—Operación finalizada. Cambio de modo genocida a modo busca y captura.
Entre las ruinas no quedaba ni rastro del hombre de larga melena ni de sus sombras. Las más de trescientas balas de veinte milímetros las habían hecho literalmente pedazos.
—Informe de daños, duquesa de Milán.
—Yo estoy bien… Buen trabajo, padre Tres.
Tres recibió en silencio el agradecimiento de su superiora y tiró al suelo el arma vacía.
Aparentemente el hombre había atacado los diques solo. Tendrían que registrar su cadáver para ver si encontraban pistas acerca de sus cómplices, pero en aquellos momentos lo más importante era poner a salvo a los supervivientes.
—El Iron Maiden está en posición de espera. Eminencia, subid cuanto antes.
—Que las hermanas suban antes que yo… Por cierto, ¿qué noticias hay del séquito papal?
—Krusnik y la marquesa de Kiev están preparados. En cuanto aparezca el objetivo lo abatirán.
—Muy bien. ¡Qué habilidad! —dijo una voz teatral, acompañada de un aplauso, que hizo que Tres se volviera.
—Tú… —se estremeció Caterina.
—Pero qué mala educación… No habéis dicho ni buenas tardes. Además, me habéis ensuciado el traje.
Kämpfer sonreía, haciendo ondear la melena. No tenía ni un solo rasguño.
—¡Ah, padre Tres! Podéis añadir esto a vuestro informe. El conde de Zagreb ya ha sido detenido. Ahora mismo…
El estruendo de unos disparos acalló la serena voz.
El sacerdote había sacado su Jericó M13 Dies Irae de trece milímetros y apuntaba al enemigo entre las cejas. El impacto de las balas tendría que haberle destrozado la cabeza, pero…
—¡Qué juguete tan tosco! No tiene ni pizca de elegancia —dijo Kämpfer, mirando con cara de fastidio las dos balas suspendidas en el aire.
Al levantar la mano enguantada, los proyectiles le cayeron sobre la palma con un leve sonido.
—Padre Tres, sois un hombre capaz. Es una lástima que no comprendáis perfectamente la idea de la masacre… Si me permitís, dejad que os enseñe algo.
El pentáculo bordado en el guante de Panzer Magier empezó a brillar con una intensa luz roja.
—Ante mí, Junges. A mi espalda, Teletarkae. Una espada en la derecha, un escudo en la izquierda. A mí alrededor brilla un pentáculo. Sobre la piedra hay un hexagrama… Ven espada a mí espada de Belcebú.
Kämpfer hizo un simple movimiento con la mano vacía y en un instante la monja que temblaba al lado de Caterina apareció decapitada.
—¡He…, hermana Ana!
La cabeza de la religiosa, que aún conservaba un aire infantil, apareció con los ojos abiertos en los brazos de la compañera que tenía al lado.
—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!
—Quieta, hermana Rachel.
La monja, que había soltado la cabeza, se dio la vuelta con un grito. Como si no hubiera oído el aviso de Tres, salió corriendo hacia la puerta…
—Amen.
Kämpfer, de espaldas a la religiosa, sonrió con sarcasmo. En el instante siguiente la hermana Rachel cayó al suelo. Como un maniquí roto, las extremidades le salieron disparadas y las entrañas se le desparramaron por el suelo.
—¡!
Las monjas que habían presenciado las muertes consecutivas de sus compañeras no elevaron ni un grito y permanecieron temblando alrededor de Caterina.
—«El miedo a la muerte es más horrible que la propia muerte. Schiller». ¡Ah, quieto, padre Tres! Qué aburridos son los muñecos. ¿No estáis equipado con emociones superiores como el miedo, verdad? —dijo Kämpfer sin girarse—. Destruir máquinas no es divertido. Horror, estremecimiento, tristeza… ¿Por qué no aprendes un poco de estas compañeras tan monas que tienes?
—Negativo… No tengo tiempo.
Tres se había quedado mirando los cadáveres con rostro inexpresivo. Sin embargo, en el fondo de su voz monótona podía apreciarse una leve vibración.
—Los refuerzos llegarán en trescientos segundos. Tengo que eliminaros antes… No tengo tiempo.
—Ja… —dijo Kämpfer, girándose con una luz de placer en los ojos mientras se arreglaba con elegancia los guantes—. ¿Habéis dicho que me vais a eliminar?
—Positivo.
