Capítulo 11

Jesper Humlin despertó bruscamente de un caótico sueño en el que, en secuencias entrecortadas, intentaba asfixiar a su madre. Al principio, cuando se sentó en la cama y miró a su alrededor en la habitación, no sabía dónde se encontraba. Luego volvieron lentamente los recuerdos. Miró el reloj. Eran las once menos cuarto. Tanja se había marchado poco después de las ocho y él se había vuelto a dormir enseguida porque estaba exhausto después de la larga noche en comisaría. Sentía golpes en las sienes y el dolor de cabeza continuaba aun después de haber dormido. Lo que había ocurrido después de que llegara a Gotemburgo en autobús la noche anterior se le aparecía ahora de forma clara y evidente. Lo que más le hubiera gustado hacer era dormir de nuevo, para olvidarlo todo, en la extraña cama del igualmente extraño apartamento de uno de los bloques de Stensgården. Pero sabía que no valía la pena intentarlo.

Fue a la cocina sigilosamente a beber agua. Luego dio una vuelta por el apartamento tratando de descubrir algún objeto personal de Tanja. Ella había dicho que aquélla era su casa, aunque vivía allí de casualidad y en el mayor secreto. No encontró signos ni huellas de ella. En uno de los armarios de cocina lleno de especias desconocidas había una lata de café de una marca que no le sonaba. Hirvió agua evitando hacer ruido con el cazo para no llamar la atención de los vecinos, y luego se sentó en un sillón al lado de la ventana del cuarto de estar con la taza apoyada en el brazo del sillón. Sobre los bloques uniformes caía lluvia mezclada con nieve. Vio el bosque en el horizonte y, a lo lejos, rocas grises y el mar.

Volvió a pensar en el momento en que llegaron las muchachas al café donde él esperaba a Tanja cada vez más resignado. Se había levantado y ya se dirigía hacia ellas cuando Tanja lo detuvo y lo mandó de nuevo hacia su mesa.

—Quiero saludarla.

—No puede ser.

—¿Por qué?

—Puede verte alguien que conozca a Leyla. No estaría bien.

—Sólo quiero saludarla.

Jesper Humlin vio que Tanja se dirigía hacia Leyla. Las muchachas se sentaron a una mesa que había en un rincón. Lo miraban de vez en cuando sin verlo en realidad y seguían hablando entre sí. Leyla llevaba un chal alrededor de la cabeza.

Jesper Humlin estaba confuso. La inseguridad le producía mal humor. Tanja se acercó a su mesa como si fuera una mensajera.

—¿Qué sentido tiene que venga si no puedo saludarla?

—Leyla quería convencerse de que no nos habías engañado. Que habías vuelto.

—Pelle Törnblom dijo que habíais decidido abandonarlo todo.

—¿Qué podíamos hacer si no venías? Estamos acostumbrados a que nos decepcionen.

—Sólo quiero deciros que la que desapareció fue Tea-Bag. Nadie más.

—Seguramente tenía un motivo. Siempre es mejor andarse con cuidado en un país como Suecia.

—¿Por qué Suecia precisamente?

Tanja sacudió la cabeza disgustada.

—Esta tarde vamos a tener el encuentro que no tuvimos ayer.

Jesper Humlin pensó en la llamada telefónica de Andrea.

—No puede ser.

Los ojos de Tanja brillaron.

—¿Piensas traicionarnos de nuevo?

—Creía que estábamos de acuerdo en que no os había traicionado.

—Para creerte debemos tener la reunión esta tarde.

—Imposible.

Tanja se levantó.

—A Leyla no le va a gustar lo que acabas de decir.

Jesper Humlin buscó una salida rápida.

—¿No podemos tener la reunión ahora?

—No puede ser.

—¿Por qué?

—Leyla está en la escuela.

—¿Cómo puede estar en la escuela si está aquí sentada?

—Tendrá problemas si alguien descubre que no está en la escuela.

—Yo también tendré problemas si no llego esta tarde a Estocolmo. ¿No podemos tener la reunión después del mediodía?

—Voy a preguntar.

Tanja se sentó a la otra mesa. Jesper Humlin pensó de nuevo que era una mensajera que se movía entre dos bandos. Comprendió que Suecia se había transformado durante la última década en un país del que tenía conocimientos muy limitados.

