Capítulo 10

Jesper Humlin respiró hondo.

Luego descartó cualquier pensamiento de continuar lo que había empezado con Leyla y sus dos amigas. Lo mejor que podía hacer era retirarse del proyecto del que ya había comenzado a perder el control.

Al salir de la estación, entre la nieve medio derretida lo vio todo claro y transparente. La idea carecía de sentido desde un principio. Se había entregado a la demencial suposición de que le esperaba una aventura literaria en un local de boxeo que se hallaba en un suburbio de Gotemburgo. Había un abismo entre la vida que él vivía y las personas de Stensgården. No podría construir ningún puente, aun cuando su voluntad era auténtica. Lo cual también era dudoso, para ser totalmente sincero. Pensó por un instante que los sueños de las muchachas de ser presentadoras de televisión no se alejaban mucho de sus propias ambiciones. Ser rico y conocido, que se hablara de él continuamente en los periódicos, y con éxito incluso en el escenario literario internacional.

Se metió en un taxi y pidió que lo llevara al hotel en el que solía alojarse durante la Feria del Libro. Pero en el preciso momento en que el coche giraba delante del hotel en lo alto de la avenida, se inclinó hacia delante y pidió al conductor que lo llevara a Stensgården en vez de allí.

—¿Pero no querías venir aquí?

—He cambiado de idea.

El conductor del taxi hablaba sueco con acento extranjero. Sin embargo, el dialecto de Gotemburgo era evidente.

—¿A qué parte de Stensgården?

—Al club de boxeo de Pelle Törnblom.

El taxi arrancó derrapando.

—Mi hermano boxea allí. Vivo en Stensgården.

Jesper Humlin se echó rápidamente hacia atrás todo lo que pudo para que su cara quedara a la sombra. El conductor lo llevó a una velocidad excesiva por las calles vacías.

—Te agradecería que disminuyeras la velocidad. Me gustaría llegar vivo.

El taxi redujo la velocidad. Después del primer semáforo en rojo la aumentó de nuevo. Jesper Humlin desistió de influir en el concepto que tenía el conductor de lo que era ir rápido o no.

—Mi prima estaba en el club esta tarde.

—¿Boxea también?

—Es una chica. Esta tarde iba allí un escritor.

Jesper se encogió en la oscuridad del asiento trasero.

—Suena interesante.

—Leyla va a ser escritora. Él le enseñará cómo se escribe para ganar un montón de dinero. Leyla ha calculado que puede escribir cuatro libros al año. Si se venden cien mil ejemplares de cada uno, se hará millonaria en unos años. Entonces abriremos un centro de adelgazamiento.

—¿Quiénes?

—Ella y yo y mi hermano y sus otros primos. Más dos tíos que viven todavía en Irán, pero están de camino. Aunque tal vez entren con pasaporte turco. No lo hemos decidido aún. Seremos once socios.

—¿Qué clase de centro? ¿Es realmente tan fácil conseguir permiso de residencia en Suecia? ¿No se controlan los pasaportes?

—Un sitio donde las personas gordas se vuelven delgadas. Es muy difícil obtener permiso de residencia en Suecia. Hay que saber cómo hacerlo. Entonces resulta fácil.

—Y tú lo sabes.

—Lo saben todos.

—¿Y cómo se hace?

—Se viaja hasta aquí. Te dejan entrar o eres expulsado. Si te dejan entrar, el asunto está concluido. Si te expulsan, también.

—¿Cómo?

—No hay que dejar que te expulsen.

—¿Es posible?

—Claro que sí. Se huye del campamento de refugiados. O bien te cambias el nombre por el de alguien. O, simplemente, te escondes bajo la tierra. También hay iglesias donde se puede buscar refugio.

Jesper Humlin protestó.

—Suena demasiado sencillo para ser cierto. Cada día leo en los periódicos acerca de personas desesperadas por quedarse aquí, que incluso intentan suicidarse para conseguirlo pero, aun así, son expulsadas.

—Es un problema que las autoridades suecas no hayan entendido las reglas del juego. Hemos tratado de enseñarles el modo de pensar de los refugiados. Pero no siempre quieren escuchar.

Jesper Humlin, como conservador que era, se sintió de repente indignado y vio ante sí una Suecia con las fronteras totalmente descuidadas, donde hordas de personas que mantenían alegres conversaciones entre sí recorrían el país.

