Río
En cuanto se adentran lo suficiente en el bosque, Bradwell le dice:
—Vamos a probar otra vez.
—¿A probar el qué?
—Con Fignan. —La caja negra les ha ido siguiendo a buen ritmo valiéndose de una combinación de ruedas y brazos largos para superar el terreno abrupto—. No dejo de darle vueltas. Quiero que volvamos a decirle los siete nombres sin Perdiz delante, solo nosotros.
—Vale —le dice Pressia—, pero esta vez procura no…
—¿Que procure no qué?
La chica iba a decirle que no depositase sus esperanzas en Fignan pero se ve incapaz. Con esa voz tan apasionada y esa mirada tan poderosa, ¿cómo va a decirle que no se haga ilusiones? ¿Cómo va a decirle a nadie, allí en medio de aquel paraje desolado, que no se ilusione?
—Nada. Venga, vamos a intentarlo.
Cada uno se arrodilla a un lado de Fignan.
—Cisne —dice Bradwell.
Y cuando Fignan termina su letanía de «sietes», Bradwell recita a toda prisa los nombres.
—Aribelle Cording, Ellery Willux, Hideki Imanaka, Lev Novikov, Bartrand Kelly, Avna Ghosh y Arthur Walrond. —Después de que se encienda una luz verde con cada nombre, el ojo de la cámara asoma por encima de la caja y mira a Bradwell y luego a Pressia—. Nos conoce. Tiene que estar comparando nuestras caras con las muestras de ADN que tomó —dice Bradwell.
El motor interior de Fignan renquea, como si tuviera un problema en el procesador interno.
—Coincidencia: Otten Bradwell y Silva Bent. Varón —dice por fin—. Coincidencia: Aribelle Cording y Hideki Imanaka. Hembra.
—Somos nosotros, ¿lo ves?
Pressia está aturdida.
—Acceso concedido. Reproduciendo mensaje para Otten Bradwell y Silva Bent.
En el acto surge en espiral una cinta de luz parpadeante desde Fignan que se abre en un cono que ilumina el aire y, de paso, las motas de ceniza que cabalgan en el viento.
—¡Ha funcionado! —exclama Pressia asombrada.
—Te lo dije.
En colores parpadeantes va apareciendo una cara, una que Pressia no reconoce, la de un hombre de unos treinta y tantos años con cabello revuelto y bigote rubios que no para de parpadear, como si estuviese demasiado nervioso para dormir y llevase sin pegar ojo varios días.
—Si estáis viendo esto, significa que sois gente en la que confío; o bien miembros de los Siete en quienes todavía tengo fe, o Silva y Otten, a quienes les confiaría mi vida. —Hace una pausa, se lleva la mano al pecho y luego aparecen lágrimas en sus ojos—. Y que estáis vivos.
Bradwell se acerca más a la cara del hombre. Parece aturdido, como si estuviese viendo un fantasma.
Pressia le tira de la manga y le pregunta:
—¿Es Walrond?
Sin dejar de mirarlo, el chico asiente y murmura:
—Sí, el mismo.
—Es probable que cuando veáis esto ya haya muerto. Y puede que el mundo entero conmigo. Quizá nada de lo que estamos intentando hacer llegue a funcionar, pero había que intentarlo. Y la caja lo sabe —prosigue Walrond—. Siento lo de la muestra de ADN, pero se trata de una barrera más de seguridad, no me ha quedado más remedio. —Mira a su alrededor con los ojos empañados. Sale por un momento del encuadre, tal vez para buscar algo o a alguien, con mucha cautela, pero al poco vuelve—. Esta caja contiene todas las notas desde el origen de todo, desde que se crearon los Siete, con todas las ideas de Ellery, toda su locura. —Cruza los brazos por delante del pecho y continúa—: Uno no decide de la noche a la mañana convertirse en genocida. Hay que prepararse para semejante acto de aniquilación, y no me cabe duda de que Ellery así lo ha hecho, y todavía está en ello. Pero empezó bastante joven, yo ya lo conocía por entonces. Podría haber hecho algo, pero no he sido consciente hasta ahora, al echar la vista atrás. Lo más irónico es que mató a la única persona que podría haberlo salvado.
Bradwell tiene los ojos llenos de lágrimas, pero no está llorando. Quería a Walrond, y se ve el dolor grabado en su rostro.
—Está todo aquí, la caja os conducirá hasta la fórmula —sigue hablando Walrond.
La fórmula. Walrond la tenía y puede llevarlos hasta ella… Pero ¿será todavía posible, después de tanto tiempo?
