… por tanto su Hacedor no tendrá de
él misericordia, ni se compadecerá de él
el que lo formó.
Isaías 27,11.
La luz plateada que atravesaba la vidriera hacía que la noche invernal pareciera aún más oscura.
—Amén. El vino aquí preparado será mi alimento esta noche. Os ofrezco mi agradecimiento eterno en esta santa velada…
El anciano postrado en la capilla hablaba con voz suave. Incluso podía decirse que sonaba afectuoso.
En cambio, la mirada de la joven monja que se encontraba amordazada y atada de pies y manos sobre el altar mostraba puro terror. Aunque hubiera tenido enfrente al más perverso asesino, no habría sentido tanto miedo…, siempre que hubiera sido un ser humano. Siempre que sólo hubiera querido matarla.
—Bueno, ha llegado el momento de la sagrada comunión, hermana Angelina.
—¡…!
El anciano se volvió con las manos brillantes. Cuando aún era humano, cortaba con ese cuchillo el pan para los fieles. Ahora, el filo se había vuelto de un funesto tono rojizo y exhalaba un olor fétido a óxido.
—«Tomad y comed todos de él, porque éste es mi Cuerpo…».
Las ropas de la religiosa se desgarraron ruidosamente y dejaron ver sus senos apenas formados.
—«Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre…». ¡Ah, Angelina! Vas a convertirte en parte de mí. En mi interior habita la noche eterna.
Los labios sonrientes dejaron entrever unos colmillos demasiado largos para ser simples sobredientes. El anciano se estremeció, sin que pudiera controlar su apetito, al mismo tiempo que llevaba el cuchillo hacia el blanco seno. La joven se retorcía respirando violentamente cuando…
—Ite. Misa est. La misa ha terminado, obispo Scott.
—¿¡!?
Al lado de la cruz helada había aparecido una sombra. Como tenía la cabeza inclinada, no se le podía ver la cara, pero era un hombre bastante alto.
—Alexander Scott, antiguo obispo de Londinium. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, estáis detenido como sospechoso se siete casos de asesinato y vampirismo.
—¿Qu…, quién eres?
—¡Ah!, disculpadme por que no me haya presentado. Soy…
Fue estúpido ponerse a contestar tan educadamente. En un instante, el cuchillo, lanzado con una fuerza un poco superior a la humana, voló por los aires y se le clavó en el pecho.
—¡Bah! ¡Me da igual quién seas, pero no soporto que me interrumpan durante la comunión!
El vampiro, que hasta hace un mes antes había sido obispo, sonrió ante el altar con los colmillos brillantes.
—Has pagado con la muerte tu estulticia.
—Es increíble, ni siquiera habéis dejado que acabara de presentarme…
—¿¡!?
El obispo puso los ojos como platos. Aun con el corazón atravesado por el cuchillo, el hombre seguía tranquilamente en pie.
—Me gusta mucho uno de vuestros antiguos sermones, aquel en el que decíais que el ser humano es el único animal que puede creer en sí mismo. Os agradecería que no fuerais tan violento…
—¡Im…, imposible!
El anciano, que había cambiado el sol y la bondad por la fuerza de los no muertos, se quedó helado por la sorpresa.
—¿Eres un vampiro?
—No. Soy…
Un desgarro metálico le interrumpió. El cuchillo que tenía clavado en el pecho se hundía en su hábito con un extraño sonido.
—Algo había oído cuando era humano acerca de unos monstruos imposibles criados en el Vaticano para hacerse cargo de las operaciones fuera de la ley. ¿Eres uno de ellos? —gimió el anciano vampiro.
—Ax; exactamente: «Arcanum cella ex dono dei[5]». A mis superiores no les gustan los escándalos. No quieren que se sepa que un obispo se ha convertido…
El hombre blandía una guadaña de doble filo. El obispo gritó de terror al ver cómo el arma caía sobre él.
—¡Eres un perro de Caterina…, un agente!
Su último grito fue como una ráfaga de viento helado.