—Suena interesante. Creía que eran nuestras autoridades las que ponían las reglas a la inmigración. No los refugiados.

—Sin embargo, sería una forma muy poco democrática de tratar una cuestión tan importante. Es obvio que los refugiados saben mucho más de su situación que algunas autoridades, ya que ningún funcionario público sabe lo que es viajar por Europa encerrado en un contenedor.

Jesper Humlin meditó en silencio la información recibida, no sólo el punto de vista del conductor del taxi sobre la inmigración a Suecia, sino también el motivo que tenía la muchacha que se llamaba Leyla para aprender a escribir. Pero le dio la impresión de que algo no cuadraba. ¿La impulsaban realmente sólo causas externas? ¿No tenía otros motivos para tratar de aprender el arte de dar forma con palabras a relatos personales? A Jesper Humlin le costaba creer que en realidad todo fuera cuestión de dinero y de un centro de adelgazamiento con una importante cantidad de familiares iraquíes inmigrantes como socios.

El taxi frenó delante de la entrada del club de boxeo, que estaba a oscuras.

—Se habrán ido a casa. Son las once y media.

Jesper Humlin se inclinó hacia delante para pagar. Todavía no sabía por qué había cambiado de idea y se había ido hasta allí. Tampoco disponía de ningún teléfono para poder pedir un taxi y marcharse. «Ya no sé por qué hago lo que hago», pensó resignado. «Es el punto de apoyo, ha desaparecido el punto de apoyo. Lo mejor que puedo hacer es volver al hotel. Sin embargo, me empeño en bajar aquí.»

—¿Estás seguro de que quieres que te deje aquí?

—Sí, lo estoy.

Jesper Humlin salió del vehículo y vio cómo desaparecía después de arrancar bruscamente y patinar en la nieve derretida. «¿Qué demonios hago yo aquí?», pensó. Empujó con furia la puerta, que naturalmente estaba cerrada. Luego se sobresaltó y se volvió. Una persona se dirigía hacia él entre las sombras. «Me va a asaltar», pensó. «Voy a ser asaltado y apuñalado y tal vez muera aquí en medio de la nieve derretida.» Luego vio que era Tanja la que estaba allí. Su largo cabello estaba empapado. Temblaba de frío. Pero por primera vez no dirigía la mirada hacia un punto indefinido en el horizonte. Ahora lo miraba directamente a los ojos. Y sonreía. Jesper Humlin comprendió de repente que había estado allí esperándolo. Cuando todos los demás habían abandonado la idea de que fuera, Tanja se había quedado, mojándose en la oscuridad.

—Siento haber llegado tan tarde. Pero el tren tuvo una avería. Además, Tea-Bag desapareció del tren. ¿Sabes dónde vive?

Ella no contestó. «¿Comprenderá lo que digo?», pensó. «Tiene que entender algo de sueco. ¿O es que no quiere hablar de Tea-Bag?»

—Está cerrado —dijo él—. No podemos entrar. Todos se han ido a casa. Puedo entenderlo, puesto que he llegado tan tarde.

Jesper Humlin se dio cuenta al momento de que ella entendía perfectamente lo que decía. Sacó un montón de llaves y ganzúas del bolsillo del anorak, se puso una pequeña linterna entre los dientes y empezó a manipular la cerradura de Pelle Törnblom. Al no lograr abrirla, sacó una palanca que llevaba en una bota, buscó a lo largo del marco de la puerta, metió la palanca y forzó la puerta. Antes de que Jesper Humlin tuviera tiempo de protestar, ya lo había conducido al oscuro vestíbulo y había cerrado la puerta rota.

—¿Esto no es un allanamiento de morada?

Tanja no contestó. Ya iba de camino a la habitación que tenía la ventana sellada con clavos. La luz de la linterna exageraba las imágenes de los carteles que había pegados a las paredes. Ojos amenazantes de boxeadores lo miraban. La siguió. Ella encendió la luz.

—¿No se verá la luz desde fuera?

—La luz no atraviesa las ventanas selladas ni siquiera en Suecia.

Hablaba despacio, buscando cada palabra, como un ciego busca un lugar seguro para apoyar sus pies. Oyó que el tono de su voz era como el de una campana, frágil y decidido a la vez.

