Golondrinas
Está sentado en una vieja silla plegable que han reforzado con cuerdas para que no se venga abajo. Tiene la pierna mala extendida y el pie hacia fuera, a la espera de que alguien le eche antiséptico y se la vuelva a vendar; entre tanto, se niega a mirar las heridas. Hay unas golondrinas de pico curvado piando en los aleros. Helmud les pía a su vez. Riggs ha echado leña al fuego y luego se ha ido a por provisiones. La chimenea fue construida para calentar las tres plantas de la casa, pero las dos de arriba ya no existen; la de abajo, por su parte, tiene un tejado nuevo, un revuelto de cosas unas sobre otras que han dejado una esquina al aire. Il Capitano contempla el camino del humo, que sale por la chimenea medio rota y luego se eleva en el aire para mezclar sus cenizas con la nieve.
Wilda duerme sobre un camastro en una esquina donde el tejado está bien. No se oye nada; hasta los soldados de las tiendas de fuera están callados. No podrá dormir hasta que no sepa qué ha sido de Pressia y Bradwell. Cuando llegaron, Darce ya había enviado a una partida de búsqueda, pero Il Capitano mandó otra con Fignan de guía. Tiene los nervios tan a flor de piel que ojalá pudiese andar de un lado para otro para calmar la ansiedad.
Riggs vuelve al cuarto con un bote de alcohol y vendas nuevas.
—¿Es que no hay nadie con conocimientos médicos? —pregunta al chico.
—Me han mandado a mí.
Il Capitano suspira y su hermano hace otro tanto. El chico se pone de rodillas y desenvuelve las tiras ensangrentadas de lo que antes era la camisa de Helmud.
—¿Tiene mala pinta? ¿Se ha infectado? —quiere saber Il Capitano.
—Está rojo oscuro, hinchado y con algo de pus. —Abre el bote—. Esto le va a doler.
—En peores me he visto.
—Peores.
—Que sea rápido.
Al frotarle con el alcohol, cada uno de los puntos donde se clavaron las patas le abrasan. Coge aire con fuerza, rápido, y Helmud lo imita. ¿Lo hará por solidaridad?
Riggs se apresura a envolver la herida de nuevo, mientras Il Capitano se recuesta y deja que Helmud apoye la espalda.
—¿Riggs?
—¿Sí, señor?
—¿Habías oído hablar de mí? ¿Qué piensas de mí?
—No lo sé, señor.
—Sí que lo sabes. ¿Qué dice la gente?
—Dicen de todo. Pero usted es un cabecilla, así que no creo que nada de eso le importe.
Piensa en Pressia esperando a Bradwell junto a la chimenea caída. ¿Le habría esperado a él también? ¿Helmud y él habrían valido la pena?
—Pues yo creo que tal vez sí que importe lo que la gente piense de mí. Pero solo tal vez.
Se queda mirando por el agujero del tejado. ¿Qué es nieve y qué ceniza? Ambas son igual de grises y ligeras y dan vueltas. Desde donde está sentado no es capaz de distinguirlas.