En todas las puertas de ellos he puesto
espanto de espada. ¡Ah!, dispuesta está
para que relumbre, y preparada para degollar.
Ezequiel 21,15.
—Hay noticias del hospital de Milán acerca del estado del padre Tres. Parece que los análisis no han encontrado ningún problema grave. El análisis de virus también ha dado negativo… Bien. Estará recuperado en un mes.
El Palacio de las Espadas era la sede de la Secretaría de Estado del Vaticano.
Después de poner el grueso informe sobre la mesa, el hombre delgado que había sentado en el sofá se frotó concienzudamente la cara. Mordiendo con decisión la pipa apagada, dibujó una sonrosa llena de confianza.
Como mañana empieza el período de exámenes en la universidad, tendré algo de tiempo libre. Les pondré un montón de problemas a los estudiantes y saldré volando hacia Milán. ¿Qué os parece, eminencia?
—Confío en vos para la recuperación del padre Tres, profesor —dijo la secretaria de Estado, la cardenal Caterina Sforza, mientras suspiraba con los codos posados sobre la mesa—. Ahora mismo andamos faltos de agentes. Espero que puede volver a la acción lo antes posible —prosiguió, arqueando las delicadas cejas.
—Dejadlo en mis manos, eminencia. Estará listo antes de que vuelva a empezar la universidad.
Si existía en el mundo la certeza perfecta, no había duda de que William W. Wordsworth, el agente Profesor, la tenía en aquel momento. Sonriendo, se sacó una cerilla del hábito y prendió la pipa con ademanes teatrales. Justo entonces apareció en la mesa la imagen holográfica de una elegante monja.
—Buenas tardes, doctor Wordsworth. Aquí está prohibido fumar. Si queréis hacerlo, salid al pasillo o al balcón, por favor.
—¡Huy!, perdón… ¡Hmmm!, estáis tan guapa como siempre, hermana Kate.
—Buen intento. Pero apagad la pipa, por favor —dijo la imagen riñéndole con la mirada. Y después de que el doctor dejara la pipa, prosiguió—: Acabo de llegar, eminencia. Las unidades de Ámsterdam ya se han concentrado. Han recibido órdenes de empezar las operaciones esta noche.
—Gracias, Kate. Mantenme informada del avance de los acontecimientos, por favor.
—Ámsterdam… ¿Se trata del caso de Oude Kerk? —intervino el Profesor, mientras jugueteaba con la pipa apagada y con aire de pasar el rato—. Contando al párroco, diez religiosos han sido asesinados y vampirizados allí. ¿A quién habéis enviado?
—Ámsterdam y el resto de la Alianza de las Cuatro Ciudades es un territorio muy delicado. He enviado al agente más familiarizado con el terreno.
—Es decir, ¿a Sword Dancer? ¡Hmmm!, no sé, no sé…
—¿Qué problema hay? —preguntó Kate, al ver que la cara del Profesor se oscurecía—. Al ser natural de Brujas, conoce cada palmo de la zona. Además, es perfectamente capaz, ¿no creéis?
—Exactly. Pero hay algo más —respondió el doctor mirando hacia Caterina, después de pensar un momento—. Su eminencia conoce las circunstancias de su incorporación a Ax. No puedo evitar pensar que podría haberse seleccionado a otro agente.
—No hay otro remedio —replicó Caterina, levantándose.
Acercándose a la ventana, dejó vagar la mirada por la ciudad. Últimamente había hecho bastante calor para ser invierno, pero aquella parecía que había vuelto el frío. En las calles tranquilas no se veía pasar ni siquiera a los perros callejeros.
—Nos hace falta personal… y mucho. Por eso, en el caso improbable de que haga alguna temeridad… —murmuró Caterina como si le hablara a su imagen en el cristal—, necesitamos a alguien capaz de controlarle. Así pues, necesito que volváis pronto de Milán, Profesor.