—Puede habernos visto alguien.

—Nadie nos ha visto.

Jesper Humlin pensó en el gran manojo de llaves y en la palanca que se había sacado de la bota.

—¿Has forzado puertas anteriormente?

Él mismo pudo oír lo estúpida que sonaba su pregunta. Pero era demasiado tarde para retirarla. Tanja se hundió en la silla en la que se había sentado durante el primer encuentro que tuvieron. Se quitó el anorak y la mochila que él, por primera vez, se dio cuenta de que llevaba, se retiró el pelo mojado de la cara y puso ante sí su cuaderno y un bolígrafo. «Está preparada para empezar», pensó Jesper Humlin. «¿Qué hago yo ahora?»

Luego comprendió que acababa de vivir el inicio de lo que podía ser un relato. Tomó algunas notas mentalmente: «Oscuridad, taxi, club de boxeo, Tanja, robo, un local vacío con ventanas selladas. Aquí nace, una noche, un gran relato sobre la Suecia de nuestros días». Se quitó el abrigo y se sentó en su silla. Ella lo siguió atenta con la mirada.

—Dibujaste un corazón —comenzó diciendo él—. ¿El corazón de quién?

En vez de contestar, abrió la mochila y vació el contenido sobre la mesa. Jesper Humlin miró asombrado los objetos que salían. Allí había de todo, desde iconos en miniatura hasta pifias, entradas de cine rotas, chupetes, un abridor de latas, un trozo de cristal de una lámpara y dos sobres marrones. Tanja le puso los sobres delante. El no entendía qué quería que leyera. Cuando intentó abrir uno de los sobres, ella, enfadada, dio un golpe en la mesa. Entonces él cogió el otro sobre y sacó el papel que contenía. Era una resolución de la Comisión de Extranjería. «La Comisión de Extranjería, en asamblea ordinaria del día 12 de agosto de 1997, ha decidido denegar su apelación de solicitud de permiso de residencia permanente en Suecia.»

La carta iba dirigida a Inez Liepa y el motivo de tal denegación era que había facilitado datos falsos, tanto de su nombre y nacionalidad como de la razón de su solicitud de asilo en Suecia. En el margen alguien había garabateado unos corazones de los que goteaba sangre o lágrimas. Jesper Humlin supuso que no los había hecho el funcionario responsable.

Levantó el otro sobre marrón. Era de la Central de Policía de Västerås, y en él se comunicaba que la persona que manifestaba ser Inez Liepa y ser ciudadana rusa sería expulsada de Suecia el 14 de enero de 1998. Jesper Humlin dejó el papel a un lado. Ella lo miraba con atención. «No puedo estar seguro del nombre de ninguna de estas personas», pensó. «Primero Tea-Bag, que tal vez se llama Florence, y ahora Inez que se hace llamar Tanja.» No podía ocultar su indignación.

—En este país hay leyes y reglamentos. Si facilitas un nombre falso debes tener en cuenta, como es natural, que no podrás quedarte en el país. ¿Por qué no dices las cosas como son?

—¿Qué tengo que decir?

—Cómo te llamas. ¿Te llamas Inez o Tanja?

—Me llamo Natalia.

—¿Natalia? ¿Tienes un tercer nombre? Tanja, Inez y ahora Natalia.

—Sólo tengo un nombre de verdad. Natalia.

—¿Y eres de Rusia?

—Nací en Smolensk.

—Pero el apellido Liepa suena a estonio. Deberías ser de Riga.

—Riga está en Letonia.

—Eso era lo que quería decir. Lo dije mal. Letonia, no Estonia.

—Hay muchos países en el mundo. Es fácil equivocarse.

La miró sin poder determinar si estaba hablando con ironía o no. Su irritación iba en aumento.

—Tal vez puedas responder a mis preguntas acerca de cuál es tu nombre de verdad y de dónde eres realmente. Además, me gustaría saber dónde vive Tea-Bag. Estoy preocupado por ella. —No contestó. El contempló los objetos que había encima de le mesa—. Si quieres puedes contar por qué has venido a Suecia. Naturalmente, estoy interesado también en cómo te las has arreglado para mantenerte oculta de la policía durante tanto tiempo. Pero sobre todo quiero saber por qué te marchaste. ¿Qué fue lo que hizo que dejaras todo y vinieras aquí? Vas a escribir sobre eso. Es tu historia. Te prometo escuchar. Pero quiero que digas las cosas como son. Nada más. Empiezo a estar cansado de no poder saber nunca con seguridad cómo se llaman realmente las personas.

