inferior, nervioso.
—¿Qué vamos a hacer? —le pregunta a Bradwell—. Uno tiene que irse ya y otro tiene que quedarse.
El chico no responde.
Pressia levanta la manta y ve que la hemorragia se ha reducido. La herida está hinchada pero al menos ya no sale sangre a borbotones.
—Helmud. Pon la mano donde la mía. —Le tiende una parte de la manta sin manchar. El otro la coge y Pressia le aprieta la mano con fuerza—. Aplica una presión constante.
—Presión.
Se levanta y pasa por delante de Bradwell, al que solo le ve la espalda, con los pájaros removiéndose bajo la camisa. Está mirándose los nudillos, que probablemente se haya cortado. Hay una abolladura en la pared, con un dibujo como de tela de araña en la capa exterior. Pasa por la puerta, coge una bolsa de provisiones con comida y agua y la lleva de vuelta a la cabina de mandos.
—Voy a salir ya. Tú te quedas aquí.
Bradwell se vuelve y sacude la cabeza.
—No, no, no, de eso nada.
Le lanza las provisiones contra el pecho.
—Sí, claro que sí.
—De ningún modo vas a irte tú sola.
—Te olvidas de que en parte estoy aquí por motivos egoístas.
—Pressia, no vas a encontrar a tu padre.
—Si vas tú y lo encuentras a él o alguna pista, aunque sea el indicio más mínimo, de que está vivo, en lugar de mí, nunca te lo perdonaré. Este es un viaje que tengo que hacer yo.
—Esto no es solo cosa tuya, Pressia. Walrond dejó ese mensaje para mis padres antes de matarse, y antes de que yo encontrara a mis padres muertos en la cama.
A Pressia se le hace un nudo en la garganta.
—¿Los encontraste tú?
Bradwell mira a Helmud, que tiene la manta presionada contra la cabeza de su hermano.
—Bradwell —susurra Pressia.
—Era por la mañana y bajé a desayunar. Como no estaban en la cocina, fui por toda la casa llamándolos. Y entonces eché a correr… abrí la puerta… y allí estaban.
—Lo siento mucho…
—Al principio no me di cuenta de que estaban muertos, porque la sangre no parecía sangre, se había secado. Pero cuando me acerqué y le toqué el brazo a mi madre, lo tenía rígido y frío. Y vi el tono azulado de la piel
—¿Por qué no me lo habías contado?
—Me ha costado años superarlo.
—Una cosa así nunca se supera.
—Pues ya ves, yo también soy un egoísta y lo estoy haciendo porque mis padres está muertos. Willux mandó matarlos. Yo no he venido aquí de paseo, no lo hago por el bien común.
—Bradwell —susurra—. Soy yo la que va a ir. Y tú el que se va a quedar, porque mi padre podría seguir con vida. Es muy cruel, pero es así.
Fignan sale por la puerta de la cabina de mandos.
—No puedes dejarme aquí con Il Capitano después de que te haya besado, ¡después de lo que te ha dicho!
¿Está echándole la culpa a ella? ¿Piensa que le ha dado falsas esperanzas o que ha estado teniendo una relación con Il Capitano al mismo tiempo que con él? Se vuelve y camina con paso inestable por las paredes del avión hasta la puerta de salida, que ha quedado casi a la altura de su cabeza.
—Espera. ¡No! No puedes…
Usa los asientos a modo de escalones para alcanzar la puerta, gira el volante que la mantiene cerrada y deja que caiga hacia dentro.
—Te vas de verdad.
—Pásame a Fignan, me va a hacer falta para orientarme.
Se apoya en los codos y se impulsa hacia arriba hasta quedarse sentada en el lado de la cabina exterior de la nave. Está oscuro, a pesar del resplandor de la luz del avión que sale por la puerta, el parabrisas y las escotillas.
Bradwell se pasa las manos por el pelo y se rasca con fuerza las cicatrices de la mejilla.
—¿Qué quieres?, ¿que me vaya sin Fignan?
Bradwell suspira, coge la caja y se la pasa por la puerta. Fignan despide un estrecho haz de luz con el que escruta los alrededores y los árboles que hay a lo lejos.
Pressia se desliza hasta el suelo.
Bradwell se asoma por la puerta y se queda mirándolo, con su pelo alborotado, sus hombros musculosos, sus ojos oscuros y húmedos. ¿Qué pensará de ella? ¿Qué pensará de los dos como pareja? Es igual de impenetrable que una caja negra.
Todavía siente el beso de Il Capitano en los labios. Tal vez lo que más le ha sorprendido es lo tierno que ha sido, porque no es precisamente su estilo. Ella no lo quiere, o al menos no de la misma forma que él a ella. Aunque sí que lo quiere en cierto modo. Han vivido muchas cosas juntos. Cuando no tenía a nadie, él la ayudó y la salvó. Y está convencida de que al menos superficialmente ha conseguido hacerlo cambiar. Tienen tantas cosas en común; no es una relación simple ni fácil. ¿Cómo podría serlo? Cuando lo conoció, le aterraba que pudiese dispararle.
Bradwell la mira, expectante.
Por un momento aguza el oído para ver si oye algo alrededor. Está todo en silencio, pero por alguna razón eso la asusta aún más.
—Lo estoy sintiendo ahora mismo —le dice al chico.
—¿El qué?
Una sensación etérea en la barriga y el corazón aporreándole el pecho como si se estuviera cayendo, y cayendo.
—Mira, no entiendo todo lo que hemos pasado juntos, lo que significa todo esto. Pero lo que sí sé… —Se enjuga una lágrima de la cara—, lo que sé es que algún día lo echaré de menos, incluso las partes más duras, incluso los horrores. Te echaré de menos —le dice mirándolo ahora a los ojos—, este momento, aquí y ahora.
Bradwell la mira como memorizando su cara.
—Conseguiré llegar —le dice Pressia a modo de despedida.
—Lo que yo quiero es que consigas volver —replica el otro.