Cuando la pastilla hubo acabado de deshacerse en el agua mineral, lanzando espuma, el contenido del vaso se volvió de color rojizo. Después de mecer dos o tres veces el recipiente, se bebió el contenido de un trago. Aunque era literalmente el agua de la vida, a los methuselah siempre les sabía amarga.
Sin sentarse en el sofá, Astharoshe miró por la ventana con ojos oscuros. En la pistad de aterrizaje que daba al mar ya se habían encendido las luces para marcar el camino al avión que se acercaba. La parada del bus acuático que unía el aeropuerto con la ciudad, a unos veinte kilómetros de distancia, estaba llena de gente.
Aunque el carnaval ya había terminado, el bullicio era considerable. ¿Habría aún algún acto? La verdad era que a ella ya le daba igual.
—Es una pena, Astharoshe…
—Lo cierto es que me lo he ganado yo sola —respondió la methuselah, forzando una sonrisa mientras guardaba la caja con las pastillas de sangre.
No era culpa de nadie más que de su propia estupidez y soberbia. No era raro que hubiera acabado así.
—Al habla Iron Maiden. Padre Abel, estamos a punto de completar el abastecimiento de combustible —dijo una voz femenina por el auricular que llevaba puesto el sacerdote. Era la nave que llevaría a Astharoshe de vuelta al imperio—. Despegaremos en diez minutos. ¿Seríais tan amables de dirigiros hacia la aeronave?
—Recibido, hermana Kate. ¿Y el padre Tres?
—Estoy hablando con el controlador para borrar el registro del vuelo. Id subiendo vosotros primero.
—Bueno, Astharoshe, tenemos que ponernos en marcha.
Pese a que ya era casi medianoche, el vestíbulo del aeropuerto estaba lleno a rebosar. El paso de Astharoshe era pesado como el de un ternero que llevaran a vender.
—Confío en vos para encargaros del caso de Endre…
Al otro lado de la ventana, las luces de Venecia parpadeaban sobre el mar, que empezaba a embravecerse.
—Haced lo que sea para acabar con él. Si no, todo habrá sido en vano —susurró Astharoshe con un hilillo de voz.
—Lo entiendo, pero… —dijo Abel sin energía.
Lo miraran por donde lo miraran, les faltaban pistas. En las ruinas del casino habían encontrado el cadáver de la muchacha desaparecida, pero poco más. No tenían ninguna idea de adónde podría haber huido su objetivo. No sabían ni siquiera si seguía en la ciudad.
—Estoy segura de que su destino es Roma… Tenéis que capturarle antes como sea. No dejéis que llegue a Roma.
—Eso ya me lo dijisteis en el hospital. ¿Qué creéis que busca en Roma? Al ser la sede del Vaticano, la vigilancia es muy estrict… ¡Huy!, ¡disculpad!
Abel se disculpó con una reverencia ante la monja con la que había chocado.
—¡Pero qué lleno que está esto! ¿Siempre es así?
—Esta noche es especial, porque dentro de poco empezará la gran misa en la basílica de San Marcos.
—¿Una gran misa? Hasta anoche estabais de carnaval y hoy una gran misa… Aquí no paran las fiestas.
—Es que el mes pasado se recuperaron en Roma los restos del santo, que habían estado perdidos mucho tiempo, y hoy es la ceremonia de restitución.
San Marcos, discípulo directo de Cristo y autor de uno de los evangelios, era el patrón de Venecia. Se decía que sus restos, enterrados bajo la plaza de la basílica, habían obrado muchos milagros en defensa de la ciudad…
—¡Qué suerte poder ver en persona al santo! ¡Y tantos fieles que han venido d todas partes…!
—¿¡Todo esto por unos huesos!? Y además, a saber si no serán los de un caballo o cualquier otra cosa. Verdaderamente, los terranos son idiotas…
—¡Pero qué insolencia! No nos toméis por tontos. Los restos han sido examinados y certificados cuidadosamente por especialistas, y la restitución se efectuará en presencia de Su Santidad.
—¡Hmmm!, al fin y al cabo, todo es cuestión de imagen y propaganda… ¿¡Eh!?
En un primer momento ni ella misma sabía qué le había llamado la atención. Instintivamente, alargó la mano hacia la manga del sacerdote.
—¿Qu…, qué habéis dicho?
—¿Eh? Que los especialistas…
—¡No! ¿Habéis dicho «en presencia de Su Santidad»? «Su Santidad» es el Papa, ¿verdad? ¿Va a venir el Papa?
—Así es. Su Santidad vendrá expresamente para asistir a la ceremonia de restitución. ¿Acaso no habéis leído el periódico?
No lo había leído. Astharoshe le arrebató el diario al sacerdote. En la portada del Osservatore Romano, el diario oficial del Vaticano, un joven con acné, el papa Alessandro XVIII, sonreía con aire débil.
