Epílogo

—¿Estás bien, Eris? —murmuró Abel, tendiendo la mano bañada en sangre.

El color de un lago invernal le había vuelto a los ojos, mezclado con una luz triste.

—¿No estás herida? ¿No te duele nada?

—¿La…, la has matado? —preguntó Eris con voz temblorosa, mirando el cuerpo ensangrentado e inmóvil de la vampiro.

—No. Sólo ha dejado de moverse.

—¿Qu…, qué eres…? —siguió Eris, mirando a Abel.

No se había dado cuenta de la mano que le tendía el sacerdote. O quizá sí que la había visto, pero no hizo ningún gesto para tomarla y empezó a retroceder.

—¿Qu…, qué eres…?

—Una persona… —rió tristemente Abel, sin retirar la mano—. Como tú…, soy una persona.

—¡!

Al oír esas palabras, los ojos marrones se abrieron con fuerza. Extendió los dedos tímidamente hasta tocar los del sacerdote. Poniéndose de pie, la niña abrazó el hábito ensangrentado.

—Te vas a ensuciar.

—Pero… ¿puedo abrazarte un poco más?

—Claro… —rió Abel, lanzando un leve suspiro mientras posaba la mano sobre la cabeza de la niña.

Entonces, se oyó un ruido metálico.

—Padre Tres, ¿aún creéis que esta niña es peligrosa?

—Positivo. Ya lo he dicho antes. No tiene nada que ver con sus intenciones —explicó Tres con firmeza.

Al girarse, Abel se encontró cara a cara con la bocas de los cañones. Las miras láser apuntaban directamente entre las cejas de Eris.

La máquina de matar preparó los percutores sin cambiar de expresión.

—Hay que eliminar todos los elementos de riesgo…

—¡!

Abel empujó a Eris hacia atrás, pero no llegó a tiempo. El gatillo se movió con un ruido pesado; sólo el gatillo.

—Pero esta vez… —prosiguió el agente de ojos de vidrio, mirando el arma descargada— me he quedado sin balas. Tendré que renunciar a las tareas de exterminio.

—Gracias, padre Tres.

—Negativo. Ésta es la última —respondió el sacerdote con voz monótona al mismo tiempo que se giraba.

Al lanzar una mirada hacia Eris…

—¡Aaaah!

La masa de carne sangrienta, otra cosa no era, que había al lado de Eris había lanzado un rugido.

—¡Cuidado!

El demonio que se había puesto en pie lanzaba odio por los ojos y blandía una larga uña. Era Mirielle. ¿Cómo podía seguir moviéndose?

—Mueeereeeeeeee…

—¡E…! ¡Eri…!

Abel no llegó a tiempo. La garra gigantesca cayó sobre la niña, que se había quedado helada…

—…

Tres estaba de espaldas al monstruo, pero sacó instantáneamente un cargador, lo introdujo en el arma y disparó por encima del hombro.

La descarga de nueve balas atravesó certeramente a la vampira en la base del cerebro, las cervicales y el corazón.

—Misión completa… Evacuación —dijo Gunslinger con su habitual aplomo.