Esperó. Inez o Tanja o Natalia estaba callada. «Dispongo de toda la noche», pensó. «Antes o después tiene que decir algo.» Pero Jesper Humlin estaba equivocado. Después de media hora no había dicho nada aún. El silencio se rompió por fin cuando se abrió la puerta de la calle y un perro policía se precipitó ladrando en la habitación. Inmediatamente después entraron tres policías en la habitación con las armas desenfundadas.

—Enseñad las manos y no os mováis.

Jesper Humlin se preguntaba si estaba soñando. Pero el miedo que sentía era auténtico.

—Puedo explicarlo. Aquí no se está haciendo nada ilegal.

Tanja permanecía sentada en la silla sin moverse. Su mirada había vuelto a perderse en un punto lejano. Pero Jesper Humlin observó que, a la vez, seguía atentamente lo que ocurría a su alrededor.

—Pueden llamar a Pelle Törnblom, que es el propietario de este local.

—Recibimos aviso de que se estaba robando aquí. La puerta está forzada.

—Eso se puede explicar. Me llamo Jesper Humlin y soy escritor. Supongo que ninguno de los agentes lee poesía.

Pero tal vez hayan oído hablar de mí. Aparezco con bastante frecuencia en los medios de comunicación.

—Lo hablaremos abajo en la Comisaría de Policía. Ahora acompañadnos.

Tanja metió sus cosas en la mochila. Jesper Humlin vio que dejó las dos cartas sobre la mesa intencionadamente.

—Protesto contra esta forma de tratarnos. Si me dejan un teléfono, yo mismo puedo llamar a Pelle Törnblom.

Uno de los policías echó mano de su arma. Jesper Humlin ya veía los titulares ante sí.

Ya eran las cuatro de la mañana cuando Jesper Humlin consiguió por fin convencer al policía que había escrito el informe de que llamara a Pelle Törnblom. Él y Tanja habían estado solos unos pocos minutos mientras los conducían a la Central de Policía.

—Yo declaro que la puerta estaba ya rota —dijo él—. No voy a decir nada acerca de quién eres. Por cierto, ¿dónde has aprendido a forzar puertas?

—Mi padre era ladrón. Aprendí de él.

—¿Qué significa eso? ¿Que tú también eres una ladrona?

—¿De qué iba a vivir?

—¿Por eso vas por ahí con una palanca en la bota? ¿Para robar?

Los ojos de ella brillaban al contestar.

—Odio ser pobre. ¿Sabes lo que es? ¿Ser tan pobre que empiezas a pensar mal de ti mismo? ¿Lo sabes? No, no lo sabes.

—¿Entonces huiste de la pobreza?

—No huí de nada. Huir suena como correr apartándose de algo. Me marché de Smolensk para hacerme rica. Estaba harta de entrar en las casas en las que no había nada que robar. Quería llegar a un país donde hubiera algo dentro de las puertas que forzaba. Resultó ser Suecia.

La conversación terminó bruscamente, ya que fueron conducidos a salas distintas. A Jesper Humlin lo pusieron en una habitación junto con un hincha de jockey que había vomitado en el suelo y tenía uno de los ojos tapado. Durante la media hora siguiente tuvo que escuchar un informe incoherente de una pelea en las gradas del Scandinavium que había ido a más. Jesper Humlin no logró poner la mente en orden hasta que se llevaron al hincha. ¿Qué podía hacer? Al amanecer, cuando Pelle Törnblom apareció por fin, había preparado una explicación que, principalmente, protegería a Tanja. Pelle Törnblom lo miró un rato antes de decir nada.

—¿No hubiera sido más fácil llamarme para decirme que fuera a abrir?

—Olvidé mi teléfono en el tren. ¿No sabías que iba a retrasarme?

—En realidad esperaba que me llamaras. Lo pasé muy mal explicando a todos los que habían venido que nos habías engañado.

—El tren llegó con retraso —repitió Jesper Humlin indignado—. No os he traicionado.

—Haiman trajo un balón de rugby para ti. Cuando se dio cuenta de que no vendrías, se arrepintió de no haberte golpeado más fuerte. Todos se sentían muy decepcionados.