Tanja volvió.

—A las cinco.

Jesper Humlin estableció de inmediato un horario en su mente.

—Podemos dedicarle dos horas. Luego tengo que viajar. ¿Adónde iremos?

—A mi casa.

—Agradecería que no fuera ese hombre llamado Haiman.

—No irá.

—¿Me lo puedes garantizar?

—Nadie sabrá que vamos a encontrarnos contigo. De eso se encarga Leyla.

—¿Cómo?

—Va a decir que está en casa de Fátima.

—¿Quién es?

—Es una compañera de Jordania. Si llaman los padres de Leyla para controlar que está realmente allí, les dirán que Leyla y Fátima se han ido a casa de Sacha. Y desde allí van a mi casa. Pero si llaman los padres de Leyla lo sabremos, ya que es el hermano de Fátima el que contesta el teléfono. Y el hermano de Fátima me llama a mí para que Leyla tenga tiempo de ir a su casa. No desde mi casa, sino desde la casa de Fátima. Aunque nunca haya estado allí.

Jesper Humlin podía imaginarse cómo era la cuerda de salvamento de Leyla, aunque no lo entendía del todo. Leyla se marchó del café. Le sonrió con disimulo para que nadie ajeno a aquello pudiera notarlo. Poco después se levantó Tanja y le indicó con la cabeza que la siguiera. Tomaron un tranvía a Stensgården. Cuando llegaron, Tanja lo guió a uno de los bloques en las afueras de la desolada urbanización. Subieron en el ascensor hasta el séptimo piso. Jesper Humlin esperaba que pusiera NILSSON en la puerta donde vivía Tanja. Pero comprendió que no era tan simple cuando ella le dijo al oído que se quedara callado y luego utilizó una de las ganzúas para abrir la puerta.

—Quítate los zapatos —dijo cuando entraron en el recibidor—, No utilices la radio ni el televisor.

—¿Este apartamento no es el tuyo?

—Suelo vivir aquí cuando está vacío.

—¿No tenías la llave?

—No necesito llaves para abrir puertas.

—Ya lo sé. ¿Quién vive aquí?

—La familia Yüksel.

—¿Es familia tuya?

—Yo no tengo familia.

—¿Entonces cómo puedes vivir aquí?

—Ahora están en Estambul.

—¿Saben que vives aquí?

—No.

—¿No íbamos a ir a tu casa?

—Ésta es mi casa. Averiguo qué apartamentos están vacíos. En cuáles están de viaje o se han mudado. Entonces me instalo allí y me marcho antes de que regresen los que en realidad viven allí o lleguen nuevos inquilinos.

—¿Cómo sabes qué apartamentos están vacíos?

—Leyla sabe todo lo que ocurre en esta zona. Ella me lo dice.

Jesper Humlin trató de reflexionar.

¿Entonces no tienes una vivienda propia?

¿Cómo iba a tenerla si ni siquiera existo?

—¿Qué quieres decir con que no existes?

—Tú mismo has visto la orden de expulsión. La policía me busca. Ahora que estoy obligada a enseñar mi carnet de conducir van a relacionar antes o después a Tatiana Nilsson con la que realmente soy.

—¿Y quién eres?

Tanja se sobresaltó y lo miró.

—Sabes quién soy. Ya no voy a contestar más preguntas. No abras si llaman a la puerta. No contestes el teléfono. Volveré dentro de unas horas.

—No puedo estar en un apartamento en el que pueden entrar personas extrañas en cualquier momento.

—No vuelven hasta la semana próxima. Leyla tiene un primo que trabaja en la agencia de viajes en la que compraron los billetes.

—Me pone nervioso estar aquí.

—¿Cómo crees que me pongo yo de pensar continuamente que si me encuentra la policía me van a expulsar del país?

Jesper Humlin no supo qué contestar.

—¿Hay algún sitio en el que pueda tumbarme a descansar?

—Hay camas en todas las habitaciones. Los Yüksel son una familia numerosa.