Al asentir, Tres movió levemente los ojos. Después miró a Caterina, las monjas que temblaban a su alrededor y los cadáveres horriblemente desfigurados.
—Te voy a eliminar completamente —dijo con voz monótona—. No dejaré ni un hueso entero.
—A ver si podéis…
El combate empezó de golpe.
Kämpfer levantó el dedo y, cuando lo dirigió hacia su adversario, Tres desapareció. En el lugar que había ocupado hasta un momento antes había una enorme grieta. La espada invisible persiguió de nuevo a su presa, que había dado un gran salto, y agujereó el techo.
—Qué velocidad. Pero ¿es eso todo lo que sabéis hacer?
Los dedos de Kämpfer danzaron como una araña. Al ritmo de la mano que recorría un teclado invisible, la pared se llenó de brechas como si un monstruo la estuviera recorriendo. Las grietas serpenteantes alcanzaron finalmente al sacerdote que huía.
—Esto es tu fin, Gunslinger.
—Cero coma cero tres segundos demasiado tarde —murmuró Tres, a la vez que torcía la mano derecha.
Más exactamente, la muñeca que sostenía el arma se dobló como sin fuerzas. Del interior del brazo apareció una gruesa boquilla, de donde salió disparada, formando un hermoso círculo, una llama de magnesio a miles de grados. En el círculo de luz azulada, ardieron en cuestión de segundos, con un destello plateado, unas largas columnas finas como cabellos.
—¡Fibra de monocarbono! —gritó Caterina con voz ahogada.
La fibra de monocarbono era una tecnología perdida desde el Armagedón. Era la fibra de carbono más ligera y resistente, hecha a base de múltiples moléculas de fulereno agrupadas en maclas. Tenía el defecto de ser muy sensible al calor, pero era un arma poderosísima, capaz de partir fácilmente incluso el diamante.
—Oh, la espada de Belcebú… No está mal. Pero al fin y al cabo no sois más que un muñeco —dijo Kämpfer, torciendo los labios.
La M13 de Tres le apuntaba entre la cejas.
Sin embargo, las balas 512 Maxim no lograron penetrar su escudo. No sólo eso, sino que salieron rebotadas hacia el tirador…
Ante la mirada burlona de Kämpfer, rugieron los dos monstruos de trece milímetros y se clavaron en la mandíbula de acero.
—Es inútil. Nunca me alcanzarán las balas.
—Impacto.
Ambos tenían razón.
El potente campo magnético del escudo de Asmodeo había hecho que las balas salieran rebotadas en un ángulo de ciento ochenta grados, pero Tres no se encontraba en su trayectoria. Rozando la cabeza del sacerdote, que se había agachado, impactaron contra la pared de acero antiincendios. Rebotando contra el suelo, golpearon contra la espada de uno de los guardias caídos y siguieron volando sin control hacia…
—¡!
Kämpfer retrocedió. Los guantes le había salido despedidos de las manos. Las balas no le habían hecho ni un rasguño.
—Es increíble —dijo el hombre, sacudiendo la cabeza, completamente atónito.
Había sido capaz de calcular así todos los rebotes de las balas hasta su impacto final…
—Veo que el nombre de Gunslinger es merecido. Como el mío de Panzer Magier.
—¿Qué es eso? —Un grito de terror se elevó entre las monjas.
La figura de Panzer Magier pareció encogerse. No, no era que se encogiera. La parte de debajo de las rodillas había desaparecido completamente.
—Es una pena malgastar así ese talento… Se me ha ocurrido una gran idea.
Al mismo tiempo que su sombra desaparecía lentamente, la voz de Kämpfer se iba haciendo más débil. Miró alternativamente Tres y a Caterina.
—Nos veremos pronto —dijo—. Cuando se cierre la rueda del destino, seréis mis víctimas…
Cuando Caterina volvió en sí, Kämpfer había desaparecido casi hasta la cabeza.
—¿Qué haces? ¡Dispara Gunslinger!
—…
Pero Tres no reaccionó. Retrocediendo lentamente, cayó como si hubiera resbalado.
—¡Pa…, padre Tres!
Con un sonido grave, los brazos se le separaron del cuerpo. Caterina vio, atónita, cómo el sacerdote caía de rodillas en un charco de líquido de transmisión.
—Con esto estamos empatados. Estamos en paz, padre Tres… Bueno, pues auf Wiedersehen.