—Estaba sentado a la entrada de Herrljunga en un tren que se había quedado parado por un corte de luz. ¿Cuántas veces tengo que explicarlo?

—¿Por qué no llamaste?

—El móvil no tenía cobertura en el sitio donde se paró el tren.

—Espero que entiendas que me resulta difícil creerte. Son demasiadas casualidades.

—Cada una de las palabras que digo es cierta. ¿Qué ocurrió al no llegar yo?

—Les expliqué que lamentablemente habías demostrado ser una persona en la que no se puede confiar. Decidimos suspenderlo todo.

—¿Suspenderlo?

—Espero que entiendas cómo has decepcionado a estas muchachas.

—No lo entiendo en absoluto. Puedo explicarlo todo. No he traicionado a nadie.

—Por cierto, ¿dónde encontraste a Tanja?

—Me estaba esperando junto a la puerta del club de boxeo.

—¿Qué hacía allí?

Jesper Humlin empezó a poner en funcionamiento el plan que protegería a Tanja de cualquier acusación de que había forzado la puerta.

—Estaba vigilando la puerta porque alguien había entrado.

—No hubo allanamiento. No se ha robado nada.

—Eso no lo sé.

A Jesper Humlin le pilló totalmente desprevenido que Pelle Törnblom estirara un brazo y lo agarrara fuertemente por el cuello.

—No sé lo que estás haciendo ni lo que piensas hacer. Pero no te permito que fuerces la puerta de mi club de boxeo.

Luego lo soltó. Jesper Humlin se hundió en una silla de puro asombro. Estaban solos en una habitación, esperando a que terminaran de escribir un informe antes de ser puesto en libertad. No sabía dónde estaba Tanja.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no fui yo quien forzó la puerta?

—Probablemente eres tan sinvergüenza que quieres acusar a Tanja de haberlo hecho.

—Ya he dicho que ella cuidaba la puerta. No la acuso de nada.

Pelle Törnblom fue a buscar un paquete de cigarrillos. Un cartel que había en la pared indicaba que estaba totalmente prohibido fumar en la comisaría.

—No puedes fumar aquí.

Pelle Törnblom encendió el cigarrillo con indiferencia y se sentó.

—No sirves.

—¿A qué te refieres?

—¿A qué otra cosa puedo referirme sino a que no sirves para ayudar a estas chicas a tener un poco más de confianza en sí mismas?

—¿Cómo voy a poder hacerlo si has suspendido todo?

—Estaba allí de pie, avergonzado de que no llegaras. Leyla estaba a punto de llorar y sus familiares indignados. Aunque no te importen lo más mínimo no tienes por qué tratarlos como basura. Pero te arrepentirás de lo que hiciste.

—Supongo que insinúas que Haiman irá a buscarme y me pegará otra vez.

—No utilizamos la violencia. Ése es otro de los prejuicios que difunde la gente como tú acerca de las personas que han llegado a Suecia procedentes de otras culturas.

—Yo no difundo ningún prejuicio. Quiero saber qué quieres decir.

—El periodista estaba tan decepcionado como el resto de nosotros. Va a estudiar tus poemas para encontrar ejemplos de que en realidad tienes un concepto del ser humano que menosprecia la debilidad. Incluso cuando tratas de esconderlo detrás de palabras bonitas y aduladoras. Te va a aplastar.

Jesper Humlin sintió dolor de estómago inmediatamente.

—No es justo. No merezco ser tratado así.

Pelle Törnblom tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó.

—No tiene sentido que continuemos esta conversación. No entiendo tampoco cómo puedes afirmar que una de las muchachas iba contigo en el tren y desapareció en Hallsberg. Esas cosas no ocurren. Supongo que de ahora en adelante no volveremos a tener contacto entre nosotros. Además, sería conveniente que no se te viera por aquí en los próximos años. Aunque no lo creas, esta gente conserva su dignidad, a pesar de vivir en circunstancias difíciles.

Pelle Törnblom desapareció por la puerta. Jesper Humlin trató por todos los medios de buscar una solución a lo que consideraba su problema principal, evitar que el periodista del que no conocía ni el nombre escribiera un artículo que lo destruyera. Al mismo tiempo, se sentía herido y apenado por las palabras de Pelle Törnblom.