Tanja desapareció. Jesper Humlin recorrió en silencio el apartamento de la familia Yüksel y se echó en la cama que había en una habitación que, por las imágenes de futbolistas que había en las paredes, debía de ser de un hijo adolescente. Se tapó con una manta hasta la barbilla y pensó que estaba en medio de algo que no hubiera podido imaginar ni siquiera en un acceso de fiebre. Luego se durmió.

La taza de café estaba vacía. La llevó a la cocina. Luego volvió al cuarto de estar. Se quedó de pie y dejó que la mirada vagara por las paredes. En un estante había una gran cantidad de fotos en marcos dorados. Niños de distintas edades, la foto de una boda, un hombre en uniforme. Sobre la repisa colgaba una bandera que supuso era la turca. «Me encuentro en medio de un gran relato», pensó. «Todo lo que me ocurre, todo lo que estas muchachas me cuentan o no, lo que hacen o dejan de hacer, tal vez pueda constituir una historia que nunca ha sido contada. Tea-Bag desaparece Dios sabe dónde, los perros policía entran corriendo en un local de boxeo vacío. Estoy en un apartamento que pertenece a una familia turca. Aquí vive también, al menos por el momento, una chica que en realidad no existe, que se oculta en las distintas cuevas que puede encontrar, detrás de distintas identidades. Una muchacha que tal vez se llame Tanja y que sobrevive robando o como carterista.»

Empezó a buscar con cuidado papel y un bolígrafo en los cajones de la familia Yüksel. Habían pasado tantas cosas durante la última semana que debía tomar notas para no perder el control de todas aquellas sensaciones. Encontró un cuaderno y un lápiz, se sentó a la mesa de cocina y empezó a anotar. Luego pensó que era mejor que informara a Andrea de que realmente tenía previsto llegar a casa por la noche, aunque fuera tarde. Dejó un mensaje en el contestador de ella sin sentirse incómodo al usar un teléfono robado. Antes de volver a las anotaciones llamó también a su agente de Bolsa.

—Burén al habla.

—¿Cómo es que de repente empiezas a contestar cada vez que llamo?

—¿Has cambiado de número de teléfono? Creía que era otra persona.

Jesper Humlin se sobresaltó.

—Entonces, ¿si hubieras visto que quien llamaba era yo no habrías contestado? ¿No era yo uno de tus clientes?

—Lo eres.

—No lo parece. Un buen amigo me ha prestado el teléfono. No tienes que guardar el número. No volveré a utilizar este teléfono.

—Guardo todos los números. Van automáticamente a mi memoria de ordenador. ¿Qué querías?

—No quiero que guardes este número. ¿No oyes lo que digo?

—Oigo lo que dices. ¿Qué quieres?

—Quiero saber cómo van mis acciones.

—Si no sufrimos un descenso creo con absoluta convicción que podemos esperar un ascenso.

—Quiero que me contestes una pregunta con total sinceridad. ¿Voy a recuperar alguna vez el dinero que he invertido en la Bolsa?

—A su debido tiempo.

—«¿A su debido tiempo?» ¿Eso cuánto tiempo es?

—Dentro de unos cinco o diez años. A propósito, acabo de empezar la parte central de mi novela.

—No me interesa tu novela. Me interesan mis acciones. Me has engañado.

—Siempre conlleva riesgos dejar que la avaricia pueda más que tú.

—Daba la sensación de que me impedías que vendiera.

—Tengo la obligación de aconsejarte lo mejor que puedo.

Jesper Humlin notó que estaba cayendo en una trampa a causa de los escurridizos comentarios de Burén. Terminó la conversación sin decir nada más. «Anders Burén es un tema en sí mismo para una gran novela», pensó con rabia. «La distancia entre su mundo y el de estas muchachas de Stensgården es como un universo en expansión. La distancia aumenta cada minuto que pasa. Si los pusiera en contacto, ¿de qué podían hablar entre sí viviendo en mundos tan distantes?»

Se inclinó sobre las anotaciones que había empezado a tomar. Se oyó chirriar la puerta de la calle. Contuvo el aliento sintiendo que el corazón le latía con fuerza en el pecho. «La familia Yüksel», pensó. «Con una semana de antelación. Va a entrar en tropel una gran familia turca preguntándose quién es el que está sentado a la mesa de su cocina.»

