Borroso
Han volado durante dos días y una noche y ahora empieza de nuevo a oscurecer. Il Capitano ve borroso por el cansancio y tiene los nervios de punta por el chute de adrenalina. Helmud se ha dormido, se ha despertado y ha vuelto a dormirse. Ahora lo sacude para que despierte. Están llegando. Abre por unos segundos los tres depósitos de vacío y deja que entre un poco de aire para poder bajar de altitud. Ya no están surcando el infinito del océano vidrioso; por el foco del morro se ve que están pasando por encima de oscuras siluetas de colinas, valles, collados rocosos, lagos oscuros y ciudades en ruinas, con extensiones de casas y edificios derruidos.
—Mira eso, Helmud. Es otro país. ¿Verdad que nunca te habrías imaginado que verías otro país? ¿A que no?
—¿A que no? —le pregunta su hermano.
—Pues no.
El panel de navegación muestra un mapa topográfico que no vale para nada, porque las Detonaciones alteraron todo el terreno. Aterrizarán dentro de poco.
—¿Cuánto queda? —le pregunta a Fignan, que emite una luz antes de dar el dato.
—Veintiocho kilómetros y doscientos metros. Rumbo este.
—Vale, pues será mejor que vayamos buscando una llanura.
La aeronave pega entonces una sacudida y lanza a Il Capitano hacia atrás, como si Helmud estuviese tirando de él con fuerza.
—¿Qué coño ha sido eso? —dice, con el corazón ya acelerado.
Fignan pita sin saber qué hacer.
—¡Veintiséis kilómetros! —exclama, como si eso fuese de alguna ayuda.
Cuando el avión parece reencontrar su equilibrio, Il Capitano deja escapar un suspiro de alivio.
—Vale, ha sido solo un bache. No pasa nada.
No es cierto, sin embargo, porque vuelve a ocurrir, esta vez con más fuerza. Se incorpora, pero la cola cabecea y el morro se hunde hacia abajo. Helmud se agazapa tras la espalda de su hermano.
—¡Dios Santo, busca la parte del manual sobre emergencias! ¿Crees que tendrá algo que ver con el bucky trasero? —le pregunta a Fignan.
—En caso de emergencia… en caso de emergencia. En caso de fallo de motor, en el bucky trasero… —¿Está pasando las hojas del manual? Fignan tiene todas las luces encendidas—. Compruebe el panel de navegación.
Il Capitano repasa la consola con los ojos y ve una luz roja que parpadea en un dibujo de la estructura básica del avión y que indica una grieta muy fina. Acciona las bombas del depósito que da fallo y se deshace del aire tan rápido como lo coge. La luz roja sigue parpadeando pero parece que la fractura es pequeña y está controlada. Mientras siga pendiente, manteniendo el equilibrio de aire, el avión aguantará hasta que aterricen.
—Tengo que bajarlo.
—Bajarlo.
La aeronave vuelve a reducir la marcha. El bucky trasero está cogiendo más aire, con lo que pesa más y se hunde hacia atrás.
—Pero ¿qué está pasando ahí? —grita Bradwell desde atrás.
—Una pequeña grieta. Se está colando un poco de aire.
Y entonces Bradwell se planta en la puerta.
—¿Una pequeña grieta? ¿Qué significa eso?
—No pasa nada, ve a sentarte. Y abróchate bien el cinturón.
En el despegue no le importó mucho no poder atarse por llevar a Helmud en la espalda, pero ahora no le hace mucha gracia no atarse el cinturón.
—¡Pero vas a necesitar ayuda! —replica Bradwell—. ¡Te hace falta un copiloto!
—Tengo a Fignan, aparte del copiloto que llevo siempre incorporado. —Señala a Helmud a su espalda.
—Capi, déjame que…
—¡Que no! ¡Vuelve a tu asiento! ¡Es una orden!
Bradwell regresa como puede sobre sus pasos. Il Capitano lo oye hablar con Pressia. ¿Estarán criticándolo a sus espaldas?
Il Capitano no quiere aterrizar hasta que no estén lo más cerca posible de su destino. Aunque quedan menos de veinticuatro kilómetros, cuanto menos recorran a pie, mejor; quién sabe si el terreno será infranqueable y estará plagado de criaturas letales. Tiene que acercarse todo lo posible.
La luz de los focos recae sobre una manada de extrañas criaturas al trote… ¿alimañas, amasoides, terrones, u otra cosa desconocida? Desaparecen por una pequeña arboleda.
