Venecia era conocida como la Capital del Mar, pero, siendo estrictos, lo que rodeaba a la ciudad no era el mar, sino la laguna.
De todos modos, para salvar a la ciudad del hundimiento progresivo del suelo en el agua, se habían construido diques que separaban la laguna del mar adriático. Debido a ello, el nivel de agua de la laguna había bajado más de cincuenta metros en relación con el del mar. En el caso improbable de que los diques se rompieran, esa diferencia se convertiría en un tsunami que arrasaría la ciudad. Para evitarlo, las construcciones estaban equipadas con los más modernos sistemas de seguridad, pero…
—El tener todos los sistemas centralizados aquí puede acabar siendo un problema… —dijo Caterina, mordiéndose las uñas mientras observaba cómo los guardias construían una barricada frente a la puerta.
Parecía que el enemigo conocía perfectamente la estructura de los diques, puesto que concentraba todos sus esfuerzos en penetrar en la sala de control central.
Afortunadamente, por decirlo de algún modo, Caterina se encontraba justo en aquel momento inspeccionando las instalaciones, y su guardia había podido dar apoyo a los vigilantes habituales. Si hubieran estado solos, ya habrían sido derrotados sin duda.
—¿Seguimos sin contacto con la ciudad?
—El telégrafo y el teléfono continúan sin funcionar.
Si no recibían refuerzos, no podrían aguantar mucho más. De los hombres que quedaban, sólo podían moverse la mitad e incluso muchos de ésos estaban heridos. La propia cardenal tenía una mancha de sangre en el hombro.
—Su eminencia, no podemos resistir demasiado —dijo Marino Falier, el capitán de la guardia, con el rostro tenso—. Con la poca potencia de fuego que nos queda, podemos asegurar una vía de escape. Al menos, su eminencia debe salir de aquí.
—No te preocupes por mí. Que escapen ellas primero. Y que llevan a los heridos a un lugar seguro.
—¡Pero eminencia…! —exclamaron con descontento las monjas que la acompañaban—. ¡Estamos preparadas para lo que sea! Pero su eminencia es imprescindible para el Vaticano…
—Tienen razón, su eminencia. Debemos pensar en quién es más importante para el Vaticano…
—Marino, te equivocas…, pero gracias de todos modos. Fin de la discusión.
La cardenal más hermosa del mundo se deshizo de las monjas con un gesto y se arregló cuidadosamente el hábito.
—Aunque yo caiga aquí, el Vaticano seguirá en pie —dijo—. Quien me suceda podrá seguir con mi labor… Pero si este dique cae, ¿qué ocurrirá con Venecia y Su Santidad?
Su expresión serena no cambió. En los ojos del color de una cuchilla le brillaba una determinación incluso feroz. El bastón cardenalicio golpeó con fuerza el suelo.
—Si una cardenal huyera así, abandonando a Su Santidad y a los cien mil habitantes de Venecia, el nombre del Vaticano quedaría mancillado para siempre. Mi lugar está aquí, aunque sea para morir. No perdáis el tiempo intentando convencerme de lo contrario.
—Maravilloso… —dijo una voz sarcástica mientras aplaudía con un sonido seco—. Ahora entiendo que os llamen Iron Maiden. Justo como había imaginado que reaccionaría la mujer que es la columna central del Vaticano.
—¿Eh?
Al mismo tiempo que los presentes miraban a su alrededor buscando el origen de aquella risa fría, la puerta metálica se dobló. En realidad, no es que se doblara. La plancha de grueso acero se deformó agónicamente y, a través de ella, como si atravesara el agua, apareció…
—Guten Abend[15], duquesa de Milán. Qué noche más bonita, ¿verdad?
—¿Quién eres?
Ante la puerta había un hombre vestido de negro. Bajo la melena morena que le caía hasta la cintura mostraba una expresión inteligente, pero su sonrisa no provocaba sino intranquilidad.
¿Cómo se había metido en la habitación? En la puerta, que había vuelto a su estado anterior, no se apreciaba ni un agujero.
—¿Yo? Soy vuestro fan número uno, duquesa… Qué feliz soy de poder haber visto en persona a la célebre Iron Maiden. Sois mucho más hermosa de lo que había imaginado.
—¡Cuidado con lo que dices, insolente! —bramaron los guardias que rodeaban a Caterina una vez se repusieron.
Desenvainando las espadas, se abalanzaron sobre el imprudente intruso.
—Un momento… ¡Alto!
La orden de Caterina no llegó a tiempo. Los filos cayeron sin piedad sobre el hombre…
Pero el intruso simplemente echó una leve ojeada a sus atacantes y chasqueó los dedos.
—¿Eh?
Las caras de los guardias se helaron un instante.
Y no sólo las caras. Por alguna razón desconocida, todos se quedaron completamente inmóviles. Sólo podían mover los aterrorizados ojos.
—Qué nenes más maleducados… ¿No os han enseñado que no está bien interrumpir a los mayores cuando hablan?
Con cara de fastidio, el hombre levantó hacia los guardias la mano enguantada, que llevaba bordado un pentáculo, y cantó unas misteriosas palabras.
—Zazasu, zazasu, nasatanada, zazasu[16].
Sólo el sonido discordante de la frase ya era suficiente para hacer que cualquiera se tapara los oídos. Como si estuviera armonizado con el sortilegio, el pentáculo empezó a brillar débilmente. Y no acababan ahí los fenómenos extraños.
—¡Ay! —gritaron las monjas.
En forma de hilos como de alquitrán, la sombra del hombre de melena negra se levantó del suelo. Y no sólo una, otra…, y otra… Haciendo cada vez más gruesos, los hilos acabaron por formar figuras grotescas que recordaban a unos muñecos de goma. En la parte que correspondería al rostro, una hendidura roja dejaba ver un par de colmillos afilados.