Era Tanja la que llegaba. Lo miró interrogante. «Puede ver mi miedo», pensó Jesper Humlin. «Si hay algo que puede percibir es la inseguridad de las personas, pues ella convive con la inseguridad continuamente.» Tanja vació su mochila. Aparte de las piñas, los chupetes y los diminutos iconos estaba llena de teléfonos móviles. Había siete sobre la mesa que tenía ante sí.

—Puedes elegir el que quieras.

—¿Dónde has robado esto?

—En la comisaría.

Jesper Humlin se quedó mirándola.

—¿En la comisaría?

—No me gustó pasar la noche allí encerrada. Necesitaba vengarme. Volví y cogí algunos teléfonos para mí.

—¿Estos teléfonos pertenecen a policías?

—Sólo a oficiales. Y a un fiscal. Llévatelos todos. Si tenemos suerte no los bloquearán hoy.

—No quiero teléfonos que hayas robado tú. Y menos que sean de policías.

La vio ponerse triste por un momento. Luego volvió otra vez ese destello peligroso de sus ojos. Antes de que dijera algo más, ella le puso uno de los teléfonos en la mano.

—Toma éste. Contesta cuando suene.

—De ninguna manera. ¿Cómo voy a explicar quién soy?

Ella abandonó la cocina. La puerta de la calle volvió a cerrarse en silencio. Poco después sonó el teléfono. Dudó antes de contestar. Era Tanja.

—Soy Irina.

—¿Por qué dices que te llamas Irina? ¿Dónde estás?

—Puedes verme por la ventana del cuarto de estar.

Fue hacia allí. Tanja estaba fuera y parecía un pequeño punto en el barrizal que cubría el césped.

—Te veo. ¿Por qué tenemos que hablar por teléfono?

—Porque me siento más tranquila así.

—¿Por qué dices que te llamas Irina?

—Porque es mi nombre.

—¿Entonces quién es Tanja? ¿Y Natalia, Tatjana e Inez?

—Intento imaginar que son mis nombres artísticos.

—Los actores tienen nombres artísticos. No los ladrones.

—¿Te burlas de mí?

—Sólo intento entender por qué tienes tantos nombres.

—¿Cómo te las arreglas en este mundo si no estás dispuesto a renunciar a algo? ¿Al nombre, por ejemplo?

—Todavía no sé cuál es tu nombre verdadero.

—¿Sabes cómo llegué a Suecia?

La pregunta le sorprendió. La voz de ella sonó distinta de repente, no tan dura e inaccesible como antes.

—No, no lo sé.

—Remando.

—¿A qué te refieres?

—¿Puedo referirme a muchas cosas? Remé hacia Suecia.

—¿Desde dónde?

—Desde Tallin.

—¿Remaste desde Estonia hasta Suecia? ¡No es posible!

¿Llegué aquí o no? Tuve que remar. No me quedaba elección. No me había atrevido a intentar pasar el control de pasaportes en el ferry de Tallin a Suecia después de escapar de los que me tenían retenida. Me limité a caminar hasta llegar a un pequeño puerto pesquero. Allí había un bote de remos. Sabía que si no me alejaba de esa ciudad moriría. Me senté en el bote de remos y me marché. Había calma, sólo débiles marejadas. Como es natural, ignoraba lo lejos que estaba. Remé toda la noche hasta que estuve a punto de romperme la espalda. Sólo tenía agua y unos bocadillos. Cuando oscureció estaba rodeada de mar. No sabía ni siquiera hacia qué lado debía remar. Pero traté de seguir el curso del sol remando sin cesar hacia el oeste. Remé directamente hacia la puesta de sol.

La segunda noche vi a lo lejos un buque de pasajeros. Pensé que aquella luz que se movía sobre el mar se dirigía a Suecia. Seguí remando. Tenía la espalda y los brazos como paralizados. Pero remaba para mantener lejos el pánico. Remaba para salir del infierno en que vivía desde que dejé Smolensk. Todavía me resulta difícil pensar en todo lo de antes. Todo lo que era mucho peor que tener a la policía sueca detrás. Sólo puedo pensar en ello si lo transformo en una historia que trate de alguien que no sea yo. Y todavía puedo ver a ese hombre ante mí, el que encontré en Smolensk y me prometió que tendría un futuro mucho mejor si iba a Tallin y servía en el restaurante de sus amigos. Cada mañana, al despertar, rezo una oración pidiendo que se haya muerto, que el mundo se haya vuelto más ligero, que se haya quitado la carga que lleva consigo cada hombre malvado.

