Epílogo

——… Y con esto acaba el informe. El conde de Zagreb está de camino y llegará en un par de días.

—Buen trabajo.

Antes de desaparecer completamente, Panzer Magier lanzó una risa apagada.

Desde lo alto del trono, Augusta expresó su agradecimiento a la muchacha postrada al otro lado de la cortina. Los bajos de la voz sintética resonaron en la sala de audiencias.

—Por cierto, marquesa de Kiev…, ¿cómo ha sido la colaboración de la otra parte?

—¿Qu…, que cómo ha sido? ¿Qué queréis decir?

La melena blanca cubría el rostro de la joven, pero a Augusta no se le escapó que había tensado ligeramente los hombros.

—Quiero decir si vuestro colaborador os fue útil. Le mostráis mucha simpatía en vuestro informe.

—¿¡Simpatía!? Simplemente, fue más eficiente de lo que pensaba, para ser terrano… Si lo deseáis puedo ampliar el informe.

—No, no hace falta. No quiero importunaros más con esto. Debéis de estar agotada. Retiraos a descansar.

—Con vuestro permiso.

—Descansad bien… ¡Hmmm!, veo que no ha cambiado nada.

En cuanto la marquesa de Kiev hubo abandonado la sala, se levantó lentamente la cortina. En la habitación vacía, la luz caía sobre la pequeña figura sentada en el trono. Al incorporarse, la figura habló con su voz real, muy distinta de la que se había oído antes.

—O sea que sigue del lado de los humanos… Veo que será mejor no meterse en peleas con el Vaticano ahora mismo. Y no sólo por él. Si nos buscamos dos enemigos las cosas no pintarán bien —dijo con un brillo en los ojos de color verde claro.

Era una muchacha adolescente. Bajo la rebelde cabellera morena, el rostro era de una belleza sorprendente. Tenía el cuerpo largo y delgado, y su expresión llena de energía hacía pensar en algún tipo de fiera felina.

Quitándose el sombrero, la muchacha, Augusta Vradica, miró a un lado del trono.

—De todos modos, ¿por qué será así? Sigue con los terranos porque aún siente que no ha pagado su deuda con aquella mujer. Ya que tiene tanto éxito, se podría buscar una nueva… Astharoshe es una buena opción. Si yo fuera un hombre, no la dejaría escapar. ¡Jijiji!

La sala de audiencias era una reproducción del verdor veraniego de los bosques de Canadá antes del Armagedón.

El aroma de la clorofila y el canto de los pájaros era de una belleza indescriptible.

—¡Aaah! ¿Qué voy a hacer? Siempre me caen a mí estos líos. Ya estoy harta… —se quejó la joven con voz cada vez más baja.

Finalmente, lanzó un suspiro soñoliento y se tumbó. Al dulce ritmo de su respiración, cesó lentamente el canto de los pájaros.

—He venido a buscaros, conde.

—¡Kämpfer!

El anciano vampiro miró al hombre como si quisiera agarrarse a él con la mirada. ¿Dónde se habría metido el carcelero? No se le veía por ninguna parte.

—¿Habéis venido a salvarme? ¡Bien hecho!

—Ha sido un placer. Subid conmigo a la cubierta. El avión nos espera.

—¡Hmmm!

Endre salió al exterior del barco pavoneándose y miró a su alrededor. La tripulación de la nave era de unas cincuenta persona, pero no se oía ni un suspiro.

—¿Y la tripulación?

—…

Kämpfer simplemente encogió los hombros. La petulancia del terrano estaba poniendo nervioso a Endre, pero decidió controlarse.

Si le entregaban al Imperio, le esperaba un destino peor que la muerte. Podía estar contento de que hubieran venido a salvarle.

—La verdad es que estoy un poco débil… —carraspeó, una vez que se sintió aliviado.

No pedía demasiado. Un marinero desaliñado sería suficiente, pero necesitaba alimentarse un poco. Sin embargo, no había nadie más aparte del hombre de larga melena.

«También me puedo comer conformar con éste».

Mirando al hombre con ojos hambrientos, Endre entreabrió los labios.

Pensándolo bien, ya no le iba servir de nada.

Por ahora, tendría que esconderse, de manera que sería mejor que nadie supiera su paradero. Le había ayudado mucho, pero si le dejaba vivir, podría llegar a convertirse en un problema…

—Por cierto, excelencia… —le interrumpió el hombre como si le estuviera leyendo los pensamientos—, esta vez tengo que felicitaros. Ha sido un trabajo magnífico.

—¿Eh? ¿De qué habláis? —respondió Endre, forzando una sonrisa inocente mientras escondía los colmillos—. ¿Por qué me felicitáis?

—No disimuléis. Por lo de Venecia… Ha sido un gran éxito.

—¿Os estáis burlando de mí?

«Pero ¿por quién me ha tomado?».

Kämpfer siguió hablando serenamente, de espaldas al indignado vampiro.

—¿Burlándome de vos? ¡De ninguna manera! El plan ha sido un éxito. Gracias a él, el Vaticano y el Imperio han establecido relaciones de colaboración. Es un resultado muy satisfactorio.

—¡Pero ¿qué…?! ¿Qué queréis decir?

—No se puede destruir lo que no existe. Sólo se puede destruir lo que existe… Eso quiero decir. Esto se ha convertido en una oportunidad de conciliación. Incluso los degenerados pueden servir para jugar con los débiles.

—¡Insolente! —exclamó Endre con el rostro descompuesto—. ¿¡Cómo se atreve una mierda de terrano a hablarme así!?

Rugiendo con la boca abierta, Endre alargó las garras hacia la espalda del hombre…

—¿Eh?

Las manos extendidas sólo pudieron agarrar el vacío. Algo le rozó las uñas… No, algo se le había agarrado a las piernas.

—¿Qué? ¿Qué quiere decir esto? —gimió Endre, mirándose los pies.

Se estaba hundiendo en la sombra de Kämpfer.

—¡Mis piernas!

La mancha negra parecía una ciénaga sin fondo. El vampiro golpeaba desesperadamente contra la cubierta o, mejor dicho, contra la sombra de Kämpfer.

Sin dejar de mirarle, el hombre encendió un cigarrillo.

—Es una pena, pero no puedo dejar cabos sueltos… Hay que limpiar el escenario antes de que salga la estrella.

—¿Qué pretendes? ¡Maldito!

El cuerpo del vampiro estaba hundido hasta el pecho. Con expresión de terror, Endre lanzó un grito estremecedor.

—¡Kämpfer! ¡Maldito seas! ¿Qué pret…?

Pero no obtuvo respuesta. El rostro deformado se hundió en la sombra. Sólo quedaba una mano, que intentó en vano agarrarse a algo, hasta que fue finalmente absorbida por la oscuridad.

—Qué luna tan bonita… «La noche es dulce, y la Luna está sentada en su trono, rodeada de sus damas, las estrellas. Pero aquí no hay luz. Keats».

Kämpfer miró al cielo como si no hubiera pasado nada. Al sur brillaban juntas la luna llena y la luna de los vampiros, un poco más pequeña.

Era seguro que la noche del fin del mundo sería tan hermosa como ésa. Sin duda, ya no faltaba tanto.

—Qué noche tan hermosa… Verdaderamente hermosa.

Panzer Magier tiró cigarrillo al mar y, metiéndose las manos en los bolsillos, echó a andar en la oscuridad.