Se abrió la puerta. Un policía entró en la habitación.

—Puedes marcharte. Sólo tendrás que firmar algunos papeles antes.

—No firmaré ningún papel.

—Tendrás que firmar que has sido informado de que no eres sospechoso de ningún delito.

Jesper Humlin firmó de inmediato.

—¿Dónde está la muchacha a la que detuvieron conmigo?

—¿La que se llamaba Tatiana? ¿Tatiana Nilsson?

A Jesper Humlin ya no le sorprendía nada.

—Sí, me refiero a ella. ¿Dónde está? Llegamos al club de boxeo a la vez. La puerta ya había sido forzada.

—Lo sabemos.

—Entonces supongo que habrá sido puesta en libertad igual que yo.

—No tenemos que ponerla en libertad.

—¿Qué significa eso?

—Se escapó por una ventana del cuarto de aseo. Cómo la abrió y cómo salió por la ventana es algo a lo que no podemos contestar.

—¿Ha cometido algún delito por ello?

—No directamente. Pero hemos estado revisando su permiso de conducir. Hay algo que no está bien. Pero no sabemos qué es.

—En esta vida hay muy pocas cosas que estén bien —dijo Jesper Humlin amablemente—. ¿Puedo irme ahora?

Ya eran las cinco y cuarto. Antes de que Jesper Humlin dejara la comisaría, llamó a su teléfono móvil desde una cabina. Para su sorpresa, alguien contestó.

—¿Con quién hablo?

—¿Cómo?

—El teléfono desde el que contestas en realidad me pertenece.

El hombre que había contestado estaba medio dormido y no parecía sobrio.

—Compré el teléfono ayer por cien coronas.

—Voy a interceptarlo en cuanto se acabe la llamada. Si has comprado un teléfono robado, eso es delito.

—Me da igual. ¿Y qué? Pero te lo devuelvo por quinientas.

—¿Dónde podemos vernos?

—Lo pensaré. Vuelve a llamarme dentro de una hora. Por cierto, ¿qué hora es? ¿Son horas de llamar y despertar a la gente?

—Volveré a llamarte dentro de un cuarto de hora.

A Jesper Humlin le palpitaban las sienes. Durante los últimos años cada vez estaba más convencido de que pronto tendría el mismo problema con su presión arterial que Olof Lundin. Pero su médico, que era una mujer de mucha paciencia, podía constatar cada vez que le consultaba que la presión arterial era completamente normal. Sin embargo, había comprado en secreto un tensiómetro, ya que siempre sospechaba que su doctora no le decía la verdad. Cuando el aparato le mostró siempre resultados normales, empezó a cuestionarse su calidad técnica.

Pensaba que era hora de llevar a cabo un profundo chequeo de sus funciones corporales. Cada mañana, cuando se despertaba dedicaba los primeros minutos a cerciorarse de cómo se encontraba. Casi nunca estaba enfermo, pero con frecuencia se sentía mal. Siempre descubría una pequeña indisposición que le podía ensombrecer el día. Varias semanas antes había notado unas manchas extrañas en una pierna y en el antebrazo derecho. Al sospechar enseguida que podía ser síntoma de alguna enfermedad seria, le expuso a Andrea sus problemas de piel. Ella echó una rápida ojeada.

—No es nada.

—¿Te das cuenta de cómo estoy? ¿Cómo puedes decir que no es nada?

—Porque soy una enfermera muy cualificada y porque sólo con la ayuda de mis ojos puedo afirmar que eso no es nada.

—¿Pero no está todo rojo?

—¿Te pica?

—No.

—¿Te duele?

—No.

—Eso no es nada.

La opinión de Andrea lo había tranquilizado momentáneamente. Ahora, preocupado, se daba un masaje en las sienes pensando que debería llamar a su médico a pesar de que eran las seis de la mañana.

Después de quince minutos volvió a llamar a su teléfono. El móvil estaba apagado. Enfurecido, colgó de golpe el auricular y abandonó la comisaría. Fuera era aún de noche. Estaba cansado y hambriento y el dolor de cabeza no cesaba. Además le preocupaba lo que iba a escribir el periodista de Pelle Törnblom. Cuando pasó por el antiguo estadio de fútbol de Gotemburgo, paró de pronto y se volvió. Tenía la sensación de que alguien lo seguía. Pero no era nadie. Continuó hasta la Estación Central. Hacía viento y frío. Le pareció que empezaba a sentir un indicio de dolor de garganta. Cuando llegó a la estación, alguien se puso a su lado disimuladamente. Se sobresaltó. Era Tanja. O Inez. O Natalia. O tal vez simplemente Tatiana.

