Il Capitano

Libre

El camión está remontando la colina a regañadientes; Il Capitano reduce la marcha, mientras Helmud sigue silbando.

El soldado que les ayuda con las operaciones va en la parte de atrás. Se dirigen al puesto de avanzada. El sol se está poniendo e Il Capitano sigue pendiente de los jabalíes y los condenados búhos desvaídos que puedan salirle al paso. No se arrepiente de haberse cargado a todos los que pudo, la única pena es que no fuesen comestibles. Lo que sí se zamparon fue el jabalí, que tenía una carne estupenda y veteada.

De pronto ve por la ventanilla del copiloto algo que desaparece al punto. No sabe si acelerar o frenar. Podría ser un jabalí de cuernos retorcidos; le encantaría volver a comer esa carne. Helmud se revuelve en su espalda.

—¿Has visto algo?

—¡Visto algo! —le dice Helmud.

Il Capitano detiene el vehículo.

—¿Qué ha sido eso?

Se asoma por la ventanilla para ver mejor, pero Helmud se vuelve hacia el otro lado y chilla. Il Capitano gira la cabeza como un resorte hacia las otras ventanillas y ve entonces la cara alargada y el cuerpo musculoso de Hastings, que se aparta en ese momento del camión, con las armas tan relucientes que parecen mojadas. Il Capitano respira agitadamente: ¡Hastings!

—No pasa nada, Helmud. No pasa nada —le repite al soldado que va detrás—. No salgas, ¿vale? No te muevas, ahora vuelvo.

Acto seguido abre la puerta, con la esperanza de que no hayan reprogramado a Hastings para que lo mate, y sale del coche con las manos en alto; mantiene las distancias, no vaya a ser que el soldado tenga una tictac que pueda provocar que le explote la cabeza.

—¿Qué puedo hacer por ti?

Hastings respira rápida y pesadamente y no para de ir de un lado a otro. Helmud se ha acurrucado todo lo bajo que ha podido, escudándose en los hombros de su hermano.

—¿Qué quieres? —le pregunta de nuevo.

Hastings se le acerca y, sobrepasando en altura a Il Capitano, lo mira fijamente. Se oye un chasquido: de la bota de Hastings ha surgido una cuchilla, una especie de pezuña-cuchillo.

—Tranquilidad.

—Tranquilidad —susurra Helmud.

Hastings da un paso atrás y escribe con la pezuña en la tierra.

«Liberadme».

Il Capitano se queda unos instantes callado, intentando procesarlo. ¿Qué está pidiéndole exactamente? ¿De qué quiere que lo libere? Pertenece a la Cúpula, lo crearon ellos.

Hastings se va hacia una roca.

—Espera —le dice Il Capitano.

¿Podría en realidad liberarlo? Ha estado haciendo de cirujano con Helmud durante las últimas semanas. Si pudieran sedarlo y desintervenirlo, sería libre y extremadamente valioso. Hastings lo mira fijamente, suplicante. Conoce esa mirada, en plan «líbrame de mis desgracias». La última vez que la vio estaba con Pressia en el bosque y le disparó a un niño que había caído en una trampa. Pero él no le está pidiendo que lo mate, ¿verdad?

Hastings empuja la piedra hacia Il Capitano, le da la espalda y se arrodilla. Inclina la cabeza hacia abajo y abre los brazos de par en par.

Il Capitano abre la parte trasera de la camioneta.

—Pásame la bolsa.

Cuando el soldado le da los sedantes, vuelve adonde está Hastings, que sigue arrodillado, y luego le pone la mano en el descomunal brazo y lo aprieta con fuerza. El soldado se pone tenso… ¿esperando un tiro en la cabeza, tal vez? Ve cómo le palpita la yugular, le mete la aguja bajo la piel, libera el sedante en la corriente sanguínea y después saca la jeringuilla. Se queda contemplando cómo se cae Hastings hacia delante y se apoya en un solo brazo entumecido. El chico se vuelve y mira a Il Capitano con los ojos llenos de lágrimas. Al principio parece confundido pero después sobrevuela en su cara cierto alivio y una sonrisa muy leve. Cuando el codo cede, se cae con fuerza contra el suelo.

—Parece que hemos pescado otro paciente, Helmud… ¡y uno bien gordo!