—Mierda… —gruñó Astharoshe mientras estrujaba el periódico, sin intentar esconder cómo le salían los colmillos—. ¡Esto es precisamente lo que Endre esperaba!
—Pero, Astharoshe, ¿por qué…? ¡Ah!
Con una fuerza terrible, la hermosa methuselah agarró a Abel por los hombros y lo atrajo hacia sí.
—¿A qué hora es la misa? ¿Cuándo llega el Papa?
—¿Eh?, empieza a medianoche… Pe…, pero ¡Astharoshe!
La aristócrata había echado a correr arrastrando consigo al sacerdote.
—¡Esperad! ¡No podéis actuar así de repe…!
—¡No tenemos tiempo! ¡El Papa está en peligro!
—¿Eh? ¿Qué queréis decir?
—Los crímenes de Endre en el Imperio no se limitan al asesinato de terranos. Su mayor ofensa fue…
Astharoshe dudó un instante. Sus instrucciones originales decían que no debía informar de ello al Vaticano bajo ningún concepto. ¡Cómo si le quedara otra opción!
—… traición al Estado. ¡Estaba planeando provocar un enfrentamiento directo entre el Imperio y el Vaticano! Por eso, lo exilió Augusta.
—Ya veo. Pero ¿qué tiene que ver eso con Su Santidad?
—Imbécil, ¿aún no lo entendéis? —gritó Astharoshe, indignada—. Mientras Augusta esté en contra, el Imperio no provocará el conflicto que desea Endre. ¡Pero no sólo nosotros podemos empezar la guerra!
—Si no es el Imperio quien la empieza, ¿quién…? ¿Eh? ¿¡No estaréis insinuando que…!?
—Precisamente… —respondió Astharoshe con una voz que parecía rezumar sangre—. ¿Qué creéis que ocurrirá si un aristócrata imperial asesina al Papa? ¿Os lo tomaréis con calma?
—¡Hay que avisar a Su Santidad en seguida!
—¡No! ¡Si esto se hace público, acabará provocando un verdadero conflicto entre el Imperio y el Vaticano!
—Pe…, pero, entonces…, ¿qué podemos…?
Astharoshe se giró hacia su acompañante y lo miró profundamente a los ojos.
—Tenemos que encargarnos nosotros.
¿Cómo podía tener el valor de decir eso después de haber fallado antes tan estrepitosamente? Pero él había dicho que eran compañeros. ¡Tenían que intentarlo!
—Compañero, sólo nosotros podemos pararle.
—…
Los ojos azules miraron a la methuselah desde el fondo de las gafas. ¿Estaría entendiendo lo que le decía? Astharoshe sintió cómo el corazón le latía una, dos, tres…, hasta diez veces, pero Abel permanecía en silencio.
—No puede ser… Los dos tenemos órdenes que cumplir.
O sea que era imposible.
Astharoshe dejó caer los hombros. Era normal. La duquesa de Milán había prohibido cualquier colaboración con ella y les había ordenado que la devolvieran al Imperio. Por mucho que Abel estuviera de su parte, no podía pedirle que traicionara a su superior.
—Pero… —continuó Abel con voz calmada mientras sacaba el revólver y levantaba el percutor— si me secuestrarais y escaparais a la ciudad es distinto.
—¿?
Haciendo girar el revólver, se lo posó a Astharoshe en la mano. Sonriendo como un niño al que acabara de ocurrírsele una travesura, levantó la mano hacia el oído.
—Hermana Kate, ¿me recibís?
—¿Qué ocurre, padre Abel? Ya podéis subir a la aeronave cuando queráis.
—La verdad es que hay un problema —dijo Abel con voz despreocupada—. Astharoshe…, digo, la marquesa de Kiev dice que quiere volver a la ciudad.
—¿¡Qué!? Padre Abel, no hay tiempo para bromas. Tenemos que fijar la ruta, llenar los depósitos de combustible…
—¡Aaay! Estoy perdido. Me ha quitado el revólver. ¿Eh? ¿Qué me tomáis como rehén? ¿¡Qué será de mí!? ¡Salvadme, hermana Kate!
—¡Dejaos de payasadas, padre Abel! Después nos veremos las caras. Os aviso que ya me empiezo a cansar de tener que sacaros cada vez las castañas del fuego…
—¿Eh? Que no, que esta vez no es eso, que me ha tomado como rehén de verdad. Tengo que dejaros. Corto y cierro.
—¡Esper…! ¡Abeeeel!
—Venga, ya está —dijo Abel después de cortar la comunicación, satisfecho de su actuación—. Pongamos pies en polvorosa antes de que vengan.
—¿Habláis en serio?
—Completamente.
—¿Cómo vamos a llegar a la ciudad? ¿Nadando? —preguntó Astharoshe mientras corrían por la terminal.