—¿Qué haces aquí?

—Sólo quería saber cómo ha ido.

—Ninguno de los dos estamos acusados de haber forzado la puerta. Pero descubrieron que había algún error en tu carnet de conducir. Tatiana Nilsson. ¿Ésa eres tú?

—Naturalmente que hay errores en el carnet. Es falso.

Jesper Humlin miró alrededor preocupado. Sentía cómo se amontonaban los problemas delante de él. Primero había desaparecido Tea-Bag. Ahora había huido Tanja de la Comisaría de Policía. La llevó a uno de los cafés que estaban abiertos.

Ella lo miraba interrogante.

—¿Por qué estás tan preocupado?

—No estoy preocupado. ¿No tendrás por casualidad un teléfono móvil para prestarme? Olvidé el mío en el tren y alguien lo robó. Probablemente el que limpió el vagón. Luego lo vendió.

—¿Lo quieres de alguna marca especial?

—¿Qué quieres decir?

Tanja se levantó. Unos hombres que vestían abrigos caros se disponían a dejar una mesa que estaba al fondo del local. Tanja pasó cerca de ellos. Luego volvió. Cuando se cerró la puerta, puso ante él un teléfono móvil. Jesper Humlin comprendió que había logrado robárselo de alguna forma a uno de los hombres que acababan de marcharse.

—No lo quiero.

—Ellos pueden comprarse uno nuevo.

—No entiendo cómo lo has conseguido. ¿Estaba encima de la mesa? ¿No se dio cuenta de que lo cogías?

—Lo llevaba en el bolsillo.

—¿En el bolsillo?

—Sí.

—Sigo sin entender cómo lo haces.

Ella se inclinó hacia delante y le dio unas palmadas en el brazo.

—¿Qué llevas en el bolsillo del abrigo?

—Algo de dinero. Las llaves de casa. ¿Por qué me lo preguntas?

—¿Puedes enseñarme las llaves?

Jesper Humlin buscó en el bolsillo. Había algunas monedas. Pero no estaban las llaves. Ella abrió la mano y le dio el manojo de llaves.

—¿Cuándo las has cogido?

—Ahora.

Jesper Humlin se quedó mirándola.

—¿Quién eres realmente? ¿Y qué eres? ¿Ladrona o carterista?

Se abrió la puerta del café. Uno de los hombres que acababan de marcharse había vuelto, fue rápidamente a la mesa y luego a la barra, donde preguntó si alguien había visto su teléfono. La camarera negó con la cabeza. Jesper Humlin se encogió. El hombre salió del café sacudiendo la cabeza.

—¿No vas a llamar?

—No creo que pueda hacerlo.

Tanja se levantó.

—Tengo que hacer algo. Volveré.

—Seguramente vas a desaparecer.

—Volveré. Como mucho dentro de una hora.

—Entonces tal vez ya me haya ido de viaje.

—No —dijo ella—. No te habrás ido. No puedes marcharte antes de que haya contestado a tu pregunta.

—¿Cuál de ellas?

—Si soy ladrona o carterista.

Tanja desapareció. Jesper Humlin se sirvió más café y trató de ordenar su mente. El teléfono móvil le quemaba en el bolsillo. Se esforzó por superarlo y llamó a Andrea.

—¿Por qué llamas tan temprano?

—No he dormido en toda la noche.

—Ya lo noto.

—¿Qué quieres decir?

—Sueles tener esa voz después de haber bebido toda la noche. ¿Lo has pasado bien?

—He estado en la Comisaría de Policía de Gotemburgo acusado de haber cometido un robo.

—¿Lo habías cometido?

—Claro que no. Realmente no ha sido una noche divertida. Sólo quería decirte que espero volver a casa hoy.

—Será mejor que lo hagas. Dentro de cuarenta y ocho horas tendremos que haber decidido cómo va a ser nuestro futuro.

—Lo prometo.

—¿Qué prometes?

—Que vamos a hablar de ello.

