Lyda

A sabiendas

Madre Egan entra con una bandeja con puerros, tubérculos, carne blanda y un líquido rosado.

—Venga, arriba, arriba —le dice de buenas maneras.

Lyda está en el camastro nueve, en un confinamiento casi carcelario, pero que no le viene nada mal. Se siente asquerosamente culpable. No puede parar de pensar en la Buena Madre cuando le dijo que su intención es matar a Perdiz, que atacará la Cúpula y morirá gente en el proceso. Ya ha anunciado que las madres deben prepararse para la guerra, que Lyda es la causa, porque las representa a todas: deshonrada, desamparada y abandonada a su suerte.

Se incorpora en la cama y Madre Egan le ahueca el almohadón para que tenga un buen apoyo. A continuación le pasa la bandeja con el tenedor.

—Este otoño encontramos unos frutos rojos de piel muy gruesa. Hemos descongelado y exprimido algunos para ti. Madre Hestra quiere que estés fuerte.

Lyda le da un sorbo a la bebida, que está salada y amarga. Sigue teniendo náuseas de vez en cuando, pero la mayor parte del tiempo está tan cansada como inquieta.

—Gracias.

Madre Egan le sonríe y le dice:

—Por ti, cualquier cosa. —Ahora todas las madres la tratan mejor, y no solo por compasión, sino más bien por miedo. Sienten que tiene poder—. ¡Estoy deseando ver a la criatura!

Lyda se obliga a sonreír, pero se pasa un brazo por la barriga, como protegiéndola. Pero… ¿de quién será el bebé? Esa es otra razón de que la traten mejor: codician a la criatura.

—Será una alegría para todas. —La madre la mira con voracidad.

—Gracias por la comida —le repite Lyda, y le alivia oír que alguien se acerca a la puerta, alguna persona que desviará la atención. Es Madre Hestra, que viene de cazar, con el saco manchado de sangre fresca pero vacío; ya ha entregado sus capturas.

—¡Madre Egan! ¿Te importa si visito a la paciente?

La primera madre no quiere irse, Lyda lo nota. Ha traído la comida y tiene una excusa para quedarse con ella, pero no puede quejarse.

—Claro que no me importa. Espero que te guste. —Se trata de un sutil recordatorio para que a Lyda le quede claro que es a ella a quien le debe la comida, que ha sido ella la que ha tenido el detalle.

—Seguro.

Una vez que Madre Egan se ha ido, la otra deja caer todo su peso sobre la cama. Syden parece adormilado y tiene las mejillas coloradas por el viento frío.

—¿Cómo estás?

Lyda mastica la carne tierna.

—Estoy pensando en irme. —Le sorprende haberlo dicho en voz alta, pues apenas es un leve pensamiento en lo más hondo de su cabeza. La idea de intentar sobrevivir fuera por su cuenta la aterra.

—No lo conseguirías. Mira, has sido tú el desencadenante, pero si no, hubiese sido cualquier otra cosa. Había llegado la hora.

Lyda mira de reojo al crío, que está asomado por la barriga de su madre.

—Él no me hizo daño, y tú lo sabes.

Madre Hestra suelta el saco en el suelo y se frota las manos para calentárselas.

—Pero ¿tú lo entendiste en realidad, Lyda? ¿Tú sabías lo que estabas haciendo?

—¿Y él? —Lyda no puede ni decir su nombre.

—¿No? —cuestiona Madre Hestra.

Lyda no está segura. ¿Sabía él que podía quedarse embarazada? Ella nunca había oído de ningún niño que naciese de una mujer que no estuviese casada, de modo que no había ninguna prueba palpable de que pudiese pasarle a alguien como ella, tan joven. Recuerda la piel cálida del pecho de Perdiz y la respiración de ambos bajo los abrigos. Le preguntó si estaba segura. Tenía que saberlo, si no, ¿para qué hacerle esa pregunta? Y ella ni se enteró de lo que estaba preguntándole, de que quería pedirle permiso, y mucho menos de lo que suponía dárselo. Sin embargo, podría haberlo parado, pero ella no quiso dormir.

Ahora deja la bandeja en el suelo, junto al vaso. Se tiende en la cama, junta las manos y las mete bajo la almohada.

—Qué importa si él lo sabía o no —dice Lyda. Aunque sí que importa: es la diferencia entre que ambos hayan recibido un golpe a traición, o lo haya recibido solo ella—. Madre Hestra —susurra con apremio—, tengo que ponerme en contacto con Bradwell, Pressia e Il Capitano. ¿Es posible? Tal vez ellos puedan ayudar. No podemos permitir el ataque.

—No sé nada de eso —le responde la madre.

Lyda tiene que contarles lo que está pasando. A lo mejor ellos saben cómo poner fin a toda esa majadería de guerra y muerte. Le entran ganas de llorar.

—La Cúpula…, vosotras no los conocéis, no entendéis lo bien equipados que están y lo poderosos que son. Vais todas por ahí sin tener ni idea… Será un baño de sangre. ¿Es que no lo entiendes?

Madre Hestra sacude la cabeza y sonríe.

—No vamos a atacar la Cúpula. A quienes vamos a atacar es a los muertos, a los hombres que nos hicieron sufrir durante años, antes de que las Detonaciones cayesen sobre nuestras cabezas, a quienes nos deshonraron y nos abandonaron. Te guste o no, tú representas el abandono. Tú eres todas nosotras, y tu hijo, todos los nuestros.

—Yo no quiero representar nada.

—A veces no te dan a elegir.

—Prométeme que intentarás encontrar a mis amigos. Por favor —le ruega—. Inténtalo por lo menos.

Madre Hestra acaricia el pelo de Syden.

—Ya veremos. Pero no te prometo nada.