La nave se vuelca entonces hacia un lado, y tiene que virarla hacia el otro para enderezarla. De la popa llega una especie de silbido y en el acto el panel de navegación muestra una nueva fisura, más larga aún.
—¿Cómo? ¿Por qué? ¡Fignan! —grita Il Capitano—. ¿Estoy saturando los depósitos?, ¿es demasiada presión?
—Una presión excesiva en los depósitos puede resultar en fisuras, sobre todo si la nave ha estado sometida a grandes altitudes durante un tiempo superior a cuarenta horas —informa Fignan.
—¡Maldita sea! ¿Por qué no me lo has dicho antes?
Fignan no responde y se limita a atenuar la luz, como para expresar cierto sentimiento de culpa.
—¡Quédate conmigo, Fignan! ¡Eres lo único que tengo!
—¡Eres lo único que tengo!
—¡Ahora no te pongas celoso, Helmud! —le grita a su hermano.
Algo se resquebraja, con un sonido fuerte y agudo, algo que se ha roto y se ha soltado. El avión vuelve a pegar una sacudida más violenta aún, y ambos se ven propulsados hacia atrás en el asiento.
—¡Capi! —grita Pressia—. ¿Qué está pasando?
Ay…, no quiere fracasar, no con Pressia allí, con la vida de ella en sus manos.
—Voy a tener que aterrizar. Estamos cogiendo demasiado aire.
No le queda más remedio que maniobrar con las bombas de los depósitos que no están dañados y cruzar los dedos para que no pierdan altitud demasiado rápido y no caigan en picado. Se levanta y mira el mapa topográfico y la gran superficie de terreno abrupto que pasa por debajo de la nave.
Un poco por delante hay un círculo de árboles y floresta, pero al otro lado parece bastante liso. No cree que pueda llegar hasta allí, pero se ve una pradera y ya solo quedan catorce kilómetros para el destino.
—¡El viento viene del noroeste, Fignan! ¿Cómo aterrizo este chisme?
—Es aconsejable poner el avión en la misma dirección del viento antes de tocar tierra.
—Vale, de acuerdo. —Il Capitano hace coincidir el morro con la dirección del viento y el aparato se inclina hacia el centro de la pradera—. No estaría mal tener una torre de control con su personal y todo eso
Pasa rozando una colina y, ya sobre la llanura, se queda suspendido en el aire, con el morro en la dirección del viento y los propulsores en contra para mantener la estabilidad.
Con todo, la cola los está lastrando hacia abajo. Suelta un poco de aire de las bombas de los otros dos depósitos y el avión empieza a bajar rápidamente.
—¡No tan rápido! ¡No tan rápido! —Pulsa el botón para extender las patas sobre las que van a aterrizar—. ¡Sooo!
—¡Sooo!
Pero la parte trasera es demasiado pesada y bajan más rápido de lo deseable. Aplica presión sobre las bombas de los depósitos ilesos, pero provoca un estallido que hace que se inclinen hacia delante.
—¡Sujetaos bien! —grita—. ¡Preparaos para aterrizar!
Helmud se coge a los hombros de su hermano pero Il Capitano no puede agarrarse a nada. Está intentando suavizar el impacto del aterrizaje, ajustando los propulsores, frenando el depósito frontal y atando en corto el central.
—Preparaos para aterrizar —susurra Helmud con voz ronca—. Preparaos para aterrizar.
Cuando tocan tierra, Il Capitano estampa la cabeza contra los controles y se queda noqueado en el suelo, mareado y con un ojo emborronado por la sangre. El depósito central sigue bombeando, lo que hace que la nave permanezca en el aire. El viento la sacude y hace que se vuelque hacia un lado. El parabrisas choca contra algo, cruje y se resquebraja. «Vuelta de campana», piensa Il Capitano.
En ese momento se ve impulsado contra el cristal de la cabina de mandos pero intenta mantenerse consciente porque el avión sigue con vida.
—¡Preparaos para aterrizar! —gime Helmud—. ¡Preparaos para aterrizar!
—No pasa nada, Helmud. Tranquilo, hermano.
Alarga una mano y acciona con el puño la última bomba que funciona y los propulsores. La nave parece suspirar aliviada y cabecea como si estuviese en el fondo oceánico. La pantalla de navegación se ha quedado en blanco.
Con sangre saliéndole de un ojo, Il Capitano se arrastra con los codos hasta la ventanilla. Al otro lado del cristal el mundo está en penumbra. Se da cuenta de que no se oye nada.
—¡Pressia! —la llama, pero su voz es muy débil.
Y entonces todo es oscuridad.