La segunda noche empezó a soplar el viento, había tormenta o algo así, porque tenía que sacar agua sin cesar de aquel bote. Duró dos días, sólo recuerdo que tenía frío y que debía achicar. Me desmayé varias veces. Pero me había atado los remos al cuerpo con el cinturón para que no se salieran. Quería a esos remos, eran los que aún me mantenían viva, no tanto el bote como los remos. A veces pienso que si un día construyera un templo, habría dos remos en el altar, crearía una religión completamente propia en la que rendiría culto a un par de remos viejos que olían a alquitrán.

Creo que tardé cuatro días en remar hasta Suecia. Nunca me volví para mirar hacia delante cuando remaba, ya que temía desilusionarme si no veía tierra aún. Por eso nunca me di cuenta de que en realidad ya había llegado. De pronto, el fondo del bote tropezó con algo. Me quedé atrapada. Cuando me di la vuelta casi me asusté de lo cerca que estaba de la orilla. Me había quedado atrapada en un banco de arena y podía llegar a tierra nadando. Era de noche, vagué por la playa, vi luces a lo lejos pero no me atreví a ir hacia allí debido a que no sabía dónde me encontraba. Me tumbé en una grieta de la roca y, a pesar de que hacía frío, dormí hasta que se hizo de día.

El bote había desaparecido, había sido llevado de nuevo al mar. No encontraba mis remos y estaba tan desesperada que empecé a llorar. Luego fui andando hacia tierra firme. De repente vi un mástil con una bandera azul y amarilla. Supe que estaba en Suecia. Era una idea infantil, pero lamenté no llevar los remos para poder demostrarles que lo habíamos logrado juntos.

Cuando estaba recluida en el burdel de Tallin junto con Inez y Natalia y Tatiana, lo único que teníamos era un diccionario con todas las banderas del mundo. Las aprendimos de memoria. Pregúntame cómo es la bandera de Camerún, o la de México. Puedo describirlas detalladamente. Pero así fue como llegué remando a este país.

Jesper Humlin esperaba una continuación del relato que nunca llegó. Mientras Tanja narraba la había estado mirando desde la casa, en medio del desolado campo. Se preguntaba si alguna vez volvería a tener una conversación telefónica similar.

—¿Adonde habías llegado?

—A la isla de Gotland.

—¡Increíble! ¿Qué hiciste después?

—No puedo contarlo ahora.

—¿Qué ocurrió realmente en Tallin?

—¿No puedes imaginártelo tú mismo?

—Es tu historia. No quiero mezclar mis propios pensamientos.

—Ya no digo más.

—Fuiste a Tallin engañada. No había ningún restaurante. Allí encontraste otras chicas que estaban en la misma situación que tú. Una se llamaba Natalia y otra Tatjana. ¿Pero quiénes son Inez y Tanja? ¿Y quién es Irina?

—No contesto preguntas. Hace frío para estar aquí de pie hablando por teléfono.

—¿Por qué no subes?

—No tengo tiempo. He dejado una bolsa con comida en la puerta.

La llamada se interrumpió. Tanja le hizo señas con la mano. Luego la vio desaparecer en medio del viento. «Nunca has remado desde Estonia», pensó. «Has utilizado la historia de Tea-Bag. Intercambiáis las historias entre vosotras igual que os prestáis la identidad o los teléfonos móviles. Pero en lo que has dicho también había algo de verdad.»

Jesper Humlin pensó en lo que había dicho Tanja y luego buscó la bolsa con hamburguesas y Coca-Cola que había dejado en la puerta de la entrada. Se sentó a la mesa de la cocina de la familia Yüksel y comió. La historia que Tanja utilizó o reescribió, contada para él desde un teléfono robado y transmitida a través de otro teléfono robado, no le tranquilizó. Se hallaba en medio de una narración extraña, o quizá más bien saltando como sobre témpanos entre distintas historias que se adaptaban unas a otras, todas igual de peculiares y sin principio ni final. Por primera vez en mucho tiempo tenía la sensación de encontrarse cerca de algo que era importante.