Veinte kilómetros de mar separaban el aeropuerto de Venecia. Incluso para Astharoshe, parecía bastante duro cubrir esa distancia a nado llevando a un herido.
—Primero tenemos que procurarnos un barco… ¡Ah!, ése no está mal —dijo Abel, señalando hacia la parada del bus acuático.
El vaporetto estaba parado, pero tenía la caldera encendida. No habían subido aún ni la tripulación ni los pasajeros. Después de entrar en el barco vacío, Abel empezó a mirar por todos sitios.
—¿Sabéis conducir?
—Sé ir en bici. El resto, con un poco de intuición… ¡Ay, ay, ay!, esto tiene mala pinta.
Después de toquetear un poco por todos lados, las paletas se habían empezado a poner en marcha gradualmente. Lo que no tenía buena pinta era lo que pasaba en el aeropuerto.
Un gigantesco dirigible del Vaticano adornado con una cruz, el Iron Maiden, se disponía a despegar.
—Agarraos bien que vamos a salir volando.
—¿Volando?
Astharoshe lanzó un grito lastimero.
El barco de vapor que cortaba plácidamente las olas no podía competir con un dirigible de última generación. Antes de que hubieran dejado el muelle, la enorme sombra ya planeaba sobre ellos.
—Uf, lo tenemos crudo. Como nos pillen, le hermana Kate me va a matar…
—¡Idiota! ¡Mira al frente!
—¿Eh? ¡Aaaaaaaaaah!
Conducir sin mirar le costó muy caro a Abel. El barco se subió a una baliza, se ladeó violentamente y se golpeó contra el muelle.
—¡Ă… ăst dobitoc! —gritó Astharoshe en su lengua materna con lágrimas en los ojos, después de recuperarse del choque—. ¡Dobitoc! ¡Neputintă! ¡Prost! ¡Fărâmă…! ¡¿Tău cap dovleac ha!?[14]
—Si me habláis así no os entiendo… ¿Me estáis insultando?
Por culpa de la marea alta, las olas del puerto eran tan fuertes como las de alta mar. Cuando salieron finalmente del barco y subieron al muelle estaban empapados.
—Agente de Ax Abel Nightroad y chambelán imperial Astharoshe Asran, tirad las armas y rendíos. Tenéis tres segundos.
—Venga, venga, padre Tres —dijo Abel, sonriendo amistosamente a la pistola que le apuntaba y a los ojos de cristal que le miraban inexpresivamente—. Perdonad por el jaleo…
—Empieza la cuenta atrás. Tres, dos…
—¡Eh! ¡Eh! ¡Alto! ¡Tiramos las armas! ¡Nos rendimos! ¡También Astharoshe…!
—Idiota…
Ella misma también era idiota por haberse hecho ilusiones. Astharoshe levantó las manos, profundamente abatida.
—Iron Maiden, aquí Gunslinger. Objetivos capturados. Informad a la duquesa de Milán de la violación del código eclesiástico que ha perpetrado el padre Nightroad.
—¿Se lo vais a decir a Caterina, padre Tres? ¡Oh, no!, la que me espera…
—Abe… Desp… tenem… hablar vos y yo… ¿Eh?… Qué rar… ¿Eh?
—¿Qué ocurre?
—Al ir a… ctar con Caterin… no he pod… ondas están… imposibl… ¿Eh?
Considerando que estaban directamente debajo del Iron Maiden, las interferencias debían de ser muy potentes para distorsionar así la voz que le llegaba al auricular. ¿O quizá se le había estropeado el comunicador?
—Es que la tecnología terrana… —dijo riendo Astharoshe mientras se giraba hacia las olas, pero inmediatamente se le tensó el rostro—. Claro… ¡Es eso!
—¿Eh? ¿De qué habláis?
Astharoshe se volvió rápidamente hacia Abel y empezó a hablar a toda velocidad.
—Padre Abel, el segundo caso se produjo en un despacho de arquitectos, ¿verdad?… ¿No sería un despacho especializado en construcción de diques y presas?
—¿Eh? ¿Cómo lo sabéis?
Al ver que su intuición era correcta, Astharoshe sintió un leve mareo. Así que aquel loco…
—¡Llamad inmediatamente a la duquesa de Milán! ¡Hay que evacuar al Papa…, no, a toda la población! ¡Es una trampa!
—¿Qué quer… decir? —preguntó, extrañada, la hermana Kate.
Su voz había recuperado un poco la claridad, pero todavía había muchas interferencias.
—La duqu… precisamente inspeccionando los diques… estos momentos.
—¿Eh? ¿Precisamente ahí? ¡Llamadla inmediatamente! ¡Está en peligro de muerte!
Después de oír aquellas palabras, se apagó la mira láser que había apuntado todo el rato a Astharoshe entre los ojos.
—Explicad detalladamente a qué os referís.