—Es una misión complicada, porque no podía arriesgarme a ponerlo demasiado fácil. Y ojo, si llegáis a un punto muerto de la búsqueda, recordad que yo conocía la mente de Willux como nadie, que leí cuidadosamente sus notas y que tenía que pensar en el futuro. La caja no me parecía lo suficientemente segura, por eso no podía almacenarlo todo aquí sin más. Si sabéis cómo piensa Willux (y todos lo sabéis, pues se convirtió en el trabajo de nuestra vida, intentar dilucidar cuál sería su siguiente paso), como decía, con solo pensar en su mente, en su lógica, entenderéis las decisiones que he tenido que tomar. Y cuando lleguéis al fondo, veréis que la caja no es una caja, sino una llave. Recordadlo: la caja es una llave y el tiempo es crucial. —Vuelve a salir del campo de visión. ¿Tiene una ventana cerca? ¿Estaría mirando si venía alguien a por él? Cuando vuelve dice—: Cada vez los siento más cerca. Nos estamos quedando sin tiempo. Si estáis escuchando esto, quiere decir que todos nuestros intentos han fracasado. —Parece a punto de reír… ¿o es más bien un gemido? Pressia no sabría decirlo. Walrond respira agitadamente y continúa—: Bueno, al fin y al cabo, Willux es un romántico, ¿no os parece? Quiere que la historia de sus glorias perdure en el recuerdo. Espero que alguno de vosotros oigáis esto y que le pongáis fin a esa historia. Prometédmelo. —Mira hacia el techo y por unos instantes la imagen balbucea, pero al cabo de unos segundos se estabiliza—. Aunque ya sé que no me merezco vuestra palabra, en especial la de Silva y Otten. Vuestra palabra es demasiado buena para mí. He roto tantas promesas… Vosotros sois mejores que yo, siempre ha sido así. Y Bradwell es la combinación de lo mejor de los dos. —En ese momento mira fijamente a la cara, y a Bradwell—. De hecho, ¿os imagináis que es él quien sobrevive de todos nosotros? Tal vez le añada una propiedad nueva, por si acaso, para todos vuestros hijos —susurra—. Dios, espero que sobrevivan todos, que superen lo que se nos viene encima. Y que tengan un mundo donde sobrevivir.
La luz se desvanece entonces y la pequeña cámara que proyecta el holograma vuelve a meterse en la caja.
Todo se queda en silencio.
—¿Estás bien? —le pregunta Pressia a Bradwell; no puede ni imaginarse el impacto que ha debido de sentir al volver a ver a Walrond.
—Sí, muy bien —dice sin dejar de mirar a Fignan—. Parece que, después de todo, sí que hay una fórmula, y que de un modo u otro la introdujo aquí dentro. La fórmula… Ahí la tienes. —Respira hondo y añade—: Vámonos.
Mientras Fignan sigue avanzando, el chico empieza a andar tan rápido que no logra seguirle el paso.
—Espera —le pide Pressia—. ¿Qué querías de Walrond? ¿Lo de la fórmula no te parece buena noticia? Si la conseguimos, solo nos faltaría un ingrediente y así podríamos salvar a Wilda y a…
—Para ti supongo que sí lo es.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que la Cúpula puede purificar a la gente. Que lo han averiguado, pero causa degeneración rápida de células. Y luego está esa esperanza, esa pequeña oportunidad de que si consigues combinar los viales de tu madre con otro ingrediente según la fórmula, la Cúpula podría purificar a la gente y luego darle medicamentos para los efectos secundarios. La vida sería perfecta, ¿no es eso?
—Pero cuando Willux y su gente decidan que la Tierra está lo suficientemente limpia para que regresen, se las arreglarán para que haya dos clases: los puros y los miserables, que servirán a los primeros —replica Pressia—. Con esto podríamos fastidiarle el plan.
—O podrían salir y enfrentarse con nosotros, y con lo que nos hicieron, y aceptarnos tal y como somos.
—No puedes ignorar que una cura es una posibilidad interesante.
—Querrás decir una posibilidad tentadora.
—¡No tergiverses mis palabras!
—Mira, yo sé perfectamente lo que tú quieres, Pressia: te gustaría volver a tener dos manos y borrar todas tus quemaduras. Ser como ellos.
—¿Y qué tiene eso de malo, eh? ¿Es tan horrible no querer estar desfigurado y quemado?
—Y ¿qué crees que cambiaría, Pressia, si consiguieses lo que quieres?
Aunque no está segura, tiene la impresión de que sería como si le devolviesen una parte de sí misma.
—Todavía conservo el recuerdo de quién era y quiero que esa persona exista, quiero ser del todo yo.
—Ya lo eres. Y este soy quien soy yo, con cicatrices y pájaros en la espalda. Sigo estando entero y me acepto como soy. Te pasas la vida viendo belleza a tu alrededor, en medio de todo este desastre, pero ¿cuándo piensas verla en ti misma? —Bradwell alarga la mano y repasa con sus dedos la cicatriz en forma de media luna que tiene en el ojo—. A este yo tuyo.
Pressia quiere apartarse, pero no lo hace: se lo impide la forma tan intensa que tiene de mirarla.
—Por lo menos la fórmula es real. Eras tú el que querías escarbar en el pasado y buscar verdades antiguas, ¿no era eso?
—Hay una verdad. Y tenemos que encontrarla y protegerla.
—No sé, a veces me da la impresión de que crees que la verdad de los demás se puede malear, cambiar, que es poco fiable… Mientras que la tuya no.
Por fin vuelve la cabeza y mira hacia el río, en cuya superficie flota una neblina ligera. No lejos se oye un crujido por el sotobosque y ambos escrutan la espesura negra.
—Va a hacerse de noche dentro de poco —dice Pressia.
Bradwell mira hacia el cielo, atravesado por ramas oscuras.
—¿Qué querrá decir con que el tiempo es crucial? Cualquiera diría que Walrond olvidó que oiríamos el mensaje después de las Detonaciones. El tiempo era crucial durante el Antes, cuando todavía podían detener a Willux. No tiene sentido.
—¿Cómo quieres que imaginase todo esto? En esa época el tiempo tenía que significar otra cosa —comenta Pressia—. Tenemos que darnos prisa.
El tiempo le hace pensar entonces en Il Capitano. ¿Habrá pasado ya tanto tiempo que la araña que tenía clavada en la pierna le habrá explotado? No lleva reloj. ¿Y si él y su hermano han muerto? Ni Bradwell ni ella lo mencionan, son incapaces.