Se acercó el papel y continuó haciendo sus anotaciones. Pero las historias ya empezaban a tomar forma, él añadió detalles y no vio sólo uno sino varios esbozos de relatos sobre esa realidad que él ni siquiera conocía antes de visitar Stensgården por casualidad.

«No sé lo que estoy haciendo», pensó. «En realidad me preocupa más que Viktor Leander venda más libros que yo, que mis acciones pierdan todo su valor, que mi madre se esté volviendo loca y que Andrea vaya a dejarme si no accedo a que tengamos hijos. ¿Pero no debería preocuparme tal vez más por lo que me cuentan estas muchachas? Lo que las oigo contar sólo les concierne a ellas. Pero ¿no me concierne a mí también?»

Eran las cinco en punto cuando Jesper Humlin oyó llamar a Tanja discretamente a la puerta de la familia Yüksel. Venía acompañada de Leyla.

Se sentaron en el cuarto de estar, ya que Tanja consideró que allí había menos riesgo de que algunos vecinos los oyeran y empezaran a sospechar. Pero hablaban en voz baja, inclinados hacia delante como si estuvieran preparando una conspiración. Jesper Humlin pensó que debería empezar comentando algo de lo que ocurrió en su primera visita.

—Naturalmente no debería haber dado unas palmaditas en la mejilla a esa muchacha. Pero fue de modo completamente inocente. Me gusta tocar a la gente.

Leyla lo miró con atención.

—A mí no me tocas.

—Eso se hace de modo espontáneo.

—Creo que mientes. Creo que piensas que estoy demasiado gorda.

—No creo que estés gorda.

Tanja se movía inquieta en la silla.

Leyla lo miraba con hostilidad.

—No sé muy bien cómo vamos a empezar esto —dijo Jesper Humlin vacilante.

—¿No vas a preguntarnos sobre lo que hemos escrito? —dijo Leyla.

Jesper Humlin notó que estaba empezando a ponerle nervioso. Realmente estaba muy gorda.

—Claro que vamos a hablar de eso —respondió—. Pero antes quiero saber por qué escribisteis que queríais ser presentadoras de programas de televisión.

—Yo no.

—Tú no, Tanja. ¿Por qué no quieres ser presentadora de programas de televisión?

—Claro que quiero ser presentadora de televisión. Quiero conducir programas que ataquen a los hombres.

—¿A qué te refieres?

—Quiero conducir programas en los que las mujeres se puedan vengar.

—No recuerdo haber oído hablar nunca de algo así.

—¿Entonces no es hora de que se haga?

Jesper no dijo nada. En vez de eso, miró a Leyla.

—Yo quiero conducir un programa que sea agradable —dijo ella.

—¿Puedes explicar de modo más claro a qué te refieres con agradable?

—Que la gente pueda estar callada. Sólo sentada allí. Agradable. Hay tanto alboroto todo el tiempo.

Jesper Humlin trató de imaginarse un programa de televisión en el que las personas estuvieran en silencio y fuera entretenido. No lo logró. Pidió a las chicas que le dieran los relatos que habían escrito.

Leyó en voz alta el que había redactado Leyla. Estaba escrito con letra infantil y era muy corto.

Quisiera hablar de algo que conozco. De cómo es ser gorda, soñar cada noche que eres delgada y decepcionarte cada mañana. Pero realmente quiero escribir algo que haga que sea conocida y vivir en un hotel en el que puedan servirte el desayuno en la habitación. Pero desde luego no sé por qué hago esto en realidad. Ni ninguna cosa. Por qué vivo. Siento como si Suecia fuera una cuerda de la que cuelgo. Por mucho que lo intento no logro llegar al suelo con los pies. Quiero tener respuesta a todas las preguntas. Y luego quiero poder escribir a mi abuela y contarle lo que es la nieve, é Cuándo podré empezar en la televisión? Si me tocas del mismo modo que cuando diste unas palmadas en la mejilla de aquella chica, Haiman o algún otro te arrancará la cabeza, y luego la pondré en casa en una maceta. ¿Es suficiente esto?

Leyla.

—Es un muy buen comienzo. Para la próxima reunión quiero que lo desarrolles un poco más.