—Debes darte cuenta de que va en serio. Por cierto, tienes que llamar a Olof Lundin.

—¿Qué quería? ¿Cuándo ha llamado?

—Ayer por la tarde. Dijo que lo podías llamar cuando quisieras. También ha llamado tu madre.

—¿Qué quería?

—Dijo que la habías agredido.

—¡Ni siquiera la he tocado!

—Ella afirmó que le habías dado tal golpe que había estado tendida en el suelo del recibidor varias horas.

—No es cierto nada de lo que dice. Está perdiendo el juicio.

—Cuando hablo con ella siempre parece muy lúcida.

—Está senil. Sólo finge ser normal.

—Ahora debo irme. Pero cuento con que podamos mantener una conversación seria esta tarde.

—Acudiré. Y te echo de menos.

Andrea terminó la conversación sin hacer un solo comentario a lo último que había dicho él. Jesper Humlin se preguntó resignado si Andrea pensaba dejarlo y qué clase de drama estaba preparando su madre ahora. Para desviar aquellos pensamientos llamó a Olof Lundin.

—Lundin al habla.

—Soy Jesper Humlin. Espero no haberte despertado.

—Estoy levantado desde las cuatro. ¿Dónde estás?

Jesper Humlin tomó una rápida decisión.

—En Helsinki.

—¿Qué haces allí?

—Preparando el trabajo.

—Así que has decidido escribir una novela policiaca. Es estupendo. Entonces podremos lanzar tu libro y el de tu madre como un paquete.

—No quiero formar parte de ningún paquete. Además, mi madre nunca escribirá un libro.

—No estés tan seguro. He leído un borrador.

Jesper Humlin sintió un vuelco en el estómago.

—¿Ha empezado a enviarte manuscritos?

—Se trata más bien de una sola página. Escrita a mano. Es un esbozo del argumento. He de reconocer que no entendí mucho debido a lo difícil que resulta leer su letra. Algo de caníbales y secretarios de Estado locos, creo que era eso. Pero hay que tener paciencia con una debutante de noventa años.

—No habrá ningún libro.

—He estado preocupado por ti. ¿Supongo que habrás terminado con esas tonterías de Gotemburgo?

—No. Además, no son ninguna tontería.

—Si me entregas sólo una novela policiaca puedes dedicar el resto de tu tiempo a lo que quieras. Será de trescientas ochenta y cuatro páginas impresas.

—Había pensado que fueran trescientas ochenta y nueve.

—No puede ser. Ya hemos reservado la imprenta y hemos pedido papel. Trescientas ochenta y cuatro páginas. ¿Por qué página vas? ¿Por qué sitúas la acción en Helsinki? En las novelas que se desarrollan allí es fácil que haya muchas cosas rusas y espías. Brasil es mejor.

Jesper Humlin se quedó estupefacto.

—¿Por qué?

—Hace más calor.

Jesper Humlin pensó en el gélido despacho de Olof Lundin y se preguntó si podía existir alguna relación.

—Es una broma. No estoy en Helsinki. Estoy en Gotemburgo. No voy a escribir ninguna novela policiaca. En este momento no sé lo que voy a escribir. Tal vez un relato sobre una muchacha que es carterista. O un libro sobre alguien que lleva un mono sobre su espalda.

—¿Estás enfermo?

—No.

—Dices cosas muy raras.

—¿Qué querías cuando llamaste ayer?

—Sólo quería asegurarme de que lo que ponía en los periódicos no era cierto. Espero tu novela con impaciencia. Los directores petroleros también.

—No va a haber novela policiaca.

—Apenas oigo lo que dices.

—¡Digo que no va a haber novela policiaca!

—Ya no oigo nada. Ven a la oficina cuando vuelvas a Estocolmo. Tenemos que hablar con tranquilidad. Además, el departamento de marketing quiere presentarte la campaña que ha planeado para tu nueva novela.

La conversación se interrumpió. Jesper Humlin estaba muy cansado. La sensación de que había perdido su punto de apoyo irremediablemente pesaba como una enorme losa sobre él. Era como si alguien hubiera bloqueado todas las salidas de un edificio en el que estuviera encerrado.

Transcurrió casi una hora. Había empezado a creer que Tanja había desaparecido igual que Tea-Bag, cuando se abrió la puerta del café.

Era Tanja. Acompañada de Leyla.