III

Al principio todo el mundo pensó que se trataba de fuegos artificiales.

Se dieron cuenta de que se equivocaban cuando la fachada que daba al canal estalló en pedazos.

—¡Ha…, ha explotado!

—¿No eran los fuegos artificiales? —gritaba la gente desde los puentes y las góndolas.

Muy pocos se dieron cuenta de que, con la explosión, habían saltado volando dos figuras en la oscuridad.

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!

Corriendo por la pared del edificio, Astharoshe resoplaba como una serpiente venenosa. Iba demasiado deprisa para que una persona normal pudiera verla, de manera que sólo apareció como una ligera mancha en el campo visual de los presentes.

Estimulando el sistema nervioso de forma extraordinaria, en el estado de haste[13] podía alcanzar en corto tiempo una capacidad de reacción veinte veces superior a la habitual. Era la fuerza que había recibido en gracia los hijos de la noche.

La lanza Gáe bula era un sistema generador de plasma que había pasado de generación en generación en la familia de los marqueses de Kiev. La cámara de vacío lanzaba gas xenón ionizado por láser, y el plasma de alta temperatura y densidad se convertía en el arma de combate definitiva, capaz de penetrar cualquier objeto. De entre las tecnologías superiores que había heredado el Imperio, se consideraba la más poderosa en cuanto a potencia bélica.

El xenón ionizado que salía de la punta de la lanza restalló en el aire convertido en un látigo rojizo que parecía sentir la misma furia asesina que su portadora y atravesó la hermosa figura del viejo vampiro.

—¡Huy! Cuidado no vayas a hacerle daño a alguien con eso…

El arma sólo había cortado el aire nocturno, convirtiéndolo en ozono. La figura de Endre había salido volando en la oscuridad en dirección al canal en estado de haste. Las góndolas que flotaban sobre el agua se partieron en dos como si hubieran recibido una ráfaga de disparos, y empezaron a hundirse lentamente.

—¡No te escaparás!

Astharoshe lo perseguía corriendo sobre el agua. La lanza creció hasta unos treinta metros, y el agua se evaporó instantáneamente en una explosión. Astharoshe salió de un salto de la niebla que se extendía por el canal y aterrizó en la barandilla de un puente.

—¡Mierda! ¿Dónde está? ¿¡Dónde!?

A los ojos de los terranos, la figura de Astharoshe apareció como de la nada cuando detuvo el estado de haste. Todos los paseantes sin excepción se quedaron mirándola con los ojos como platos.

Llevaba el vestido desgarrado y la máscara partida por la explosión y la velocidad de la persecución, pero no tenía tiempo de preocuparse de ello. Apartándose le melena desordenada, se esforzó en recuperar el aliento.

«Mierda. ¿Dónde se ha metido?».

No había pasado ni un minuto en estado de haste, pero ya le había supuesto demasiado esfuerzo. Sentía arder las sinapsis como si las estuviera friendo, pero el dolor que le recorría el cuerpo no superaba la ira y el odio que sentía hacia su adversario.

—Le mataré… ¡Esta vez le mataré!

Justo hasta el momento de su reencuentro, no había sentido intenciones asesinas. Bueno, a decir verdad, más bien las había ocultado. Capturarle y llevarle de vuelta al Imperio era la misión encargada por Augusta, que tenía que cumplir como correspondía a su cargo de chambelán.

Pero al verle la cara y oír su voz, algo se había rasgado en su interior…

«¿Por dónde se ha ido?».

—¿Buscáis a alguien? —preguntó una voz ligera como una campanilla.

Astharoshe levantó la vista para encontrarse con una hermosa figura que la miraba subida en el arco del puente. Un observador inocente habría dicho que parecía un ángel, si en la cara inocente no hubieran brillado con maldad unos ojos cobrizos, claro.

—Ahora recuerdo que aquella noche también había una luna como la de hoy… —dijo Endre con aire melancólico bajo la mirada llena de fuego de Astharoshe.

El methuselah tenía agarrada a una niña aterrorizada que había tenido la mala suerte de pasar por allí. Después de arrancarle elegantemente la máscara, Endre se puso a lamerle las lágrimas que le corrían por las mejillas.

—Te has quedado muy callada… ¿No querías matarme?

—¡!

Astharoshe apretó los dientes y se clavó los colmillos en el labio.