Tanja le entregó un pequeño paquete.

—No quiero que lo abras ahora.

—¿Le das regalos? —preguntó Leyla enfurecida.

—No es ningún regalo. Es lo que he escrito.

Leyla se acercó el paquete.

—Hay algo duro dentro. No son papeles.

Tanja le retiró el paquete. Jesper Humlin temió por un momento que empezaran a pelearse. Levantó los brazos intentando tranquilizarlas.

—Voy a llevarme a casa lo que habéis escrito para leerlo con detenimiento. Prometo no enseñárselo a nadie.

Decidieron encontrarse a la semana siguiente. Leyla prometió hablar con Pelle Törnblom. Ella le iba a explicar que el curso continuaría como habían planeado antes de que se detuviera el tren sobre la vía y ocasionara toda la confusión. Jesper Humlin prometió que en esa ocasión llegaría a tiempo.

—Es posible que Pelle Törnblom no te crea —dijo.

—A mí me cree todo el mundo —contestó Leyla—. Tengo un aspecto muy bondadoso.

—Debo irme enseguida —dijo Jesper Humlin—, Pero disponemos de unos momentos. Por si queréis preguntar algo sobre mis libros.

—Intenté leer uno de ellos —dijo Leyla—, Pero no entendí nada. Detesto sentirme tonta. ¿Cuándo vamos a hablar con alguien que sepa de telenovelas?

—Veré qué puedo hacer.

—¿Qué significa eso?

—Que voy a pensar si conozco a alguien que tenga que ver con las telenovelas.

—Quiero que me den un buen papel.

—Veré qué puedo hacer.

—Tiene que ser un buen papel. Un papel importante.

—Tal vez conozca a alguien con quien puedas hablar.

Leyla parecía disgustada por la vaga respuesta. Sonó su teléfono. Escuchaba sin decir nada.

—Ha llamado mi padre —dijo—. Tengo que irme.

Se marchó de inmediato. Jesper Humlin casi no tuvo tiempo de despedirse.

—Puedo acompañarte al tranvía —dijo Tanja.

—Creo que puedo encontrar la parada por mí mismo.

—Es mejor que te acompañe. Por si te asaltan.

—¿Quién iba a hacerlo? No creo que Haiman se haya enterado de esto.

—No hablo de Haiman. Es buena persona. Me hubiera gustado tener a alguien como Haiman cuando estaba en Tallin. Pero hay otras pandillas por aquí que no están acostumbradas a ver a personas como tú. Pueden enfadarse.

—¿Por qué iban a enfadarse conmigo?

—Se sienten como negros. Y tú eres blanco.

Jesper Humlin llegó a la parada del tranvía con Tanja como guardaespaldas personal.

—¿Cómo te parece que ha resultado? —preguntó mientras esperaban.

—Bien.

—Me afectó lo que contaste por teléfono.

—¿Qué significa eso de «afectó»?

—Que me conmovió.

Ella se encogió de hombros.

—Yo sólo conté cómo fue.

—Pero había mucho que no contaste.

—El tranvía está llegando.

Ella se dio la vuelta y se marchó. «Una historia más sin terminar», pensó. «De la que en este momento sólo veo la espalda. Ahora vuelve al apartamento de la familia Yüksel para dormir. Si no piensa utilizar la noche para robar.» Palpó los bolsillos para comprobar que aún tenía las llaves y luego fue en el tranvía hasta la Estación Central.

Cuando Jesper Humlin abrió la puerta del apartamento eran las once. Iba dispuesto a que Andrea estuviera aún levantada y con ganas de pelea. Se dirigió hacia él en el recibidor. Notó aliviado que no estaba enfadada.

—Lamento que se haya hecho tan tarde.

—No importa. Tenemos visita.

—¿A media noche? ¿Quién es?

Jesper Humlin pensó aterrorizado que podría ser su madre la que hubiera hecho una de sus nocturnas y siempre inesperadas visitas.

—¿Es Märta?

—No. Ven a la cocina.

Jesper Humlin no quería visitas a media noche. Lo que necesitaba sobre todo era dormir.

Entró en la cocina. Frente a Andrea, con una taza de café en la mano, estaba sentada una muchacha con una amplia sonrisa.

Tea-Bag había vuelto.