—¿Es un espejismo?
No. Las sombras que proyectaban sobre el suelo probaban que eran reales. Su piel negra era húmeda y ligeramente brillante.
—Les llamo Shatten-Kohorte, «ejército de sombras». Es un tipo de enano artificial que construí ayer para pasar el rato. Ya veis que son muy monos, pero tienen mucho apetito… No hay que tomarse a broma la alimentación.
Las sombras lanzaron un grito.
Las cabezas recordaban la de un anfibio, pero no tenían ojos ni nariz, aunque parecían intuir, de algún modo, la presencia de carne fresca. Volviendo el rostro monstruoso hacia los guardias congelados, movieron los labios con cara de placer.
—¡!
—¡No! ¡Nooooooooo!
Los gritos de Falier y las monjas resonaron al mismo tiempo que la carne, arrancada de cuajo, lanzaba chorros de sangre. En los ojos de las víctimas apareció un grito silencioso. Con una rapidez inaudita para su tamaño, el capitán de la guardia elevó su pistola apuntando hacia el hombre.
Hubo un estruendo…
La bala que salió atronando iba dirigida al entrecejo del intruso. En el momento en que todos esperaban que le saliera volando la cabeza como una sandía partida…
Explotó la cabeza de Falier. La sangre y los trozos de cerebro volaron por la habitación. El tronco sin cabeza se desplomó, impulsado por la fuerza de los fluidos que habían salido disparados.
—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaah! —gritó una monja, aplastada por el cadáver.
El intruso observó sarcásticamente cómo la religiosa se apartaba el cuerpo ensangrentado de encima, y dijo:
—Qué descansado que me he quedado…
No tenía ni un rasguño.
—¿Quién…? —gimió Caterina ante el cuerpo del soldado, víctima de aquella magia desconocida que había vuelto su propio disparo contra él—. ¿Quién eres? Da igual, aunque no me lo digas, puedo adivinarlo.
Los ojos del color de una cuchilla brillaron tras el monóculo, mirando con resolución al hombre.
—Eres de la Orden de la Rosacruz, los contra mundi, y estás al servicio de aquel hombre venenoso, ¿verdad?
—¡Ah!, ¿le conocéis? —siguió riendo con sarcasmo el hombre, aunque su mirada se había puesto seria un instante—. No esperaba otra cosa de Iron Maiden. Ya sabéis quién es Mein Herr[17] y estáis dispuesta a luchar contra nosotros. Sería una lástima que nos tuviéramos que separar así. Si os rendís inmediatamente os perdonaremos la vida, eminencia. ¿Qué decís?
—¿Crees que huiré abandonando a Su Santidad y a Venecia a su suerte? Ni lo sueñes —rió a su vez Caterina mientras se llevaba la mano hacia el auricular—. Si por salvar ahora algunas vidas permitiera que derrotarais al Vaticano, sería el fin del mundo. Morir por morir, prefiero morir luchando y que tenga algún sentido, ¿no?
—Sois tan inteligente como pensaba. Realmente me da mucha pena tener que hacer esto.
El hombre chasqueó los dedos.
Las sombras, que estaban agrupadas sobre los guardias inmovilizados, levantaron la cabeza a la vez y empezaron a avanzar hacia la cardenal y las aterrorizadas monjas que se agolpaban contra su espalda. De las bocas abiertas goteaba un líquido rojizo.
—Dime sólo una cosa antes de que esto acabe.
—¿De qué se trata?
—Dime tu nombre. No serás tan maleducado como para matarnos sin identificarte.
—Ach, Verzeihung —se disculpó el hombre, posando la mano respetuosamente sobre el pecho—. Me llamo Kämpfer. Isaac Fernand von Kämpfer. Rango 9-2 en la Orden de los Caballeros de la Rosacruz. Nombre en clave Panzer Magier… Ya conocéis al señor a quien sirvo.
—Gracias por la presentación… —asintió con aire magnánimo Caterina mientras jugueteaba con el auricular y sonreía con un punto de compasión—. Pues, Kämpfer, te voy a contar una cosa.
—¿Eh? Soy todo oídos.
—Recuerda esto. A las mujeres no les gustan los hombres que hablan demasiado… ¡Autorizado el disparo!
En ese preciso instante, el techo saltó en mil pedazos.
Con un ruido funesto, como si se rasgara una manta, cayó una lluvia de balas de veinte milímetros. Las ráfagas automáticas de veinte disparos por segundo atravesaron sin piedad a las sombras demoníacas y las despedazaron. Que Caterina y sus acompañantes salieran indemnes demostraba la precisión mecánica del tirador.
—Una Balcan Cannon de veinte milímetros… La potencia de fuego es notable, pero conseguir con ella una precisión parecida a la de un rifle es impresionante —sonrió amargamente Kämpfer, mirando a través del agujero que se había abierto en el techo.
Él había quedado impoluto, pero las sombras iban desapareciendo poco a poco. Lanzaron gemidos horribles, hasta que no fueron más que una marca de líquido oscuro en el suelo.
—Tenías que ser tú, el mastín de Iron Maiden, el único superviviente de las diez máquinas de matar que tomaron el castillo de Sant’Angelo hace cinco años…
Por la voz, parecía que Panzer Magier se estaba incluso divirtiendo. Encarándose a través del velo de humo con la figura que protegía a Caterina, pronunció las siguientes palabras como si fueran un sortilegio.
—Agente de Ax HC-III X. Nombre en clave Gunslinger.
—Positivo.
La respuesta en tono monótono sonó al mismo tiempo que la descarga de la Balcan Cannon.