Era exactamente igual que aquella vez. Sólo que entonces ella…

—Aquella noche quien temblaba en mis brazos, Astharoshe…, eras tú. Y quien estaba donde tú estás ahora era la hija del conde Len Janos, tu querida compañera.

—Suéltala…

—Fíjate, lo mismo que dijo ella: «Suelta a Ashtaroshe» —dijo riendo el anciano vampiro—. Entonces, yo le dije que tirara las armas si quería salvarte. Ella me hizo caso y…

—Bast…

Endre le clavó a la niña la uña en la frente. Unas gotas rojas aparecieron en su blanca piel. Eran como la sangre que le había corrido a Astharoshe por la frente aquella vez. Y cuando el mundo se tiñó de rojo…

—Y la maté, desarmado… ¡Así!

—¡Bastaaaaaa!

Una fuente de sangre manó del arco. Antes de que tuviera tiempo de gritar, le había arrancado la cabeza a la pequeña.

—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!

El impacto de la lanza destrozó el lugar donde se encontraba el vampiro, pero éste ya había entrado en estado de haste.

—¡Uf!

Su perseguidora se dispuso a entrar también en haste para perseguirlo cuando…

—¡Astharoshe!

Alguien la había llamado desde la multitud alborotada por la tragedia.

—¡Deteneos! Si lucháis aquí… ¿Habéis olvidado nuestro trato?

—¿Nuestro trato? Eso… —gritó Astharoshe llorando y riendo a la vez—. ¡Eso no era más que una mentira!

Haste.

Vuelo.

Salió disparada hacia la sombra que volaba sobre el canal como un halcón que persiguiera a un pajarillo.

—¡Endreeeeeee!

Dos y tres veces intentó alcanzarlo con la lanza, pero en cada una su enemigo esquivó el golpe y no logró más que agujerear las paredes de los edificios que daban al canal. Durante la persecución, en más de una ocasión le pareció oír gritos de dolor, pero la niebla rojiza que le cubría la conciencia no dejó que los procesara realmente. Su mundo se había reducido a una única cosa: la figura a la que estaba persiguiendo.

—¡Te mataré! ¡Te juro que te mataré!

Pasado un tiempo que pareció eterno, un gemido de dolor que le recorrió todas las sinapsis del cuerpo obligó a Endre a reducir la velocidad. Estaba llegando a los límites de su haste. Poco después, volvieron a detenerse cerca del puente, en medio de una multitud de terranos. Astharoshe no dudó en blandir la lanza…

Pero Endre ya había desaparecido.

—¿¡Qué!?

El látigo de xenón ionizado atravesó en vano el aire nocturno. Sintiendo el olor del oxígeno quemado, Astharoshe movió nerviosamente los ojos de un lado a otro.

«¿¡Dónde se ha metido!?».

—Esto se ha acabado, Astharoshe —resonó una voz fría.

La methuselah miró hacia el río y vio que a su sombra se la acercaba otra más pequeña.

—¡Estás ahí arriba!

No tuvo tiempo de levantar la vista. Utilizando únicamente su intuición, giró las muñecas y, dando un salto, blandió la lanza como una serpiente venenosa.

«¡Por fin!».

El látigo de xenón ionizado alcanzó a su objetivo. El chorro de plasma a decenas de miles de grados carbonizó instantáneamente al anciano vampiro…

Pero una voz ligera como una campanilla le hizo ver a Astharoshe que su venganza no había sido más que un espejismo.

—Todavía tienes mucho que aprender, Astharoshe… —resonó una risa al mismo tiempo que la noche se tornaba brillante como el mediodía a su alrededor.

Antes de golpear a su enemigo, la lanza había impactado contra algo. El plasma, que salió disparado en todas direcciones, cayó sobre el puente de Rialto y la multitud en él congregada.

I…, Isis

Astharoshe vio entonces qué era lo que había desviado el golpe mortal: ocho bolas metálicas que rodeaban al vampiro.

Los componentes del sistema magnético de autodefensa Isis flotaban alrededor de Endre como planetas en torno a una estrella. El campo magnético que creaban había repelido el ataque de la lanza.

«Perdóname, Len, no he podido alcanzarle…».

Astharoshe estaba tan agotada por el haste que no pudo evitar que una de las chispas le alcanzara en los ojos.

Sin embargo, antes de caer en la oscuridad, oyó que había alguien que gritaba su nombre…